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sábado, 24 de noviembre de 2012
Antología de poetas latinoamericanas
Los contenidos de las secciones que integran esta obra han sido elaborados por: Prof. Marisa Martínez Pérsico
¿POETAS O POETISAS?
Comencemos por el título. Al leerlo, más de uno se habrá preguntado: ¿Por qué “poetas” en vez de “poetisas”, si se trata de poesía escrita por mujeres? Si la palabra “poetisa” es el sustantivo femenino correspondiente al masculino “poeta” que figura en el diccionario... ¿Por qué no usarlo?
Bueno, ése es un punto central en el debate que les proponemos en este libro: la mayoría de los poemas seleccionados reivindica la igualdad –o revela la desigualdad– del mundo femenino en una sociedad históricamente dominada por el sexo fuerte.
El lenguaje nunca es inocente; carga con connotaciones derivadas del uso histórico de las palabras, de las posiciones de poder dentro de las sociedades... Y estas diez poetas transmiten en sus obras la necesidad de legitimar un lugar propio, con voz y voto, con la misma validez que el de ellos, con acceso a los mismos privilegios que durante siglos les fueron negados.
Hombres amados, hombres pequeñitos, hombres ingratos, hombres ideales... para ellas, no se trata de disputarles el lugar sino de compartir un mismo horizonte. Veremos cómo cada una persigue este ideal, con la militancia de su vida y de su obra.
Volviendo al dilema de cuál es el vocablo correcto –si poeta o poetisa– diremos que la normativa del español actual permite la utilización de ambas opciones. Ambas son correctas. Tenemos un ejemplo incorporado en el habla cotidiana: la palabra artista, utilizada indistintamente para el hombre o la mujer. Decimos “la artista plástica” tanto como “el artista ofreció una conferencia”. Entonces ¿por qué conservar la distinción del sufijo –isa para la actividad literaria femenina? Parece un matiz despectivo, que desjerarquiza la poesía de la mujer al incluirla en una especie de subgénero literario.
LAS "SIN VOZ" RECUPERAN LA PALABRA
La historia de la mujer en Latinoamérica, desde los días de la Conquista hasta los albores del siglo XXI, es una historia de sumisión y de liberación.
A comienzos del siglo XX se produjeron cambios importantes: no sólo se fortaleció la lucha por sus derechos civiles en todo el mundo; también se le presentaron nuevas posibilidades en el terreno educativo y laboral. El derecho al voto, el acceso irrestricto a las universidades y la promulgación de la ley de divorcio fueron el resultado de la perseverancia de muchas mujeres que manifestaron su derecho a la dignidad.
Pero además de la militancia política, otro reto se dio en el ámbito de la cultura. La participación femenina en la vida contemporánea de América se tradujo de manera notoria en la literatura. Desde las primeras décadas del siglo XX, poetas como la chilena Gabriela Mistral, las uruguayas Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini o la argentina Alfonsina Storni, entre otras, renovaron el punto de vista de lo femenino en una sociedad paternalista. Existen antecedentes ineludibles, como Juana de Asbaje –más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz– y otros casos paradigmáticos que iremos repasando página a página.
LA DÉCIMA MUSA
La máxima transgresión de sor Juana fue su avidez por saber. El mundo del conocimiento era, por entonces, un ámbito reservado a los hombres, vedado a cualquier mujer perteneciente a la sociedad virreinal mexicana del siglo XVII. Para entrar a ese “mundo prohibido”, la pequeña Juana apeló a varios recursos, muchas veces sin éxito: solicitar a la maestra de su hermana que le enseñara a leer sin permiso materno, hojear libros a escondidas en la biblioteca de su abuelo, rogar clases de latín y pedir que la dejaran ir a la universidad vestida de varón...
Ya adolescente, Juana debía respetar el imperativo social: casarse. Eso significaba tener que dedicar su vida a la maternidad y a las labores domésticas... Pero había otra opción: la vida religiosa, que le permitiría acceder al estudio. El convento fue, para ella, una escuela donde aprender filosofía, literatura, historia, física y astronomía...
Para sus contemporáneos, su libertad de pensamiento unida al talento poético era un cóctel difícil de digerir en una mujer. El arzobispo de la ciudad de Puebla –amparado bajo el seudónimo sor Filotea de la Cruz– publicó una reprimenda donde recomendaba a sor Juana que guardara silencio en los temas de la Iglesia y se dedicara exclusivamente a la vida religiosa, sin alimentar ningún tipo de curiosidad intelectual. Pero la inquieta monja le retrucó el escrito defendiéndose de las acusaciones: así nace su autobiográfica Respuesta a sor Filotea de la Cruz. En ella reclama el derecho a la educación femenina, tanto en las letras profanas como en las sagradas, y se queja de que tales saberes sean elogiados en un hombre pero despierten recelo y desconfianza en una mujer. Este reproche lo reitera en coplas populares, como en su Villancico de Santa Catarina, donde expresa:
Estudia, arguye y enseña
Y es de la Iglesia servicio,
Que no la quiere ignorante
El que racional la hizo.
Su compatriota Octavio Paz, tres siglos más tarde, se refirió a sor Juana de la siguiente manera: ¿cómo no lamentarse por la suerte de una mujer que estuvo por encima de su sociedad y de su cultura?
ROMPIENDO ESQUEMAS
En 1969, el escritor Francisco Luis Bernárdez escribió, en una nota del diario Clarín, que “decir mujer, hace medio siglo, era en Buenos Aires como decir cosa más o menos ornamental: linda estatua de carne, mueble de fina caoba, exquisitez suplementaria, bella e inútil cornisa del edificio social”. Alfonsina Storni fue de las que contradijeron ese estereotipo.
Con casi veinte años, a punto de ser madre soltera, se radicó sola en Buenos Aires para tener a su hijo Alejandro, en 1912. Luego de cumplir varios oficios para poder sobrevivir, en 1919 obtuvo una sección fija en la revista La Nota y en el diario La Nación, donde escribió sobre el lugar que las mujeres merecían en la sociedad: “Llegará un día en que las mujeres se atrevan a revelar su interior; este día la moral sufrirá un vuelco; las costumbres cambiarán”. En sus columnas periodísticas ironizó sobre el comportamiento de las mujeres huecas; por ejemplo, en Diario de una niña inútil describió las vidas aburridas y superficiales de las damas-caza-novios. Impulsó el derecho al voto femenino –que las leyes argentinas aprobaron recién en el año 1946– y cuestionó las rígidas tradiciones que les impedían elegir un rumbo distinto al del matrimonio. En sus artículos adopta un periodismo combativo: asegura que para cambiar la situación de las mujeres es imprescindible romper con los tópicos, los arquetipos, los lugares comunes que la sociedad patriarcal espera de ellas. Para lograrlo, trata de persuadir a las lectoras para que demuestren ser personas que deliberan por sí mismas sobre el camino a seguir.
Estas ideas, en la década del ´20 y en Latinoamérica, resultaban verdaderamente innovadoras. Las mujeres de la época se dividían en dos grupos: las que admiraban la actitud libre y desprejuiciada de Alfonsina, y las que la consideraban peligrosa.
Gracias a su empeño, con sólo 30 años la poeta se convirtió en una profesional de prestigio en el mundo intelectual porteño, históricamente dominado por hombres. Fue miembro activo de las reuniones del grupo Anaconda, encabezadas por Horacio Quiroga; participó en las tertulias artísticas organizadas por Benito Quinquela Martín en el café Tortoni y en las del grupo Signo, donde conoció a Federico García Lorca.
