En diciembre de 1980, María Elena Walsh y Sara Facio viajaron a Londres
(”peregrinaron”, dicen ellas) para entrevistar a una gran escritora poco
conocida entonces en idioma castellano: Doris Lessing, una africana nacida en
Irán expulsada de su Rodhesia natal (hoy Zimbabwe) por sus críticas al racismo,
dueña de una obra definida como una constante búsqueda de la lucidez, autora de
El cuaderno dorado, considerado durante décadas la biblia del feminismo, y
militante de principios inclaudicables. Veintisiete años después, Lessing acaba
de recibir el Premio Nobel de Literatura.
Por Maria Elena Walsh
Si al subir los tres
pisos de la casita hubiéramos divisado sillones forrados de cretona y mucama
uniformada en lugar de espacios arrasados por huracán, mudanza y gitanismo, nos
habríamos equivocado de escritora.
Si un gato no hubiera
esperado en un rellano y, en el cuarto superior, en lugar de paredes desnudas,
libros apilados, una cama de estudiante y una tabla sobre caballetes hubiéramos
admirado muebles de caoba y estampas con escenas de cacería del zorro, una
fisura habría desvirtuado la imagen previa de Doris Lessing, a quien creemos
conocer al dedillo a través de su “doble”, el personaje de Martha Quest.
Un blanco sol matinal
es el único lujo del cuarto con balcón que da al “jardín” del fondo, donde no
es pertinente buscar prolijos canteros ni rosales con apellido, sino una quinta
semisalvaje, quizá llena de ocultas primicias cultivadas por la propia mano de
la bruja.
– ¿El veld?
–Ah sí, cómo no, es
igual –ríe Lessing con cierta nostalgia. En sus libros nos ha familiarizado tan
minuciosamente con el veld, el exagerado paisaje sudafricano, que acabamos por
creer que allí vivimos alguna vez y que, exceptuando hormigueros gigantes,
techos de palma y otros exotismos, de algún modo lo hemos incorporado, como la
desmesura de nuestras pampas.
Una muchacha de sesenta
años, de pelo y ojos grises, sin maquillaje ni fórmulas de cortesía,
sencillamente vestida, una “mujer de trabajo”, con algo de chacarera, mucho de
madre refinada y una velada expresión de angustia: la que produce a los
escritores que no hacen carrera la inminencia de un reportaje.
La visita debió ser
disfrazada bajo ese rótulo, pero es más bien un peregrinaje hasta la gurú, la
bruja dueña de una peculiar sabiduría, la descifrante de muchas claves del
mundo contemporáneo al que ha intentado cambiar, empeñada en luchas de
reformadora social.
Visitantes,
admiradores, periodistas, suelen desvivirse por extraer de un autor la
certificación de los datos autobiográficos incluidos en su obra. Pero esa
curiosidad es reversible, y uno tiende a preguntarse, como Martha Quest frente
a cierta literatura femenina llena de silencios, de secretos no develados:
– ¿Qué puedo aprender
sobre mi vida en este libro?
Con el mismo espíritu
caníbal y narcisista, algunos querríamos saber cómo hizo un autor para retratarnos
en personajes con los que no guardamos más afinidad que la raza (la humana) y
el sexo (el segundo). Cómo se las arreglaron para que yo, distante lectora, sea
Adriana Mesurat, o Ana Karenina, o Martha Quest.
Aunque sus criaturas
sean fruto de geografías, épocas y culturas diferentes y ajenas, Doris Lessing
me ha enseñado todo sobre mi propia vida, traduciendo los enigmas de la confusa
identidad de las mujeres y proponiendo un itinerario, ¿adónde? Como ella lo
dice: “No hay adonde ir, sino hacia adentro”.
Visitarla, entonces, no
significa sino una comprobación, una señal de alivio en medio de la orfandad en
que suele sumirnos mucho papel impreso. Doris Lessing existe, está bien, vive
en Londres (”porque es una ciudad que no causa demasiado estrés”), escribe sin
pausa, por lo tanto no todo está perdido ni naufragamos en la obviedad.
