Tantos países, tantos editores, tanta necesidad de fuga,
de movimiento. No sabemos si la empresa de Andrea Jeftanovic (Santiago
de Chile, 1970) es literaria o geográfica o cartográfica. Su deseo es
conquistar tantos lugares como sea posible, y por esto huye de la
“seguridad burguesa” de una sola casa editorial; por esto también objeta
el supuesto alcance mundial de los grandes sellos. Lo suyo, confiesa,
es la poligamia editorial: ser publicada por varios para llegar a miles
de lectores.
A la fecha, su producción literaria es
vasta. Ha incursionado en la novela, el cuento, el ensayo y la crónica.
Su primer libro, Escenario de guerra, apareció en el 2000. Doce años después, Ediciones Lanzallamas
se interesó por la obra y la publicó. Fue así como Jeftanovic plantó
su bandera en Costa Rica. Conversamos con ella una noche de finales de
agosto mientras, a pocas cuadras, bullía algo llamado Feria Internacional del Libro.
* * *
—En la estructura de ‘Escenario de guerra’ se incorporan algunos
elementos del teatro. ¿Por qué decidió contar la historia de esa manera?
—Siempre me ha gustado mucho el teatro; incluso he sido lectora de
teatro. Creo que el género se mueve en la frontera entre el juego y la
representación, y obliga a tomar distancia de los hechos. Tener que
hablar entre funciones, escenas y escenarios le dio a la narradora una
distancia de su propia biografía. Haberlo contado desde un yo tan
cercano hubiera sido difícil. El teatro me permitió que la narradora
viera su vida como en una escena, un sueño.
”El ejercicio de ser testigo desde
sus propios hechos me interesaba como técnica narrativa. De igual
forma, el teatro me dio la posibilidad de narrar en presente, lo que es
difícil”.
—‘Escenario de guerra’ es una novela sobre la memoria. ¿Comparte esa percepción?
—Sí, absolutamente. El 11 de septiembre se cumplirán cuarenta años del
golpe militar, y soy testigo de otro proceso de memoria. Muchísimos
eventos, la televisión, el cine y las actividades de la Universidad de Santiago de Chile, donde trabajo, están enfocados en ese hecho histórico.
”Los momentos críticos de la historia —guerras, revoluciones,
dictaduras— obligan a las personas a hacer un trabajo muy obsesivo con
la memoria. Pertenezco a una generación a la que le tocó vivir un
acontecimiento histórico muy fuerte; por ende, todo lo que suceda
después será memoria en el sentido de ensamblar las distintas versiones
de los hechos, todas ellas necesarias. La memoria es un ejercicio
colectivo de catarsis, registro, conciliación, contrapunto...
”Yo soy parte de la llamada “generación de los hijos”. Con los ojos de
una niña miré una serie de hechos —la dictadura militar, mis padres
inmigrantes—, y esta fue mi impronta. Me siento parte de la mirada de
los hijos, que no tuvimos ninguna responsabilidad y, sin embargo,
miramos muchas cosas duras, traumáticas”.
—¿Es autobiográfica su novela?
—Parece, pero no lo es tanto. Yo tomé más de lo sentido. Uno es parte
de su tiempo; es hijo de una familia, pero también de una época, y creo
que en el libro hice dialogar esas dos facetas.
—‘Escenario de guerra’ y algunos cuentos de ‘No aceptes caramelos de
extraños’ comparten la temática de las relaciones familiares. ¿A qué se
debe esa preocupa-ción?
—No escribí pensando en
el tema, sino que fueron surgiendo esas voces, esas imágenes... A
posteriori pensé que, en algún momento, las violencias políticas quizá
se trasladan a las violencias más íntimas o familiares.
—La edición de ‘Escenario de guerra’ que publicó Lanzallamas está ampliada. ¿Por qué decidió extenderla?
—Todos mis textos los cambio, los corrijo siempre. Me gusta que la
escritura esté en fuga: que dialogue con mis nuevas referencias o
lecturas. También soy un poco obsesiva con la corrección. Yo corregiría
infinitamente. Me cuesta mucho cortar el proceso creativo, que es lo que
uno más disfruta. Por otra parte, me gusta ver la relación con el
editor como un diálogo. Aquí trabajé con Guillermo Barquero, y él tenía otra mirada. Siempre aprovecho ese diálogo”.
