Entrevista a Sergio Gómez
Por Amanda Durán
(Para Revista Polvora y www.Asadodcostilla.cl)
Aun conociendo -al menos- a una Mistral, Winétt de Rokha, Stella Díaz Varín y todo el contingente poético femenino que se asoma amenazante y demandante en las editoriales y lecturas públicas de estas patrias; aún para algunos poco doctos "críticos literarios" las mujeres, en la historia de la poesía, han participado activamente... como mujeres de poetas. Esta labor de “musa” con que se define a la mujer en estos ámbitos -y que en muchos casos la insistencia en endiosarlas acaba por demacrar el talento que estas protagonistas de la historia literaria transpiran-, sin duda restringe los aspectos en que las “señoritas" pueden desenvolverse.
Aunque el tema en cuestión -al menos hoy- haya dejado de ser el leitmotiv de las intromisiones feministas y femineizantes de la poética, quise aprovechar el momento para investigar a la reina de las musas, la pequeña joya de don Pablo Neruda: Matilde Urrutia, afamada por su garbo, sensibilidad y cultura, en forma absolutamente indisoluble…
__________________________________________
Y quién mejor para esta tarea que Sergio Gómez, escritor chileno que el año 2002 llenó varias páginas virtuales y en papel con declaraciones desde Argentina hablando de un tormentoso y oscuro pasado.
A.D.: Vamos por las Musas, estimado.
S.G.: El solo pensar en eso de "poetas con musas" ya es de un machismo intolerable que sitúa a la mujer como inspiradora, pero incapaz de crear. Mucho más interesante resultaría hablar de poetas a secas, y no por su sexo sino por sus obras: Agostini, Pizarnik, Silvia Plath, Mistral.Pero no, esto se trata de Matilde.
A.D.: Para llegar a Matilde, como toda musa, debemos empezar por el “pequeño Dios” que la guiaba y adoraba, Neruda. Vividor y culto (como nos gustan aquellos)…
S.G.: Un tipo con una fama particular: la de ser uno de los más importantes poetas de la lengua. Sucede que la sombra de Neruda es bastante apremiante y hasta debió subyugar a cualquiera que estuviera cerca. Según biografías del poeta, no sólo su mujer, sino quienes lo rodearon, sufrieron la misma opresión. Si Matilde le amarraba los cordones de los zapatos (asunto verídico), los amigos de Neruda hacían cosas parecidas. (…) La personalidad de Neruda era avasalladora y ególatra, procuraba su placer todo el tiempo y a costa de todos.
Este personaje, tan aferrado al goce, fue –muy convenientemente- compañero de Delia del Carril (La Hormiguita), una mujer al menos 30 años mayor, con muy buenos contactos y una agitada agenda cultural producto de su incuestionable talento y gran actividad política, y dueña de un importante capital (con que fueron financiadas luego todas las casas del poeta).
Delia era extremadamente fina, insoportablemente elegante y devastadoramente culta. Mientras, la vulgar Matilde que luego conoceremos, aprendía día a día la elegancia de la Geisha, estudio al que se dedicó con un ambicioso interés.
Nació el 5 de mayo de 1912, con el nombre de María Matilde Urrutia Cerda; tras un año su padre muere, dejando a su familia en una situación económica precaria y frágil. A sus 12 años emigra a Santiago, siendo el inicio de los viajes que esta pelirroja musa emprendería. Años más tarde ya viajaba por los rincones más sombríos y deslucidos de América Latina, en palabras de Gómez: “en tugurios oscuros, cruzando una línea de sombras que nadie quiere reconocer”.
S.G. Como en todos nosotros, la vida tiene mucho de sombras. Y finalmente, como todos, ella buscó hacer su vida, y en sus inicios empezó desde abajo, probando y tal vez equivocándose.
Cito el afrentado artículo de Gómez:
“Todo huele a protección de mito descompuesto. O simplemente a hipocresía. Matilde misma, en un movimiento elegante y ágil, en sus memorias de 1986 (Mi vida junto a Pablo Neruda, publicada por Seix Barral), elude el tema. Cuando Neruda le pregunta por su viaje a Perú, ella, como una Sherezade, deja la narración para el día siguiente. Al día siguiente enferma, pierde uno de los tres hijos del que había quedado embarazada del poeta. Y nada más se dice”
Si seguimos el curso de los datos, Matilde trabajaba en la administración del “Open Ballet”, un espectáculo tipo cabaret pobre en Perú. Si se hubieran conocido en esa fecha tendría que haber sido en medio de danzas transpiradas, con olor a cuerpo y vino. Ahí la pareja se miraría largo rato, y Neruda garabatearía algo en una servilleta, algo romántico o grotesco… Ese idilio no duraría, ya que las chicas chilenas que ahí trabajaban lo habrían llamado a un costado para denunciar el fraude al que eran sometidas por esta colorina cantante (víctima a la vez que victimaria) y por su novio, tal como hicieron con un funcionario chileno de la Embajada en su visita al lugar.