El gato blanco y negro,
que resultó gata y se llama Suzy, luego de una solemne indagación adopta a las
visitas y facilita un diálogo que resultaría tedioso para personas no gateras.
Es evidente que Lessing no agotó el tema en su encantador libro Particularly
Cats.
Por él sabemos que
entre los variados trajines de su vida tuvo tiempo de ser amiga íntima,
guardiana, víctima, comadrona y además enfermera de numerosas familias gatunas.
– ¿No se ha cansado de
tener gatos?
– ¡No, nunca!
Por los astutos ojos
cruza una chispa de indignación ante pregunta tan estúpida, que es preciso
reparar con el previsible pero sincero comentario:
–Suzy es muuuuy
hermosa.
–No, no es tan hermosa
como servicial. Hace poco vinieron de la TV alemana y ella posó y se colocó
solita bajo los focos. Hay otros gatos en la casa, atigrados, desde aquí los
veo cuando cazan en el jardín: pajaritos, lauchas… a veces me los suben hasta
aquí para que admire la proeza, ¿se dan cuenta?
Su amor a los gatos
representa predilección por los seres vivos, simétrica del desprecio
manifestado de hecho por las cosas, por la fúnebre acumulación de objetos
propia de un estilo de vida burgués. Si Lessing nunca fue como todo el mundo,
tampoco se parece a la mayoría de los literatos, pero, eso sí, es coherente
consigo misma, y su desdén por el orden convencional, la posesión y la
apariencia no es sino síntoma de su indeclinable rebeldía.
Lessing pasaría el día
hablando sólo de gatos, pero hay que abordar otros de sus temas capitales: las
mujeres, los adolescentes, el racismo, el compromiso político, la doctrina
sufí, las experiencias extrasensoriales, la ciencia-ficción.
–Su obra es una
verdadera enciclopedia de las mujeres.
–Así es –reconoce con
la sencilla satisfacción de una cocinera a quien le alaban el guiso de lenteja–,
pero no, no participé de los movimientos feministas. No estoy en desacuerdo en
general, pero nunca necesité integrarme a ellos para tomar conciencia. Para eso
basta con indagar en los personajes femeninos de los grandes novelistas
–Tolstoi, Stendhal– y, simplemente, mirar alrededor. Mi madre, por ejemplo –y
conste que no la critico– fue todo un modelo de frustración, una vida
desperdiciada. Sé que actualmente la situación es muy dura en muchos países
donde las mujeres tienen que partir de cero, pero en Inglaterra vivimos una era
posfeminista, las luchas iniciales se libraron hace mucho tiempo. Por otra
parte, los problemas de la mujer se reducen a uno solo: la independencia
económica, que se gane la vida con su trabajo.
Y también de eso
Lessing sabe mucho. Adolescente, desertó de la modestísima chacra familiar y
pidió trabajo en una oficina en Salisbury. “No tenía título ni de bachiller,
pero cuando su madre le contó al jefe todos los libros que había leído Doris,
la contrató inmediatamente”, cuenta un testigo. Luego fue autodidacta en
diversas habilidades, como taquígrafa y mecanógrafa. En el duro Londres de
posguerra, ya separada, conciliaba el trabajo literario con la crianza de sus
hijos y tareas de oficina por horas.
–Fui a la escuela sólo
hasta los catorce años, no seguí estudios regulares. Al fin y al cabo, a los
jóvenes se los atiborra de conocimientos inútiles, cuando en realidad lo único
que necesitan aprender es matemática e idiomas. Es lo que más les haría falta
para desenvolverse en el mundo en que vivimos, que es malo, y en el que
viviremos, que sin duda será peor. Por otra parte, a veces me pregunto si los
jóvenes se dan cuenta de una característica –que quizá no dure– de nuestra
época: uno tiene al alcance de la mano cualquier libro que busque. Yo
desgraciadamente no sé idiomas, además viajé muy poco, pero ahora me anoté en
una academia del barrio y estoy estudiando ruso. Es simpático eso de volver a
sentarse entre estudiantes, con pizarrón al frente y todo.
