Crítica literaria chilena actual.
Breve historia de debates y polémicas: de la querella del criollismo hasta el
presente.
Vicente Bernaschina Schürmann – Paulina Soto Riveros
© 2011
Todos los derechos reservados.
1. Una pregunta
¿De qué forma puede ser que un método de análisis literario sea parte central de la memoria
histórica de Chile?
La pregunta me viene rondando hace tiempo. Para ser más exacto, desde el momento
preciso en que me plantee la posibilidad de este capítulo.
Tanta tribuna se le ha dado al sacerdote José Miguel Ibañez Langlois (Ignacio Valente) en la
crítica literaria chilena, en su exaltación de la palabra poética y en sus diatribas en contra del
estructuralismo que me molestaba desde un principio volver sobre él. Es que hoy en día ni yo
mismo creo en las capacidades del estructuralismo así sin más de funcionar como un método
absoluto para la teoría y la crítica literaria; sobre todo, después de la experiencia universitaria, de la
revisión de un sinnúmero de artículos críticos estructuralistas que se desvivían en páginas y páginas
de esquemas, fórmulas y clasificaciones para llegar a conclusiones minúsculas. En el fondo, un
método con serias dificultades para afrontar la encrucijada valorativa que la literatura nos exige.
En lo referente al resto de sus opiniones, me hubiera gustado zanjar el asunto como lo hizo
Enrique Lihn respecto de Alone hacia fines de los sesentas en el diario El Siglo:
Hace ya demasiado tiempo que don Hernán Díaz Arrieta pertenece al pasado. […]
Diferir de Alone, rebatirlo, impugnarlo, atacarlo, se ha convertido en un juego sin
atractivo por las facilidades que ofrece y si alguien cree que su condición personalista
de discrepancia universal […] prueba su actualidad como cronista; si alguien cree
esto es un perfecto tontorrón. […] Todos están conscientes de las limitaciones de su
temperamento, de la falacia de su método como historiador de la literatura y de su
caprichoso infantilismo crítico.1
1 Enrique Lihn, “Alone, no.” El circo en llamas: una crítica de la vida. Edición de Germán Marín. Santiago de Chile: Lom, 1997. 418-419.
Pero, en fin, Alone existe, termina diciendo Lihn, lo que lo obliga una vez más a rebatir sus
argumentos y aclarar por qué precisamente “Alone, no”. En mi caso, no fue sólo que Valente
existiera, sino que su perversión era aún mayor.
Con el lento aprendizaje de la lectura y de la historia, me fue quedando cada vez más claro
que ya para la década de los setenta los críticos literarios chilenos y latinoamericanos tampoco creían
en el estructuralismo así sin más. Evidentemente, hay presupuestos teóricos invaluables y un giro
lingüístico en las ciencias que rompe con una tradición clásica de estudio de las humanidades,
aunque eso no bastaba para iniciar el trabajo que de verdad se necesitaba en nuestro continente. El
estructuralismo había sido el empujón inicial, pero ya varios habían tomado sus rumbos e iniciado
una discusión muchísimo más viva e interesante a partir de las diferencias sociales, étnicas y
culturales en cada una de nuestras regiones.
Entonces, ¿por qué insistir tanto en la eliminación de aquella metodología? ¿En su control y
supresión?
Razones y motivaciones pueden haber muchas. Permítaseme anticipar algunas que espero se
hagan más evidentes en el desarrollo de este capítulo:
Desde el golpe y la intervención militar en las universidades, los estudios literarios apenas
lograron sobrevivir. El refugio en la estilística y en el estructuralismo más inmanentes fue la salida
posible para conservar la enseñanza de la disciplina y no compartir el destino de otras carreras como
sociología, cuyo perfil era, a juicio de la junta militar, decididamente peligroso. Había que extirpar de
raíz las células desde las cuales se diseminaba el cáncer marxista. En este sentido, negar al
estructuralismo en la apreciación literaria y en la educación poética servía de vigilancia constante para
que las disciplinas se mantuvieran en ese inmanentismo aséptico o se replegaran hacia dimensiones
más tradicionales de los estudios literarios.
