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domingo, 8 de septiembre de 2013

Andrea Jeftanovic

 Tantos países, tantos editores, tanta necesidad de fuga, de movimiento. No sabemos si la empresa de Andrea Jeftanovic (Santiago de Chile, 1970) es literaria o geográfica o cartográfica. Su deseo es conquistar tantos lugares como sea posible, y por esto huye de la “seguridad burguesa” de una sola casa editorial; por esto también objeta el supuesto alcance mundial de los grandes sellos. Lo suyo, confiesa, es la poligamia editorial: ser publicada por varios para llegar a miles de lectores.
A la fecha, su producción literaria es vasta. Ha incursionado en la novela, el cuento, el ensayo y la crónica. Su primer libro, Escenario de guerra, apareció en el 2000. Doce años después, Ediciones Lanzallamas se interesó por la obra y la publicó. Fue así como Jeftanovic plantó su bandera en Costa Rica. Conversamos con ella una noche de finales de agosto mientras, a pocas cuadras, bullía algo llamado Feria Internacional del Libro.

* * *
—En la estructura de ‘Escenario de guerra’ se incorporan algunos elementos del teatro. ¿Por qué decidió contar la historia de esa manera?
—Siempre me ha gustado mucho el teatro; incluso he sido lectora de teatro. Creo que el género se mueve en la frontera entre el juego y la representación, y obliga a tomar distancia de los hechos. Tener que hablar entre funciones, escenas y escenarios le dio a la narradora una distancia de su propia biografía. Haberlo contado desde un yo tan cercano hubiera sido difícil. El teatro me permitió que la narradora viera su vida como en una escena, un sueño.
”El ejercicio de ser testigo desde sus propios hechos me interesaba como técnica narrativa. De igual forma, el teatro me dio la posibilidad de narrar en presente, lo que es difícil”.
—‘Escenario de guerra’ es una novela sobre la memoria. ¿Comparte esa percepción?
—Sí, absolutamente. El 11 de septiembre se cumplirán cuarenta años del golpe militar, y soy testigo de otro proceso de memoria. Muchísimos eventos, la televisión, el cine y las actividades de la Universidad de Santiago de Chile, donde trabajo, están enfocados en ese hecho histórico.
”Los momentos críticos de la historia —guerras, revoluciones, dictaduras— obligan a las personas a hacer un trabajo muy obsesivo con la memoria. Pertenezco a una generación a la que le tocó vivir un acontecimiento histórico muy fuerte; por ende, todo lo que suceda después será memoria en el sentido de ensamblar las distintas versiones de los hechos, todas ellas necesarias. La memoria es un ejercicio colectivo de catarsis, registro, conciliación, contrapunto...
”Yo soy parte de la llamada “generación de los hijos”. Con los ojos de una niña miré una serie de hechos —la dictadura militar, mis padres inmigrantes—, y esta fue mi impronta. Me siento parte de la mirada de los hijos, que no tuvimos ninguna responsabilidad y, sin embargo, miramos muchas cosas duras, traumáticas”.
—¿Es autobiográfica su novela?
—Parece, pero no lo es tanto. Yo tomé más de lo sentido. Uno es parte de su tiempo; es hijo de una familia, pero también de una época, y creo que en el libro hice dialogar esas dos facetas.
—‘Escenario de guerra’ y algunos cuentos de ‘No aceptes caramelos de extraños’ comparten la temática de las relaciones familiares. ¿A qué se debe esa preocupa-ción?
—No escribí pensando en el tema, sino que fueron surgiendo esas voces, esas imágenes... A posteriori pensé que, en algún momento, las violencias políticas quizá se trasladan a las violencias más íntimas o familiares.
—La edición de ‘Escenario de guerra’ que publicó Lanzallamas está ampliada. ¿Por qué decidió extenderla?
—Todos mis textos los cambio, los corrijo siempre. Me gusta que la escritura esté en fuga: que dialogue con mis nuevas referencias o lecturas. También soy un poco obsesiva con la corrección. Yo corregiría infinitamente. Me cuesta mucho cortar el proceso creativo, que es lo que uno más disfruta. Por otra parte, me gusta ver la relación con el editor como un diálogo. Aquí trabajé con Guillermo Barquero, y él tenía otra mirada. Siempre aprovecho ese diálogo”.
