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jueves, 15 de marzo de 2012
Poemas de Winett de Rokha
DOMINGO SANDERSON
Cierro los ojos anticipándome a lo definitivo, y la ventana
del tiempo se disgrega,
vienen ellos y ellas, tú y yo, nuestros hijos, y vosotros todos,
se ha vivido el destino y la forma: marfiles, corales, ébanos y estrellas.
Inútil añoranza, inútil afán de insecto laborioso y alas de agua,
vidas que se precipitan del cerebro al mar y del mar al cerebro,
allí estáis vosotros, aquí estamos, allí estaréis vosotras un largo año.
Como el viejo Domingo Sanderson, mi abuelo, en la cuadrada
plaza de provincia,
soleada plaza con pesados árboles y pájaros municipales,
soledad y polvo, en las carreteras, en las puertas, en los campanarios,
soledad y polvo en las almas de los muebles y los tristes,
mirando cómo emigran los murciélagos que traen tiempo y miedo.
Porque una vez, entre siglo y siglo,
vivió y murió entre libros y sueños, entre libros y espanto,
entre libros y brujería, y demonio y sacrilegio,
en el cual Voltaire, enfundado en una roja capa muerta,
miraba enjuto y pálido, lleno de ángulos y fosforescencia prohibida,
-libros y sueños, libros y libros- maldición y conjuro.
Hijos, voluntades dispersas, enfermizas, criaturas de dolor y de rencor,
ajenas, esporádicas criaturas con un nombre en el extremo de las uñas.
Tres o cuatro fechas y en la memoria de algunas
estampas, una visión equívoca,
eso, de Domingo Anderson, el políglota,
libros, y libros a la espalda, con ellos de casa en casa,
libros y libros y libros,
con ellos de pensión en pensión, encajonados, llovidos,
rodando, acumulados como piedras de piedra,
dolor y cansancio y libros, escrituras y escrituras en
caligrafía de dolor y sueños.
Setenta y anchos cuatro años sobre la irrealidad,
setenta y anchos cuatro años de combate sin combate, de duda;
LOS SUYOS, maldicen el cadáver;
los libros amontonados no hablan,
los libros deshojados como castaños, son quemados,
y el cuerpo solo, marmóreo, inmutable, desciende solo y sin libros,
solo, absolutamente solo, inútilmente solo,
con el abecedario entre los dientes.
Abro los brazos estrechando lo inútil inconmensurable:
mitos, libros, ríos, libros, desengaños, libros, libros, libros,
tú y yo entre los doscientos crepúsculos…
ESCENARIO DE MELOPEA EN ANTIGUO
Cóncavo, con estalactitas y estalagmitas,
todo blanco, como el dedo de la mañana,
y un tapiz rojo, ensangrentado y repitiéndose,
donde mi zapatilla es una sola pepa de sandia.
Todo ojo se copia en los espejitos de mis uñas,
y mis brazos caen, se levantan y caen otoñándose.
La palabra se hace mariposa de noche,
pestañea, gira, se detiene, abre su corazón de perla inopinada
y se prende a un eco que rueda,
lentamente, desdoblándose, persiguiendo su órbita,
como una cabellera de astro que se disuelve.
CARCOMA Y PRESENCIA DEL CAPITALISMO
Frío, plano, de exactas dimensiones,
el siglo XX cabe en una cancha de tennis.
En mesitas de café-concierto,
entre pajillas, whisky-sowers y cigarrillos egipcios,
la mujer contemporánea
borda corpiños de seda negra.
En el paddock,
al compás de la música loca de un jazz-band,
las mujeres y los caballos se pasean.
Del brazo de Pablo de Rokha,
intervengo en el ritornello
mundial de las muchedumbres.
Ilustrando mis poemas
con perspectivas de paperchase,
con sweaters cuadriculados de sportman,
y humaredas de inquietantes locomotoras,
soy la Eva clásica del porvenir.
Astral y sensitiva, horado
en aviones románticos,
el azul de las golondrinas perdidas.
AMARILLA Y FLOR DE AGOSTO
¿Sientes cómo la araña hila su encaje
de sombra enmohecida?...
Ven, la flacura del Invierno
ha extendido su manta de cañamo maldito.
Como en aquellos días de oro,
tu conciencia y mi espanto,
acarician la línea fugitiva
de mi corazón inocente.
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