Claro que también, y esto es lo fundamental a mi parecer, se cumplía un programa de
exterminio de las diversas vertientes que podían surgir a partir de los presupuestos teóricos sentados
por el estructuralismo. Principalmente, una conciencia fuerte sobre el poder de las ideologías y una
perspectiva racional y claramente argumentada que lograba romper de una buena vez con la
naturalizada cadena que amarraba a sujetos, lenguas, identidades nacionales, tradición cultural y
destino espiritual. No olvidemos que para la política cultural de la dictadura, la guerra que combatían
en ese momento no era sólo en contra de una posición política o administrativa, sino en contra de
aquella concepción total de la vida, “que pretende imponerse y avasallar la cultura occidental a la que
adherimos”.2
2 Política cultural del Gobierno de Chile. Santiago de Chile: Editora Nacional Gabriela Mistral, 1975. 40.
3 Por ejemplo, Camilo Marks, “Criticar al crítico.” La crítica: el género de los géneros. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2007. 87.
4 Bernardo Subercaseaux, Transformaciones de la crítica literaria: 1960 – 1982. Santiago de Chile: CENECA, 1982.
24. Véase también el texto de Enrique Lihn, Sobre el antiestructuralismo de José Miguel Ibañez Langlois. Santiago de Chile: Ediciones del Camaleón, 1983; y su balance “Artes y Letras mercuriales, un suplemento del anacronismo.” escrito en 1984 y publicado en El circo en llamas, 490-94. Es decidor que ambos autores denuncien el rol de Ibañez Langlois como único individuo autorizado para dar clases de marxismo en Chile durante la dictadura, incluso haciendo de tutor de la junta militar misma.
El necesario “Valente, no”, entonces, no tiene nada que ver con limitaciones temperamentales, falacias metodológicas o infantilismo crítico. No tiene que ver con la comprensión burda que tiene el crítico del estructuralismo –y qué decir del marxismo– o con las intuiciones acertadas que tuvo, como dicen algunos, sobre la poesía chilena.3 José Miguel Ibañez Langlois sabía perfectamente lo que hacía: su racionalidad escolástica es macabra y sus argumentos filosóficos coherentemente asentados en el humanismo tradicional. Tan enraizados en el sentido común de una gran parte de la población pretendidamente culta de nuestro país, que no sólo entonces sino que aún hoy sus argumentos se dejan escuchar en distintos debates sobre la cultura actual.
Las bien fundamentadas acusaciones sobre su carácter de crítico oficial de la dictadura que
hicieron en su momento Enrique Lihn o Bernardo Subercaseaux, entre otros, signándolo como
“agente cultural y comunicador validado” de la junta militar son importantísimas. Comprenderlo en
esa función significa entender que, en cuanto administrador de esa cultura, a él no sólo le estaban
permitidos temas vedados a otros, sino también que sus prácticas críticas participaban de las
acciones para hacer invisible el control sobre los ciudadanos.4
Es comprensible, así, que para muchos
este argumento baste para negar su legitimidad en cuanto interlocutor válido en el plano de la crítica
literaria y la cultura en Chile, pudiendo pasar a otros temas.
El problema que yo veo de quedarnos sólo con ese argumento es que éste suspende hasta
cierto punto la intencionalidad clara que subyace a todo su plan de pensamiento y permite,
peligrosamente, que sus opiniones sobre el rol de la literatura en la sociedad se interpreten como
simple epifenómeno del autoritarismo militar: un mero títere de las condiciones represivas y
desaparición del pensamiento crítico en la década de los setenta. Sin embargo, cómo él mismo lo
reconoce intentando desestimar esas acusaciones y aclarar que los crímenes de la dictadura nada
tienen que ver con sus responsabilidades políticas y éticas, su pensamiento y juicios conservan una
coherencia irreprochable. Al regresar la democracia y hacer un balance de sus “veinticinco años de
crítica”, Ibañez Langlois se defiende:
Todo empezó con el gobierno militar, durante el cual –por vejez, muerte, exilio,
censura o, en fin, desaparición de los demás críticos– quedé como casi el único en
estas columnas. El hecho –bien ajeno a mi voluntad– me ha valido de ser calificado a
veces de crítico oficial de ese régimen. Para mí, el asunto es sencillamente ridículo. No
percibo diferencia alguna entre mi crítica anterior, concomitante y posterior a ese
gobierno.5
5 José Miguel Ibañez Langlois, “Veinticinco años de crítica.” Veinticinco años de crítica. Santiago de Chile: Zig-Zag, 1992. 18. Nótese la semejanza de estas declaraciones con la respuesta dada en 1977 por el Rector Militar de la Universidad de Concepción, Heinrich Rochma Viola, ante la pregunta por los antiguos profesores de la universidad, citada como epígrafe por Rubí Carreño en su artículo sobre los críticos literarios chilenos en el exilio: “-¿Y qué pasó con los profesores del 73?- Eran todos miristas y desaparecieron después del once.
