DE PROFUNDIS
Desde este amargo té me vuelvo hacia el demonio
Apenas entrevisto por el insomne huésped
Que soy cuando de noche entro en mi ser visible
Cansado de mi viaje y de la larga
locura que hace tiempo absorbe mis dos sienes
Me vuelvo a la ceniza y al vaso de mi sangre
Con las venas ardiendo y el rostro amortajado
Más la espalda llagada, doliéndome el costado, dando
perdón al denodado
enemigo que soy de mí mismo y de mi alma.
Solitario por dentro, fatigado,
sin esperanzas como
un Cristo de abismal perspectiva
sobre el madero de mi columna vertebral crucificado
por los días que vivo buscando una respuesta
a la angustia que asalta mis ojos cuando duermo.
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"Vivió y murió por la poesía" dice su epitafio en el Cementerio General.
Estas palabras resumen a cabalidad el itinerario de Carlos De Rokha, un poeta para el cual nunca existieron distinciones entre vida práctica y poética.
Su mundo era otro.
No es de extrañar que se lo llamara el "Rimbaud chileno", que ocupe un lugar entre los poetas malditos del país.
Hijo primogénito de Pablo y Winétt de Rokha, de vida breve y atormentada, Carlos de Rokha creció en un ambiente privilegiado para el cultivo de sus facultades poéticas.
Era un bohemio irreductible, dueño de un humor muy criollo.
Algunas veces, la seriedad de sus experiencias, lo envolvía en un silencio inescrutable.
Se dejaba vivir, fuera de todo cálculo, con furor dionisíaco.
Sus actos parecían traspasados por la inocencia y la ingenuidad de una conducta iluminada, ajena a las convenciones, guiada sólo por su vocación, la poesía.
Escribía con una facilidad asombrosa, no importaba dónde ni entre quiénes se encontrara.
Muchos de sus versos los escribió en servilletas, bolsas de papel o carton, además de sus cuadernos.
Carlos de Rokha murió repentinamente, a los 42 años, una noche de Septiembre de 1962.
Se habló de suicidio, pero también es probable que se tratara de una intoxicación involuntaria de medicamentos y alcohol.
Los funerales, una mañana de Domingo, congregaron a familiares, amigos y políticos.
(Salvador Allende, Braulio Arenas, Teófilo Cid, Enrique Lihn.)
Lihn leyó un poema, quizá la misma elegía que publicara un año más tarde en "La pieza Oscura", en memoria de su amigo:
".......Ella - la poesía - al menos fué tu sombra.
No iba a encender en el hueco de la mano
temblorosa, a la siga de un ciego blasfemante
ninguna luz que no fuera tempestad".
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