En sus textos literarios, las referencias al varón suelen ser sarcásticas. Su obra teatral El amo del mundo –estrenada en el Teatro Cervantes en 1927– expresa en una de sus acotaciones: “Por ser hombre se cree un poco amo del mundo. La mujer puede ser a su lado el capricho, la distracción y hasta la locura. Pero nunca otro ser de igual limpieza moral”. Alfonsina cuestiona, en varios poemas, el juicio que recae sobre la virginidad de la mujer (en «Tú me quieres blanca»), el derecho a la independencia (en «Hombre pequeñito») y la subordinación de la esposa ante el marido en «Bien pudiera ser». Jorge Luis Borges despreció el estilo confesional de la poeta: en 1924 la acusó de escribir “chillonerías de comadrita” y “borrosidades” de mal gusto. Muchos han interpretado esta crítica como un prejuicio de clase y de género, motivada por el origen inmigrante italiano y humilde de Alfonsina en contraste con el aristocrático y anglosajón de Borges.
EROTISMO EN LAS LETRAS URUGUAYAS
Las uruguayas Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou e Idea Vilariño se destacaron por poner en boca de mujer la voz de la pasión. A principios del siglo XX, la poesía de Agustini desplegó motivos transgresores como el placer sensual femenino con un lenguaje íntimo y sugerente. Representante del Modernismo uruguayo, inauguró un espacio nuevo en la lírica rioplatense, pero su poesía desinhibida generó polémica por ser abiertamente erótica, “primera manifestación de la sexualidad poética femenina en América Latina” según el crítico literario Emir Rodríguez Monegal.
Delmira dedica su libro Los cálices vacíos al propio Eros, el dios del amor. Sus poemas lamentan la ausencia del amado y apelan a imágenes sensoriales permanentes; hay un efecto “hiperestésico” que recorre sus versos, esto significa que confluyen sensaciones táctiles, lumínicas y olfativas que generan un clima sumamente sensual. La agresividad y la violencia aparecen asociadas al amor: verbos como morder, destrozar, clavar y sustantivos como coágulos, secreciones, sangre, segregaciones y fluidos se rebelan contra el estereotipo cultural de la delicadeza femenina y la dulzura maternal. Agustini desmitificó el valor del matrimonio en su propia vida: apenas reglamentado el divorcio en Uruguay, a pocas semanas de haberse casado, solicitó la separación legal que desencadenó un famoso crimen pasional: despechado por el rechazo de Delmira, su esposo la asesinó para luego suicidarse... Esto ocurrió en 1914. Es que tantas libertades abruptas fueron interpretadas como un golpe a la dignidad masculina. Lamentablemente, la muerte de la poeta es un amargo testimonio de esta resistencia inicial.
Juana de Ibarbourou fue otra personalidad innovadora. Su independencia frente a las influencias del momento la hicieron afirmarse en un estilo propio, construido con sencillez y espontaneidad. Aunque su poesía desarrolla tópicos de la poesía universal como la muerte o la fugacidad de la vida –el clásico tempus fugit–, el erotismo se hace presente en poemas como “La hora”, y la rebeldía ante los códigos impuestos se vislumbra en “Rebelde”.
Para completar la tríada uruguaya, la poesía de Idea Vilariño nos sumerge nuevamente en el deseo y en la pérdida del amado enemigo: el hombre. Sus poemas son autobiográficos: poetizan la ambivalente relación amorosa que mantuvo con el gran escritor uruguayo Juan Carlos Onetti.
¡A LA VANGUARDIA!
Norah Lange fue la presencia femenina central de las vanguardias argentinas de principios del siglo pasado. A partir de la década del ´20, Norah –más tarde esposa del escritor Oliverio Girondo– colaboró activamente en publicaciones de tendencia ultraísta como Prisma, Proa y Martín Fierro; de esta última fue la única colaboradora mujer. La ambición experimental de sus búsquedas estéticas en poesía, pero especialmente en prosa, la coloca en el centro del escenario martinfierrista. Fue extravagante –su inolvidable cabellera roja ponía la nota en cada reunión– y se ganó el apodo de “la musa de la vanguardia”. Le gustaba oficiar de anfitriona de las tertulias donde se reunían Jorge Luis Borges, Francisco Luis Bernárdez, Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz, Jacobo Fijman y el artista plástico Xul Solar, entre otros.
Hay una anécdota que retrata la osadía de Norah. En 1928 se embarcó en un carguero rumbo a Oslo, Noruega, para visitar a su hermana, a la que extrañaba mucho. Resultó ser la única mujer entre treinta marineros, en un viaje que duró cuarenta y cinco días. Ella mantuvo intacta su fidelidad por el único amor de su vida: Oliverio. Esta excéntrica experiencia de viaje decantó en la escritura de su novela 45 días y 30 marineros. Sin duda, una mujer valiente y decidida para su época.
Otra pareja de escritores, afín al círculo de Jorge Luis Borges y a la revista Sur, fue el que formaron Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. En la obra de Silvina encontramos dos vertientes: la poesía amorosa y la poesía telúrica. Escribió y compiló textos en colaboración con su esposo, con sus amigos Borges y Wilcock, un libro con prólogo de Manuel Mujica Láinez y otro con dibujos de Norah Borges. La relación que mantuvo con los hombres-escritores de su entorno fue de compañerismo y camaradería, lazos que potenciaron la creatividad mutua, como en el caso de Norah Lange. Esta última y su marido, Oliverio Girondo, fueron conocidos como “Noraliverio” por ser complementarios en el talento literario tanto como en la vida conyugal.
MISTRAL: LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN
La chilena Gabriela Mistral, primera mujer ganadora del Premio Nóbel de Literatura en Latinoamérica –ya van diez mujeres premiadas, al año 2007–, gestó su apología de la educación femenina en torno a tres pilares: autonomía, libertad y emancipación. Democratizar la enseñanza y ofrecer alternativas para que las mujeres salieran de la pobreza fue el mensaje que transmitió en gran parte de sus textos. En su ensayo La instrucción de la mujer, escrito en 1906, defendió el derecho a la educación igualitaria. Allí manifestó: “En todas las edades del mundo en que la mujer ha sido la bestia de los bárbaros y la esclava de los civilizados, ¡cuánta inteligencia pérdida en la oscuridad de su sexo! ¡Cuántos genios habrán vivido en la esclavitud vil, inexplotados, ignorados!” Gabriela estuvo vitalmente convencida de que sólo la educación las haría personas dignas, capaces y libres de revertir la ignorancia de las generaciones futuras.
Su preocupación pedagógica se originó en un episodio biográfico. A los dieciséis años, Gabriela había decidido seguir la carrera de maestra. Solicitó su ingreso en la Escuela Normal de La Serena pero su pedido resultó rechazado porque sus ideas –que habían sido publicadas en la prensa local– fueron consideradas ateas y peligrosas para el ejercicio de una maestra destinada a educar niños. Gabriela respondió a la negativa publicando un artículo en el diario La voz de Elqui donde exigía equidad en la instrucción, denunciando la prisión de ignorancia a la que se la condenaba por el sencillo hecho de ser mujer. Obtuvo así su justo ingreso a la carrera de magisterio.
Su destacada labor docente traspasó fronteras y fue convocada por el gobierno mexicano, en la década de los ´20, para participar de la reforma educativa rural iniciada por José Vasconcelos. También apoyó el derecho al voto femenino: “El derecho al voto me ha parecido siempre cosa naturalísima”. Y acota al respecto, no sin un dejo de ironía, que es necesario distinguir entre “derecho y sabiduría”.