—¿Cómo describiría su voz como narradora? ¿Hay en ella una búsqueda constante de la poesía?
—Sí... Yo pienso las frases como imágenes. Me interesa mucho el sonido de las palabras y lo que generan plásticamente. Lo mío está entre la crueldad y la violencia: son dos pulsiones que están muy presentes en mi escritura.
—Su cuento ‘Árbol genealógico’ gira en torno a la relación incestuosa que hay entre una adolescente y su padre. ¿Cree que la literatura debe alejarse de los afanes moralizantes?
–Moralizantes, sí, porque de lo moral no se sale nunca. “Árbol genealógico” es un cuento que está inscrito en una larga tradición. En alguna medida no tiene nada muy original; pertenece a la matriz que fundaron Edipo/Sófocles, Shakespeare, Faulkner, Nabókov, Kristof, García Márquez...: toda una tradición literaria que ha explorado el incesto y las relaciones familiares fuera de la norma.
”Con el cuento quise incomodar algunos lugares comunes: que fuera la chica quien sedujera, quien asumiera el rol activo. Aunque suene raro, también lo pensé como un cuento de amor en el sentido de que ellos quieren salvarse. Para mí no son personajes retorcidos ni perversos”.
—Usted ha tenido la experiencia de ser editada por sellos transnacionales –Alfaguara, Seix Barral– y también por pequeñas editoriales independientes. ¿Qué le han dejado ambas formas de publicación?
—Que me publiquen es, de por sí, una experiencia superpositiva. La sintonía y la sensibilidad de ese otro que se interesa por mi trabajo –un editor, generalmente– me parecen muy valiosas, sin importar que venga de un sello multinacional o de una editorial independiente.
”En Alfaguara y Seix Barral he trabajado con el mismo editor, Gabriel Sandoval. En general, mis editores son lectores a quienes aprecio mucho, y mi relación con ellos ha sido tan buena en los grandes grupos editoriales como en los pequeños sellos.
”Sin embargo, cultural y políticamente yo defiendo a las editoriales independientes. Me gustan los catálogos cuidados, la dedicación al libro, la relación humana con los autores; saber que se interesan por mi imaginario y mi lenguaje”.
—¿Qué piensa de los autores que necesitan verse publicados por grandes grupos para sentir que “lo lograron”?
—Pienso que hay múltiples circuitos. No me gustan los pensamientos binarios: “Si te publica Alfaguara, es bueno; si te publica una pequeña, es malo”. Eso no. Hay que tener intersticios, espacios menos predecibles. El caso de Mario Bellatin me parece superinteresante pues ha publicado con sellos grandes y pequeños, y también se autoedita. Ese es un modelo de autor que me interesa.
”Que un libro llegue a cada país a un precio local: eso políticamente me interesa. Yo publicaría en cada país, aunque parezca una poligamia editorial. Me encanta la poligamia editorial porque se genera un vínculo con los países, la distribución es fácil, el precio es más razonable, se apoya a las editoriales independientes...
”No soy tan joven, pero, a mi edad, ¿cómo me voy a quedar estancada en la misma casa editorial, con la misma seguridad? Yo creo en el riesgo. Creo en el riesgo de que me publiquen en Tanzania, de que me traduzcan y que, el día de mañana, yo pueda encontrarme con ese editor y esos lectores. Creo que la experiencia debe ser más loca, más rebelde”.
—Usted ha recibido algunos premios. ¿Qué opinión le merecen los reconocimientos digamos formales?
—Siempre son positivos. Creo que generan un pequeño reforzamiento, una legitimación, un poco más de promoción del libro y, por ende, del autor... Es lindo que un grupo de gente que se dedica a la literatura valore nuestro libro; pero no es más que eso, no hay que darle más importancia.

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