María Paz Rodríguez estudió literatura e hizo un
magíster en letras hispanoamericanas en la Universidad Católica. Ha
trabajado como editora y encargada de prensa en LOM Ediciones y en
varias editoriales. También como productora de ciclos de música,
lanzamientos de libros. Ha hecho clases de escritura académica en
institutos y universidades. El 2009 obtuvo el Fondo de la Beca de
Creación Literaria por su novela Hotel, obra que está en producción.
Ella le había dicho que no porque no sentían lo mismo. Ella no quería nada serio y prefería que lo de ellos se quedara así como estaba. Que se sentía ‘cómoda’, tranquila con su situación. Verse de vez en cuando, salir, bailar, conversar. Que ella sería su amiga y ya. Que ése era el único puente que podía haber entre ellos, porque el amor, el riesgo del amor, era muy grande y ella no estaba dispuesta. Que ya había sufrido mucho y que él era un buen chico. Que no quería perderlo. Que sería bueno que vieran a otra gente. ¿Qué es lo que te da tanto miedo?, le había preguntado él. O tal vez lo había pensado en voz alta y ella no había querido contestar. Caminaron un poco sin hablar. Ella miraba al suelo, él no recuerda bien qué miraba. No la abrazó como otras veces, ni le contó un chiste tonto antes de subirse al auto, ni le dijo “buena noches”. Se despidieron fríamente y ella pensó que él no volvería a llamarla. Que no querría saber nada, que seguiría con su vida como lo hace toda la gente. Como lo habían hecho otros antes que él. Cuando ella llegó a su casa, revisó su correo y vio que él le había mandado algo. Asunto: El pudor de decir las cosas.
Imaginé decirte éstas y otras cosas antes de dejarte en ese auto.
Te las digo porque sé que corro el riesgo de no verte de nuevo y que eso sería mi mayor alivio en el caso de que no quisieras volver a verme, después de estas palabras.
Y ahora siento pudor.
Pudor de que leas lo que escribí para ti, porque aunque haya intentado pensar en argumentos para persuadirte, cada vez que aparecías en esta carta, mirándome. Yo te sonreía porque no podía hacer otra cosa. Porque una parte mía que estaba ahí, pensando en ti, se convertía en la vergüenza de saberme descubierto.
Pudor de que me veas, mirándote.
Pudor de que veas lo que hay dentro de mí cuando estoy y cuando no estoy contigo.
Cuando estamos y cuando no.
Cuando te adoro, porque mi corazón es como un perro grande, torpe e inconsciente de su tamaño, que ama sin límites y que mueve la cola cada vez que tú llegas.
Ten fe.
Tennos fe.
Tenme fe.
Ella leyó. Y ella volvió a leer. Se sonrió y luego sintió algo parecido a la emoción. Porque no estaba preparada para que él le dijera que sí de nuevo. Que alguien le dijera que se atreviera, que saltara con él, que lo dejara estar ahí, con ella. Apretó el botón de respuesta y sólo escribió dos letras en aquel correo. Luego apagó el computador y la luz y sintió como alguien la abrazaba desde el otro lado de la pantalla.
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