En uno de sus escritos, Gabriela Mistral expresa que: “Las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimiento de libertad o de cultura nos ha dejado por largo tiempo en la sombra. Siempre hemos llegado al festín del progreso, no como el invitado reacio que tarda en acudir, sino como el camarada vergonzante al que se invita con atraso y al que luego se disimula en el banquete por necio rubor. Más sabia en su inconsciencia, la naturaleza pone su luz sobre los dos flancos del planeta. Y es ley infecunda toda ley encaminada a transformar pueblos y que no toma en cuenta a las mujeres”. De esta manera se preocupa por desmantelar una historia de exclusión. Recluidas en el ámbito doméstico y condicionadas a tener únicamente dos opciones en sus vidas –el matrimonio y la maternidad impuesta, o el convento– las mujeres se abrieron paso en la educación, lenta y tenazmente. Gabriela Mistral es un ejemplo de esta lucha.
EL VALOR DE UN HOMENAJE
Otra actitud vital para la revalorización de la literatura femenina es el homenaje. Mujeres que rememoran la obra de otras mujeres, como hizo la cubana Dulce María Loynaz, quien en 1993 publicó dos tomos de su Canto a la mujer compuesto por ensayos, conferencias, escritos breves y poemas que permiten un acercamiento a figuras hispanoamericanas de peso artístico o político como Isabel La Católica, Sor Juana Inés de la Cruz, Juana de Ibarbourou, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Delmira Agustini, Gabriela Mistral o Bertha Arocena. Identificada con sus pares, en 1937 publicó Canto a la mujer estéril, poemas atravesados por la frustración de una mujer impedida de procrear.
Por último, en esta antología recogemos algunos poemas de Olga Orozco, escritora incluida en las filas del surrealismo argentino de la década del ´40. Su obra revela un afán por alejarse de la versificación tradicional, trascendiendo influencias. Se destacó como periodista; trabajó en la redacción de revistas femeninas como la mítica Claudia. Fue amiga de la gran poeta Alejandra Pizarnik a quien dedicó su poema “Tiempo”, luego del suicidio de esta joven amiga.
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ANTOLOGÍA.
ALFONSINA STORNI
Alfonsina Storni (1892-1938) nació en Sala Capriasca, un cantón de la Suiza italiana. Su familia emigró a la Argentina en 1896, instalándose primero en San Juan y luego en Rosario. Su juventud fue pobre; trabajó como costurera, actriz y maestra rural. A los veinte años, a punto de ser madre soltera, se radicó en Buenos Aires. Colaboró en las revistas Fray Mocho, Caras y Caretas, El Hogar, Mundo Argentino, La Nota y en el diario La Nación. Sus obras: La inquietud del rosal, El dulce daño, Irremediablemente, Languidez, Ocre, Mundo de siete pozos y Mascarilla y trébol. Se suicidó en Mar del Plata, víctima de un cáncer avanzado.
Si la muerte quisiera
(De El dulce daño, 1918)
I
Tú como yo, viajero, en un día cualquiera
Llegamos al camino sin elegir la acera.
Nos pusimos un traje como el que llevan todos
Y adquirimos su aspecto, sus costumbres, sus modos.
Hemos andado mucho, sujetados por riendas
Invisibles, los ojos fatigados de vendas
Tenemos en las manos un poco de cicuta ,
Perdimos de la lengua el sabor de la fruta
Y sabemos que un día seremos olvidados
Por la vida, viajero, totalmente borrados.
Y tú y yo conocimos las selvas olorosas...
Y tú y yo no atinamos jamás a cortar rosas .
Tú me quieres blanca
(De El dulce daño, 1918)
Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.
Ni un rayo de luna.
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea ,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques;
Vete a las montañas;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas,
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.
¿Qué diría?
(De El dulce daño, 1918)
¿Qué diría la gente, recortada y vacía,
Si un día fortuito , por ultra fantasía,
Me tiñera el cabello de plateado y violeta,
Usara peplo griego, cambiara la peineta
Por cintillo de flores: miosotis o jazmines,
Cantara por las calles al compás de violines,
O dijera mi verso recorriendo las plazas
Libertado mi gusto de mortales mordazas?
¿Irían a mirarme cubriendo las aceras?
¿Me quemarían como quemaron hechiceras?
¿Campanas tocarían para llamar a misa?
En verdad que pensarlo me da un poco de risa.
Hombre pequeñito
(De Irremediablemente, 1919)
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar...
yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula, que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
El divino amor
(De Irremediablemente, 1919)
Te ando buscando, amor que nunca llegas,
Te ando buscando, amor que te mezquinas,
Me aguzo por saber si me adivinas,
Me doblo por saber si te me entregas.
Las tempestades mías, andariegas,
Se han aquietado sobre un haz de espinas;
Sangran mis carnes gotas purpurinas
Porque a salvarme, oh niño, te me niegas.
Mira que estoy de pie sobre los leños,
Que a veces bastan unos pocos sueños
Para encender la llama que me pierde.
Sálvame, amor, y con tus manos puras
Trueca este fuego en límpidas dulzuras
Y haz de mis leños una rama verde.
Bien pudiera ser…
(De Irremediablemente, 1919)
Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo vedado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido
Estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...
A veces en mi madre apuntaron antojos
De liberarse , pero se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo eso mordiente, vencido, mutilado
Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
Pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
El león
(De Languidez, 1920)
Entre barrotes negros, la dorada melena
Paseas lentamente, y te tiendes por fin
Descansando los tristes ojos sobre la arena
Que brilla en los angostos senderos del jardín.
Bajo el sol de la tarde te has quedado sereno
Y ante tus ojos pasa, fresca y primaveral,
La niña de quince años con su esponjado seno:
¿Sueñas echarle garras, oh goloso animal?
Miro tus grandes uñas, inútiles y corvas;
Se abren tus fauces; veo el inútil molar,
E inútiles como ellos van tus miradas torvas
A morir en el hombre que te viene a mirar.
El hombre que te mira tiene las manos finas,
Tiene los ojos fijos y claros como tú.
Se sonríe al mirarte. Tiene las manos finas,
León, los ojos tiene como los tienes tú.
Un día, suavemente, con sus corteses modos,
Hizo el hombre la jaula para encerrarte allí,
Y ahora te contempla, apoyado de codos,
Sobre el hierro prudente que lo aparta de ti.
No cede. Bien lo sabes. Diez veces en un día
Tu cuerpo contra el hierro carcelario se fue:
Diez veces contra el hierro fue inútil tu porfía.
Tus ojos, muy lejanos, hoy dicen: ¿para qué?
No obstante, cuando corta el silencio nocturno
El rugido salvaje de algún otro león,
Te crees en la selva, y el ojo, taciturno,
Se te vuelve en la sombra encendido carbón.
Entonces como otrora, se te afinan las uñas,
Y la garganta seca de una salvaje sed,
La piedra de tu celda vanamente rasguñas
Y tu zarpazo inútil retumba en la pared.
Los hijos que te nazcan, bestia caída y triste,
De la leona esclava que por hembra te dan,
Sufrirán en tu carne lo mismo que sufriste,
Pero garras y dientes más débiles tendrán.
¿Lo comprendes y ruges? ¿Cuando escuálido un gato
Pasa junto a tu jaula huyendo de un mastín
Y a las ramas se trepa, se te salta al olfato
Que así puede tu prole ser de mísera y ruin?
Alguna vez te he visto durmiendo tu tristeza,
La melena dorada sobre la piedra gris,
Abandonado el cuerpo con la enorme pereza
Que las siestas de fuego tienen en tu país.
Y sobre tu salvaje melena enmarañada
Mi cuello delicado sintió la tentación
De abandonarse al tuyo, yo como tú cansada,
De otra jaula más vasta que la tuya, león.
