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domingo, 29 de marzo de 2009

La pasión crítica


Alfonso Carvajal



Definir un proceso creativo es imposible, acercarnos a él, re-inventarlo, es la tarea del ensayo creador. George Steiner ha planteado que el máximo logro de un crítico es convertir el objeto de su búsqueda, de su inspección, en una obra de arte. La crítica literaria es un bazar de posibilidades y de formulaciones. Pero más que una escuela o movimiento, sobresale el autor, un solitario, que desde su percepción mediada por distintas y herméticas pulsaciones interroga el origen de una determinada literatura. En otras palabras, un crítico en profundidad amplía el panorama de la literatura, y también ejerce su papel de pedagogo de la creación.

Un caso particular y complejo en la crítica hispanoamericana es Rafael Gutiérrez-Girardot. Su obra ensayística abarca principalmente dos grandes temáticas: la literatura alemana e hispanoamericana contemporáneas. Este marco le ha permitido profundizar con coherencia y desgarramiento en la historia de la literatura de los dos últimos siglos. Novalis, Nietzsche, a quien también ha traducido, Trakl, Walter Benjamin, Celan, Gottfried Benn, Machado, Rubén Darío y el modernismo, Jorge Guillén, Alfonso Reyes, Henríquez-Ureña, Jorge-Luis Borges, Aurelio Arturo, Charry-Lara y León de Greiff, entre otros, hacen parte de este generoso espectro.

Filósofo de formación, Gutiérrez fue seducido por el hecho literario, es decir, por la escritura. En el mejor significado de la palabra, Gutiérrez es un escritor que cumple una doble misión: a través de su subjetividad crítica y autónoma, crea una nueva visión literaria, y además posibilita otras miradas y lecturas de los escritores en que se sumerge. El ensayista colombiano escoge la literatura por su carácter ambiguo y rebelde, que está lejos de ser aprisionado por las ciencias exactas, y que se rige por el libre albedrío de discernir y el placer intrínsecos que encarnan el arte literario. Mientras que la filosofía le da rigor, la literatura le da pasión. En esta combinación de fuerzas radica la originalidad y dinámica de su trabajo.

Al parecer dos fuentes marcan esta apasionada decisión: uno es Martín Heiddeger, y el otro Hugo Friedrich, quienes fueron sus maestros y dejaron hondas secuelas en su formación académica. Esta lucha de tendencias e ideas, más el conocimiento de la literatura europea y latinoamericana que ha cultivado Gutiérrez, permiten una exploración aproximada al origen de su creación ensayística.

En Heiddeger intuye a uno de los primeros filósofos modernos que invierte la relación entre poesía y filosofía, y que encuentra en la primera, transgrediendo el dogma anterior, la plataforma para trazar los senderos de su pensamiento: pensar poéticamente. La tradición indicaba lo contrario. La filosofía era el sustento y la poesía la forma. Platón la llamó alada y la expulsó de su república. Aunque el tema no es nuevo, ya lo habían esbozado algunos poetas románticos como Novalis y Hölderlin, aquí la ruptura, el cambio de prioridades, lo propone un filósofo. Esta idea seduce a Gutiérrez, quien también es un filósofo. Por eso, en el proceso de asumir la crítica literaria como el eje de su vida creativa y pensante, no es extraño que el escritor colombiano hubiera escogido a la poesía y a los poetas, como el centro más profundo y sensible de sus divagaciones existenciales. El proyecto que inició Heiddeger, lo continúa Gutiérrez con la crítica literaria, teniendo como sendero de su pensamiento a la poesía.

