Por Omar Pérez Santiago
Escucho voces antes de doblar la esquina.
Doblo y, como si fuera irreal, aparece Octavio Paz.
Era una medianoche de luna llena de junio de 1988 y Octavio Paz caminaba directo hacia mí en una calle principal de Malmö en Suecia, canteado por Lasse Söderberg a la izquierda y Jean Clarence Lambert a la derecha. Venían del centro cultural francés y yo venía con mi novia sueca de mi pub preferido.
Entonces lo vi y grité como un groupie: “Octavio Paz”.
Y lo abracé.
Octavio Paz abrió sus brazos y me abrazó.
Mi entusiasmo nocturno tenía bases sólidas.
Octavio Paz era un tipo de escritor muy de moda.
Desde 1968 Octavio Paz publicó obras capitales.
Dije 1968 y quiero decir “Tlatelolco a las cinco y media del miércoles 2 de octubre”, donde diez mil estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas escuchan a un líder estudiantil que habla desde un balcón. De pronto en el cielo se encienden luces de bengala. Se oyen disparos. Muchos caen en la plaza por el fuego de ametralladoras. La matanza de Tlatelolco fue un ataque militar del gobierno que tomó 29 minutos y dejó un monte de cadáveres.
Aún había olor a pólvora cuando, en protesta, Octavio Paz renuncia a la embajada en la India, donde estaba desde 1962. Tlatelolco gatilló el frenesí de Paz por la libertad crítica. Paz escribe Post Date, uno de cuyos capítulos centrales es sobre la carnicería de Tlatelolco, y sobre la crisis de representatividad política, el desfase entre la elite y el pueblo, el cultura piramidal del partido único, y del “sí, señor presidente”.
Luego funda la revista Plural. Leer a Paz en esos años de dictaduras sureñas, era un chiflón de aire libre. Paz denuncia el golpe contra Salvador Allende, critica la falta de fe de las democracias occidentales, los límites del mercado, el desdoblamiento democrática-imperial de Estados Unidos, defiende el aborto y la liberación femenina, critica la dictadura de Franco, y defiende el aura libertario del movimiento del 68.
Pero a la vez, Paz denuncia la URSS y defiende a Solzhenitsyn y a Padilla en Cuba y critica la doble moral de una cierta izquierda dogmática, la caída cultural de la izquierda stalinista que no perdonó a Paz y que lo vio como una bestia negra.
Pero sobretodo, lo que dijo Paz, lo dijo con un lenguaje creativo y centelleante, nervioso y sustantivo, como si orillara un acantilado.
Hace veinte años, una noche en Malmö, Octavio Paz me abrazó y luego me preguntó:
-Y ¿tú quien eres?
Lasse Söderberg se apuró en presentarme y en contarle que yo había hecho una antología literaria de suecos y latinoamericanos que titulé Jardines Errantes, (Irrande Trädgardar, 1987, Aura Latina). El título del libro estaba tomado de uno de los poemas de Octavio Paz, publicado en 1971 y dedicado a Jean Jacques Lambert, su traductor francés, que estaba también allí parado al lado de Octavio Paz. Además, el poema había sido traducido al sueco por Lasse Söderberg. Lo qué son las cosas.
De un modo curioso y fantástico, todos los que teníamos algo que ver con el poema Jardines Errantes, un homenaje al dialogo del vagamundo, estábamos allí parados, como troncos bohemios, a la doce de la noche en la calle Södra Förstadgatan de Malmö, bajo la luz centelleante de la luna llena.
-Lasse, dijo Paz, no me has enviado ese libro.
-Sí, Lasse, dije yo haciéndome el interesante, ¿por qué no le has enviado el libro Jardines errantes a Octavio Paz?
-Sí, Lasse, yo también quiero uno, dijo Jean Jacques Lambert.
El año siguiente cundió el rumor en los entornos de la academia sueca, que le darían el premio Nobel a Octavio Paz. No fue así. Ese año el premio recayó sobre Camilo Cela. Se dicen muchas cosas acerca de los criterios de la Academia sueca para nombrar al premio y uno de esos imaginarios, es que la academia no vuelve a premiar a un escritor del mismo idioma dos años seguidos. Sin embargo, la academia premió a Octavo Paz en 1990, desdiciendo los prejuicios.
La historia del poema Jardines errantes no quedaría allí. Lambert publicaría en 1992 un poemario que titularía también Jardines errantes (México, 1992). Y hoy Seix Barral, con motivo de los 10 años de la muerte de Octavio Paz, publica otro libro con el título Jardines errantes, con las cartas que escribió el Nobel mexicano entre 1952 y 1992 a Jean Jacques Lambert, una amistad que duraría 50 años.
JARDINES ERRANTES
A Jean Clarence Lambert, entre Suecia y México.
Entre la nieve y el terrón fusco,
El pino y el cacto,
entre
las palabras enterradas del poeta Ekelof
y las profecías desenterradas de Topiltzin,
el erizo de mar y la tuna tenochca,
el sol
de mediodía y el sol de medianoche,
Jean Clarence
tiende un hilo
sobre el que discurre
-del color al sonido,
del sonido al sentido,
del sentido a la línea,
de la línea
al color del sentido:
letras,
exclamaciones, pausas, interrogaciones
que deja caer
desde su divagar vertiginoso
en nuestros ojos y oídos:
Jardines errantes.
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Octavio Paz y el 68 latinoamericano.
Por Omar Pérez Santiago.
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