Como tú contra aquélla mil veces he saltado.
Mil veces, impotente, me volví a acurrucar.
¡Cárcel de los sentidos que las cosas me han dado!
Ah, yo del universo no me puedo escapar.
Romance de la venganza
(De Ocre, 1925)
Cazador alto y tan bello
Como en la tierra no hay dos,
Se fue de caza una tarde
Por los campos del Señor.
Seguro llevaba el paso,
Listo el plomo, el corazón
Repicando, la cabeza
Erguida y dulce la voz.
Bajo el oro de la tarde,
Tanto el cazador cazó,
Que finas lágrimas rojas
Se puso a llorar el sol...
Cuando volvía cantando
Suavemente, a media voz,
Desde un árbol enroscada,
Una serpiente lo vio.
Iba a vengar a las aves;
Mas, tremendo, el cazador
Con hoja de firme acero
La cabeza le cortó.
Pero aguardándolo estaba
A muy pocos pasos yo...
Lo até con mi cabellera
Y dominé su furor.
Ya maniatado le dije:
–Pájaros matasteis vos,
Y voy a tomar venganza
Ahora que mío sois...
Más no lo maté con armas,
Le di una muerte peor:
¡Lo besé tan dulcemente
Que le partí el corazón!
Envío
Cazador, si vas de caza
Por los montes del Señor,
Teme que a pájaros venguen
Hondas heridas de amor.
Dolor
(De Ocre, 1925)
Quisiera esta tarde divina de octubre
Pasear por la orilla lejana del mar;
Que la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar
Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;
Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear;
Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;
Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;
Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello, no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
Perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.
Voy a dormir
(De Mascarilla y trébol, 1938)
Dientes de flores, cofia de rocío,
Manos de hierbas, tú, nodriza fina,
Tenme prestas las sábanas terrosas
Y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
Una constelación; la que te guste;
Todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
Te acuna un pie celeste desde arriba
Y un pájaro te traza unos compases
Para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
Si él llama nuevamente por teléfono
Le dices que no insista, que he salido...
DELMIRA AGUSTINI
Delmira Agustini (1886-1914) nació en Montevideo, Uruguay. Se la considera una auténtica representante del “900”, época en que su ciudad natal fue foco de las ideologías del Modernismo literario. El tópico del amor sensual atraviesa toda su obra: desde El libro blanco, pasando por los Cantos de la mañana, Los cálices vacíos hasta su inconcluso Los astros del abismo. A los veintisiete años fue muerta por su marido, apenas concluido el juicio de divorcio iniciado por ella.
Visión
(En Los cálices vacíos, 1913 )
¿Acaso fue en un marco de ilusión,
En el profundo espejo del deseo,
O fue divina y simplemente en vida
Que yo te vi velar mi sueño la otra noche?
En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,
Taciturno a mi lado apareciste
Como un hongo gigante, muerto y vivo,
Brotado en los rincones de la noche
Húmedos de silencio,
Y engrasados de sombra y soledad.
Te inclinabas a mí supremamente,
Como a la copa de cristal de un lago
Sobre el mantel de fuego del desierto;
Te inclinabas a mí, como un enfermo
De la vida a los opios infalibles
Y a las vendas de piedra de la Muerte;
Te inclinabas a mí como el creyente
A la oblea de cielo de la hostia...
–Gota de nieve con sabor de estrellas
Que alimenta los lirios de la Carne,
Chispa de Dios que estrella los espíritus.–
Te inclinabas a mí como el gran sauce
De la Melancolía
A las hondas lagunas del silencio;
Te inclinabas a mí como la torre
De mármol del Orgullo,
Minada por un monstruo de tristeza,
A la hermana solemne de su sombra...
Te inclinabas a mí como si fuera
Mi cuerpo la inicial de tu destino
En la página oscura de mi lecho;
Te inclinabas a mí como al milagro
De una ventana abierta al más allá.
¡Y te inclinabas más que todo eso!
Y era mi mirada una culebra
Apuntada entre zarzas de pestañas,
Al cisne reverente de tu cuerpo.
¡Y era mi deseo una culebra
Glisando entre los riscos de la sombra
A la estatua de lirios de tu cuerpo!
Tú te inclinabas más y más... y tanto,
Y tanto te inclinaste,
Que mis flores eróticas son dobles,
Y mi estrella es más grande desde entonces.
Toda tu vida se imprimió en mi vida...
Yo esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico; un abrazo
De cuatro brazos que la gloria viste
De fiebre y de milagro, será un vuelo!
Y pueden ser los hechizados brazos
Cuatro raíces de una raza nueva:
Yo esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico...
Y cuando,
Te abrí los ojos como un alma, vi
Que te hacías atrás y te envolvías
¡En yo no sé qué pliegue inmenso de la sombra!
Lo inefable
(En Cantos de la mañana, 1910)
Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
No me mata la Muerte, no me mata el Amor;
Muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
De un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida,
Devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
Que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?...
¡Cumbre de los martirios!... Llevar eternamente
Desgarradora y árida, la trágica simiente
Clavada en las entrañas como un diente feroz!...
¡Pero arrancarla un día en una flor que abriera
Milagrosa, inviolable!... ¡Ah, más grande no fuera
Tener entre las manos la cabeza de Dios!
El nudo
(En Cantos de la mañana, 1910)
Su idilio fue una larga sonrisa a cuatro labios...
En el regazo cálido de rubia primavera
Amáronse talmente que entre sus dedos sabios
Palpitó la divina forma de la Quimera.
En los palacios fúlgidos de las tardes en calma
Hablábanse un lenguaje sentido como un lloro,
Y se besaban hondo hasta morderse el alma!...
Las horas deshojáronse como flores de oro,
Y el Destino interpuso sus dos manos heladas...
¡Ah! los cuerpos cedieron, mas las almas trenzadas
Son el más intrincado nudo que nunca fue...
En lucha con sus locos enredos sobrehumanos
Las Furias de la vida se rompieron las manos
Y fatigó sus dedos supremos Ananké...
Rebelión
(De El libro blanco, 1907)
La rima es el tirano empurpurado,
Es el estigma del esclavo, el grillo
Que acongoja la marcha de la Idea.
¡No aleguéis que sea de oro! ¡El Pensamiento
No se esclaviza a un vil cascabeleo!
Ha de ser libre de escalar las cumbres
Entero como un dios, la crin revuelta,
La frente al sol, al viento. ¿Acaso importa
Que adorne el ala lo que oprime el vuelo?
¡Él es por sí, por su divina esencia,
Música, luz, color, fuerza, belleza!
¿A qué el carmín , los perfumados pomos?...
¿Por qué ceñir sus manos enguantadas
A herir teclados y brindar bombones
Si libres pueden cosechar estrellas,
Desviar montañas, empuñar los rayos?
¡Si la cruz de sus brazos redentores
Abarca el mundo y acaricia el cielo!
Y la Belleza sufre y se subleva…
¡Si es herir a la diosa en pleno pecho
Mermar el torso divinal de Apolo
Para ajustarlo a ínfima librea!
Para morir como su ley impone
¡El mar no quiere diques, quiere playas!
Así la Idea cuando surca el verso
Quiere al final de la ardua galería,
Más que una puerta de cristal o de oro,
La pampa abierta que le grita «¡Libre!»