Cito: “No era su culpa: el negocio no andaba bien y su amante le exigía mejorar las ganancias del grupo. Pero para eso estaban las niñas que traían desde Chile, niñas jóvenes, sin la ingrata mezcla indígena, tal como las preferían los peruanos: chilenas puras, blancas y jóvenes”
Pero no la conoció ahí, sino mucho más tarde. Don Pablo, quien por supuesto aún amaba a Delia, de quien dependía económica y socialmente, se encandiló en el centro de Santiago con la soltura con que esta deliciosa mujer no le reconociera -ignorancia o inocencia que esa noche él disfrutó hasta el hartazgo, con la clara intención de olvidarla para siempre.
Según Gómez, en 1944 el funcionario a quien las chicas recluidas en Perú habrían confiado su cruel historia, realizó los trámites legales correspondientes. “Al final, el cónsul chileno en la ciudad terminó tramitando los nuevos pasaportes de las 31 chilenas del Open Ballet, pero antes, y como correspondía, envió un oficio a la Cancillería para que autorizara los trámites y se dieran por enterados de los hechos. Desde Santiago hicieron ver que el caso requería prudencia y delicadeza. Las niñas fueron finalmente embarcadas y regresaron con sus familias. Matilde y el empresario argentino huyeron a tiempo hasta México”
Así es como casualmente Matilde y este poeta se encuentran al norte del continente, donde fue contratada por el pobre viejo que, enfermo y adolorido, necesitó urgentemente una enfermera de su talla y figura, financiada por la confiada y enamorada Hormiguita.
Ahí comienza -sin ningún reparo- la gloriosa historia de estos dos amantes.
Según Manuel (quien es junto a Rosita testigo presencial de la vida de Delia del Carril) se cuenta que una tarde Neruda fue visto afuera de “Michoacán de los Guindos” (como llamaban a su casa en la comuna de La Reina) con las maletas montadas por una mujer triste y enfurecida que agotada por los años y el dolor le echaba para siempre de su vida. Todo por haber regresado a casa en el preciso momento en que su enfermera (Matilde) se entregaba en cuerpo y alma a don Pablo. Y que aunque el poeta rogaba perdón e insistía que la pelirroja no era más que una aventura, las maletas ya estaban hechas y la Hormiguita estaba decidida.
Es entonces cuando Matilde Urrutia y Pablo Neruda comienzan a conocerse como la pareja más romántica del país.
S.G.: La poesía amorosa de Neruda es muy intensa: ¿por qué, entonces, no creer que decía la verdad, que era sincero con esa poesía?
Éste es el ascenso de Matilde: su trabajo de musa (ya iniciado clandestinamente en los Versos del Capitán) fue públicamente reconocido. Aprendió de su enamorado todo lo social y político que pudo, acompañándolo religiosamente, incluso contra su voluntad.
“¿Qué he venido yo a hacer a este país de mierda?”, exclamó Matilde al llegar a Chile con su amante.
“¡Este país de mierda es el suyo!”, respondió un furioso Neruda.
Con el garbo que le caracterizó mantuvo su titulo. Supo ser la mujer del poeta con una dedicación insólita, incluso después que él ya había muerto.
Para resumir en palabras de nuestro entrevistado:
“Matilde tiene una juventud que se puede asociar a una vida de esfuerzo no demasiado glamorosa, y luego, a través de amistades, y de la misma relación con Neruda, accede a otra cosa. Creo que la vida de verdad distinta de ella comienza después de muerto Neruda, en los años de dictadura. En esa época tardía de alguna forma Matilde fue menos ella, se convirtió en algo que no era, exigida por las circunstancias. Una parte de su vida inmensamente meritoria”
Y aunque más tarde Neruda se enamoró de otra Urrutia (Alicia), más guapa y joven… y aunque sea con ella con quien vivió su último romance y a quien dedica su último libro: La espada encendida…, es Matilde la que yace enterrada junto a la tumba de don Pablo, como la mujer chascona y callada que retrata la poesía del poeta más famoso de nuestra literatura. A fin de cuentas, como corresponde: la Musa de Chile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario