La juguetería
de la naturaleza
Fuente:
Página de la Secretaría de Cultura de Coahuila
El
escritor Leonardo Sanhueza (1974) acaba de recibir el premio Manuel Acuña en
Lengua Española en Saltillo, México, por el libro de poemas La juguetería de la
naturaleza, inspirado en Ray Harryhausen, famoso técnico de efectos especiales.
Cabe destacar que la obra fue elegida entre 500 participantes de 26 países. El
autor además ha sido galardonado con el premio Pablo Neruda en 2012, por su
trayectoria, y el galardón Academia Chilena de la Lengua por su libro Colonos
(Cuneta, 2011). A continuación dejamos una selección de poemas inéditos que se
encuentran en el volumen con el que este autor chileno ganó el premio.
Basura espacial
Nadie
ha preguntado aún
adónde
va ese quiltro tan de prisa,
con
tanta determinación que pareciera
querer
cortar en dos el sitio eriazo,
separar
el Mar Rojo, el sagrado tierral
por
donde va lanzado a chorro
como
un tren japonés que avanza sin gobierno
sobre
la bruma noticiosa.
No sabe el perro que vendrá la noche
arrastrando
sus agujeros de gusano
por
el espacio curvo y sin fronteras
de
nuestra geometría.
Por
ahí corre su trecho, va embalado,
ignorando
que allí le depara su destino
una
suerte más trágica, más cómica,
cuando
sus huesos tristes se vuelvan de plata
para
que los orfebres del futuro
hagan
con ellos las alianzas
del
amor conyugal:
todo
es perro, dirá, mientras sus ojos
tratan
de ser la enana roja,
el
canto de cisne, de su galaxia.
La memoria incestuosa
La
memoria es la madre de las invenciones
(nueve
noches son nueve noches),
pero
sus uñas crecen velocísimas
hasta
clavarse en nuestra frente,
como
un cuervo que picotea
la
joroba de un jabalí
sólo
por darse el gusto, por fregar
un
rato la paciencia, sin saber
que
también uno es un autómata,
un
ratón a pilas que nació de su vientre
y
ahora la hace madre, una y otra vez,
de
estos nietos tan bellos y monstruosos
como
el viejo botón dorado
que
sólo sirve para atar vestidos
o
arrancarse los ojos ante la desnudez
de
una vieja que sólo muerta
nos
llama hijos y nos amamanta.
Cultura general
Un
hualle solo en un potrero
me
dice la verdad:
las
paredes ya no tienen oídos,
sino
bocas y fauces, futuras precauciones
para
los días del desove.
¿De
qué sirvió saberlo todo?
El
chico promisorio que fui alguna vez
envejeció
muy mal — el viento se lo lleva
a
un hospital de nubes,
donde
al fin no sabrá nada de nada:
ni
por qué sangran las guindas
en
estos árboles a cuerda,
ni
cómo explicarles un fémur
a
las hormigas o a los perros.
La Strada
Hay
cosas peores que el miedo
a
la combustión espontánea o a la catalepsia,
pero
nuestras balanzas ya perdieron
todas
sus certidumbres
y
ya no saben sino yacer entre las baratijas
a
la espera del reciclaje.
El
amor se acabó.
Los
payasos se peinan las pelucas
usando
los leones como espejo,
donde
el enorme zapato y la nariz de pelota
bailan
con los antílopes y las preciosas
gacelas
de Thompson que vuelan otoñales
entre
las hojas de los gingkos.
Y
sin embargo, ya lo sabes:
«Hasta
tú, hasta tú sirves para algo,
con
tu cabeza de alcachofa».
Pero
lo que pasa en el circo, en el círculo
que
cierra el mar, se queda allí,
respirando
el olor de la viruta y el acero,
pestilencia
de la vida y del amor
que
nos maldicen:
flores
hirsutas para las coronas
más
baratas del cementerio
que
rompen sus cadenas con la fuerza
de
su pecho lleno de abejas.
Carillón
No
recuerdo a qué anillo del infierno
iban
los jueces, fiscales, tinterillos,
pero
era un lugar donde sólo comían
arroz
pegado y palomas sin desplumar.
Enseguida
los formaban en una ronda
donde
cada uno con su martillito
golpeaba
en el cráneo al colega
que
tuviera a su derecha, tic, tac, toc,
sin
saber que tocaban la música de las esferas
reventando
a cada nota una ley,
mientras
los astrónomos se preguntaban
qué
diablos, qué diablos pasa en el universo
que
ahora se ha puesto a sonar
como
antaño sonaban los árboles
cada
vez que el viento anunciaba el otoño
silbando
entre sus filosas hojas de hierro.
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