El otro benefactor intelectual, fuente de inspiración, nace de la literatura, y es Hugo Friedrich: el autor de Estructura de la lírica moderna, maravilloso tratado sobre la poesía contemporánea, donde el crítico alemán señala, entre otros asuntos, a Baudelaire y Rimbaud como los precursores de la poesía de nuestros días. Más allá de esas vidas truncadas, miserables, fantásticas, alteradas, de esos poemas interiormente inarmónicos, agrios, rebeldes, originales, es el análisis de sus causas lo que conmueve a Gutiérrez; para hablar de estos poetas, Friedrich, acude a categorías como “disonancia ontológica” o “discontinuidad”, que finalmente se pueden traducir en la “dislocación” del lenguaje y de la sociedad en el mundo contemporáneo. Un mundo roto, fragmentado, inasible, que Kafka consolidará en una literatura llena de angustia, de la vida no vivida, que profetizará el tiempo caótico del siglo XX. De allí las grietas que se abren a la filología en la búsqueda de los motivos intrínsecos de las obras de ciertos autores contemporáneos. El crítico colombiano partiendo de Friedrich, afirma al respecto: “La “discontinuidad” no solamente formal, sino de interior o contenido, excluye la posibilidad de trazar la génesis de una obra poética, es decir, una continuidad, aunque sea la de los saltos y las rupturas”. Gutiérrez ensancha el tema, y sin llegar a hacer apología de medidas o fórmulas críticas, habla de la interpretación de una obra desde dentro como otra posibilidad, y es aquella que “sólo puede atenerse desnudamente al texto, desechar tentaciones como la de fijar influencias, establecer fases de su “evolución”, acudir a motivos biográficos para “explicar” sus poemas... Esta lectura desde dentro, que puede invocar como modelo la que el filólogo Nietzsche llamó “lectura filológica”, esto es, “lectura entre líneas”, permitirá probablemente no sólo acercarse a la “herida en el corazón” (como denomina Kakfa su delirio creativo), sino al mismo tiempo ir elaborando al hilo de esa lectura las categorías que permitan percibir de modo aproximado el “brillo” del “primer día”.1

Gutiérrez también guarda agradecimiento intelectual con Alfonso Reyes y Henríquez-Ureña, quienes consideraron sin prejuicios a Latinoamérica como parte de la cultura occidental, y le dieron dimensión universal a la inteligencia americana, cuando busca el “ansia de perfección” y el rigor de la complejidad, que dejan atrás la vanidosa limitación provinciana. Pero el escritor latinoamericano más cercano a Gutiérrez, a sus gustos literarios, y que le inspiró apasionadas reflexiones fue Jorge-Luis Borges. En el poeta y escritor argentino, encuentra una original renovación de la literatura del siglo XX, y escribe el libro Borges, el gusto de ser modesto, donde en el artículo “Ensayo de interpretación”, que fue publicado por Taurus en 1959, señala con fogosa intelectualidad los matices fundamentales de la literatura borgiana. Ensayo clásico, que entre otras sugestivas apreciaciones, dice “la mutua relación de poesía y teoría se expresa en la figura del poeta doctus -refiriéndose a Borges-, un tipo de escritor que es hoy una exigencia y a la vez la imagen evidente y natural del creador literario. La diferencia entre el poeta doctus y el poeta que además es erudito, tiene muy claros contornos. La medida no es tanto el saber acumulado -muerto o vivo-, sino la reflexión, es decir, la conciencia lúcida de sí mismo, de su tarea y de los medios y posibilidades con que puede expresar la una y realizar la otra”.2

La universalidad de César Vallejo

Este artículo quiere centrar sus móviles en un poeta que Gutiérrez-Girardot ha tenido el placer de leer, amar y trabajar durante muchos años: César Vallejo. El de las ardientes pupilas campesinas, el experimentador del lenguaje, el mártir religioso, la vocación del sufrimiento. Desde esta perspectiva, entraremos a navegar en el espíritu crítico de Gutiérrez, a tener una visión de las herramientas y teorías literarias que utiliza en esta aventura del pensamiento que es la crítica literaria.

Gutiérrez involucra toda su pasión e inteligencia en la interpretación de cada texto. Es abierto, pero también vociferante en sus posturas. El académico, se despoja de su investidura y se coloca el overol de la experiencia poética. Es decir, busca en las raíces del misterio, en las palabras del poeta, más que en sus circunstancias, los orígenes de la creación literaria, de la “herida en el corazón”.

En el prefacio a César Vallejo y la muerte de Dios, Gutiérrez realiza una bella metáfora de Jesús con el poeta peruano, al comparar su nacimiento humilde, acaecido en el pesebre de la pobreza: “Tierna y cruel” llamó a su patria el gran historiador peruano Jorge Basadre. Ternura irradia la obra de César Vallejo, cuya infancia fue el cielo que determinó su vida. Fue una infancia campesina en la que, para él, se repitieron el amor y la paz que transmitía la imagen del pesebre de Belén”.

La versatilidad de Gutiérrez se impone, emergen sus dotes de relacionador, sus punzantes reflexiones, y entramos en el mundo convulsionado del “cholo” de Santiago de Chuco, en su experiencia vital y en el dolor de su poesía. En ese dolor inapresable, gestual, que lo caracteriza, de mudeces, de puntos suspensivos, de grititos, de Quiero escribir, pero me sale espuma, de /quiero decir muchísimo y me atollo”. Gottfried Benn dijo que “la poesía es exorbitante o no lo es”, y Gutiérrez señala la exorbitancia poética de Vallejo, que lo convierte en un auténtico poeta latinoamericano y, por lo tanto universal”.

En el clarividente y voluminoso ensayo “Génesis y recepción de la poesía de César Vallejo”, el poeta es abordado desde dos temáticas esenciales: la religiosa y la filológica.

Gutiérrez afirma que a Vallejo se le cae el mundo, cuando sale de su pueblo, cuando crece y su inocencia es aporreada, cuando es encarcelado injustamente en Trujillo, cuando viaja a Lima, y ese mundo sacrificado es la historia sagrada de la infancia; entonces, el poeta peruano, se siente expulsado del paraíso. Además, biográficamente Vallejo vive la época del nihilismo, que se cuece en Europa, y de la “muerte de Dios” de Nietszche, que inaugura la secularización del pensamiento. Este mundo de fuertes rasgaduras, de cambios, de guerras, de desesperanza, trastoca el sentimiento religioso de Vallejo, quien se siente culpable, y presiente al pecado original como algo innato del hombre: un dolor que se lleva a cuestas por naturaleza, por castigo.

Vallejo poetiza el dolor y sus palabras nos duelen a todos. Gutiérrez encuentra en su poema España aparta de mi este caliz, recuerdos de su infancia en la escuela, inspirados en el carpintero de Belén, entretejidos:

Si cae -digo, es un decir, si cae

España, de la tierra para abajo,

niños, cómo váis a cesar de crecer!

Cómo va a castigar al año al mes!

Cómo van a quedarse en diez los dientes,

En palote al diptongo, la medalla en llanto!

Cómo va el corderillo a continuar

Atado por la pata al gran tintero!

Cómo váis a bajar las gradas del alfabeto

Hasta la letra en que nació la pena!

“A los niños del mundo habló Vallejo con el lenguaje de su escuela. Pero esa memoria permanente de su Belén no significa que la poesía de Vallejo es religiosa en el sentido de devoción religiosa o de añoranza de la piedad eclesial. La culpa gratuita, la expulsión del Paraíso son formas analógicas de una experiencia universal de la época moderna, y el modo cómo las sufrió y expresó Vallejo, esto es, su poesía, les confiere validez universal. Vallejo no fue, pues, como se ha interpretado el apelativo, tierno o cruel peyorativo, “cholo”, un poeta silvestre... A esa época, en la que estaba arraigado, Vallejo dio el aura y, con ello, la elevó a dimensión universal”,3escribe con lucidez Gutiérrez.

Vallejo llamó a Quevedo, “ese abuelo instantáneo de los dinamiteros”, y el nieto peruano, sigue sus pasos, y sus poemas son verdaderas explosiones que laceran el alma y hieren la sensibilidad de los corazones. En Los heraldos negros, el sentido teológico-poético de Vallejo, es una lección monstruosa de una estética de la angustia, en la literatura en lengua española. Su sencillez, su inocencia endurecida, pero que siempre conservó, lo llevan a una confrontación con Dios, a reclamarle la falta de atenciones, a desmitificarlo, a hablarle de frente, como se le habla a un ser querido, o a un ser que amamos y conocemos.

Gutiérrez presiente en Vallejo “el intento de rescatar a Dios de las cadenas con las que lo han atado los filósofos para hacer de él un Dios que también sufre, que se sienta con la familia o en el café con los amigos y que comparte con los hombres las penas cotidianas”.

Algunos versos de Los heraldos negros, logran esa profundidad que filósofos, santos, y otros personajes, han expresado sobre la idea o el fenómeno de Dios. Pero el poeta peruano nos aterriza en palabras demasiado humanas, en verdades de a puño, en potros de bárbaros atilas, con ojos brujos de candelas, y entre la ternura y la rebeldía, entre el dolor y la belleza, desde su generosidad campesina nos eleva a la más hermosa y sufrida poesía, a la sabiduría elemental:

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma... Yo no sé!

