Artículo por: Francisco Ide Wolleter
Alfonso Alcalde fue de ese tipo de escritores cuya
vida y literatura fueron una especie de latigazo del diablo. Esa clásica frase
de La Vida Peligrosa de Blaise Cendrars
se aplica totalmente a Alcalde.
Publicó más de 30 libros de distintos géneros:
poesía, narrativa, teatro, reportajes, biografías, libros infantiles, libros
sobre cocina y cultura popular, etc. Vivió en 25 países, se casó 5 veces, fue
panadero en Argentina, carpintero en Potosí, traficante de caballos en Santa
Cruz, vendió ataúdes, fue pescador artesanal, cuidador de animales de circo,
vendedor de diarios, y un largo etcétera.
Su primer libro de poemas Balada para la Ciudad
Muerta, lo publicó a los 26 años, en 1947, con prólogo de Pablo Neruda. Al poco
tiempo quemó gran parte de los ejemplares del libro, declarando más tarde que
fue un trabajo inmaduro y precipitado, y no publicó nada hasta 1958 con
Variaciones sobre el Tema del Amor y de la Muerte, que le valió el Premio
Alerce de poesía.
Estos poemas de amor son un posicionamiento sobre
la poesía y la experiencia que pocas veces se ha repetido en la poesía chilena:
el tema del amor como bandera de lucha y militancia, la emoción humana como el
valor más importante en la experiencia colectiva.
*
AQUELLOS
que ensalzaron
sus odios, la
coquetería
y hasta la
breve total
ilusión del
momento,
y se
desnudaron
y enemigos
atroces
mordiéronse
estrangulados
cantando
y volvieron
una y otra vez
sobre sus
cuerpos
y jamás los
encontraron
EL AMOR LOS
PROTEJA
*
AQUELLOS
suicidas
decapitados a
borbotones
aún anclados
dentro de la muerte,
aquellos que
se devoraron
frotándose
como piedras
para iniciar
el primer fuego
EL AMOR LOS
BENDIGA
*
AQUELLOS
que
abandonaron sus ropas,
las
inexplicables llaves de los hogares
y borraron
toda huella de vida
ultimándose
uno al otro
acusándose de
mutua fidelidad
y blasfemaron
sobre el único
cadáver del
amor
SEAN
ENSALZADOS
*
AQUELLOS
desgarrados en
la despedida
los que
murieron
al quedar
aislados
y después
regresaron como
bólidos
chorreando
comprensión
justicia,
perdón, ecuanimidad
y adulterio de
rodillas
DEBEN SER
ADMIRADOS
*
AQUELLOS
que oraron al
borde de los catres
junto a las
rejas que parecían ataúdes
que son
ataúdes y en general todos
aquellos que
practicaban la indivisibilidad
del ser, la
gestación como maldición,
la fecundidad
por descuido,
los que se
multiplicaron
a la deriva de
sus grandes derrotas
y huecos
permanecieron y vacíos vivieron:
los que encadenaron,
ataron, sumaron
compraron o
vendieron a una sola mujer
crucificándola
de espaldas todas las noches
solitarias.
*
AQUELLOS
que hicieron
un culto de la tentación
y tentados se
odiaron y tentados también
se amaron
hasta con desgarrado frenesí;
los que
estuvieron dentro de sus cuerpos
sólo un
momento, desalojándolos después
por todas sus
heridas.
Los que los
habitaron a medias, tímidos
blasfemos de
una jornada, los que en una
noche
recuperaron el amor de una vida,
los que en una
vida como una gota sobre la piedra
perforaron el
amor y lo horadaron sin importarles
el tiempo,
imperturbables, eternos en su porfía
y luego la
piedra, la mujer, se diluyó con la
primera luz
del alba, de la muerte, del día.
*
AQUELLOS
que disecaron
sus solitarias
porciones de
tristeza
a lágrima viva
y luego ultrajaron
el llanto
en algunos
profundos cuartos
azules
borrosos amarillentos
de hoteles de
tercera clase
siempre con un
decapitado al final
trancando la
única puerta de escape.
AQUELLOS
que
exterminados de bruces
marchitos para
siempre
hirvieron en
su propio
cristalino y
transpirado caldo glorioso
TODOS SEAN
PERDONADOS
*
AQUELLOS
que inventaron
y patentaron
la dicha
a tanto la
hora, el
milímetro y el
pedazo
de blando,
desvaído
seno
ya
irremediablemente
sin resorte
a tanto la
barata imperdonable
presa,
la pierna
suelta
en su
estantería
liquidándose
por vejez y fin de temporada
en nombre de
la pureza total
y la plácida
música
de los dientes
apretados
de la mujer
cuando se
aferra a ella misma
escapando de
su cuerpo,
como si una
tempestad
inexplicable y
vengativa
les soplara
los huesos y huyera
despeñándose
entre los colchones
los
acantilados y el mar
EL AMOR LOS
REDIMA
*
AQUELLAS
que esperaron
de pie
dar a luz un
pedazo de algo,
de musgo, de
mano o dedo útil,
de pared
humana, de benéfico rocío
inspiradas en
el frenético deseo
de proyectarse
o eternizarse
en nombre del
hastío
la pereza
y la esperanza
RECIBAN
NUESTRA GRATITUD
*
AQUELLAS
que en su sexo
como un cráter
escucharon
zumbar la tierra
y los
hirvientes huesos
del hombre
bajo la
entraña terrestre
y abrieron las
piernas
en nombre de
la perpetuidad
de la especia,
y por último
parieron a
desgano hijo tras hijo
y fueron
abrumadas con el peso del
universo que
se licuó en el alma,
que les apuró
los huesos, que se
los quebró,
quemándolos hasta que
un fino hilo
rabioso circuló por sus
rostros y giró
y giró hasta envejecerlas
para siempre
como espejo roto.
Alfonso Alcalde Ferrer (Punta Arenas, 28 de septiembre de
1921 – Coliumo, 5 de mayo de 1992) Colaboró en la editorial Quimantú, un importante proyecto impulsado durante el
gobierno de Salvador Allende, que hizo la literatura más accesible a la gente,
ya que los libros eran muy económicos y de amplia distribución y tiraje.
Escribió Balada para una ciudad
muerta (con Prólogo de Pablo Neruda),
Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte, El panorama ante nosotros,
Ejercicio sobre el tema de la rosa, Epifanía cruda, entre
otros.
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