SILVINA OCAMPO
Silvina Ocampo (1903-1994) nació en Buenos Aires. Estudió dibujo con Giorgio de Chirico en París, cuya impronta decantó en las imágenes pictóricas presentes en su lírica. Fue esposa del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, traductora, escritora de narrativa y poesía. Algunas de sus obras son Viaje Olvidado, Enumeración de la patria, Espacios métricos, Sonetos del jardín, Autobiografía de Irene, Poemas de amor desesperado, La furia, Las invitadas, Amarillo celeste, Los que aman, odian (en colaboración con Bioy) y una Antología de la literatura fantástica junto a Jorge Luis Borges. Escribió para la mítica revista Sur, propiedad de su hermana Victoria.
Enumeración de la patria
(De Enumeración de la patria y otros poemas, 1942)
Oh, desmedido territorio nuestro,
violentísimo y párvulo. Te muestro
en un infiel espejo: tus paisanos
esplendores, tus campos y veranos
sonoros de relinchos quebradizos,
tus noches y caminos despoblados
y con rebaños de ojos constelados.
Entre bandadas de árboles mestizos,
entre múltiples sombras y basuras,
te muestro con nostalgias asombradas,
con niñas de trece años y maduras,
en las puestas de sol inmoderadas.
Trémulas nervaduras de una hoja,
los ríos te atraviesan de agua roja
sobre el primer cuaderno de paisajes
pintados por la mano de algún niño.
Tienes plantas y pájaros salvajes,
somnolientas mujeres en corpiño
trenzándose los dedos, quietas balsas
para vadear los ríos, cangrejales
devoradores de hombres y animales,
montones de hijas negras y descalzas
cruzando tus desiertos y estaciones.
Tienes provincias y gobernaciones,
poblaciones vacías y distancias
con nombres melancólicos de estancias,
indomables cansancios y mortales
pavorosos pantanos estivales,
médanos, viento norte y osamentas ,
fragancias de altamisas y de mentas,
almacenes en todas las esquinas,
grandes patios con muchas ventolinas.
Tienes plantas perversas y sumisas,
con todos los venenos predilectos
de muertes repentinas y precisas,
como en las grandes cajas con insectos
colecciones de arañas venenosas,
palúdicos mosquitos, mariposas.
¡Patria, he nacido tantas veces muda!
Inmóvil como un árbol he dejado
tu cielo iluminarme de rosado.
He visto la llanura tan desnuda
quedándose sin pastos, y sin riegos
tus plantaciones, tus huertas escasas.
He visto disparar caballos ciegos.
En distintas ventanas de tus casas,
deslumbrada y atenta, he conocido
inclementes tormentas. He oído
el grito del chajá y del teruteru ,
el grito de la garza y de la iguana,
y llevando la tropa cotidiana,
alto y nocturno, el grito del resero.
He respirado todos tus olores:
frescura de jazmín en los calores
de febrero, magnolias, malvarrosas,
perfumes de tumbergias pegajosas
y el fervoroso olor de los zorrinos.
En quintas con glorietas, y en las noches
vuelo de pájaros azulmarinos,
tu canto de piedritas y de coches
me ha regalado infancias prolongadas,
dulce de leche y siestas desveladas,
verdes y embalsamados picaflores,
la fuente sostenida por amores,
bombas de carnaval anaranjadas
y hamacas paraguayas olvidadas.
Patria, en una plaza, de memoria
he sabido pasajes de tu historia.
Debajo de la mano indicadora
de San Martín, he sido la impostora
de indios en los límpidos ponientes.
He transformado próceres dolientes
con cuidadoso lápiz colorado,
invasiones inglesas he soñado
en azoteas llenas de improviso
aceite hirviendo y pelo suelto. He visto
a la Santa de Lima desatando
los temporales turbios y adorando,
sobre un papel de encaje, corazones
y tocayas con muchas perfecciones.
Patria vacía y grande, indefinida
como un país lejano, interrumpida
por la llegada lenta de los trenes,
con jubilosa espera en los andenes.
Es en la madrugada incierta, cuando
tus gauchos invisibles van cruzando
potreros alambrados y cañadas,
jagüeles y tranqueras atrofiadas,
que tu alma lenta y de madre se queda
con silencios de urraca en la arboleda.
Tu ancho río tiene mimetismos
secretos con tus dulces, con tus cielos
y tus grajeas lilas de bautismos.
Ecuatorial calor y azules hielos
en tus montañas, derramadas piedras
como bandadas de tortugas, hiedras.
Eres esplendorosa y desvalida:
con un frío y ardor que no descansa
desde el Seno de la Última Esperanza
al Pilcomayo de agua bienvenida,
la indolente violencia de tus tierras
se repite con lunas o entre sierras.
Sonetos de la muerte y de la dicha
(De Espacios métricos, 1945)
I
En qué recinto de nuestra alma quedan
los jardines, el miedo, y en la mano
todas las palmas del amor en vano,
y esa luz de las tardes que se heredan.
Con qué insistencia lenta se acumulan
la persuasión visible de las voces
y esas fulgentes flores que vinculan
su aroma a un pensamiento de otros goces.
En qué lugar penetran tan despacio,
en el olvido, en busca de otro espacio,
ademanes y rostros conturbados
O por la indiferencia visitados,
cuando la muerte, delictuosa, llega
con su antigua quietud de estatua griega.
Castigo
(De Poemas de amor desesperado, 1949)
Transformará Minerva tus cabellos
En serpientes y un día al contemplarte
Como en un templo oscuro, con destellos,
Seré de piedra, para amarte.
Espera
(De Amarillo celeste, 1972)
Cruel es la noche y dura cuando aguardo tu vuelta
al acecho de un paso, del ruido de la puerta
que se abre, de la llave que agitas en la mano
cuando espero que llegues y que tardas tanto.
Crueles son en las calles los rumores de coches
que me dan sueño cuando estoy junto a tus ojos.
Cruel es la lluvia suave, furiosa que fascina
las enormes tormentas, las nubes con sus islas
cuando espero que llegues y que el reloj enclava
sus manecillas de oro en el corazón ávido.
Cruel es que todo sea precioso hasta el retorno
de la espera, y el lento padecer del amor.
Cruel es rezar sin tregua la promesa olvidada
de volver a ser buena, de sentir que redime
estar bien preparada sólo para la dicha.
Cruel es la luz, perfecta, de la luna y del alba
el alma de las horas sobre el campo y el mar
y crueles son los libros, la voluptuosa música,
hasta la anomalía de las caras etruscas.
Y es cruel aún después tener que ser humana
no convertirme, al verte, en perro, de alegría.
Metamorfosis
(De Árboles de Buenos Aires, 1979)
¿Sentiste al desprenderte de la rama,
paloma,
que eras un gajo de cedro?
Cedro,
¿sentiste al quedarte sin paloma
que eras toda la paloma?
¿No te bastó ser cedro,
quisiste ser paloma?
¿Fuiste el cedro que vuela,
la paloma que queda?
GABRIELA MISTRAL
Lucila del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga (1889-1957) fue el nombre real de la poeta Gabriela Mistral, nacida en Vicuña, Chile, y primera mujer latinoamericana en recibir el Premio Nóbel de Literatura en 1945. Fue maestra, participó en la reforma educativa mexicana, publicó columnas literarias y sociales en el diario El Mercurio de Antofagasta y ejerció cargos consulares en Europa y Estados Unidos. Sus obras más célebres: Desolación, Ronda de niños, Ternura, Nubes blancas, Tala, Lagar y Poema a Chile. Fue premiada en los Juegos Florales de Santiago por sus Sonetos de la muerte, inspirados en el suicidio de su gran amor de juventud, Romelio Ureta.
Amo amor
(De Desolación, 1922)
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
¡que eso para en morir!
Tres árboles
(De Desolación, 1922)
Tres árboles caídos
quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olvidó, y conversan
apretados de amor, como tres ciegos.
