Prólogo a Fotografía en oscuro
Antología poética de Winétt de Rokha, publicada por Editorial Torremozas, Madrid, 2008
Por María Inés Zaldivar
“Cóncavo, con estalactitas y estalagmitas,/ todo blanco, como el dedo de la mañana,/ y un tapiz rojo, ensangrentado y repitiéndose,/ donde mi zapatilla es una sola pepa de sandía”(2), es el primer cuarteto del poema “Escenario de melopea en antiguo”, y: “Frío plano, de exactas dimensiones,/ el siglo XX cabe en una cancha de tennis” (20), el inicio de “Carcoma y presencia del capitalismo”. Una verdadera poeta, "sin dulzainas gelatinosas, ni barro verde", dijo Vicente Huidobro acerca de la creación de esta autora, y al leer estos versos me parece que no cabe duda sobre esta afirmación.(3)
Después de la lectura de su obra poética -y ya bastando el poemario Cantoral (1925 - 1936) de donde provienen los versos anteriores-, he tenido la certeza de que Winétt de Rokha fue mucho más que la esposa y la musa de Pablo de Rokha. Por lo mismo, no he podido dejar de sentir que su ausencia dentro del campo literario contemporáneo es una omisión lamentable ante la cual, de alguna manera, hay que hacer justicia. He ahí la primera motivación de este trabajo.
En el segundo tomo de la Antología crítica de la poesía chilena de Naín Nómez, éste afirma que: “Winétt de Rokha ha sido doblemente oscurecida por la crítica literaria chilena: por ser esposa de Pablo de Rokha, y por escribir una poesía que oscila entre el optimismo casi ingenuo de sus primeros poemas, la protesta social de su segunda etapa y el surrealismo casi críptico de sus últimos textos” (4). Concuerdo con él en la primera razón, pero coincido sólo parcialmente con la segunda, pues considero que epítetos utilizados por la crítica para identificar su poesía tales como “intimismo trascendental” o “difícil originalidad”, han sido a fin de cuentas solo estereotipos que dicen muy poco y que a veces ocultan, tal como la sombra de su marido, una lectura más acuciosa y problematizada de su creación. Y aunque una lectura analítica, fundamentalmente concentrada en sus poemas, aclararía estos términos acuñados para identificar su obra, en esta ocasión me propongo dar a conocer a la persona y al personaje Winétt y desplegar algunas de las circunstancias que dan cuenta de ella y su creación. Es por ello que en este acercamiento asumo una lectura en la que separación entre sujeto que crea y objeto creado, o en términos más amplios, entre vida y obra en la creación artística es siempre una línea difusa, considerando que lo era aún mucho más en los tiempos de la autora, tiempos vanguardistas en donde la ruptura de este binarismo era una consideración programática.
ALGO ACERCA DE SU VIDA
Luisa Victoria Anabalón Sanderson, Juana Inés de la Cruz, Marcel Duval Montenegro, Federico Lagarraña, Winett de Rokha, son diferentes nombres para esta mujer nacida en Santiago de Chile el 7 de julio de 1894(5), que fue hija del general de ejército Indalecio Anabalón y Urzúa, y de doña Luisa Sanderson Mardones, señora a quien gustaba resaltar un noble origen con su título de condesa de Valle Umbroso. Tuvo un solo hermano, el jurista Carlos Anabalón Sanderson, hombre público de esos tiempos, quien llegó a ser presidente de la Corte Suprema. Desde muy pequeña Winétt mostró grandes aptitudes artísticas, ya sea plásticas, musicales y literarias. Es por ello que sus padres le tomaron clases de piano cuando era apenas una niña de tres años y llegó a ser una gran intérprete, aunque sabemos por su hija Lukó, que su carrera musical quedó interrumpida al irse de la casa de sus padres y no tener nunca más un piano para practicar.
