Por Roxana Heise
Escritora chilena
Quisiera salir de este país, con rumbo a cualquier parte, como quien sigue la voz del pensamiento en espera de alguna premonición. Busco luz en medio de la noche y sólo atisbo las tinieblas del anticristo en cada partícula de esta imbécil humanidad, con Nietzsche o sin él, la ausencia de Dios aparece incluso en medio de la biblia abierta de los creyentes. Todo vale para sobrevivir, todo, incluso matar sin dejar cadáver y sonreír a una tonta y superficial audiencia creada a imagen y semejanza de lo que se lleva. La competencia es brutal, el éxito es un trofeo que se disputa segundo a segundo. Se critica a los más jóvenes, herederos de nuestra estupidez, fruto quizá de una vida de rigor sometida a crueles dictaduras en donde el pensamiento acabó siendo un bien de consumo de la cultura popular y la filosofía yace en el trasto de basura de una existencia hedonista, aprobada por unanimidad.
A veces siento la necesidad de salir arrancando, de huir de esta mediocre sociedad, de un desarrollo relegado al bolsillo, a la montaña rusa de la bolsa del valores, a la inteligencia práctica de algunos exitosos emprendedores, a la euforia cuica de algunas mujeres que viven a la moda mientras sus hombres trabajan sólo para ir de compras.
Luego se critica a las nuevas generaciones con un desparpajo que francamente da asco: irreverentes, lúdicos, escapan de la realidad, huyen de esta mierda a costa de lo que sea como si no tuviéramos responsabilidad alguna en lo que construimos, en lo que decimos, en nuestra incoherencia para vivir, para amar, para ser simplemente seres humanos.
Hoy como tantas veces, quisiera encontrar un lugar que me acogiera en mi naturaleza, como a tantos otros quizá. Pienso en el mundo, imagino el país del mundo que no se deja sobornar por la estupidez y luego pienso en la inocencia, en esa inocencia mía que me llevó a escribir, a amar el arte y tener esta actitud crédula incompatible con el mundo moderno. Seguro, sin lugar a dudas, que de algún extremo del planeta alquien quisiera estar en Chile, disfrutando en algunos magníficos centros comerciales, sin entender el idioma, sin escuchar esas conversaciones, tan ricas en jerga y tan intensamente pobres en contenido. A veces como hoy, quisiera irme, pero irme lejos, luego pienso: ¿a dónde? y dejo bajar los párpados de la imaginación...mejor diablo conocido, pienso...
FUENTE: http://roxanaheise.blogspot.com
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