El sol de ocaso pone
su sangre viva en los hendidos leños
¡y se llevan los vientos la fragancia
de su costado abierto!
Uno torcido, tiende
su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia el otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenos de ruego.
El leñador los olvidó. La noche
vendrá. Estaré con ellos.
Recibiré en mi corazón sus mansas
resinas . Me serán como de fuego.
¡Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo!
Vergüenza
(De Desolación, 1922)
Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje el río.
Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas.
Ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.
Yo callaré para que no conozcan,
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mí frente tosca
y en la tremolación que hay en mi mano...
Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que mañana al descender al río
la que besaste llevará hermosura!
Besos
(De Desolación, 1922)
Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.
Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.
Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.
Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.
Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.
Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.
Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.
Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.
Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien: son besos míos
inventados por mí, para tu boca.
Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que sólo nuestros labios han probado.
¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.
¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.
Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.
Poema del hijo
(Fragmento, de Desolación, 1922)
I
¡Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyo
y mío, allá en los días del éxtasis ardiente,
en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo
y un ancho resplandor creció sobre mi frente.
Decía: ¡un hijo!, como el árbol conmovido
de primavera alarga sus yemas hacia el cielo.
¡Un hijo con los ojos de Cristo engrandecidos,
la frente de estupor y los labios de anhelo!
Sus brazos en guirnalda a mi cuello trenzados;
el río de mi vida bajando a él, fecundo,
y mis entrañas como perfume derramado
ungiendo con su marcha las colinas del mundo…
JUANA DE IBARBOUROU
Juana Fernández Morales de Ibarbourou (1892-1979) nació en Melo, Uruguay; fue conocida como “Juana de América”. Sus primeros textos se enmarcan dentro del Modernismo, luego adquieren un tinte personal, colmado de imágenes lumínicas. Publicó Las lenguas de diamante, Raíz salvaje, La rosa de los vientos, Azor y El soldado, entre otros. Fue miembro de la Academia Uruguaya de Letras y obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Las muertes de su esposo y de su madre se revelan en Perdida (1950). Escribió textos infantiles como Chico Carlo, El cántaro fresco y Los sueños de Natacha.
La hora
(De Lenguas de diamante, 1919)
Tómame ahora que aún es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.
Tómame ahora que aún es sombría
esta taciturna cabellera mía.
Ahora que tengo la carne olorosa
y los ojos limpios y la piel de rosa.
Ahora que calza mi planta ligera
la sandalia viva de la primavera.
Ahora que en mis labios repica la risa
como una campana sacudida aprisa.
Después... ¡ah, yo sé
que ya nada de eso más tarde tendré!
Que entonces inútil será tu deseo,
como ofrenda puesta sobre un mausoleo.
¡Tómame ahora que aún es temprano
y que tengo rica de nardos la mano!
Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca
y se vuelva mustia la corola fresca.
Hoy, y no mañana. ¡Oh amante! ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?
La higuera
(De Lenguas de diamante, 1919)
Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos, que nunca
de apretados capullos se viste...
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
"Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto".
Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡Qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
–¡Hoy a mí me dijeron hermosa!
Melancolía
(De Lenguas de diamante, 1919)
La sutil hilandera teje su encaje oscuro
con ansiedad extraña, con paciencia amorosa.
¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro
y fuera, en vez de negra la araña, color rosa!
En un rincón del huerto aromoso y sombrío
la velluda hilandera teje su tela leve.
En ella sus diamantes suspenderá el rocío
y la amarán la luna, el alba, el sol, la nieve.
Amiga araña: hilo cual tú mi velo de oro
y en medio del silencio mis joyas elaboro.
Nos une, pues, la angustia de un idéntico afán.
Más pagan tu desvelo la luna y el rocío.
¡Dios sabe, amiga araña, qué hallaré por el mío!
¡Dios sabe, amiga araña, qué premio me darán!
Rebelde
(De Lenguas de diamante, 1919)
Caronte : yo seré un escándalo en tu barca.
Mientras las otras sombras recen, giman o lloren,
y bajo tus miradas de siniestro patriarca
las tímidas y tristes, en bajo acento, oren,
yo iré como una alondra cantando por el río
y llevaré a tu barca mi perfume salvaje
e irradiaré en las ondas del arroyo sombrío
como una azul linterna que alumbrara en el viaje.
Por más que tú no quieras, por más guiños siniestros
que me hagan tus dos ojos, en el terror maestros,
Caronte, yo en tu barca seré como un escándalo.
Y extenuada de sombra, de valor y de frío,
cuando quieras dejarme a la orilla del río
me bajarán tus brazos cual conquista de vándalo.
DULCE MARÍA LOYNAZ
Dulce María Loynaz Muñoz (1902-1997) nació en La Habana, Cuba. Fue doctora en Leyes, presidenta de la Academia Cubana de la Lengua y Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Sus obras: Versos, Juegos de agua, Jardín, Un verano en Tenerife, Canto a la mujer estéril, Últimos días de una casa. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura, el Cervantes y la Orden de Alfonso X El Sabio. Son famosos sus poemas sobre islas, dedicados a Cuba y a las Islas Canarias. En su casa se celebraban las conocidas "juevinas", reuniones artísticas que convocaron a Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Alejo Carpentier y Carmen Conde, entre otros.
El amor indeciso
(De Versos, 1920-1938)
Un amor indeciso se ha acercado a mi puerta...
Y no pasa; y se queda frente a la puerta abierta.
Yo le digo al amor: -¿Qué te trae a mi casa?
Y el amor no responde, no saluda, no pasa...
Es un amor pequeño que perdió su camino:
Venía ya la noche... Y con la noche vino.
¡Qué amor tan pequeñito para andar con la sombra!...
¿Qué palabra no dice, qué nombre no me nombra?...
¿Qué deja ir o espera? ¿Qué paisaje apretado
se le quedó en el fondo de los ojos cerrados?
Este amor nada dice... Este amor nada sabe:
Es del color del viento, de la huella que un ave
deja en el viento... Amor semi-despierto, tienes
los ojos neblinosos aun de Lázaro ... Vienes
de una sombra a otra sombra con los pasos trocados
de los ebrios, los locos... ¡Y los resucitados!
Extraño amor sin rumbo que me gana y me pierde,
que huele las naranjas y que las rosas muerde...,
Que todo lo confunde, lo deja... ¡Y no lo deja!
Que esconde estrellas nuevas en la ceniza vieja...
Y no sabe morir ni vivir: Y no sabe
que el mañana es tan sólo el hoy muerto... El cadáver
futuro de este hoy claro, de esta hora cierta...
Un amor indeciso se ha dormido a mi puerta...
Si me quieres, quiéreme entera
(De Versos, 1920-1938)
Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra...
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
y morena...
Quiéreme día,
quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda... O no me quieras!
Tiempo
(De Versos, 1920-1938)
5
Un kilómetro de luz,
un gramo de pensamiento...
(De noche el reloj que late
es el corazón del tiempo...)
6
Voy a medirme el amor
con una cinta de acero:
Una punta en la montaña.
La otra... ¡clávala en el viento!
Creación
(De Juegos de agua, 1947)
Y primero era el agua:
un agua ronca,
sin respirar de peces, sin orillas
que la apretaran...
Era el agua primero,
sobre un mundo naciendo de la mano de Dios...
Era el agua...
Todavía
la tierra no asomaba entre las olas,
todavía la tierra
sólo era un fango blando y tembloroso...
No había flor de lunas ni racimos
de islas... En el vientre
del agua joven se gestaban continentes...
¡Amanecer del mundo, despertar
del mundo!
¡Qué apagar de fuegos últimos!
¡Qué mar en llamas bajo el cielo negro!