Nadie sabe dónde están. Se arrancaron, salieron fuera, qué sé yo…” Rubí Carreño. “El exilio de la crítica chilena: aportes para una nueva agenda literaria.” Anales de Literatura Chilena 10.12 (2009): 130.
Considerando esa afirmación de coherencia, la obscena y fría enumeración de las causas de la
desaparición de los críticos, el desplazamiento de la responsabilidad a decisiones ajenas a su voluntad
y el fuerte trasfondo católico conservador de su pensamiento –los vínculos de Ibañez Langlois con
el Opus Dei son conocidos por todos en Chile–, a mi no me queda otra que tratar de desenmascarar
el aparato filosófico que sostiene sus argumentos literarios y que en su negación no hace más que
pervivir en nuestra actualidad, libre de su macabro e intencional empleo. Y a él, desde la aparente
banalidad de su mal, no me queda más que recomendarle que se pegue con una piedra en el pecho –
aunque no lo sé, acaso encuentre placer en ello– y recuerde los versos del “yo confieso”: “Yo
confieso ante Dios todo poderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho, de
pensamiento, palabra, obra y omisión, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…”
Quizás Dios se lo perdone.
2. Interludio literario
Soy crítico; por tanto, juez. Y la virtud del juez es la justicia. Y
ser justo implica a ratos, ay, ser justiciero.
José Miguel Ibañez Langlois – Sacerdocio y crítica
Es un sacerdote el que habla y el que dice:
El estructuralismo; ¡pero qué cosa más fea y más obtusa!
En el lenguaje, un desquiciado afán por transformarlo todo en una matemática, en una
ciencia exacta para describir partículas, casos, relaciones de un sistema: fonemas y grafemas,
significantes y significados, estructuras que se dicen profundas, que se reiteran y repiten bajo
apariencias diferentes, pero que ni siquiera rozan el sentido último de la palabra en el hombre.
En la literatura, una compulsión sistemática por ordenar y clasificar formas, tipos,
narradores, actantes y estructuras. A lo sumo, un fracasado intento seudocientífico por establecer la
“literaturidad”; es decir, esa propiedad abstracta que constituye la singularidad del hecho literario,
pero que no es capaz de decirnos nada sobre la calidad específica de una obra en una determinada
situación.6
6 José Miguel Ibañez Langlois, Las corrientes estructuralistas. Piura; Madrid: Universidad de Piura; Asociación de la Rábida, 1986. 81. Este libro tuvo una primera versión con el título Sobre el estructuralismo en Ediciones Universidad Católica de Chile en 1983.
7 José Miguel Ibañez Langlois, Sentido y forma de la educación poética. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1973. 12.
Una moda teórica, reciclada y adoptada desde teóricos rusos, checos y franceses, entre otros,
que al parecer no tenían nada mejor que hacer que destruir con sus formalismos la belleza y el
misterio de la poesía. En definitiva, reducirlo todo a una botánica o una zoología poética, una
disecación literaria, “enciclopédica en sus pretensiones y microscópica en su vitalidad”.7
Pero eso no sería tan terrible, ¿no es cierto? Si fuera una mera cuestión de método, el solo
cultivo de la palabra poética terminaría por demostrar sus falacias. El problema es que esta forma de
pensar estructuralista ha invadido la médula de nuestro sistema educacional; peor aún, nuestra
concepción de la vida y del hombre.
Si pudiésemos tender un puente entre la poesía natural que habita en cada niño, en cada
joven, en cada adulto y las grandes obras de la historia, ya verían ustedes cómo surge la sabiduría
humana de manera espontánea y natural. Ese momento en que el joven es capaz de imaginar versos
de Gabriela Mistral o San Juan de la Cruz a partir de sí mismo, reconociendo allí experiencias y
expresiones que son virtualmente suyas…8 Allí veríamos el nacimiento de una verdadera educación
poética, de la que todos sabemos, sólo puede seguir un crecimiento espiritual, una superior
conciencia, una comprensión privilegiada de la condición humana, el rejuvenecimiento de nuestra