... Son las caídas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

O en el poema de “Los dados eternos”:

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;

me pesa haber tomádote tu pan;

pero este pobre barro pensativo

no es costra fermentada en tu costado:

tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tu hubieras sido hombre,

hoy supieras ser Dios;

Pero tú, que estuviste siempre bien,

no sientes nada de tu creación.

Y el hombre si te sufre: el Dios es él!”

Con las palabras, Vallejo nos deja sin palabras, sin aliento; su sutileza, su dureza intelectual, porque la tiene, extensa y espontánea, nos alumbra el sendero religioso que la Iglesia católica, por cobardía y convicción, nos ha negado, ultrajado, ha ocultado bajo sus sotanas. Vallejo nos accede a Dios, con la claridad de un ángel maldito, de un ser romántico modernizado, instaurado en pleno siglo XX. El barro pensativo, significa ni más ni menos, el otro corpóreo, una idea de arcilla, lo sobrenatural atado a tierra, expresado con la más sencilla contundencia poética, que la filosofía jamás podrá cantar de esa manera.

Gutiérrez se emociona con severidad, y dice que la orfandad que siente el poeta, le lleva a “yuxtaponer lo Absoluto con Dios o el Señor, la muerte con la culpa, la armonía universal con el castigo, la muerte con lo Absoluto, la vida con la muerte, el dolor con la ironía, el “alba” y el “poniente”, el pasado y el futuro, de modo que de estas yuxtaposiciones resulta una síntesis en sentido auténticamente hegeliano, es decir, una síntesis en la que cada uno de los términos contrarios se une con el otro sin perder su propia significación”.4

El espíritu crítico de Gutiérrez se expande, y realiza una comparación brillante entre los poetas Machado y Vallejo, quienes creyeron encontrar en la revolución soviética la reinstauración del paraíso; vislumbraron una posible lírica que combinara las ideas comunistas y la inspiración cristiana. Ellos vieron en la revolución bolchevique, la llegada de un mundo redentor, de un Mesías, de una nueva sociedad que impartiera justicia. En “Vocación de la muerte”, recordando una idea de Lenin, Vallejo escribe:

Ya soy el Hijo del Hombre, el enviado de mi Padre -respondió el joven de maneras suaves y la gran hermosura, como si acabase de tener una revelación por espacio de treinta años esperada.

“Ya soy el Hijo del Hombre”, es decir, el comunismo es la realización del cristianismo, la historia sagrada redime a la historia profana cuando aparece una reencarnación de Cristo, un Mesías”, señala Gutiérrez. Y advierte que este mesianismo católico hubiera conducido al poeta peruano a abrir las puertas de un caudillismo de izquierda. Afortunadamente, Vallejo distancia muy bien sus creencias políticas y su arte; su vocación por el comunismo no le anuló su capacidad crítica e independiente ante el partido, y tampoco invadió a su poesía, como por ejemplo a Pablo Neruda, y sus cantos y andanadas proselitistas, a su épica de viento que hacía rugir cañones; Vallejo, por el contrario, es subterráneo, va de arriba hacía abajo; sus versos que nacen del silencio, del asombro, del desamparo de la humanidad, entran como gotas de ríos profundos en las venas de los hombres:

...Hoy no ha venido nadie;

y hoy he muerto qué poco en esta tarde!

...El traje que vestí mañana

no lo ha lavado mi lavandera:

lo lavaba en sus venas otilinas,

en el chorro de su corazón y hoy no he

de preguntarme si yo dejaba

el traje turbio de injusticia.

...Siento a Dios que camina

tan en mí, con la tarde y con el mar.

Con él nos vamos juntos. Anochece.

Con él anochecemos. Orfandad...

Vallejo continuó hasta el final de su vida explorando esta duda y herida metafísica. Ardiendo solo en su poesía.

Los alcances de la Filología

Y siguiendo la “herida en el corazón” y “la vida no vivida”, frases de Kafka, que sobrepasan el alcance de las teorías literarias, que sacuden a los hombres, y abren el territorio más hermético de la literatura, esto es, los orígenes del delirio de la creación, Gutiérrez habla de la imposibilidad completa de la filología para bucear y abordar una obra tan compleja y misteriosa como la de Vallejo. Habla de su relación, espontánea, con otros escritores europeos de su momento: Kafka, Celan y Benn, principalmente. Allí el crítico abre sus alas, expande las luces de su cerebro, y encontramos a un Vallejo nuevo, distinto del que nos enseña la tradición, al Vallejo que descubre y nos propone Gutiérrez.

