Amanda, sin embargo, ha hecho un largo
viaje con este libro, en el sentido de maduración, de elaboración de los
poemas, de maceración, hasta ser una crisálida que, recién hoy, abre su capullo
y sale airosa, despojada de su piel- albergue,
bellamente dispuesta al escenario poético.
Crisálida es un libro complejo, para nada
inocente. Pensé mucho, al leerlo, en el libro la metamorfosis de Kafka, en el
sentido de lo que muta, de lo que se transforma. Podríamos establecer
equivalencias entre la crisálida y el “cuarto- crisálida”, donde ocurre la
trama del libro, y desde el cual, el
protagonista otea y escucha al mundo exterior, sin abandonar el proceso desgarrado de su propio cambio. En el
libro de Amanda, esta transformación, la
búsqueda de ella, y las innumerables veces y voces que atienden este pedido,
llamado, anhelo o súplica, es una resonancia en todo el libro. Y hay, también,
un llamado, a partir de la mirada hacia nosotros, los lectores, del desamor, la
carencia o la visión fragmentada del yo. Un yo que se hace insuficiente para
abarcar una vida que conoce su pasado y su futuro, y que solo tiene como
alternativa el presente. Pero este presente está colmado de visones
fantasmagóricas, como una maldición del “samsara”, (Kafka, llama a su personaje
Gregorio Samsa, tampoco hay inocencia en esta referencia de los autores), es
decir del lugar de sufrimiento en el que habita, o que la habita, y que a su
vez, está sujeto a la ley del karma, es decir, a la posibilidad de andar y
desandar innumerables veces este mismo camino, de habitar el mismo lugar.
En este libro convergen una multiplicidad
de miradas sobre un hecho mínimo y grandioso: la existencia. Pero esta existencia abarca mucho más que el hecho
de estar parados en una realidad lógica, sujeta a un tiempo-espacio
determinado. No. La mirada de la hablante está cruzada por las más inciertas
visiones que son, también, las que contienen las preguntas fundamentales de la
filosofía y antes que ella, de la poesía,
de la imagen poética que, como un relámpago se apropia de cuanto sienta, mire o anhele la poeta. Y en ese
escenario, se transforma en, cito: “un monstruo vergonzoso, escondido detrás de
la palabra”. La crisálida es el sinsentido, es el paladeo del silencio cósmico,
donde se fragua el Ser, un ser que se pierde en este presente, y cuya lucha por
reencontrarse o reconocerse es el recorrido magistral de este libro.
La poeta se mira constantemente sin lograr
encajar las piezas del rompecabezas que la forje como una totalidad. Y son esos fragmentos suyos, los que hablan
torrencial, arterial, esencialmente, hasta anunciar: “no hay nada que pueda
detener la implosión del nacimiento de mi alma”. Esto, que parece un
contrasentido, un juego de artificio poético, no carece para nada de sentido si
lo tomamos por su significado literal, a saber: “la implosión es un fenómenos
cósmico que consiste en la disminución brusca del tamaño de un astro”. Y es que
este libro parte de esa inmensidad
cósmica, del silencio primario. De ahí que deba otear, pero también y siempre,
sentir las vicisitudes que el mundo “real” y su “ruido” le impone, a
cambio de conocer y ser parte de esa otra realidad iniciática, que sólo ella
conoce, intuye o ha visto en sueños y
que la hace sentir y declarase una sacerdotisa, una visionaria, una escogida
por la palabra, que es también el símbolo aquí de la rebeldía, la tragedia, y
la resistencia.
Hay numerosas
alusiones al cuerpo en el libro: el cuerpo que vuela, o que dejan sucumbir carente
de sus alas, imposibilitado para realizar el sueño, (leyenda de Ícaro, de nuevo
la referencia a mundos superpuestos) o el cuerpo que, con su sangre, comparte
la sensualidad, la vida o el signo de la palabra) A mi juicio, este cuerpo es
el cuerpo poético, el torrente que desarticula al otro cuerpo más visible, que
es, solo en apariencia, una unidad
armónica, porque dentro de él, los órganos están dispersos, como las ideas e
imágenes poéticas, tal como nos dice Bachelard. O como la sensación de ser
otro/otra, cuando se escribe, cuando se desborda la fatalidad de un pasado y el
sinsentido de un presente. Entonces la palabra se oculta para destruirse y
reconstruirse, en un juego perpetuo, o acrisolarse a sí misma y renacer. La
palabra es Asterión, que ataca aún sin querer, porque está en su naturaleza. O,
como nos dice Hesse en Demian: “El que
quiere nacer, tiene que romper un mundo” (salir de la crisálida, o crear,
inventar un mundo propio, la palabra de nuevo, la herramienta)…”Y luego ha de
volar hacia un Dios. Y ese dios es que Abraxas”. Tal como lo plantea la poeta:
“y Dios tenía mi rostro”, al inicio del libro, como una advertencia de lo que
ha hecho de sí misma, o que la palabra le ha revelado. Y quién sino la hablante
de Crisálidas se da a la tarea de romper o trastocar el mundo “conocido” e
instalarse en su lugar, en uno paralelo, metafísico, con niveles de
ascendencia, con cima y sima, es decir con lo profundo abismal y lo etéreo,
donde habita el sueño y la transmigración del alma.
Crisálidas es un libro inteligente porque
nos interna, con asertiva palabra, en las multiplicidad de espacios por donde
se mueve la hablante. Y en cada uno de ellos, se da a la tarea de mostrarnos,
también, el desgarro y la tristeza, la esperanza y el vacío, mirado y pincelado
por una poética original, culta y lúcida, que tiene la valentía de entrar y salir de los suburbios, los intersticios,
las galeras, y las miles de trampas que la mente nos opone para impedirnos
gritar qué somos y para qué estamos aquí, preguntas que han marcado la
filosofía, el existencialismo, y por qué no decirlo, el humanismo y la poesía
social, porque : ¿cuál es el alcance de tal poesía? si ella es símbolo de
compromiso? ¿Con qué es ese compromiso y cuál es su alcance? ¿Dar cuenta de la
época que nos ha tocado vivir, ser testigo de lo que ella nos provoca, y
nuestra interpretación de aquello, que es la tarea principal de la poesía, no
es también un compromiso? Desmadejar y desmalezar la existencia, exponiéndola como
“un canto de dolor”, es decir universalizando el dolor, luego de indagar dentro
de nosotros ¿No es este viaje al
interior de uno mismo lo que determinará nuestro comportamiento en la sociedad
“humanamente hablando”, lo que signa nuestra calidad de seres humanos? Según
Sartre, la angustia es inevitable en todo momento histórico, dada la conciencia
que tenemos de ese momento. Pero la angustia no es parálisis, sino que es lo
que precede a la acción, es decir, a la palabra, a este libro que se ha
mantenido sintiendo el latido de cuanto ocurre fuera de su crisálida, para
poder pararse ante nosotros hoy y decirnos su verdad; la conciencia de sí, y de
su época, hablarnos de los túneles más ocultos y de la cotidianeidad, y de
cuantos estamos acá, sintiendo la repercusión de sus palabras en nosotras y
nosotros. Agradezco el valor de Amanda, por allanarnos el camino, y poner en él
la lucidez maravillosa de sus palabras.
Lectura Alejandra
Ziebrecht
26 junio 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario