THOMAS HARRIS
Yo creo que la poesía debe ser
como esas viejas películas de terror,
de la Hammer film, con Christopher Lee y Peter Cushing;
ya lo dijo Aristóteles y magister dixit,
pero al revés, una Catarsis satánica,
sumándole al horror y a la conmiseración una carcajada brutal,
que muestre todas las fétidas caries de las mediaguas,
y que haga una yuxtaposición
con todos los laberintos del Minotauro:
(y todos los desiertos)
Eisnstein usaba la yuxtaposición
para que el pueblo tomara consciencia de la injusticia,
ahora solo queda la yuxtaposición, el procedimiento como
llamaban a los trucos de la retórica
los formalistas exiliados por los Malos de Entonces.
¿Tratando de pasar Brecht por Gato de Cheshire?,
murmura mi sombra pinchándose Coca-cola a sí misma.
La verdad es que yo mismo ni siquiera lo sé.
(De Ítaca, LOM ediciones, 2001)
1. Año 2012. La
Metáfora de la navegación y “la ciudad en tanto espacio, fundamentalmente,
cifrado por la violencia o identificado por la violencia”.
¿Qué te motivó a
escribir poesía?
Esa
es la pregunta más difícil de responder. La inicial. Creo que la respuesta es
la que te dan los años, porque en ese momento quizás no daría la misma
respuesta que daría ahora.
Uno empieza a leer, te gusta leer y descubres en
el mundo de la lectura, fundamentalmente el de la literatura, una suerte de
resonancia y también reconocimiento de lo que tú piensas, de tu visión de
mundo, de cómo ves las cosas y en esa modulación lingüística, ya sea en
narrativa o en poesía, hay ciertas respuestas, pero más que nada hay preguntas.
Ahora
claro, uno ve que hay escritores que están haciéndose esas preguntas o
intentando de dar esas respuestas y también están construyendo mundo,
construyendo ese mundo donde el imaginario finalmente se lo juega todo.
En
ese tiempo creía que el imaginario y la realidad estaban íntimamente
conectados, hablo en los 70’, 71’ y 72’, donde uno todavía pensaba que las
utopías se iban a cumplir. En ese tiempo, estábamos avanzando hacía las
utopías, pero también tenía bastante claro, afortunadamente, primero por
intuición, después por las conversaciones con mis compañeros y profesores de la
universidad, que la poesía iba por un carril y la política por otro y que
mezclarlas desde el punto de vista textual era un desastre, una calamidad.
Bueno,
para no extenderme más, diría que los agentes de motivación fueron la lectura y
también el deseo a ingresar a una vida si bien no adulta, juvenil,
universitaria, con un “proyecto”, y a mí se me dio que ese proyecto fue
justamente la poesía.
En
tus primeros libros siempre está el proceso de muestra, de creación. De esa
creación que va constantemente formándose. Ocultándose y formándose.
Y
muchos otros aspectos que van sumando, como en los poemas de Moore que le
escribe a las musas de la época. Los poemas eran también el lugar donde uno se
sacaba la rabia cuando fue el golpe de estado, cuando vino la dictadura. Eran
también la necesidad de dar cuenta de esas cosas que eran sumamente vitales y
que eran necesarias de expresarlas y expresarse.
¿Cuáles son
las influencias que has tenido para escribir? ¿Qué te inspira? ¿Qué hay detrás
de tu escritura? Porque el texto es una cosa, pero el autor tiene otras
variantes mentales que no están plasmadas directamente en el texto.
Ahora
insisto, lo primero fue la literatura. Con los primeros libros que me encontré
de forma inocente, adánica y sin contaminación literaria, tal vez antes de los
diecisiete, quince años, fue con una biblioteca de un tío abuelo, que tenía ahí
las obras completas de Edgar Allan Poe. Y esto basado en el miedo, en mi
interés por los relatos, las atmósferas y el mundo de lo fantástico, el mundo
de terror o el horror, como se le quiera
llamar, más la novela gótica del siglo XVIII, el cuento de Lovecraft y también
en esa época -cuando chico uno era lector indiscriminado como también lo es uno
ahora- historietas como El doctor Mortis que ahora, cosa curiosa, se ha puesto
muy de moda, y una revista mexicana que era Mongelo de la editorial Novaro. En
ese tiempo llegaban muchas cosas de México, no tan solo revistas, sino
películas, etc. Eso fue armando mi sensibilidad. También están las películas de
Hammer film que alcancé a ver en el cine. Tenía 12 o 13 años. Vivía en la
serena en ese tiempo. Podía entrar y ver Drácula, el príncipe de las tinieblas,
Frankenstein y todas esas películas de Hammer Films que tienen una atmósfera
distinta a las de cowboys o las de romanos. Todas esas cosas, finalmente, van
construyendo el mundo poético.
Ahora,
cuando uno empieza a escribir, uno entra por la alta cultura y claro, para mí
la alta cultura en esa época y la poesía que se leía era César Vallejo, Pablo
Neruda, Nicanor Parra. Nosotros empezamos a leerlos juntos (Parra y Neruda),
más algo de Mario Benedetti, como los poemas de la oficina, con esa atmósfera
burocrática. Ya presentía que iba a trabajar en la administración pública. Y
después dentro de la Universidad con las conversaciones con compañeros más
ilustrados, más leídos, uno empezaba a interesarse por los poetas malditos,
Rimbaud, Lautreamont, Baudelaire, y finalmente con lecturas que me han
acompañado permanentemente. Después uno iba descubriendo otros poetas que
dialogaban más con uno. Pienso en Ginsberg, Goethe, la generación beat, etc.
Pero yo tempranamente igual retomé mi afición por el cine, sobre todo al cine
de terror y lo empecé a incorporar en mis poemas y por otra parte, algunas
novelas que son de formación y que yo creo uno tiene que pasar por ellas.
Pienso la Montaña Mágica de Tomás Mann, El lobo estepario de Herman Hesse y
otras.
¿Y cómo se
vincula, por ejemplo, Otto Dix a esto? ¿Cuándo aparece? ¿Cuándo llega?
Ah,
Otto Dix… No, eso ya es muy posterior.
Claro,
eso sería mucho después a Cipango, porque ahí no aparecía, Otto Dix aún no
llega.
Claro,
en Cipango no aparece, ahí hay varios niveles de lectura. Uno es el espacio
urbano. Cipango es un libro que escribí en Concepción y después del golpe de
estado, es decir, en pleno momento de la dictadura. La gran pregunta fue cómo
escribir la dictadura o cómo escribir durante la dictadura, sin estar de
espaldas de ella, ni tampoco haciendo una poesía que la interpelara
directamente, porque podía parecer poesía panfletaria.
Ahora, cuando llegué a la universidad, Concepción
era una ciudad muy cargada de nostalgia. Por lo que se perdió, por ese paraíso
perdido que fue, de las vanguardias, de las izquierdas sobretodo y de los
intelectuales. Del MIR, del grupo Arúspice, de poetas que habían pasado por
Concepción, como Gonzalo Millán, Floridor Pérez, Jaime Quezada, y otros poetas
que todavía estaban dentro la universidad y que eran un poco mayores como
Carlos Cociña, Mario Milanca, etc. Concepción era una ciudad cargada de
pérdidas, claro, como todo el país, pero cada terruño va viendo sus pérdidas y
Concepción tenía algo bastante particular que me hizo pensar que ahí había que
volcar el imaginario. Ahora, en Concepción fue bastante fuerte la represión, y
como en esa época todos éramos marginales, la idea mía era que justamente había
que empezar por los espacios más marginados de la ciudad, los más equívocos,
aquellos que estaban en el margen no solamente del espacio sino que también de
las prácticas, como por ejemplo, los bares de mala muerte de la calle Prat, El
yugo, el Ceci, El cisne (bares que ya no existen), los prostíbulos de Orompello
o el río Bio-bio. Concepción, ahora no sé, pero en esa época le daba la espalda
al río y como toda ciudad que tiene un río como el Bio-bio debería darle la
cara. Bueno, eso era también parte de la marginalidad.
Bueno,
el descubrimiento de otros poetas como Gonzalo Rojas, que estaba en el exilio y
era un poeta considerable también influyó, pero se veía más a Lihn en esa
época, antes de que Rojas volviera del exilio. Un poema de él, El Orompello, me
hizo descubrir que estaba leyendo un poema donde aparecía una calle que era
para mí cotidiana, en la cual caminaba todos los días y en una ciudad que no
era Santiago. Entonces cosas así fueron construyendo esta necesidad de formar
un imaginario en Concepción.
Pero
Otto Dix, no me he olvidado de él. La pintura, el texto que a través de la
pintura quieren significar, quieren incorporar ciertas intertextualidades, por
decirlo de alguna manera, aparecieron mucho después que yo vivía en Concepción.
