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viernes, 25 de enero de 2013

HERTA MULLER




Poema del Viernes # 6

                                                                                      Por Hellman Pardo

El Faisán, aquella ave que habita en las praderas abiertas, al finalizar los bosques, es considerada en algunos países europeos como la representación del desencanto y la derrota. No en vano Herta Müller llamó al hombre como el gran faisán del mundo. Un libro extraño aparece en Berlín en 1995, Der Mensch ist ein großer Fasan auf der Welt. Novela, relato, poesía; todo junto en una sola obra. Aquí se confunde el asalto de la narrativa con la fuerza del poema. Dejo aquí uno de los textos del libro, traducido por quien edita esta nota hace ya unos cuantos años, al preguntarme, como todo el mundo, quien era la flamante ganadora del Premio Nobel de 2009. La Academia, en este caso, tuvo la razón.

 LA LÁGRIMA

Amelia salió del patio. Comenzó a andar por la hierba llevando una pequeña caja en la mano. La olió. Windisch vio la falda de Amelia proyectar su sombra sobre el forraje. Sus muslos eran blancos. Windisch vio que Amelia mecía las caderas.

La caja estaba enlazada con una cinta plateada. Amelia se miró en un espejo. Buscó en él la cinta y haló de ella. “La caja estaba en su sombrero”, dijo.

En el interior crujió un papel de seda blanco. Sobre el papel había una lágrima de cristal, y tenía un orificio en la punta, así como una ranura en su interior. Bajo la lágrima había una hojita de papel. Rudi había escrito en ella: “La lágrima está vacía. Llénala de agua, agua de lluvia, si es posible”.

Amelia no lograba llenar la lágrima. Era verano, todo el pueblo se había quedado seco, estéril, y el agua del estanque no era agua de lluvia. Amelia acercó la lágrima a la luz de una ventana. Por fuera era sólida, pero por dentro, a través de la ranura, se estremecía.

El cielo ardió siete días hasta vaciar el mundo por completo. Se desplazó hasta el final del pueblo. En el valle, el cielo miró hacia el río. Bebió toda el agua posible, y volvió a llover.

En el patio el agua se precipitaba sobre las piedras. Amelia se detuvo con la lágrima mirando hacia la canaleja. La lluvia iba colmando el vientre de la lágrima.

En el agua de la lluvia también había un retazo de viento. Un viento que impulsaba campanas de cristal por entre los árboles. Se escuchaban lóbregas, en cuyo interior se agitaban remolinos de hojas. La lluvia cantaba. Parecía tener arena en su voz, y cortezas de árbol.

La lágrima se llenó. Amelia la llevó a su habitación con las manos mojadas y los pies descalzos saturados de arena.

El agua resplandecía en el interior de la lágrima. Una luz fulguró dentro del cristal. El agua de la lágrima goteaba entre los dedos de Amelia.

Windisch extendió la mano. Cogió la lágrima. El agua comenzó a empapar su codo. Amelia se lamió los dedos con la punta de la lengua. Windisch la vio humedecerse los dedos en aquella noche tempestuosa. Miró la lluvia afuera. Sintió la oleada de agua en su boca. El nudo del vómito le oprimió la garganta. Windisch puso la lágrima sobre la mano de Amelia. La lágrima goteaba, y el nivel del agua en su vientre no cedía. “Es agua salada. Te calcina en los labios”, dijo Amelia.

Esta vez, Amelia se lamió la muñeca. “La lluvia es dulce”, dijo, “La sal viene del llanto de la lágrima”.



Herta Müller (traducción al castellano por Hellman Pardo)







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