Muy gravitante en su vida, y en especial en su vida literaria, fue su abuelo materno, Domingo Sanderson, irlandés, contratado por el gobierno de Chile para trabajar en las minas del norte quien fue, además de políglota y gramático, traductor de Safo y Ovidio y de quien “recibió la poeta el amor por la cultura griega, el romanticismo de Byron, y el rechazo por el catolicismo beato.” (Nómez, 122). En el poemario Oniromancia (1936-1943) podemos leer un largo poema de la nieta dedicado al abuelo. Señalo algunos versos; en la estrofa siete:
Tres o cuatro fechas y en la memoria de algunas
estampas, una visión equívoca,
eso, de Domingo Anderson, el políglota,
libros, y libros a la espalda, con ellos de casa en casa,
libros y libros y libros,
con ellos de pensión en pensión, encajonados, llovidos,
rodando, acumulados como piedras de piedra,
dolor y cansancio y libros, escrituras y escrituras en
caligrafía de dolor y sueños. ….
Y el poema termina diciendo:
Abro los brazos estrechando lo inútil inconmensurable:
mitos, libros, ríos, libros, desengaños, libros, libros, libros,
tú y yo entre los doscientos crepúsculos.
Sabemos también que Winétt realizó sus estudios en el Liceo Nº 3 de Niñas de Santiago de Chile, que fue desde pequeña amiga de las letras, que se destacó durante toda su etapa estudiantil como la mejor alumna en la asignatura de castellano, y que fue gran lectora de Balzac, Walter Scott, Nerval. Además, que se destacaba por su belleza y mirada melancólica, rasgos que se aprecian en las fotos que de ella se conservan, que son mencionados por los críticos, y que también fueron cantados por Pablo de Rokha como vemos, a manera de ejemplo, en estas dos primeras estrofas de su conocido poema titulado “Círculo”:
Ayer jugaba el mundo como un gato en tu falda;
hoy te lame las finas botitas de paloma;
tienes el corazón poblado de cigarras,
y un parecido a muertas vihuelas desveladas,
gran melancólica.
Posiblemente quepa todo el mar en tus ojos
y quepa todo el sol en tu actitud de acuario;
como un perro amarillo te siguen los otoños,
y, ceñida de dioses fluviales y astronómicos,
eres la eternidad en la gota de espanto.
Otro testimonio de la admiración que tenía Pablo de Rokha por la belleza de su esposa quedó estampada en el epitafio que grabó en su tumba: "Aquí duerme y crece para siempre la más hermosa flor de los jardines del mundo: Winétt de Rokha".
En 1915, Luisa Anabalón Sanderson envía a Talca de regalo su libro de poemas Lo que me dijo el silencio al joven poeta, que tiene su misma edad, Pablo de Rokha (que en realidad se llamaba Carlos Díaz Loyola). Éste, al leer sus versos y ver su foto le contestó a vuelta de correo: “La belleza de tus poemas, / es la expresión de tu figura.” Y decidió viajar a Santiago y presentarse en su casa y casarse con ella. Así, en 1916, contraviniendo el deseo de su padre, Luisa contrajo matrimonio con el poeta, tras lo cual adoptó el nombre de Winétt de Rokha. De allí en adelante vivieron juntos 36 años, hasta la muerte de ella en 1951.