Si Benn hizo un relato monológico de la poesía, Celan y Vallejo realizaron un relato dialogal de ella. Ellos escarban, preguntan, y de cierta manera, nos involucran a todos en un asunto que concierne a la humanidad.

En ese sentido, el escritor colombiano fustiga algunos acercamientos críticos que se hacen sobre la obra del poeta peruano, que ven con desdén su poesía, y a los cuales todo les parece girar alrededor de su origen indio e humilde, y que además analizan con torpeza y ligeramente su actitud política. Esta mirada localista y pobre, discriminatoria, enfurece a Gutiérrez quien sube la voz y señala con duro sarcasmo a lectores europeos y teóricos latinoamericanos que desde la izquierda o la derecha, no pueden comprender, que “el “cholo” Vallejo, por haber nacido en una diminuta ciudad perdida en las cordilleras andinas, haya sido capaz de percibir un fenómeno histórico-occidental como el del Nihilismo; emparentarse con grandes escritores europeos de su momento, o que simplemente debió enfilarse en las masas de la revolución proletaria “soviética-universal y rechazar ciegamente todo lo que no quepa en el catecismo materialista-histórico-científico, como por ejemplo el Nihilismo... No tienen en cuenta el hecho de que no solamente la personalidad de Vallejo, sino el desarrollo de la historia occidental desde el advenimiento del capitalismo con la Revolución Francesa, esto es, la uniformización del mundo, constituyen los presupuestos para un “cholo” como Vallejo, perciba con exactitud y profundidad lo que ocurre en el centro de ese mundo uniformador”.

Hay dos motivos que sobresalen en esta dificultad de aproximación crítica; uno, es el dolor de Vallejo, ¿cómo definirlo, apresarlo, hacerlo visible?, y el otro, es su rompimiento formal con la poesía que se acentúa en Trilce, que al parecer nace de las palabras triste y dulce, y que es el libro más experimental del poeta peruano, y de más difícil acceso a la filología. Pero su hermetismo no sólo está en el juego de palabras, en sus espacios en blanco, en sus puntos suspensivos, en sus orrores gramaticales a propósito, en el quiebre de la lógica:

La tarde cocinera se detiene

ante la mesa donde tú comiste;

y muerta de hambre tu memoria viene

sin probar agua, de lo puro triste.

O,

¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?

Temo me quede con algún flanco seco;

Temo que ella se vaya, sin haberme probado

en las sequías de increíbles cuerdas vocales,

por las que,

para dar armonía,

hay siempre que subir ¡nunca bajar!

¿No subimos acaso para abajo?

Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!

sino en algo más profundo, y es la dislocación del lenguaje y del mundo moderno del que se apropia Vallejo. Que no es una casualidad, sino algo que brota de su intelecto, de su proceso vital y de su gigantesca sensibilidad. De su infancia, de su adolescencia, de su salto providencial de Trujillo a Lima, y de ahí a Europa, a París donde muere un día de aguacero, de sus lecturas, de sus reflexiones sobre el artista y su compromiso con la sociedad, de su dura visita a Rusia, donde se derrumba su idílica relación con el comunismo y de su poesía que “irá revelando sus dimensiones, sin entregar nunca el recóndito dolor, la recóndita herida de la que manan esas dimensiones”.

“En César Vallejo cristaliza un poeta, para cuya comprensión o no bastan las categorías de la filología o no han sido elaboradas, es decir, un tipo de poeta que se sustrae a la filología... Pero ya en ellos, ciertas clasificaciones o si cabe llamarlas como las filiaciones literarias o influencias hacen patente su invalidez. No solamente porque el concepto de influencia en sí es para la poesía moderna, al menos desde el romanticismo, una categoría de poca consistencia sino porque Vallejo mismo demuestra su inadecuación...”, dice Gutiérrez.

Vallejo camina desnudo entre nosotros. Sin vergüenza, con altivez rural, con la sangre corriendo en sus venas otilinas, nos mira a los ojos, y sólo baja la cabeza para apretar la lira de su corazón. Vallejo fue un hombre que expresó el dolor de su época y de la humanidad, porque la vida le dio en toda su muerte, y había que dejarlo...

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