Y me impresionó mucho El Berlín de Otto Dix, de la entreguerras o de antes de
La Primera Guerra Mundial. De La República de Weimar y la mirada de Otto Dix
que yo de alguna forma encontré una mirada semejante, de alguien que estaba
mirando ese espacio como yo alguna vez miré el espacio de Concepción. También a
través de las putas tajeadas, de los bares, los prostíbulos, de la guerra, de
las calles, de esa ciudad que también hay mucho de ella en la novela de Döblin
Alexanderplaz y la película que hizo Fassbinder sobre esa novela. Y Otto Dix me
cautivó por esa aventura, por la fuerte visualidad y los colores que marca,
mucho rojo. También hay una paleta cromática.
Claro, te
preguntaba porque en Cipango aparece mucho el intertexto y las referencias
tanto literarias como de otras disciplinas. De hecho, Julio Espinosa Guerra en una crítica para la revista de
poesía La Estafeta del viento, escribió sobre tu obra y lo escrito se relaciona
con esto del viaje que tú planteas en muchos de tus textos. Dice Espinosa
Guerra; “el camino que Harris plantea se muestra complejo, hipnótico, lleno de
visiones fantasmagóricas, de cíclopes y cantos de sirenas, pero existente: sólo
hace falta dejar de dudar, enfrentar el trayecto ofrecido por los dioses y
tener la certeza de que – a pesar de lo precaria que pueda llegar a ser – una
Ítaca siempre nos estará esperando al final del viaje.” Bueno, en esta reseña
está aludiendo lógicamente al libro Ítaca, pero yo creo que se puede traspasar
a otras obras, mi pregunta es si crees que tus libros son con una navegación
continua, son un viaje por imaginarios, personajes, escenas, disciplinas,
tópicos, que de alguna u otra forma están todos entrelazados.
Sí,
me siento absolutamente identificado con esa lectura que hace Julio Espinoza
Guerra. Ahora el procedimiento de la intertextualidad puede haberse prolongado,
pero creo que estaba ya en Cipango. Tal vez no en Zonas de peligro, pero sí en El diario de navegación, en El último
viaje y también en Cipango porque va in crescendo. Primero en Zonas de peligro
es como la idea de construir el mapa, el territorio, fijarlo, trazarlo,
especificarlo y empezar a construirlo a través de un imaginario y de las
imágenes que ese imaginarlo va produciendo, pero después fue necesario
poblarlo, no podía haber una ciudad despoblada, entonces el doblamiento de esas
ciudad yo lo hice a través de una suerte equívoca, que es el equívoco inicial
que da origen finalmente a nosotros los americanos, latinoamericanos,
hispanoamericanos, indoamericanos o como los queramos llamar. Ese comienzo
identitario del descubrimiento, posteriormente de la colonia está fundado en un
equívoco porque Cristóbal Colón quería ir a Cipango y Catay, es decir, a las
tierras que había descubierto Marco Polo y en las cuales reinaba el Gran Khan.
Entonces
es muy apasionante porque Colón se le viene esta delirante idea que navegando
hacia el Occidente va llegar al a Oriente, esa es una idea bastante poética que
invierte las coordenadas que deberían ser. Ahora claro, lo que Colón no sabía
era que entremedio existía todo un continente, aunque no lo supo, porque lo que
se le interpuso entre él y su proyecto fue Kalahari, la primera isla de Las
Antillas donde Colón tocó suelo en América. Y claro, mi idea fue usar ese
equívoco con un desfase temporal para poder unir épocas distintas, la época del
trauma inicial, del descubrimiento y de la conquista, Colón y los posteriores
como Pedro de Valdivia, Cortés, etc., con el espacio de la ciudad en tanto un
espacio, fundamentalmente, cifrado por la violencia o identificado por la
violencia, dado que ese trauma inicial y esa “conquista que produce la
conquista” cuando no se encuentra lo que se pensaba encontrar, cuando no hay
oro en abundancia, aunque si lo hay, también produce una suerte -como lo dice
Todorov en su libro sobre La conquista de América- de respuesta violenta.
Entonces,
pensando en hacer la analogía entre la dictadura que estábamos viviendo y entre
los orígenes de América, yo quise, poéticamente por supuesto, a través de los
diarios de Colón que están desparramados por todo el libro Cipango, salvo Zonas
de peligro, cifrar esa violencia y con eso hice intertexto, con los diarios de
navegación de Colón, incluso están unos fragmentos parafraseados, otros citados
textualmente y otros creados y reelaborados. Ahí está el primer intertexto.