Al leer la obra, tanto de Winétt como de Pablo de Rokha, puede apreciarse que su vida familiar está entreverada con su producción literaria. Tuvieron nueve hijos, dos de los cuales murieron muy pequeños, Carmencita fallecida a los siete meses (mencionada en el poema largo “Choncaita” en Cantoral: “Su llanto de árbol en tiniebla,/ es encogido y amargo;/ Y su cuerpecito no pesa más que una golondrina [...] Yerbas con olor a tierra húmeda/ y a toronjil,/ aroman su aliento de fantasma”, y Tomás su hijo que murió a los dos años, y que Winétt en “Canción de Tomás, el ausente” termina diciendo: “Voy a deshojar los innumerables pájaros/ para tu navío de sombra”. Luego están los otros siete, que a lo largo de los años resultaron todos de alguna manera vinculados con el arte y la poesía. Tenemos, entonces, ahora en boca de Pablo, el padre, a Carlos: quien “Traía(s) sobre la frente escrita, con significado trágico, la estrella roja y sola de los predestinados geniales.”(6) Lukó: “en la cual estalla, como un siglo, la granada azul de la pintura”. Juana Inés: “que encontró la cadena de jacintos divinos, que une panales y guitarras en una y sola luz de melodía”. José: “el cual araña las entrañas de Dios con la caricatura”. Pablo: “que habrá de forjar estupendos edificios libertarios para que habiten los futuros hombres rojos”. Laura: “aterrándome a la orilla de un nido de perdiz edificado en la poesía y, por último, Flor: “expresión del sol y el mar en un capullo, en el que resuenen los pasos helados de los antepasados”. (7)
Se sabe, y como es de suponer, que Pablo y Winétt, no tuvieron una vida fácil para mantener esta numerosa familia, y que llevaron una existencia marcada por frecuentes cambios de vivienda e incluso de ciudad dentro de Chile -Santiago, San Felipe, Concepción, Valparaíso-, así como de permanentes separaciones, más o menos extensas, debido a las ausencias del padre de familia que viajaba continuamente llevando para la venta enormes paquetes de libros y pinturas. De alguna manera, podría decirse que el estereotipo del esforzado padre proveedor y de la abnegada madre que cuida de la familia, funcionó como estrategia de supervivencia para el pequeño clan, pero una mirada un poco más atenta, fractura esta clasificación a la hora de dar cuenta de su convivencia. Por una parte, es cierto que la situación financiera del matrimonio Díaz-Anabalón (que fue de altos y bajos, pero al parecer más bien de bajos), dependió del resultado de las gestiones económicas del dueño de casa, estaremos de acuerdo en que ser vendedor ambulante de la producción artística familiar, no calza mucho con un típico ‘pater familias chilensis’ del siglo pasado. Asimismo, es bueno recordar que esta función de macho proveedor estaba matizada por la exuberancia de comilonas de antología con amigos y disputas memorables con enemigos. Por otra parte, la imagen de Winétt como melancólico ángel del hogar, como esposa dedicada sólo a su casa y al cuidado de los hijos, está también matizada, entre otras cosas, por su vida pública de fuerte compromiso social, como por la intensa relación con Pablo, relación de amante y compañera. (Hay testimonios de miembros de la familia y amistades, que dicen que frente a ella Pablo de Rokha era “sólo un humilde poeta enamorado”(8)). Se sabe, entonces, que sin importar las dificultades financieras, en la casa de los Díaz Anabalón siempre hubo servicio doméstico para que ayudara a Luisita, (como la llamaba Pablo) en los trabajos de la casa y a cuidar de los niños. A este respecto, Lukó de Rokha me señaló literalmente:
A mí papá le interesaba que ella escribiera lo de ella, que hiciera su trabajo, pero cosas domésticas, jamás. En la casa podían faltar muebles y muchísimas cosas, pero había tres empleadas, una era la cocinera, que era la principal, que duró años y se llamaba María Trujillo y le decíamos la Trujillo, otra que se llamaba Clemira Hijada; había otra que era la niña de mano... Cuando estaba mi padre, mi madre no podía agarrar esto y ponerlo ahí. Ella podía escribir no más, ella sacaba todo en limpio. Ella era la que escribía a máquina, sobre todo para ayudarle con la revista Multitud. Mi papá le dictaba y ella escribía a máquina. Ella era la que se carteaba con toda la gente en el mundo, pues hablaba y escribía inglés y francés perfectamente. Ella era la que se carteaba y contestaba todas las cartas. Mi papá jamás contestó una carta a nadie, sólo lo hacía con su mujer y sus hijos.(9)
Se sabe también que:
Cuando Pablo viajaba, el ambiente hogareño se relajaba, ya que Winétt era una madre extremadamente consentidora: a los niños les permitía comer sus alimentos preferidos, incluso a deshora, y se violaban también los rígidos horarios establecidos para acostarse y levantarse. Winétt se volvía cómplice de los menores y no era raro que fuese sorprendida en esta conducta por su marido, que en ocasiones se devolvía inesperadamente a buscar algo. Una de sus nietas la recuerda hoy como una niña pillada en falta, caminando nerviosa a abrirle la puerta, recitando: "Al hombrecito algo se le quedó, cocorocó, cocorocó, ya voy, ya voy".(10)
En el ámbito de las relaciones sociales, Winnét de Rokha junto a su marido e hijos, recibían en el caserón familiar a los más variados personajes de la escena literaria chilena, entre los que también se contaron los poetas Enrique Lihn y Stella Díaz Varín en sus años muy mozos; pero además Winétt tenía amigas con quienes compartía en forma más personal. Dentro de los nombres más recurrentes estaban los de la escritora Inés Echeverría (Iris) y la poeta Blanca Luz Brum, y además recibía una gran cantidad de escritores jóvenes que iban a la casa a mostrarle sus escritos en busca de consejo y aprobación.
Su nieta mayor, Sonia Tagle, (hija de Juana Inés), quien prácticamente vivió en la casa familiar con sus abuelos durante su infancia, comenta también que recuerda a su abuela como una gran lectora, especialmente de los simbolistas rusos Puskin, Dostoievski, Turgeniev, Tolstoi, y que todas esas lecturas influyeron en los gustos literarios de varios miembros de la familia. Literalmente nos dice que: “la idea que yo tengo de aquella época, y de los relatos que circulaban, era que mi abuela era una mujer simpática, conversadora, siempre al día, gran lectora, muy internacional; se carteaba con este y este otro, en todas partes del mundo, y escribía unas cartas extensas con una letra muy dibujadita, que envidiaba e intentaba imitar”. (11)
Por otra parte, en el ámbito político, Winétt de Rokha fue una mujer comprometida y de avanzada para su época. Junto a Pablo de Rokha hicieron posible la revista Multitud cuyas consignas eran, entre otras similares: “Por el pan, la paz y la libertad del mundo”, o bien “Revista del pueblo y la alta cultura”.(12) Allí colaboraron escritores de la talla de Rosamel Del Valle, Ricardo Latcham, Juan Godoy, Enrique Gómez-Correa y Teófilo Cid. Winétt trabajó como consejera y propulsora de la revista, e incluso ella misma distribuyó ejemplares en numerosas provincias del país, para más tarde gestionar su distribución internacional. Por otra parte, dentro de Cantoral, se incluye "Lenin"(13), y también se sabe de la polémica de Winétt con el escritor polaco Witold Gombrowicz el año 1946, pues diferían acerca de los temas que pueden ser tratados en la literatura, la relación que debe existir entre el pueblo y el arte y, más específicamente, acerca de métrica y ritmo en la poesía. Sus teorías estéticas que atacaban el arte puro y defendían el compromiso social del arte, se publicaron en un periódico argentino de la ciudad de Córdoba. En esta carta abierta de Winétt a Gombrowicz podemos leer afirmaciones tales como:
El verdadero poeta no se interesa de epatar burgueses ni de impresionar snobs causados por civilizaciones en derrumbe. [...] No es posible imaginar a un señor de melena, con piojos, sin afeitarse, escribir loas a la amada inmóvil o la luna, cuando las muchedumbres aterradas de Europa y Asia van por los caminos como perros desterrados, hambrientos, esqueléticos, enfermos de dolor e impotencia. [...] El “Ulises” de Joyce me parece una de las obras cumbres de un siglo. No me aburre por exceso de técnica. Pienso que Joyce fue un artista – psicólogo producto necesario, de superficie, de aquella Inglaterra hipócrita y falaz que hubo de desterrar siempre a sus genios: Byron, Wilde, Joyce. [...] La rosa, el amor, la noche, los lirios, existirán siempre que el poeta sepa ubicarlos dentro de un estilo nuevo y se les dé la distancia y la perspectiva necesaria que necesitan todas las cosas para existir en el mundo del Arte verdadero.