Era primero el agua.
Criatura de isla
(De Juegos de agua, 1947)
Rodeada de mar por todas partes,
soy isla asida al tallo de los vientos...
Nadie escucha mi voz, si rezo o grito:
Puedo volar o hundirme... Puedo, a veces,
morder mi cola en signo de Infinito.
Soy tierra desgajándome... Hay momentos
en que él me ciega y me acobarda,
en que el agua es la muerte donde floto...
Pero abierta a mareas y a ciclones,
hinco en el mar raíz roto.
Crezco del mar y muero de él... Me alzo
¡para volverme en nudos desatados...!
¡Me come un mar batido por las alas
de arcángeles sin cielo, naufragados!
NORAH LANGE
Norah Lange (1905-1972), escritora argentina de ascendencia noruega, nació en Buenos Aires. Publicó poemas y relatos en revistas porteñas de vanguardia como Martín Fierro, Proa y Prisma. Por su atractivo físico y su carácter afable fue celebrada como la “musa del Ultraísmo”. Sus obras: La calle de la tarde, Los días y las noches, El rumbo de la rosa, 45 días y 30 marineros, Cuademos de infancia y Los dos retratos, entre otros. Fue esposa del poeta martinfierrista Oliverio Girondo, amor idílico juvenil de Jorge Luis Borges y de Leopoldo Marechal; este último la ficcionalizó en su novela Adán Buenosayres con el nombre Solveig Amundsen.
I
(De Los días y las noches, 1926)
Vacía la casa donde tantas veces
las palabras incendiaron los rincones.
La noche se anticipa
en el plano mudo
que nadie toca.
Voy a solas desde un recuerdo a otro
abriendo las ventanas
para que tu nombre pueble
la mísera quietud de esta tarde a solas.
Ya nadie inmoviliza las horas largas y cerradas
tanto pudor de niña.
Y tu recuerdo es otra casa
Y mis latidos forman una hilera de pisadas
grande y quieta
por donde yo tropiezo sola.
que van desde su puerta hacia el olvido.
II
Ventana abierta sobre la tarde
con generosidad de mano
que no sabe su limosna.
Ventana, que has ocultado en vano
tanto pudor de niña.
Ventana que se da como un cariño
a las veredas desnudas de niños.
Luego, ventana abierta al alba
con rocío de júbilo riendo en sus cristales.
¡Cuántas veces en el sosiego
de su abrazo amplio
dijo mi pena
su verso cansado!
Jornada
(De La calle de la tarde, 1925)
Aurora
Lámpara enredada
en un camino de horizontes.
Después, al mediodía,
en el aljibe se suicida el sol.
La tarde hecha jirones
mendiga estrellas.
Las lejanías reciben al sol
sobre sus brazos incendiados.
La noche se persigna ante un poniente.
Amanece la angustia de una espera
y aún no es la hora.
Poniente doble
(De La calle de la tarde, 1925)
Oscurece. El silencio
De las cosas ya cansadas
Pone apuro en las tinieblas.
Aguardo –entre las sombras–
Corona de palabras tuyas
Para ceñir la espera.
¡Sueños de otros lugares!
Afuera oscurece. Adentro, en el corazón que es grande
Como el tiempo,
Otro poniente nace.
¡Poniente del corazón!
Cumplida ya la luz
Como mi espera.
Somos un mismo poniente,
Adentro, y afuera…
Amanecer
(De La calle de la tarde, 1925)
En el corazón de cada árbol
se ha estremecido la medianoche.
La noche se desmenuza
en lenta procesión de niebla.
Todas las tardes terminan su cansancio.
Los letreros luminosos duermen
el asombro de sus colores
y anticipan la contemplación de cada pobre.
En toda esquina vigila el sueño
y es tu recuerdo la única pena
que humilla la altivez de las aceras.
Lejos, el primer mendigo,
traiciona el portal donde ha dormido.
Y la ciudad se abre como una carta
para decirnos la sorpresa de sus calles.
Anochecer
(De La calle de la tarde, 1925)
Los brazos del sauce llorón
son serpentinas malgastadas.
El viento simula arpegios
jirones de música entrecortada.
El véspero anuncia la noche
mientras en otro horizonte
el sol delira…
Cada árbol es un país de emociones.
Tú y yo, multiplicándonos de amor. Sumergiéndonos
en nuestros ojos, amplios de azul.
Como un niño llegué a tu corazón.
Tú, generoso, te partiste para darme un pedazo de dicha.
IDEA VILARIÑO
Elena Idea Vilariño Romani nació en Montevideo en 1920. Es poeta, traductora y profesora de Letras. Mantuvo una difícil relación durante varias décadas con el gran escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, que fluctuaba entre los alejamientos y los acercamientos abruptos. Fue el único destinatario de sus poemas amorosos. Escribió para las revistas Clinamen y Número, esta última codirigida junto a Mario Benedetti. Recibió el Premio Nacional de Literatura pero lo rechazó; también prefirió esquivar un perfil público. Algunas obras: Nocturnos, Poemas de amor, Pobre mundo, No, La masa volcánica del poema y Conocimiento de Darío.
Ya no
(De Poemas de amor, 1957)
Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.
Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.
El olvido
(De Poemas de amor, 1957)
Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.
Ah, noches silenciosas, de oscuras lunas suaves,
noches largas, suntuosas, cruzadas de palomas,
en un aire hecho manos, amor, ternura dada,
noches como navíos...
Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
sabe ah, demasiado, sin tregua, y ve que ahora
el mundo le deviene un milagro lejano,
que le abren los labios aún hondos estíos ,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olvidado en el beso
y un viento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados,
y se estremece el aire con un dejo de vida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la voz, y, a veces,
la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.
Carta II
(De Poemas de amor, 1957)
Estás lejos y al sur
allí no son las cuatro.
Recostado en tu silla
apoyado en la mesa del café
de tu cuarto
tirado en una cama
la tuya o la de alguien
que quisiera borrar
–estoy pensando en ti no en quienes buscan
a tu lado lo mismo que yo quiero–.
Estoy pensando en ti ya hace una hora
tal vez media
no sé.
Cuando la luz se acabe
sabré que son las nueve
estiraré la colcha
me pondré el traje negro
y me pasaré el peine.
Iré a cenar
es claro.
Pero en algún momento
me volveré a este cuarto
me tiraré en la cama
y entonces tu recuerdo
qué digo
mi deseo de verte
que me mires
tu presencia de hombre que me falta en la vida
se pondrán
como ahora te pones en la tarde
que ya es la noche
a ser
la sola única cosa
que me importa en el mundo.
El mar no es más que un pozo
(Del libro Paraíso perdido, 1949)
El mar no es más que un pozo de agua oscura,
los astros sólo son barro que brilla,
el amor, sueño, glándulas, locura,
la noche no es azul, es amarilla.
Los astros sólo son barro que brilla,
el mar no es más que un pozo de agua amarga,
la noche no es azul, es amarilla,
la noche no es profunda, es fría y larga.
El mar no es más que un pozo de agua amarga,
a pesar de los versos de los hombres,
el mar no es más que un pozo de agua oscura.
La noche no es profunda, es fría y larga;
a pesar de los versos de los hombres,
el amor, sueño, glándulas, locura.
Mediodía
(Del libro Paraíso perdido, 1949)
Transparentes los aires, transparentes
la hoz de la mañana,
los blancos montes tibios, los gestos de las olas,
todo ese mar, todo ese mar que cumple
su profunda tarea,
el mar ensimismado,
el mar, a esa hora de miel en que el instinto
zumba como una abeja somnolienta...