El
comienzo de los intertextos. Sin embargo, a medida que publicas un libro y
otro, los niveles intertextuales son cada vez más directos. Se asume más al
autor de la pintura, al personaje de la película, al personaje de alguna obra.
Se puede decir que el mundo está conformado en Cipango y luego nos queda
agregar accesorios para este mundo de irrealidad(es).
Claro,
la idea es cómo tú haces crecer esa navegación sin que los territorios cambien,
pero en el fondo los territorios no cambian, o sea, Cipango, Catay,
Tenochitlán, Elm, Tebas, la misma Ítaca, todas siguen siendo la ciudad de
Concepción, la ciudad que, finalmente, aunque tú te vayas no te deja, te
persigue permanentemente porque tú ya ahí lo dejaste todo y uno va a ser un
permanente exiliado de esa ciudad imaginaria pero también real, también
utópica, también distópica.
Y sobre el
tema del viaje. Hay mucha crítica que trata tu poesía como un viaje constante,
pero también mencionan que posee un carácter híbrido, cómo si se vinculara
poesía con narrativa, con el género epistolar, con el intertexto multidisciplinario,
con el personaje y los diálogos entre ese sujeto/personaje con el hablante lírico, como también entre ese
hablante y su yo ¿Estás de acuerdo con
esa visión? ¿Crees en ese carácter híbrido, esa vinculación entre poesía y otros
registros, formando de ese modo una especie de “narración poética”?
Claro,
bueno, si usamos la categoría de hibridización o de híbrido, no en los términos
de Canclini, sino un poco más laxo, me parece que sí. Habría allí una suerte
como de, tal vez, ruptura genérica, aunque yo creo que siempre el texto vuelve
a su origen genérico, que sería la poesía, sería la lírica, donde un sujeto se
plantea frente a un objeto y despliega una suerte de exclusividad, sino,
hubiera escrito novelas.
La
poesía narrativa viene de la épica, fundamentalmente, pero también la poesía
narrativa está muy presente, por ejemplo, en el romanticismo, en el
romanticismo inglés, piensa tú en La
balada del viejo marinero de Coleridge, también Hölderlin en el
romanticismo alemán; como que los románticos toman también esta narratividad y
la incluyen dentro de su poesía y también en su prosa, que es muy potente,
donde los sueños, el erotismo, la relación con el otro, el mismo terror,
aparecen. Hay muchas baladas durante el romanticismo alemán donde se recogen
estas tradiciones de los famosos morgen, estas leyendas alemanas que después se
van transformando en la narrativa de terror gótica, fundamentalmente, inglesa,
anglosajona. Pero esa hibridez de Cipango
creo que no es sola propiamente del texto, en la época ya se estaba
construyendo o dialogando con una poesía que también tendía a la narratividad,
a la hibridización o a la desterritorialización de la lírica y la contaminación
con otros textualidades, como novela, teatro, los mismos registros de habla, la
coloquialidad y la imagen, la televisión y el cine posteriormente o los
registros en vídeo que lo hicieron mucho durante la época del C.A.D.A.
También tú
vinculas lo virtual con el zapping, el ciberespacio, el simulacro de la
virtualidad ¿Cómo en tu escritura se vincula una cosa con la otra? ¿Cómo
entremezclas estas dos realidades dentro de la ficción literaria?
Ahora
que tú lo dices, en Cipango la necesidad de dar cuenta de que el texto era un
constructo lingüístico y que dentro del texto todo lo que había era una
ficcionalización de otra cosa que estaba fuera del texto es algo que mantuve
permanentemente, pero en Cipango solo habían dos formas de dar cuenta de ello,
una era el teatro, una cosa un poco calderoniana, «El mundo como el gran teatro»
y el otro era el cine. Ahora posteriormente -eso no aparece en Cipango porque
no existía- esta necesidad de dar cuenta de la ficción en tanto tal dentro de
la literatura como diciendo –oye, no
estamos dentro de la realidad, estamos dentro de la representación de la
realidad–, pasó con el hecho que vino la virtualidad y las realidades virtuales
y este mundo que vive en el Xerox, que
vive después de la gran orgía –como dice Baudrillar- y donde la relación con el
otro se transforma con una relación con el mismo por todos los interfax, las
pantallas, el internet, etc.