Otro hecho muy importante en la vida de Winétt es el largo viaje que inicia en 1942 junto a Pablo de Rokha, en el que recorrieron diecinueve países americanos, incluyendo México y Estados Unidos. Existe un abundante material fotográfico y de prensa donde puede verse al matrimonio de Rokha, juntos y por separado, dando conferencias y recitales, o bien en paseos y cenas con otros artistas y escritores. Recibieron homenajes de diverso tipo ya sea en Ecuador, Perú, Venezuela, Colombia, Argentina, y otros países. El titular que recojo de un diario de Quito “Una poetisa y un poeta chilenos se encuentran en nuestra ciudad y darán conferencias”, se repite muchas veces en distintos lugares.
Es interesante establecer, aunque sea muy someramente esta vez, la particularidad de este viaje con respecto a los viajes de escritoras y escritores chilenos e hispanoamericanos a comienzos del siglo pasado, tales como los chilenos Vicente Huidobro (1893-1948), Juan Emar (1893-1964), Marta Brunet (1897-1967), María Luisa Bombal (1910-1980), y el peruano César Moro (1903-1956) o el ecuatoriano Alfredo Gangotena (1904-1944), entre otros. Para todos ellos la dirección estaba orientada hacia Europa, y el puerto obligado de llegada era París, la Meca del arte y la bohemia para estos jóvenes sudamericanos. En el caso de Winétt de Rokha es diferente, en primer lugar, no es una joven escritora que se dirige a la ciudad luz para empaparse del arte nuevo, sino una respetable señora de casi cincuenta años, que viaja con su marido y que deja siete hijos e incluso nietos de diferentes edades en casa. Por otra parte, no va a un punto fijo, sino que este viaje tiene un carácter premeditadamente itinerante, casi como una “campaña poética- política” pues el objetivo central del recorrido tanto tiene que ver con la literatura como con el compromiso social. Por último, sabemos que al regreso de este viaje, siete años después, en 1949, Winétt de Rokha ya se encontraba gravemente enferma. Finalmente falleció producto de cáncer el 7 de agosto de 1951.
Pero antes de terminar este somero recuento de su vida, no puedo dejar de ligar este viaje por el mundo del continente americano, con el constante viaje que la pareja vivió dentro de Chile, de casa en casa, de ciudad en ciudad, fundamentalmente por razones económicas y laborales. Es claro entonces que los viajes de los jóvenes o no tan jóvenes chilenos entre baúles y vapores que van y viene de París, no tienen mucho que ver con esas estaciones de trenes de provincia, con más canastos y maletas destartaladas que baúles tipo ropero para cruzar el océano. Aunque no es el momento de intentar una respuesta, considero interesante preguntarse acerca de cómo influye esta diferencia social y económica (aunque pareciera ser en este caso fundamentalmente económica) del contexto del artista en la creación de la vanguardia chilena.
Después de lo expuesto podría decirse con justeza que Winétt de Rokha, tanto en el ámbito personal como en el público, fue una mujer cuya vida y obra, fuertemente entrelazadas, se resiste a clasificaciones simplistas. De filiación más bien tradicional, pues proviene de una familia católica observante de la “sociedad santiaguina” del 1900 -que como vimos incluso tenía aspiraciones de alta nobleza-, opta a lo largo de su vida por el amor de pareja, con sus penas y alegrías, por el arte como forma de vida, y por afiliarse a ideologías que decididamente buscan la justicia social y van en contradicción con su medio social de origen. Como afirma el poeta Francisco Véjar: “Perteneciente a una familia de fervientes lectores, Winétt supo fundar otra que asimismo originó grandes artistas y poetas con un papel preponderante, tanto en Chile como en el exterior”(12). Termino este recorrido personal y familiar de Winétt con una confidencia que ella les hizo a sus hijas poco antes de morir y que Lukó recuerda hasta el día de hoy de memoria. Reproduzco literalmente:
Antes de morir nos llamó a las cuatro hijas mujeres y nos habló: “Sé que ustedes todos han disimulado muy bien, pero sé que me voy a morir. Pero no lloren por mí, no me lloren, porque resulta que yo he sido una mujer que ha tenido los mejores hijos y el hombre más maravilloso del mundo, y he sido la mujer más amada del mundo. Hubiera querido ver a mis nietos crecidos, pero eso no podrá ser.”(14)
ALGO ACERCA DE SU OBRA
Su producción literaria se inicia con la publicación de textos en las revistas Zig-Zag (donde escribe algunos versos dedicados a San Francisco de Asís), y Numen, bajo el nombre de L. Anabalón Sanderson. Posteriormente, en 1915, firmando con el seudónimo de Juana Inés de la Cruz, presentó sus dos primeros libros: Horas de sol, “colección de prosas que dan cuenta de una personalidad inquieta y romántica, como sostiene Manuel Magallanes Moure en el prefacio al libro” (Véjar) y el poemario Lo que me dijo el silencio. El año 1917 es incorporada en la antología Selva Lírica.(15) Luego le siguen: Formas del sueño (1927), Cantoral (1925-1936) publicado en 1936 y que incluye el poemario anterior; Oniromancia (1936-1943), El valle pierde su atmósfera (1949), poemario publicado primero como parte de Arenga sobre el arte junto con Pablo de Rokha, y Suma y destino (1951). Este volumen contiene su obra poética anterior e incluye el poemario póstumo, Los sellos arcanos, más un prólogo de Juan de Luigi, el borrador en facsímil de la carta a Gombrowicz. También presenta Prolegómenos a una gran expresión de América, que es un extenso dossier acerca de la obra de Winétt recopilada por Pablo de Rokha, y se cierra con una sección que bajo el título Cronografía muestra un no despreciable archivo fotográfico. En forma póstuma se publica Antología, también de poemas y Mundo de figuras, que contiene teatro, novela, ensayo, cuentos y artículos polémicos, ambos libros publicados en 1953.
Si tuviésemos que contextualizar la obra poética de Winétt de Rokha dentro de la creación de otras mujeres de su época tales como Mariana Cox Stuven, Shade, (1882-1914), Inés Echeverría Larraín, Iris, (1869 1949) o Teresa Wilms Montt (1893-1921), se puede apreciar que esta no calza con el denominado “espiritualismo de vanguardia” (término acuñado por Iris) que las caracteriza, ni tampoco dentro del “feminismo aristocrático” que apunta y desarrolla Bernardo Subercaseaux.(16) Cabe preguntarse si nuestra autora forma parte de la sensibilidad estética, visión de mundo y modo de vida de estas mujeres de la aristocracia chilena de comienzos del siglo veinte. Considero cuestionable que la obra de Winétt de Rokha forme parte de este universo pues ella, al contrario, evoluciona desde una sensibilidad espiritual y específicamente de religiosidad cristiana católica, hacia una concepción laica y materialista tanto en su concepción del arte como en su relación social y política con el mundo. En su carta a Gombrowicz el año 1946 ella afirma:
“La forma religiosa, en poesía, es la administración del yo, sirviéndole, esa poesía de estallido y defensa propia. La forma laica es el arte colectivo, o sea, el marxismo” pero luego, matizando una postura tan pragmática continúa, “Los poetas no necesitan vinculaciones ex profeso con el medio porque si son poetas están vinculados de hecho con su época y con la humanidad que los rodea. Sin ello serían inexistentes. El arte no puede ni debe descender a las masas, esto sería despreciarlas. Son las masas las que deben ascender hacia el arte”.