fuerza creadora.9
8 Ibíd., 11.
9 Ibíd., 4.
10 José Miguel Ibañez Langlois, Las corrientes estructuralistas. 82.
“Todo está en extraer al poeta natural que hay en el fondo de cada hablante, en vez de
introducirle desde fuera unas categorías poéticas de prestigio oficial y de mortecino acento”; y sin
embargo, nos dejamos engañar por esa aparente objetividad de una pseudociencia que dice buscar la
universalidad de la literatura y engañosamente se niega a aceptar que lo único universal en la
literatura es aquel juicio de valor que los antiguos llamaron belleza. ¿No les parece sospechoso? El
estructuralismo rechaza por subjetiva la facultad extra y pre-científica del gusto literario “y sin
embargo depende de ella para formar su categoría abstracta de la literaturidad, pues sólo tales juicios
seleccionan y definen qué es literatura en el indefinido espacio de los textos y del lenguaje en
general”.10
Un carraspeo interrumpió la enérgica sacudida del dedo índice derecho del sacerdote que en
ese momento apuntaba hacia el cielo.
Disculpe la interrupción, declara un profesor universitario. Soy un estructuralista llegado
hace poco de Francia donde tuve la oportunidad de doctorarme bajo la tutela del Señor Roland
Barthes y me parece que sus acusaciones exigen una aclaración. Si mal no lo entiendo, para usted la
obra literaria, en tanto expresión del lenguaje poético del hombre, constituye una realidad “natural”,
directa e inmediatamente legible. La obra literaria, para decirlo en jerga filosófica, sería para usted un
“objeto en sí”, eterno, que expresa su realidad –y déjeme citar aquí una nota escrita por usted– “„de
un modo directo, fresco, espontáneo y virginal’ (sic). Es decir, que la realidad de la obra literaria se
transforma en la realidad del objeto que dice representar”.11
11 Roberto Hozven, “Carta dirigida al Sr. Arturo Fontaine, director del diario “El Mercurio”, no publicada
hasta el 15 de octubre de 1979.” CAL 4 (1979): 13.
12 Ibíd.
¿No cree usted que entre hombre y mundo, entre lector y obra, existe un sistema conceptual
de naturaleza lingüística? ¿Un sistema que media entonces entre aquello que percibimos y aquello
que comprendemos como realidad?
Si usted no está dispuesto a aceptar este hecho, lamento tener que decir que usted subordina
la literatura a su propia coartada ideológica y que su supuesta idea de la crítica literaria no deja de ser
un juego de espejos con los que, a través de esa naturalización universal y eterna, esas tremendas
ideas de la verdad, el gusto, la belleza o el sentimiento, no hace más que imponer sus propios mitos e
ilusiones sobre la obra.12
¿No le parece que así elimina de la literatura justamente aquella característica que la hace tan
rica: su capacidad de producir sentidos diversos de lo que se nos da como evidente? ¿O usted de
verdad cree que un griego de la antigüedad clásica sentía lo mismo, tenía las mismas emociones que
los seres humanos del siglo XX? A mi parecer, la idea de tomar distancia de estos fenómenos y tratar
de verlos estructuralmente tiene como objetivo ayudarnos a comprender mejor al hombre y su
sociedad a través de estas creaciones de lenguaje que llamamos literatura. Preguntarnos, por ejemplo,
cómo es que un objeto estético hecho de lenguaje es capaz de generar ciertas emociones o
sentimientos en un lector. Quizás lograr una idea del desarrollo histórico de dichos sentimientos.13
13 Ibíd.
14 José Miguel Ibañez Langlois, “Sacerdocio y crítica.” Veinticinco años de crítica literaria, 30.
15 Ibíd., 31.
Ya se puso pesado, ¿no ve?, responde el sacerdote negando sutilmente con la cabeza.
Además, yo aquí no he acusado a nadie y usted así de la nada viene y me acusa de ideólogo. A mí me
parece que usted es aquí el interesado. Notemos una simple diferencia. ¿Qué es usted?
Estructuralista. ¿Qué pretende? Defender el estructuralismo. ¿No le parece que hay aquí un conflicto
de intereses?
Yo, por mi parte, soy sacerdote y crítico. El crítico es juez y la virtud del juez es la justicia.
