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domingo, 6 de diciembre de 2015

5 POEMAS INÉDITOS DE LEONARDO SANHUEZA, GANADOR DEL PREMIO MANUEL ACUÑA EN LENGUA ESPAÑOLA


La juguetería de la naturaleza

Fuente: Página de la Secretaría de Cultura de Coahuila

El escritor Leonardo Sanhueza (1974) acaba de recibir el premio Manuel Acuña en Lengua Española en Saltillo, México, por el libro de poemas La juguetería de la naturaleza, inspirado en Ray Harryhausen, famoso técnico de efectos especiales. Cabe destacar que la obra fue elegida entre 500 participantes de 26 países. El autor además ha sido galardonado con el premio Pablo Neruda en 2012, por su trayectoria, y el galardón Academia Chilena de la Lengua por su libro Colonos (Cuneta, 2011). A continuación dejamos una selección de poemas inéditos que se encuentran en el volumen con el que este autor chileno ganó el premio.




Basura espacial


Nadie ha preguntado aún

adónde va ese quiltro tan de prisa,

con tanta determinación que pareciera

querer cortar en dos el sitio eriazo,

separar el Mar Rojo, el sagrado tierral

por donde va lanzado a chorro

como un tren japonés que avanza sin gobierno

sobre la bruma noticiosa.

 No sabe el perro que vendrá la noche

arrastrando sus agujeros de gusano

por el espacio curvo y sin fronteras

de nuestra geometría.


Por ahí corre su trecho, va embalado,

ignorando que allí le depara su destino

una suerte más trágica, más cómica,

cuando sus huesos tristes se vuelvan de plata

para que los orfebres del futuro

hagan con ellos las alianzas

del amor conyugal:

todo es perro, dirá, mientras sus ojos

tratan de ser la enana roja,

el canto de cisne, de su galaxia.





La memoria incestuosa


La memoria es la madre de las invenciones

(nueve noches son nueve noches),

pero sus uñas crecen velocísimas

hasta clavarse en nuestra frente,

como un cuervo que picotea

la joroba de un jabalí

sólo por darse el gusto, por fregar

un rato la paciencia, sin saber

que también uno es un autómata,

un ratón a pilas que nació de su vientre

y ahora la hace madre, una y otra vez,

de estos nietos tan bellos y monstruosos

como el viejo botón dorado

que sólo sirve para atar vestidos

o arrancarse los ojos ante la desnudez

de una vieja que sólo muerta

nos llama hijos y nos amamanta.







Cultura general


Un hualle solo en un potrero

me dice la verdad:

las paredes ya no tienen oídos,

sino bocas y fauces, futuras precauciones

para los días del desove.


¿De qué sirvió saberlo todo?

El chico promisorio que fui alguna vez

envejeció muy mal — el viento se lo lleva

a un hospital de nubes,

donde al fin no sabrá nada de nada:


ni por qué sangran las guindas

en estos árboles a cuerda,

ni cómo explicarles un fémur

a las hormigas o a los perros.





La Strada


Hay cosas peores que el miedo

a la combustión espontánea o a la catalepsia,

pero nuestras balanzas ya perdieron

todas sus certidumbres

y ya no saben sino yacer entre las baratijas

a la espera del reciclaje.


El amor se acabó.

Los payasos se peinan las pelucas

usando los leones como espejo,

donde el enorme zapato y la nariz de pelota

bailan con los antílopes y las preciosas

gacelas de Thompson que vuelan otoñales

entre las hojas de los gingkos.


Y sin embargo, ya lo sabes:

«Hasta tú, hasta tú sirves para algo,

con tu cabeza de alcachofa».


Pero lo que pasa en el circo, en el círculo

que cierra el mar, se queda allí,

respirando el olor de la viruta y el acero,

pestilencia de la vida y del amor

que nos maldicen:

flores hirsutas para las coronas

más baratas del cementerio

que rompen sus cadenas con la fuerza

de su pecho lleno de abejas.





Carillón


No recuerdo a qué anillo del infierno

iban los jueces, fiscales, tinterillos,

pero era un lugar donde sólo comían

arroz pegado y palomas sin desplumar.


Enseguida los formaban en una ronda

donde cada uno con su martillito

golpeaba en el cráneo al colega

que tuviera a su derecha, tic, tac, toc,


sin saber que tocaban la música de las esferas

reventando a cada nota una ley,

mientras los astrónomos se preguntaban

qué diablos, qué diablos pasa en el universo



que ahora se ha puesto a sonar

como antaño sonaban los árboles

cada vez que el viento anunciaba el otoño

silbando entre sus filosas hojas de hierro.

  


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