Fue en los años 70 que me dí cuenta de la existencia del cuento por María Luisa Bombal, “La historia de María Griselda”. Hoy me parece una broma cósmica al comienzo de la primera década del siglo XXI— un cuento de sensibilidad lésbica que existe libremente dentro del canon clásico literario de América Latina. ¿De qué hablamos en esa clase de literatura con mi profesor? No me acuerdo de una palabra, pero sí recuerdo que las descripciones de Bombal me causaron un profundo efecto. Un cuento publicado en 1946, sobre la mujer más bella del mundo, el personaje inolvidable de una novela escrita casi diez años antes por su autora, y después olvidado en la conclusion de la narrativa– ¿cuál será el posible significado para la conciencia lésbica latina, o se trata no más que de una aventura? Mi exploración es subjetiva, y se apoya en mi intuición de lo que le ha ocurrido a Bombal, y en el contexto social de su obra.
A pesar de no haber dejado una obra prolífica, la escritora María Luisa Bombal causó gran impacto con su prosa entre mágica y surrealista. Carlos Fuentes le acredita con ser una precursora del realismo mágico, mentándola como “la madre” de los escritores latinoamericanos que se han distinguido en ese género.
En 1938 se publica La amortajada, la segunda novela corta de Bombal. En 1946, ella compone, más que escribe, “La historia de María Griselda”, un cuento que tiene como principal personaje a María Griselda, una mujer de belleza inverosímil que es la nuera de la protagonista de la novela. Trasladando el enfoque del cuento, Ana María se convierte en la narradora y María Griselda es la protagonista, pero el cuento termina sin desarrollar el personaje o la trama más allá de los eventos de la novela.
Al leer el cuento se formula el interrogante– ¿por qué publicar un cuento basado en su propia novela que no contiene elementos originales, y que termina en el mismo punto en que el tema concluye en la novela? Tal vez Bombal necesitaba publicar algo, tal vez se encontraba sin energías y alguien le había pedido que contribuyera a la editorial chilena– María Luisa vivió por muchos años en Europa, lejos de los bosques vírgenes llenos de niebla y de copihues donde volaba su imaginación. Releyendo sus novelas una tarde, mientras su marido seguramente conversaba en algún club inglés con sus amigos, María Luisa decidió entonces recortar el trozo donde figura el personaje de María Griselda para transformarlo en cuento. María Luisa se queda absorta en su tarea, reconoce que la hebra narrativa de María Griselda es la más llamativa de la novela. El personaje es inolvidable, y el efecto que tiene sobre los otros personajes, inclusive la narradora / protagonista, contribuye mayormente al efecto mágico de la novela. Pero tal vez, la respuesta tiene más que ver con el enfoque. ¿Cómo podría haber olvidado lo que había escrito por tanto tiempo? Y, ¿por qué no le había cambiado los nombres a estas mujeres? Ana María, la narradora, y María Griselda, la extraña mujer que nadie puede poseer, ni comprender… ¿Cuál de ellas es la reflexión de María Luisa?
Situado en una región del sur de Chile, el cuento relata el viaje de Ana María al bosque donde se encuentran sus hijos, Fred, Alberto y Anita, y sus cónyuges Silvia, María Griselda, y Rodolfo, el novio de Anita. Rodolfo dice que ya no quiere a Anita por estar enamorado de la esposa de Alberto, María Griselda.
Desde el momento en que la madre llega al profundo bosque donde se encuentra la vieja casa de campo, uno se adentra con ella en un reino donde la naturaleza es la fuerza más poderosa que opera sobre los pobres mortales.
Recuerda que nadie había venido a su encuentro… Por toda respuesta, ella había suspirado muy hondo, extenuada…Ella había mirado entonces a su alrededor y notado de pronto que era casi invierno. (41)
Al llegar, Ana María no es señora cualquiera que reclama de un largo viaje. Lo que le afecta es el tiempo, las fuerzas que se manifiestan en ese casi invierno:
“Un trueno. Un solo trueno… Desde lo alto de la cordillera el equinoccio anunciaba que había empezado a hostigar los vientos dormidos, y a apurar las aguas, a preparar las nevadas…” (42)
Ana María reconoce el trueno como una señal, y no solo nota la estación sino que el equinoccio, un momento sagrado para aquellos que viven en comunión con la naturaleza. La personificación del viento, las aguas, las nevadas, y del equinoccio mismo como un suceso consciente de los ritmos de la tierra elevan el tono romántico de la narrativa. Pronto, su hijo Fred la encuentra y le señala un sapo en la escalinata, las primeras palabras de diálogo que se escuchan.