—¿Cómo describiría su voz como narradora? ¿Hay en ella una búsqueda constante de la poesía?
—Sí... Yo pienso las frases como imágenes. Me interesa mucho el sonido
de las palabras y lo que generan plásticamente. Lo mío está entre la
crueldad y la violencia: son dos pulsiones que están muy presentes en mi
escritura.
—Su cuento ‘Árbol
genealógico’ gira en torno a la relación incestuosa que hay entre una
adolescente y su padre. ¿Cree que la literatura debe alejarse de los
afanes moralizantes?
–Moralizantes, sí, porque de
lo moral no se sale nunca. “Árbol genealógico” es un cuento que está
inscrito en una larga tradición. En alguna medida no tiene nada muy
original; pertenece a la matriz que fundaron Edipo/Sófocles,
Shakespeare, Faulkner, Nabókov, Kristof, García Márquez...: toda una
tradición literaria que ha explorado el incesto y las relaciones
familiares fuera de la norma.
”Con el cuento quise
incomodar algunos lugares comunes: que fuera la chica quien sedujera,
quien asumiera el rol activo. Aunque suene raro, también lo pensé como
un cuento de amor en el sentido de que ellos quieren salvarse. Para mí
no son personajes retorcidos ni perversos”.
—Usted ha tenido la experiencia de ser editada por sellos
transnacionales –Alfaguara, Seix Barral– y también por pequeñas
editoriales independientes. ¿Qué le han dejado ambas formas de
publicación?
—Que me publiquen es, de por sí, una
experiencia superpositiva. La sintonía y la sensibilidad de ese otro
que se interesa por mi trabajo –un editor, generalmente– me parecen muy
valiosas, sin importar que venga de un sello multinacional o de una
editorial independiente.
”En Alfaguara y Seix Barral
he trabajado con el mismo editor, Gabriel Sandoval. En general, mis
editores son lectores a quienes aprecio mucho, y mi relación con ellos
ha sido tan buena en los grandes grupos editoriales como en los pequeños
sellos.
”Sin embargo, cultural y políticamente yo
defiendo a las editoriales independientes. Me gustan los catálogos
cuidados, la dedicación al libro, la relación humana con los autores;
saber que se interesan por mi imaginario y mi lenguaje”.
—¿Qué piensa de los autores que necesitan verse publicados por grandes grupos para sentir que “lo lograron”?
—Pienso que hay múltiples circuitos. No me gustan los pensamientos
binarios: “Si te publica Alfaguara, es bueno; si te publica una pequeña,
es malo”. Eso no. Hay que tener intersticios, espacios menos
predecibles. El caso de Mario Bellatin
me parece superinteresante pues ha publicado con sellos grandes y
pequeños, y también se autoedita. Ese es un modelo de autor que me
interesa.
”Que un libro llegue a cada país a un
precio local: eso políticamente me interesa. Yo publicaría en cada país,
aunque parezca una poligamia editorial. Me encanta la poligamia
editorial porque se genera un vínculo con los países, la distribución es
fácil, el precio es más razonable, se apoya a las editoriales
independientes...
”No soy tan joven, pero, a mi edad,
¿cómo me voy a quedar estancada en la misma casa editorial, con la
misma seguridad? Yo creo en el riesgo. Creo en el riesgo de que me
publiquen en Tanzania, de que me traduzcan y que, el día de mañana, yo
pueda encontrarme con ese editor y esos lectores. Creo que la
experiencia debe ser más loca, más rebelde”.
—Usted ha recibido algunos premios. ¿Qué opinión le merecen los reconocimientos — digamos — formales?
—Siempre son positivos. Creo que generan un pequeño reforzamiento, una
legitimación, un poco más de promoción del libro y, por ende, del
autor... Es lindo que un grupo de gente que se dedica a la literatura
valore nuestro libro; pero no es más que eso, no hay que darle más
importancia.
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