La
cosa se va haciendo bastante más intensa, más dramática, más traumática, más
terrible. Yo no sé, a veces comparto y no lo que plantea Baudrillar, también me
da cierto pánico la virtualidad, da miedo, da terror a veces. Ahora, yo creo
que el que trabajó de una manera notable la virtualidad, porque antes que esta
viniera como un hecho en sí, estaba la ciencia ficción, fundamentalmente,
Philip Dick, VALIS, El hombre en el castillo.
Esto es sobre
la narración en tu poética, en tu poesía. Pero ¿qué ocurre por ejemplo con
Historia personal del miedo? Que es tú libro de cuentos ¿Qué ocurre con ese
registro, con esa escritura? Es casi como el lado B de tu trabajo. Hay muchos libros de poesía, pero solo hay
uno de cuentos ¿Cómo fue la experiencia de construir “historias narradas”?
Entre
un libro y otro. Fue un poco complicado. Porque en ese momento pasé de la
máquina de escribir mecánica al computador, y la máquina de escribir mecánica
tiene una relación con el cuerpo distinta a la del computador. Tiene más aura,
más elasticidad. La mecánica de la máquina es que hay que pegarle fuerte a las
teclas, hay que cambiar la cinta, marcharse los dedos y tú ves el papel
inmediatamente acá, estás frente al papel vacío. Si estoy en blanco o frente al
papel llenándose lo puedo notar, lo puedo ver. Si estoy con las ideas afuera
lleno el papel y si me equivoco está el borrón, la posibilidad de tachar. Ver
en cambio, la pantalla en blanco del computador, tú no percibes nada de esos
detalles. La disposición del poema dentro de la página es fundamental. Cómo va
ocupado el texto los espacios, los blancos, el interlineado. Esa disposición
del texto dentro de la página es casi una suerte de cosmos, y eso en el
computador es prácticamente imposible de ver por la pantalla, por lo menos, uno
que viene de una galaxia adulta distinta a la virtual, es un espacio bastante
complejo. Entonces, después de Cipango
y Los 7 náufragos yo empecé a
escribir un texto que se llamaba Crónicas
maravillosas, que es súper narrativo porque ahí – bueno había llegado a
Santiago, el espacio era otro, y yo siempre venía con Concepción en la cabeza.
No estaban los mismos bares, no estaban el mismo palimpsesto vital que yo había
pasado por Concepción, y eso provocó una suerte como de tranca y en esa tranca
me dije, ya, voy a leer más narrativa como la que a mí me gusta, gótica.
Lovecraft, voy a leer un poco a Poe, y empecé a escribir cuentos como ejercicio
más bien, como ejercicio de estilo y un amigo en esa época lo leyó, porque la
Tere, mi mujer, le dijo que le gustaba mucho el cuento y yo lo escribí para
divertirme, porque más que den miedo dan risa, había mucho humor negro, y este
amigo que era amigo a su vez del editor –en la época– de Planeta, Carlos Orellana, le llevó el manuscrito y
Carlos lo leyó, se lo llevó a un lector que casualmente yo lo conocía aunque él
no sabía que los textos eran los míos y él dijo, bueno, estos sí, estos no, el
texto se puede publicar con ciertos arreglos, los arreglos editoriales, los
cuales yo no tenía la mínima idea porque yo no estaba dentro de la industria
editorial y así surgió el texto. Se publicó, no tuvo muy buenas críticas, pero
bueno, eso no importa, quedó ahí y hay gente que le ha gustado, igual en esa
época el terror, el cuento fantástico no estaba tan de moda, no estaba “en su
auge” como ahora.
Igual
fue una experiencia entretenida porque estuve harto tiempo metido en el mundo
de esos cuentos y luego me salí de ello, volví a la poesía con Crónicas maravillosas que se hizo más
narrativa porque había retazos de un pensamiento narrativo. Ahí hubo una
situación dramática para un poeta, perdí mucho ritmo, como había dejado de leer
poesía y uno, permanentemente, tiene que estar leyendo poesía, en español por
supuesto, en tu lengua para mantener e intercambiar el tema del ritmo o los
problemas del ritmo -la acentuación, las cláusulas y mantener justamente esa
otra sintaxis- que se da en la poesía y que no se da en la narrativa. Entonces
por eso en Crónicas maravillosas hay
poemas que se extienden y ya simplemente se hacen prosaicos y que se hacen prácticamente
relatos.