¿Cuál es mi tarea? “Ordenar, subir, bajar, poner las cosas en su lugar. A la vista de jerarquías
falseadas, de valores trastocados, de falsos prestigios convencionales, alguna vez hay que ejercitar
esta misión con dureza”.14 Sus acusaciones interesadas no me dejan otra opción que responder con
pasión. Y si de pasiones se trata, le advierto desde ya que la del crítico es la pasión por la justicia y la
verdad. “¿Acaso no son hondamente sacerdotales estas pasiones? ¿No es también sacerdotal la
pasión de defender lo sagrado del hombre, impedir que se lo manipule como mercancía vendible y
comprable…? […] Sacerdotal es también la independencia de criterio del que, religado
absolutamente a Dios, se libera de las ataduras relativas y cambiantes de partidos, intereses creados o
camarillas: nadie puede señalarme discriminación ideológica o política alguna. Sacerdotal es la
equidad de quien aplica siempre la misma vara o metro crítico, sin rigores ni benevolencias
antojadizas. Sacerdotal es el silencio ante la réplica mañosa…15
El sacerdote guarda silencio unos momentos y luego, inclinándose sobre el púlpito, continúa:
Ya que usted se puso filosófico, además de insolente, nos pondremos filosóficos. La
lingüística estructural tiende a absolutizar una substancia de la lengua que asimila todo y que
pareciera no tener origen: el sujeto es lingüístico, el universo es lingüístico. Todo es signos cuyos
significados están hechos de significantes que remiten interminablemente a otros significantes. El
universo se comprende como una Estructura lingüística absoluta: no es materia, ni espíritu, sino pura
forma y relación.
Si lo vemos así queda expuesto su primer engaño. Sabemos que “la lengua no es tal Forma
incausada; su causa eficiente es la potencia del pensamiento humano en expansión, pensamiento a su vez moldeado por el mundo; y su causa final debe inscribirse teleológicamente en los fines del hombre. Por eso el hombre es siempre más que toda lengua, y el pensamiento humano es siempre más que su expresión material. El hombre vive acosado por lo inefable, y esto lo saben bien los profesionales de la lengua –los poetas– y los profesionales del pensamiento –los filósofos–”.16
16 José Miguel Ibañez Langlois, Las corrientes estructuralistas. 70.
17 Ibíd., 14.
18 Ibíd., 106.
Pero así mismo es como el estructuralismo se aprovecha de la filosofía, la tergiversa y la
vuelve contra sí misma. Si bien, en un principio, los aportes de Ferdinand de Saussure y de los
formalistas rusos permitieron un estudio más objetivo del lenguaje, esos aportes fueron apropiados
luego por la escuela de la sospecha, por todos los desencantados y resentidos seguidores de Marx y Freud, quienes no sólo desean negar la existencia del espíritu, sino que ahora además la del hombre mismo, del yo, del sujeto humano.17
Para estos estructuralistas, seguidores de Lévi-Strauss, Lacan, Barthes, y Foucault, “lo que
llamamos hombre es sólo una máquina permutadora de signos a través de los cuales el mundo
efectúa un intercambio consigo mismo. No hay nadie en el mundo; pero el mundo, extrañamente,
necesita de nosotros, siendo este nosotros un mero espacio vacío a través del cual las cosas se hacen
extrañas entre sí”.18
¿Paradojal, no?
Claro que no son capaces de verlo, porque nace de un resentimiento puro y mal intencionado; lo veo en los ojos de ese estructuralista. Mire lo enfadado que está ahora que vemos claramente quién es el ideólogo en este asunto. Del idealismo hegeliano más tremendo, se pasa al cosismo absoluto. Si la Naturaleza había sido reducida al Espíritu, ahora es el modesto espíritu humano quien es reducido a naturaleza pura. A un materialismo agobiante y un racionalismo desencantado que no es capaz de aceptar el misterio de la realidad. El estructuralismo dice hacerse cargo de los problemas fundamentales del ser humano, pero desde una matriz inhumanista. Aquí está clarito, entonces, su segundo engaño, ¿y saben a qué me huele eso? A marxismo puro.
