Bisnieta de Andrés Bello, criada entre intelectuales, su existencia estuvo marcada por la desdicha. Al dar a luz, a su madre le dio una amnesia de la que nunca se recuperó. Y su hija falleció muy joven producto de una tuberculosis que ella misma le contagió. Sus obras, la llevaron a convertirse en la primera persona extranjera y mujer en ser nombrada Profesora Honoraria de la Academia de Bellas Artes de Florencia. Hoy su nombre vuelve a sonar fuerte por un accidente, momento propicio para recordarla.
Fue una pionera, fue la primera mujer chilena que abrazó el oficio de la escultura y fue además nombrada profesora de la Academia de Bellas Artes de Florencia, cargo que nunca antes había sido otorgado a un extranjero y menos a una mujer. Fue además dueña de una vida marcada por la tragedia. Y quizás por eso mismo Rebeca Matte Bello, una mujer que se crió entre intelectuales, decidió dedicar su vida al arte y plasmar su dolor en obras que hoy adornan lugares importantes del territorio nacional, de forma silenciosa para la mayoría de los ciudadanos noveles en las lides de las bellas artes.
Pero un accidente, uno de los tantos “inconvenientes” que denunciaron los vecinos de Santiago provocados por la Fórmula E, la puso en el centro de la conversación: su obra Ícaro y Dédalo, cuya réplica se encuentra en el frontis del Museo de Bellas Artes, fue pasada a llevar por un camión, dejando a Ícaro, que en esta representación está a los pies de su padre Dédalo, sin pierna.
El hermoso trabajo de Matte lleva inscrita la leyenda Unidos en la Gloria y en la Muerte, una inscripción que tiene mucho de “esa tensión a la vez doliente e indomable, que caracteriza su producción”, como escribe el periodista Francisco Darmedrail en 2014, para destacar las esculturas de Rebeca que están en su casa de estudios, la Universidad de Concepción.
Es que la hija de Augusto Matte, diplomático y ministro de Hacienda del gobierno de Aníbal Pinto entre 1877 y 1880, y Rebeca Bello, bisnieta de Andrés Bello, nació en Santiago el 29 de octubre de 1875, bajo el signo de la tragedia, algo que la marcaría a lo largo de toda su vida.
El contexto político y social de la segunda mitad del siglo XIX en Chile era de profundos cambios por la influencia de las ideas liberales traídas del viejo continente por destacados políticos y la incipiente burguesía. La vida de Rebeca debió ser más bien apacible y tranquila, sin embargo, su infancia y juventud no fueron fáciles.
Poco después de dar a luz, su madre enloqueció, quedando sumida en una amnesia total, de la cual nunca se repuso, marcando para siempre la vida de la escultora.
La pequeña Rebeca se educó en casa de su abuela materna, Rosario Reyes de Bello. El lugar era un verdadero centro intelectual, donde concurrían destacados hombres como José Victorino Lastarria, los hermanos Amunátegui y Alberto Blest Gana, quienes fueron piezas claves en su formación educacional.
Su padre decide trasladarse a vivir a París con Rebeca, quien manifiesta allí su habilidad artística. Nada de raro, ya que vivió en medio de la vorágine por la Belle Époque, que fue parte de su inspiración. Con ese contexto, en los albores del siglo XX, inicia sus lecciones de escultura en Roma, con el maestro Giulio Monteverde y las continúa luego en la Academia de la Villa Medicis y en la Academia Julien de París.
De esta época juvenil surgieron importantes obras, que destacan por su fuerte acento dramático. Lamentablemente, también de este período es su contagio de tuberculosis, que tanto dolor le acarrearía más adelante.
El siglo XX
Ya en 1900 y 1901, Rebeca Matte obtuvo sus primeras medallas y distinciones en Europa y en Chile. En esos años se casó además con el joven diplomático Pedro Felipe Íñiguez. De este matrimonio nació Lily (Eleonora Íñiguez Matte), una tremenda alegría para la escultora, y cuya crianza la mantuvo alejada de su taller por varios años.
Hacia 1912, Rebeca Matte retomó su trabajo de escultora, y produjo una serie de obras en mármol y bronce, que destacan por su madurez artística y técnica. Sus esculturas en materiales nobles, de gran formato y tendencia clasicista, representan temas históricos, alegóricos y mitológicos.
En 1918, su brillante desempeño la llevó a ser nombrada Profesora Honoraria de la Academia de Bellas Artes de Florencia, distinción que, como contamos más arriba, fue por primera vez concedida a una extranjera y a una mujer. Rebeca se estableció finalmente en la ciudad italiana, aunque con largas estancias en nuestro país.
Entre sus trabajos cabe destacar el encargo efectuado por el gobierno del entonces Presidente Ramón Barros Luco con el fin de efectuar una escultura que sería donada al Palacio de la Paz en La Haya, donde se encuentra.
También el monumento en bronce Héroes de La Concepción, que se encuentra emplazado en la Alameda o Avenida Libertador Bernardo O’Higgins de Santiago, que le confió el gobierno de Chile en 1920.
En el interior del Museo nacional de Bellas Artes se pueden contemplar su Horacio, notable obra de juventud, en el que se aprecia su formación académica; y El Eco, una creación de lo simbólico: una bella figura femenina desnuda, escuchando voces lejanas o interiores.
Otra de sus más notables obras es Crudo Invierno, busto de un hombre altanero y sufrido, de gran expresividad.
Sus obras más personales son Militza, en préstamo al Museo de Arte y Artesanía de Linares; Dolor, dedicada a su madre y que se encuentra en el Cementerio General; y Mi Hija. En ellas, Matte logra plasmar una carga emotiva y sentimental que revela un trabajo estético con las tragedias que marcan su vida: la enfermedad de la madre, la muerte del padre y el amor por la hija fallecida prematuramente.
Fue en Florencia donde se manifestó con más violencia la tuberculosis de Lily, que su madre le había contagiado. Trasladada a un sanatorio en Los Alpes suizos, la joven finalmente falleció en 1926, dejando a Rebeca Matte sumida en el mayor de los sufrimientos.
No volvió a crear, y dedicó sus últimos años de vida a editar los versos que había escrito su hija, y a fundar varias instituciones de beneficencia en su nombre.
Rebeca Matte murió en París el 15 de mayo de 1929. Pero su Ícaro y Dédalo la pusieron hoy en la palestra para recordarla. Donada por su esposo al Museo Nacional de Bellas Artes en el año del fallecimiento de la artista e instalada en el frontis del Museo en el año 1930, de esta escultura que lleva inscrita la frase Unidos en la Gloria y en la Muerte existen al menos dos réplicas con diferentes nombres, ya que el gobierno de Chile encargó a la artista la ejecución de esta obra con el objeto de obsequiarla a Brasil en el día del Centenario de su Independencia. La entrega y la inauguración de la misma se efectuaron en el año 1922 en la Plaza Mauá de Río de Janeiro y lleva el nombre de Aviadores. Posteriormente fue trasladada al frontis de la Universidade da Força Aérea en Campo dos Afonsos en Río de Janeiro. Eso tiene el arte, que puede hacer que tu nombre se recuerde para siempre.
Fuente: El Mostrador
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