¿Y qué ocurre
con la obra Nautilus? Porque uno en Internet va encontrando cosas
(lo siniestro de Internet) y aparece que es una obra inédita ¿Qué ocurre con
ese texto?
Está
inédito. Mira Nautilus para mí fue un
proyecto bastante -para mí y para mi propia imaginación- ambicioso. Yo sé que
con Nautilus podía hacer una obra muy
potente y seguir con la metáfora de la navegación, de la navegación submarina
porque Nautilus sigue de alguna forma
Veinte mil leguas de un viaje submarino de Julio Verne, pero creo que
todavía el libro no se arma. Ahora el problema es que Nautilus lleva mucho tiempo escrito. Crónicas maravillosas era del 97’ y Nautilus lo empecé a escribir el 96’ y lo terminé el 97’, está
terminando, hay tres versiones y ahora estoy trabajando en tres cosas, y no sé
qué hacer con ese libro, porque está, existe, hace mucho tiempo que no lo leo,
tal vez en algún momento lo retome.
¿Qué se viene
para más adelante? Tenemos Las dunas del deseo I ¿Se vendrá la
parte dos? O se viene otro proyecto.
Bueno,
estoy trabajando Las dunas del deseo II
pero es un proyecto de largo aliento que va a demorar un poco, pero entre uno y
otro, hay un texto que estoy escribiendo ahora que no tiene nombre y que es más
bien un texto que se vuelca un poco hacia la memoria, es un texto más personal,
tal vez hayan menos intertextualidades y hay más retomar casi como un texto
bastaste autobiográfico, aunque en poesía es mucho más. Abarca siempre
Concepción, también La Serena donde yo viví y va transitando por esos espacios,
el espacio de la infancia, el espacio de la adolescencia, el espacio de la
época de la universidad, no sale mucho más allá, es un texto lírico en el
sentido que hay mucho «yo», mucho sujeto dentro de ese texto, que implica un
poco de subjetividad. Para ello hay que encontrar ciertas voces y otros
referentes para que no quede tan desnudo por decirlo así. Es como un volver al
principio.
2. Año 2013. “La borrachera y el delirum tremens de la humanidad que se pierde como
un ebrio desatinado”.
Cuando en el
2012 me hablabas de ese nuevo proyecto, de ese texto bastante biográfico que
abarcaba Concepción, La Serena, la universidad y otros espacios donde habitaba
fuertemente el yo ¿hablabas de tu nuevo libro, Perdiendo la Batalla del ebr(i)o, publicado hace muy poco? ¿O
hablabas de otro proyecto que aún está en proceso?
No,
más bien hablaba de otro proyecto que aún está en proceso: un regreso a los
tiempos en que viví en Concepción, sobre todo Chiguayante, como en el Paraíso Perdido. Si a fin de cuentas
todos hemos tenido un Paraíso perdido y su transformación en infierno tras el
golpe de Estado. Son libros un tanto rulfianos, un tanto a lo Egard Lee Master,
porque los que se encargan de contar la historia son los muertos, mis amigos
muertos y los habitantes del pueblo, también muertos, y hablan claro, de la
circunstancia de sus muertes, y reflexionan sobre los avatares de su vida de
campo, de pueblo, cosa que no había escrito antes, sumido en una escritura más
bien urbana, que te impelía mis primeros libros como Zonas de Peligro hasta Cipango.
Estos años
publicaste un nuevo libro ¿Qué representa Perdiendo
la Batalla del ebr(i)o si lo situamos entre todos los libros que has
publicado? ¿Cómo percibes el registro, la conducta del hablante y del autor que
trabaja(n) tanto desde el <>?
Es
un libro como he repetido en un par de entrevistas previas, bastante desnudo.