Podría pensarse, más bien, que la afiliación de Winétt de Rokha está más cercana al quehacer y creación de mujeres de sectores medios tales como Olga Acevedo (1895-1970) y Gabriela Mistral (1889-1957), o intelectuales como Eloísa Díaz (1866-1950) y Amanda Labarca (1886-1975), que como sabemos es una figura ineludible en el pensamiento feminista chileno por su eficiente lucha en favor del desarrollo intelectual y la participación social de la mujer. ¿Coincidiría la vida y obra de Winétt con ellas? Puedo decir que parcialmente, pues dentro de la disputa cultural entre tradición y modernidad que se vive en la época, nuestra autora está dividida entre una “marca de clase” dada por una filiación de origen que la vincula a un grupo social determinado, y sus opciones personales que la van afiliando a otras realidades a lo largo de su vida. En este sentido, si acudimos a la división que Subercaseaux establece del discurso feminista de la época entre uno aristocrático cristiano -donde estaría el primer grupo- y otro más bien mesocrático y laico -donde podrían ubicarse las segundas-, Winétt de Rokha pertenece al primero por filiación, pero se afilia al segundo por opción.(17)
Por otra parte tenemos a una Winétt que escribe poemas a Lenin, y con referencia a España, da mitines antifranquistas y dedica también poemas a La Pasionaria, otro al «Frente Popular 1937»(18) y uno dedicado a los niños de la Unión Soviética que tuvo muchísima difusión y del que destacamos algunos versos:
Hacia su corazón de flor, los huracanes
del mundo y sus ocasos,
niño de azul entraña, dulce,
encendida al sol del norte, del oriente,
proletario de mañana, dueño del trigo,
del pan, del techo alegre de palomas
y el cielo para la ventana.
Ahora bien, si hacemos un breve itinerario de la recepción de su obra literaria, tendríamos que datar su consagración oficial como poeta con la inclusión en Selva lírica, el año 1917. Allí, bajo el nombre de Juana Inés de la Cruz, en una sola página, se aprecian: una foto de estudio que realza su belleza, una breve reseña de su creación, dentro de la que se mencionan Horas de sol y Lo que me dijo el silencio, y tres breves poemas. El tenor de la reseña es elocuente desde la primera línea: “A rivalizar con los portaliras de este país llegaron Gabriela Mistral, Victoria Barrios, Olga Azevedo, Berta Quezada, Aída Moreno Lagos, Juana Inés de la Cruz. (Este último es un pseudónimo que nada tiene que ver con el nombre de la sermoneadora sor y poetisa mejicana)” para, luego de algunos comentarios acerca de su obra poética, expresar que: “Juana Inés de la Cruz habla, a media voz, de un romance casi platónico, casi extraterreno. Su frase es titubeante; pero extraña el germen de un estilo nutrido de expresiones vagas, imprecisas, como la sensación que ella trata de producir de lo misterioso, de lo indefinible. Su literatura es reminiscente; pero ya se diseñan en ella muñones de alas propias”(19), para rematar diciendo”: “Gabriela Mistral, ya consagrada, posee un estilo varonil; Juana Inés de la Cruz, incipiente aún, es intensamente femenina” (437).
En la antología de Oreste Plath Poetas y poesía de Chile, publicada el año 1941, también se hace una interesante mención de nuestra autora pues, además de la publicación del extenso poema, “Santiago ciudad”, y de “Abrazo o racimo”, ambos textos de Cantoral, el autor afirma que desde Formas del sueño (1927), su obra tiene un valor que “la muestra definida en la poesía de vanguardia chilena” (Plath, 51). Por otra parte, Antonio De Undurraga también la incluye en su Atlas de la poesía en Chile (1958), y aunque incluye cuatro poemas de Cantoral (“Cabeza de macho”, “Ley de Moisés”, “Vida de Virgilio” y “Amarilla y flor de agosto”) la valida como poeta solo debido a la influencia de su marido:
Pronto, el destino la identifica y funde, en matrimonio, a la órbita de un poeta: Pablo de Rokha. Y su espíritu en contacto con un barroco que busca el gigantismo, dotado de esencias afrodisíacas (según concepto de Nietzsche) y dialécticas, coge nuevos volúmenes líricos y se desenvuelve en un segundo período exento de convencionalismos.