Sol, amor, azucenas dilatadas, marinas,
Ramas rubias sensibles y tiernas como cuerpos,
vastas arenas pálidas.
Transparentes los aires, transparentes
las voces, el silencio.
A orillas del amor, del mar, de la mañana,
en la arena caliente, temblante de blancura,
cada uno es un fruto madurando su muerte.
OLGA OROZCO
Olga Orozco (1920-1999) nació en La Pampa, Argentina. Entabló una estrecha amistad con los poetas Alejandra Pizarnik, Norah Lange y Oliverio Girondo, estos últimos nucleados en torno a la estética surrealista. Colaboró con los suplementos culturales de Clarín y La Nación, y en las revistas Canto –órgano de difusión de la Generación del ´40– y Claudia, una publicación para mujeres. Entre sus obras cabe destacar Las muertes, Los juegos peligrosos, Museo salvaje, Cantos a Berenice, Mutaciones de la realidad, La noche a la deriva, En el revés del cielo y Con esta boca, en este mundo. En 1998 ganó el VIII Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
Génesis
(De Museo salvaje, 1974)
No había ningún signo sobre la piel del tiempo.
Nada. Ni ese tapiz de invierno repentino que presagia las garras del
[relámpago quizás hasta mañana.
Tampoco esos incendios desde siempre que anuncian una antorcha
[entre las aguas de todo el porvenir.
Ni siquiera el temblor de la advertencia bajo un soplo de abismo que
[desemboca en nunca o en ayer.
Nada. Ni tierra prometida.
Era sólo un desierto de cal viva tan blanca como negra,
un ávido fantasma nacido de las piedras para roer el sueño milenario, la caída hacia afuera que es el sueño con que sueñan las piedras.
Nadie. Sólo un eco de pasos sin nadie que se alejan
Y un lecho ensimismado en marcha hacia el final.
Yo estaba allí tendida;
yo, con los ojos abiertos.
Tenía en cada mano una caverna para mirar a Dios,
Y un reguero de hormigas iba desde su sombra hasta mi corazón y
[mi cabeza.
Y alguien rompió en lo alto esa tinaja gris donde subían a beber los
[recuerdos;
después rompió el prontuario de ciegos juramentos heridos a traición destrozó las tablas de la ley inscritas con la sangre coagulada de las
[historias muertas.
Alguien hizo una hoguera y arrojó uno por uno los fragmentos.
El cielo estaba ardiendo en la extinción de todos los infiernos
Y en la tierra se borraban sus huellas y sus pruebas.
Yo estaba suspendida en algún tiempo de la expiación sagrada;
yo estaba en algún lado muy lúcido de Dios;
yo, con los ojos cerrados.
Entonces pronunciaron la palabra.
Hubo un clamor de verde paraíso que asciende desgarrando la raíz
[de la piedra,
su proa celeste avanzó entre la luz y las tinieblas.
Abrieron las compuertas.
Un oleaje radiante colmó el cuenco de toda la esperanza aún
[deshabitada,
y las aguas tenían hacia arriba ese color de espejo en el que nadie se
[ha mirado jamás,
y hacia abajo un fulgor de gruta tormentosa que mira desde siempre
[por primera vez.
Descorrieron de pronto las mareas.
Detrás surgió una tierra para inscribir en fuego cada pisada del
[destino,
para envolver en hierba sedienta la caída y el reverso de cada
[nacimiento,
para encerrar de nuevo en cada corazón la almendra del misterio.
Levantaron los sellos.
La jaula del gran día abrió sus puertas al delirio del sol
con tal que todo nuevo cautiverio del tiempo fuera deslumbramiento
[en la mirada,
con tal que toda noche cayera con el velo de la revelación a los pies
[de la luna.
Sembraron en las aguas y en los vientos.
Y desde ese momento hubo una sola sombra sumergida en mil
[sombras,
un solo resplandor innominado en esa luz de escamas que ilumina
[hasta el fin la rampa de los sueños.
Y desde ese momento hubo un borde de plumas encendidas desde la
[más remota lejanía,
unas alas que vienen y se van en un vuelo de adiós a todos los
[adioses.
Infundieron un soplo en las entrañas de toda la extensión.
Fue un roce contra el último fondo de la sangre;
fue un estremecimiento de estambres en el vértigo del aire;
y el alma descendió al barro luminoso para colmar la forma
[semejante a su imagen,
Y la carne se alzó como una cifra exacta,
como la diferencia prometida entre el principio y el final.
Entonces se cumplieron la tarde y la mañana
en el último día de los siglos.
Yo estaba frente a ti;
yo, con los ojos abiertos debajo de tus ojos
en el alba primera del olvido.
No estabas en mi umbral
(De Cantos a Berenice, 1977)
No estabas en mi umbral
ni yo salí a buscarte para colmar los huecos que fragua la nostalgia
y que presagian niños o animales hechos con la sustancia de la
[frustración.
Viniste paso a paso por los aires,
pequeña equilibrista en el tablón flotante sobre un foso de lobos
enmascarado por los andrajos radiantes de febrero.
Venías condensándote desde la encandilada transparencia,
probándote otros cuerpos como fantasmas al revés,
como anticipaciones de tu eléctrica envoltura
–el erizo de niebla,
el globo de lustrosos vilanos encendidos,
la piedra imán que absorbe su fatal alimento,
la ráfaga emplumada que gira y se detiene alrededor de un ascua,
en torno de un temblor–.
Y ya habías aparecido en este mundo,
intacta en tu negrura inmaculada desde la cara hasta la cola,
más prodigiosa aún que el gato de Cheshire ,
con tu porción de vida como una perla roja brillando entre los
[dientes.
La realidad y el deseo
(De Mutaciones de la realidad, 1979)
A Luis Cernuda
La realidad, sí, la realidad,
ese relámpago de lo invisible
que revela en nosotros la soledad de Dios.
Es este cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de no estar.
A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la división del pan:
el milagro al revés, la comunión tan sólo en lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que vuelven desde
[la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.
La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.
Detrás de aquella puerta
(De La noche a la deriva, 1983)
En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revés de todo
[tu destino.
Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el oído de
[tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las cenizas del
[adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final del mismo
[sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una historia baldía,
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo roza la nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un viaje erróneo
–cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el mundo–
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un nombre
[confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la
[partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos y exilios,
porque también, también serán un día el muro y la añoranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
Juana de Asbaje y Ramírez (1651-1695), más conocida por su nombre religioso, nació en San Miguel Nepantla, México. Fue una niña precoz. Aprendió a leer a los tres años y pocos años después rogó a su madre la dejara asistir a la universidad vestida de hombre, única forma de acceder a los claustros académicos. Aprendió latín a corta edad, ingresó a la corte como compositora de versos y luego se ordenó monja en al convento de las carmelitas descalzas. Escribió obras religiosas y profanas; las primeras en forma de coplas y villancicos, las segundas en forma de sonetos y redondillas.
Redondillas
Satíricas a la vanidad masculina
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de los mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
Queréis con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
Opinión ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite es ingrata,
y si os admite es liviana.
Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?
Más entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejáos enhorabuena.
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cual mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que se cae de rogada,
o el que ruega de caído?
¿O cual es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más razón.
acusaréis la afición;
de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.
Soneto VII
Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.
Soneto II
A la incompresión mundana
(Quéjase de la Suerte: insinúa Su Aversión
a los Vicios, y Justifica Su Divertimiento a Las Musas )
En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.
Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida ,
teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.
Soneto CXLV
A su retrato
(Procura desmentir los elogios que a un retrato de la poetisa inscribió la verdad, que llama pasión)
Este, que ves, engaño colorido,
que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
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