Si se quiere mi propio “almuerzo desnudo” pero menos delirante que el de
Barroughs, y por supuesto menos ambicioso en alcances escriturales y
ficcionales. Mira, si finalmente es como una suerte de bitácora poética por el
recorrido por el alcohol en mi vida, que fue –y a veces lo es– duro, complejo,
paradójico. Si está planteado como una batalla debe serlo, ¿no? No es que
quiera caer en el tópico con una suerte de mirada romántica y nostálgica, sino
solamente comprobar que el alcohol sí es una enfermedad, como decía Teillier,
pero que también está poblada de momentos muy iluminados, de aparente lucidez
en el que como uno otro se siente –Malcolm Lowry Dixit, en intensidades que
sólo dan los estados alterados de conciencia donde finalmente hay
descubrimientos– que puede que no sean nada nuevo bajo el sol, pero que
acarrean verdades vitales solo tuyas y de nadie más, intransferibles y
poéticas. Sé, por otra parte, que clínicamente el alcoholismo es un enfermedad
monótona –y lo digo en el libro-pero tiene algo de épico tipo Far West –por
algo tomarían tanto los protagonistas de los filmes del Oeste norteamericano,
sobre todos los de Sam Pekimpah, ¿no?–. Creo que hay un mundo, un mundo enorme
y trágico, fatal y crepuscular, decadente y pertinaz en la experiencia
alcohólica como para desdeñarla sin más o pensando que escribir o hablar de
ella te va a transformar en un sujeto sospechoso e indeseable, porque si recaes
lo dejarías todo tirado y dejarías de ser digno de confianza: ojo; en Perdiendo la batalla del Ebr(i)o aun
estoy en un ámbito imaginativo, literario, poético. Quien no vea esto sería muy
miope, no captaría nada de la pertinencia y la “verdad” de la literatura y, en
este caso en particular, de la poesía.
¿Por qué la
Batalla del Ebro? ¿Qué representa para ti este evento histórico y cómo lo
relacionas con esta última escritura?
La
referencia a la Batalla del Ebro,
viene de Bajo el Volcán de Malcolm
Lowry, donde finalmente se pierde la República a manos de los fascistas
españoles, y esa batalla sangrienta en las márgenes del río Ebro, es tomada por
el Cónsul protagonista de la novela como una doble derrota, la personal y la
social, política, mundial: él hace una analogía entre la borrachera, su
borrachera, con la borrachera o embriaguez que vive el Mundo en la época,
-hablamos de fines de los años 30 del siglo pasado- la borrachera y el delirum
tremens de la humanidad que se pierde como un ebrio desatinado, acá sin
heroísmo ni lucidez, en una guerra sin sentido.
¿Estamos en la
presencia de una nueva literatura en Thomas Harris o seguimos navegando por la
misma corriente?
Yo
creo que uno navega siempre por la misma corriente, pero este río tiene sus
afluentes, sus rápidos, sus meandros y sus bancos de arena.
¿Si tu
anterior obra es entendida por algunos ojos de la crítica como una gigantesca
carta de navegación, podemos decir que este último libro es un barco que navega
por la tempestad y lo biográfico?
Sí,
de alguna manera sí: es, claro muy biográfico, pero también metafórico y
mentiroso, miente como mienten los niños, los borrachos y los poetas.
Ahora, para
finalizar, y repitiendo la pregunta que te hice en el 2012, ¿Qué se viene para
más adelante?
Lo
que te decía, un texto en el que regreso a los años 70, espero que nostálgico
pero violento, donde pueda a la vez crear mitos, pero también derribarlos,
sobre todo lo vivido en el Sur del Mundo, Chiguayante, el pueblo donde pasé mi
adolescencia y creí que sería feliz para siempre en un estado de permanencia
mítica, donde todo se habría detenido como en la novela los Pasos perdidos, de Alejo Carpentier,
donde el novelista-músico llega a la ciudad de Santa Mónica de los Venados,
pero su propia cultura lo pierde, le hace dar de bruces con su realidad que no
puede vararse en un pueblo maravilloso fuera del espacio y del tiempo.
Intertextualidad= RELACION DIRECTA CON UNO O
VARIOS TEXTOS.
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Thomas
Harris es profesor de castellano y Magíster en literatura hispánica en la
universidad de Concepción. Nació en La serena el 3 de julio de 1956 y 13 años
más tarde se traslada con su familia a Concepción donde pasó su juventud y
marcó su producción poética. Comenzó a escribir en el año 1979. Citando en
Memoria Chilena, “la obra de Thomas Harris podría caracterizarse a partir de
tres rasgos fundamentales: su marcada visualidad, su carácter intertextual y el
ser una indagación literaria en el horror cotidiano. Considerado como uno de
los autores más destacados de la generación de poetas de los años ochenta, ha
desarrollado una obra abundante y coherente, reconocible en su propia
concepción de la poesía, que a su juicio debiera aspirar a ser como una vieja
película de terror”.
FUENTE: LA WEB
FUENTE: LA WEB
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