Es un tanto extraño que
lo decida ahora, cuando hace rato que emigró del Partido Comunista, noviciado
burocrático que ha descripto kafkianamente, sobre todo en Cerco de tierra.
–Fui militante
comunista durante bastante tiempo, creo que por entonces los jóvenes
progresistas en Sudáfrica no teníamos otra opción, pero a la larga y entre
otras cosas me di cuenta de que el comunismo no ofrecía soluciones ni
respuestas a una serie de inquietudes sin las cuales el ser humano resulta muy
recortado. No, no es que ahora crea en una religión determinada, aunque suela
recomendar la lectura de los libros sagrados de distintas religiones. Claro que
sé muy bien hasta dónde, con el pretexto de la devoción, se practican
siniestras maniobras represivas y retrógradas… los mulás, por ejemplo… ¿saben
qué es un mulá?
– ¡Por supuesto!
También sospechamos lo que es un ayatollah.
–En cambio me interesó,
desde hace tiempo, en las diferentes vías de espiritualidad, de contemplación.
¿Ve? Todos estos son libros de sufismo.
(Misteriosamente
intercalado entre ellos hay uno de Borges.)
A lo largo de su obra,
y en especial en La ciudad de cuatro puertas (último tomo de Hijos de la
violencia), cuenta experiencias que podríamos denominar, a la ligera,
esotéricas. Entre otras cosas, atribuye a la concentración y a la telepatía
propiedades terapéuticas para aliviar esos comportamientos anómalos caratulados
como enfermedades mentales.
Quizá sólo lo
irracional pueda salvarnos del caos irracional en que vivimos: prácticas
místicas o extrasensoriales, telepatía, locura, mensajes oníricos.
En páginas hilarantes
de El cuaderno dorado, Lessing ha bordeado el enloquecido mundo de la TV y el
cine. Escribió alguna vez libretos para la BBC, y ahora está en proyecto una
versión cinematográfica de Memorias de una sobreviviente, en Estados Unidos.
–Con Julie Christie
como protagonista, ¿se dan cuenta? – Comenta con horror por una elección que le
parece desatinada–; pero en materia de cine un autor tiene que resignarse. Si
trata de luchar, está perdido: cuanto más quiera intervenir para defender su
obra, peor le irá. En eso sigo el consejo de un amigo: “Cobra tu dinero y sal
corriendo”.
Y Lessing, que al
principio no parecía dispuesta a sacrificar demasiado tiempo en una entrevista
que quizás hubiera sido ardua y breve sin la mediación de Suzy, coopera de
pronto, con aire de abanicarse en el patio:
–¿De qué más podríamos
conversar?
Prometió en un libro
que jamás tendría servidumbre, escarmentada por los abusos esclavistas
cometidos en su Rhodesia. Y atiende el teléfono y el timbre, prepara café en su
kitchenette, cose, hace jardinería y cuida personalmente el bolsillo ajeno: ha
dado a las visitas complicadísimas instrucciones para llegar en subterráneo. Al
fin no quiere despedirlas sin que conozcan a sus otros gatos, que se mantienen
ausentes, pocos serviciales.
– ¿No tiene quien la
ayude? –pregunto.
–No…, abajo viven unos
amigos, pero no tengo empleada ni ayudante ni secretaria ni copista ni agente
literario ni nada.
–Pero quizá necesitaría
de alguien que…
Lessing interrumpe y,
sabiendo por experiencia que tal variedad de tareas sólo puede desempeñarlas
una mujer, ni hablemos de la mujer de un escritor u otra celebridad masculina,
afirma con travieso humor.
–Lo que necesitaría es
“una esposa”.
Esta entrevista,
publicada en Buenos Aires en febrero de 1981 e incluida posteriormente en el
libro Viajes y homenajes (Punto de Lectura) se reproduce por gentileza de la
autora y de la editorial. Fuente: Página 12
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