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jueves, 2 de mayo de 2013
Coetzee habla de cómo el Apartheid no tocó sus libros
En Buenos Aires. En la Feria Internacional del Libro, el Nobel sudafricano John Maxwell Coetzee ofreció una memorable conferencia sobre la censura a partir de la experiencia personal con sus libros en tiempos del Apartheid. También se pronunció sobre la ética del escritor frente a las presiones.
Silvina Friera.
J. M. Coetzee dio una conferencia magistral. Qué lujo y placer escuchar que trate un tópico tan espinoso como la censura, que en manos de otro autor podría haber sido un monólogo de sentido común enlatado. El Nobel de Literatura defiende a ultranza su convicción de que el lugar del escritor no es la mera exhibición, como se exige en estos tiempos. Quizá su reticencia a entrevistas y apariciones públicas obedezca a su determinación de aceptar una invitación solo cuando tiene “algo que decir”. Cuando puede sembrar una reflexión y demoler ciertos estereotipos. “La verdad es que no existe progreso cuando se trata de censura: llevamos el impulso censor en lo más profundo. Cuando se nos niega un objeto de deseo, encontramos otro”, aseguró.
Rebobinemos para comprender las razones del impacto. Los escritores sudafricanos convivieron con la censura hasta 1990, cuando se empezó a desmantelar la legislación creada por el régimen del apartheid. El Nobel recordó que para que un libro se pusiera a la venta “debía contar con la aprobación de un comité anónimo de censores”. ¿Cómo operó el sistema en el caso de Coetzee? Tres de sus libros publicados en las décadas del ’70 y ’80 fueron derivados a los comités de censores. Ninguno fue prohibido.
¿Fin de la historia? Sí, excepto por una nota al pie. En 1994, el poder político pasó a manos de un gobierno elegido por el pueblo. Los archivos de los años del apartheid se fueron abriendo. Un día le llega a Coetzee un correo de Hermann Wittenberg, un investigador sudafricano que le pregunta si le interesaría ver los informes que los censores escribieron sobre sus libros.
“PARA MINORíAS”
“Si bien se describen relaciones sexuales por sobre la barrera del color, la novela está tan bien escrita que en ningún momento se exagera la atención sobre el acto sexual, sino que se lo describe desde un punto de vista funcional”, plantea John Fensham en el informe sobre En medio de ninguna parte. “El libro está escrito en un estilo muy intelectual, de manera que será leído y disfrutado solo por intelectuales. Un libro de este tipo no puede ser descrito como indeseable”, concluye el censor.
También fue aprobado Esperando los bárbaros por R. J. Lighton. El libro, en opinión del censor, es “lúgubre, sin ningún detalle que lo aligere”; los incidentes sexuales no “inducen a la lujuria”. “Si bien tiene un mérito literario considerable, carece de atractivo popular. Su público se limita en gran medida a la intelectualidad entendida”. La censora de Vida y época de Michael K, la señora E. M. Scholtz, dictaminó en la misma línea, postulando que “los probables lectores de esta publicación serán una minoría”.
J. M. Coetzee conocía a la mayoría de sus censores. Lighton, por ejemplo, había sido profesor de la Universidad del Cabo. “Los censores a quienes se les encargaba leer mis libros me declararon inocente del intento de socavar la moral y/o subvertir la seguridad del Estado aduciendo que yo era un ciudadano confiable de la república de las letras”, subrayó el celebrado Nobel sudafricano acentuando la ironía de esa pertenencia.
“El censor típico, en Sudáfrica o en cualquier otra parte, no tiene por qué ser el pequeño burócrata anodino. Por el contrario, pueden ser personas inteligentes, que en sus ratos libres se dedican a censurar porque eso les aporta un ingreso suplementario; que creen en la censura porque tienen inclinaciones conservadoras y no quieren que el orden sociopolítico en vigencia sea derrocado”, expresó. Muchas cabezas asintieron.
“Mis censores probablemente se hayan considerado buenas personas trabajando en momentos históricos difíciles; protegiendo por un lado un orden social frágil y extendiendo, por el otro, un ala protectora sobre el artista”, agregó.
Indulgencia
El premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee fue tratado con “indulgencia” en la creencia que solo un mínimo sector de la población lo leería: “Este enfoque lleva implícita una visión de cómo influyen los libros en el devenir de los asuntos humanos que me parece errónea –admitió–. Los libros que cambian la historia no siempre son comprados apenas aparecen y son devorados por las masas, que caen de inmediato bajo su influjo y son incitadas a la acción. Los procesos de la historia son mucho más indirectos y llevan mucho más tiempo. Pero eso daría tema para otra charla”.
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