La misma estrategia seductora y perversa de manifestar en un principio una intención
humanista: rescatar al sujeto humano que se ha perdido o alienado en la exterioridad de la mercancía,
del dinero, incluso en sus productos culturales. Con eso quieren encantar y engatusar a todo el
mundo, pero en virtud de su propia dialéctica materialista y atea, “terminan perdiendo total e
irremisiblemente al hombre en la desnuda objetividad y exterioridad de la naturaleza infrahumana, en
las fuerzas fatales de la materia, en la mecánica exacta de las infraestructuras económicas y, por
último, en la tristeza más irremediable de la finitud histórica y el ateísmo”.19
19 José Miguel Ibañez Langlois, El Marxismo: Visión crítica. Colección Ciencias Sociales. Santiago de Chile: Ediciones Nueva Universidad, 1973. 17.
20 Ibíd., 18.
Y puede ser que muchos de ustedes no lo vean así, pero para mí está más claro que el agua.
Les reitero: soy crítico y sacerdote. No sólo me interesa la justicia y la verdad, sino también estoy
preparado para ver cuándo una doctrina quiere invertir burdamente nuestra fe católica. Pero a mí no
me engañan, porque “sólo la Iglesia Católica posee los ojos teologales para comprender el verdadero
origen y sentido del marxismo, mucho mejor de cuanto los ojos marxistas puedan hacerlo; solo la
Iglesia posee el modelo original y la verdad de cuanto el marxismo traspone el mito y a la utopía”.20
Por eso les insisto: “La filosofía perenne, a lo largo de toda la aventura idealista, afirmó
invariablemente los derechos de la realidad, la primacía del ser, como una evidencia que no necesita
demostrarse. Esa misma filosofía, ante el acoso objetivista y naturalista, afirma con idéntica
seguridad los derechos del sujeto, la conciencia de la persona, el ser del yo mismo, como una
evidencia que tampoco necesita demostración. Y mira, con serenidad aristotélica y con sabiduría
tomista, este remolino vertiginoso del Yo y de la Cosa que se devoran mutuamente como ilusorias
Substancias que, uno y otra a su penosa manera, pretenden usurpar los atributos del Ser Subsistente,
la aseidad del Dios vivo”.21
21 José Miguel Ibañez Langlois, Las corrientes estructuralistas, 108.
22 Enrique Lihn, Sobre el antiestructuralismo de José Miguel Ibañez Langlois. Santiago de Chile: Ediciones del Camaleón, 1983. 22.
Yo simplemente se los advierto. Mis queridos incautos, cuidado con las mistificaciones y las
pretensiones seudocientíficas del estructuralismo. Y a los que perseveran en su error, bueno, que con
su sal se la coman y que Dios se los tenga en cuenta…
¡Ahora lo entiendo! Exclama de pronto un poeta, ¡claro, clarísimo; ese es el engaño! El
estructuralismo se aplica a todo sin distinción valorativa alguna y esa es su falencia; porque si yo
siguiera el modelo de análisis estructural narrativo de Vladimir Propp o de Algirdas Greimas, no
podría dejar de ver en su discurso el modelo actancial mítico funcionando a la perfección. En su
discurso habría “un sujeto-héroe cuyo deseo se expresaría como la búsqueda de glorificación de su
adyuvante –la filosofía perenne– y la liquidación de su oponente: el materialismo („que pretende ser
el telón de fondo de toda actividad estructuralista.). El destinador sería Dios y el destinatario el
homo chilensis amenazado (como si todo fuera poco) por el inhumanismo estructuralista”.22
Pero eso no puede ser, sería un desatino comprender su discurso bajo el esquema de una
aventura ética o una cruzada religiosa contra el estructuralismo. ¿No es verdad?
Acertada reducción, mi querido bromista, responde el sacerdote risueño, y de la cual no
tengo nada que temer. Ya sabemos que en esta nueva sociedad que construimos “el arte no podrá
estar más comprometido con ideologías políticas, sino que con la verdad del que lo creó, y esa
verdad tendrá que ser reflejo del ambiente de decencia, de honestidad, del concepto de destino
trascendente que anima a un pueblo que sabe que su meta futura es hacer de Chile una sociedad
integrada y justa, participativa y próspera”.23
23 Política cultural del Gobierno de Chile. Santiago de Chile: Editora Nacional Gabriela Mistral, 1975. 40.
Aquí hay espacio para discrepar, por supuesto, pero no vayamos a caer de nuevo en
pluralismos mal comprendidos. Yo estoy dispuesto a asumir la honestidad de mi discurso. Usted,
escudado en su ironía, ¿lo estará también?
Por mi parte, yo acepto la broma, pero no sé qué pensarán mis queridos oficiales sentados
aquí en primera fila…
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