Siguiendo este recorrido de la recepción de su poesía, Juan de Luigi es uno de los primeros y más atentos lectores de su obra. De él son los prólogos, tanto de Suma y destino (1951), como el de la antología de su obra poética publicada después de su muerte en 1953. Destaco dos citas, en la primera de Luigi, al contrario de la visión de De Undurraga, delimita la creación de Winétt en relación a la de su marido diciendo: “pareja inseparable en la vida y que la muerte ha deshecho; personalidades distintas en el arte, distintas no en su origen artístico ni en sus metas populares; pero sí en su ritmo, en su esencia, en sus métodos creadores, en el sello de su poesía”.(20) Y luego con respecto a la poesía propiamente tal afirma que: "Winétt crea mediante asociaciones esenciales; lo perceptible material se extiende y se une con elementos puramente mentales que adquieren forma, color y peso" (Antología, XXVIII).(21)
Si avanzamos a la década siguiente, una selección de poemas de la autora aparece en la antología La mujer en la poesía chilena (1963)(22). En la presentación que antecede la selección de los poemas incluidos se afirma que, a diferencia de El valle pierde su atmósfera (1951) que se denomina como un “poema madurado en las sombras movedizas de lo onírico y lo subjetivo”, de sus tres libros anteriores –Formas del sueño (1927), Cantoral (1936) y Oniromancia (1943)- se dice que “el trazo del verso es más cotidiano, casi objetivo. Acaso sea una pintura a veces, donde el color destaca, asoma su rostro ya doloroso, ya alegre”. Y si seguimos avanzando en el tiempo y llegamos a la década de los noventa, en otra antología que la incluye, la de Eugenia Brito (1998)(23), se la presenta como una de las mujeres que con éxito introduce la temática social en la poesía, pero se agrega también que: “Asimismo, es la primera de un conjunto de mujeres en hacer entrar en la observación de los objetos de la naturaleza y del paisaje humano la arista que hace quebrar un estado de las cosas para hacer intervenir una dimensión “otra” que convierte la primera en una especie de alegoría”.
Para concluir, me interesa destacar que las percepciones críticas anteriores acerca de la obra de Winétt de Rokha también la validan como una gran autora. Una creación que liga y une lo esencial - mental con lo material, hasta el punto de percibirse en el texto poético “forma, color y peso”, como afirma de Luigi; una poesía de verso cotidiano donde el trazo, casi objetivo que presenta poemas que pueden parecer pinturas y donde destaca el color, asomando un “rostro ya doloroso, ya alegre”, como se establece en la antología de los años sesenta y, por último, la referencia en la antología de Brito de una poesía que se relaciona con los objetos, ya sea de la naturaleza o del “paisaje humano”, y que es capaz de observar la realidad desde una “otra” perspectiva, confirman la necesidad de difundir y leer más acuciosamente la obra de esta poeta. Y no solo por el valor que contiene esta creación en sí misma, sino también por la dimensión que adquiere dentro del contexto en que se sitúa, y por todas las implicancias que su poesía desplegó y sigue desplegando en el medio cultural chileno y latinoamericano.
Me atrevo a afirmar que Winétt de Rokha tuvo una vida inédita y creó una obra sorprendente e inquietante que aun se resiste a ser clasificada dentro de los estereotipos que nos ayudan a ordenar la realidad. Fue una mujer en donde el yo fue siempre ella y “otra”. Mujer en la que dialogan muchas mujeres: la hija, la nieta, la amante, la madre, la artista, la que piensa acerca del arte, la luchadora por la justicia social. Y fue la creadora de una obra en la que conviven, ya antes de entrar en ella, diferentes autorías: nombres femeninos, masculinos, de pintor, de monja. Fue una poeta capaz de crear con la palabra voces que rompen los límites entre lo visual y lo espacial, lo lingüístico y lo temporal, a través de una escritura poética moderna, vanguardista, y donde los pensamientos se esquematizan hasta el último límite, la descripción se reduce a uno o dos términos justos, precisos y las imágenes se convierten en verdaderas concentraciones de pensamientos.
En otras palabras, considero que Winétt de Rokha, explotando el tema mínimo y escanciando en vaso pequeño, como se comenta en Selva lírica ya en 1917, en un gesto que va mucho más allá de sus alegrías y dolores personales, fue capaz de plasmar sobre la página variados objetos, retratos o escenas cotidianas, que muestran los lados luminosos u oscuros de la realidad personal y social en un estilo propio, independiente, que aunque no estemos plenamente conscientes todavía, ha hecho escuela dentro de la poesía chilena e hispanoamericana.
María Inés Zaldívar
Pontificia Universidad Católica de Chile
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