__Está enamorado de María Griselda. Todas las tardes sale aquí a esperarla para verla cuando vuelve de su paseo a caballo, le explicó su hijo Fred, apartándolo delicadamente con el pie al pasar. (42)
Ana María se encuentra con una casa en desarreglo; todos están hechizados por la belleza sobrenatural de María Griselda. El lenguaje se torna sensual, simbólico. Poco a poco, los habitantes de la casa embrujada le describen a su nuera con los atributos de diosa pagana, virgen, hechicera, dueña de los corazones de los meramente humanos, del mismo bosque porque la naturaleza respira en concierto con su voluntad.
Al encontrar la casa de campo en serio desarreglo, Fred la defiende: “Oh, no, no es culpa de María Griselda este desorden.” (43). Se la invoca a su madre como una imagen romántica: “¡Estaba de blanco y llevaba una dalia amarilla en el escote!” (44). La misma sirvienta, Zoila, le cuenta que los niños del campo van a dejarle flores porque la ven más hermosa que “la Santísima Virgen…” (51) Y es Zoila la que le confirma: “Nada se puede decir en contra de doña Griselda.” (52) María Griselda emerge intachable en los ojos de Ana María.
Esto es clave: La muchacha es una santa, no hace daño a nadie, no presume ni es engreída, y es completamente sumisa a los deseos de su esposo. ¿Cómo ha construido un personaje tan paradójico a la sensibilidad latinoamericana patriarcal? De hecho, Bombal ha creado un personaje femenino que se escapa del escrutinio hetero con los mismos instrumentos del patriarcado.
El sapo en la escalinata es solamente el primer animal que se figura bajo el poder de María Griselda, y no es un hecho que comprendemos a través de la muchacha, sino algo que los otros personajes notan y aceptan como normal. Mas adelante, Rodolfo le explica que las palomas, los grillos, las falenas (polillas), las ranas, los peces y hasta las luciérnagas caen bajo el encanto de la muchacha.
Cuando Ana María va con Rodolfo en busca de María Griselda, aún antes de verla, ella comienza a sentir la magia que gobierna allí, que define la realidad de aquel universo. María Griselda parece ser la encarnación de Diana Cazadora, y ellos dos siguen sus huellas de “huidiza gacela” (55) hasta llegar al fondo de una quebrada donde corre el fragoso río Malleco. Naturalmente, la muchacha no le teme al río, porque “el Malleco estaba enamorado de María Griselda.” (56)
Ana María comprende. Fred le cuenta que se encuentra enamorado de la muchacha, pero sin esperanzas. Lo mismo le sucede a Rodolfo quien sencillamente se da por vencido—no se puede ya casar con su novia, porque ama a María Griselda. Su hija, Anita, a su vez amenaza con matarse porque Rodolfo la abandona, y Silvia reconoce su completa impotencia ante la belleza de su cuñada. El hecho que la casa se encuentre en tal desarreglo es significativo porque señala el colapso de las rutinas cotidianas, las rutinas humanas que se esperan de un grupo de parejas que viven en un mundo y un ambiente productivos. Son jóvenes, recién casados o por casarse; son los “hacendados”. Los hombres no solo trabajan sino que se definen por sus empleos—abogados, etc. Las mujeres funcionan en su rol de esposas porque son bellas e inteligentes. Para ellas, su carrera de mujer consiste en ser elegidas por tales hombres, y es un asunto de honor, de reputación. el que tengan éxito en su papel. La casa misma donde se encuentran, ya pasadas las vacaciones de verano, aunque es una casa vieja y aislada en el medio de un bosque casi inaccesible, es una propiedad que se rige por sirvientes, gente casi invisible cuya existencia significa que los protagonistas están acostumbrados a que alguien los sirva.
En medio de todo esto, Bombal coloca a un ser que quiebra todo el orden establecido—en un nivel concreto porque agita las expectativas de las relaciones duales, ya que los hombres de las otras mujeres se enamoran de ella—y en un nivel sobrenatural, mágico, porque su belleza la saca de su rol y la libera. La señal más atrevida de que María Griselda amenaza el orden no solo en ese bosque austral, sino mas allá de esos límites, es que su propio esposo, Alberto, se encuentra trastornado porque no puede poseerla.
Cuando Ana María encuentra a su hijo, él está persiguiendo a las palomas de María Griselda con un revólver en la mano.
__¡Hay algo que huye siempre en todo!… ¡Como en María Griselda!… De qué le sirve decirme: ¡Soy tuya, soy tuya! ¡Si apenas se mueve, la siento lejana! ¡Apenas se viste, me parece que no la he poseído jamás! (60)
Alberto, ya fuera de quicio, le cuenta a su madre una y otra vez que,
“…apenas se apartaba del suyo, el cuerpo de María Griselda parecía desprendido y ajeno desde siempre y para siempre, de la vida física de él. Y en vano, entonces, él se echaba nuevamente sobre ella, tratando de imprimirle su calor y su olor… De su abrazo desesperado, María Griselda volvía a resurgir, distante y como intocada”. (61) (énfasis mío)
Finalmente, Ana María describe la primera instancia en que ve a su nuera, la esposa de su hijo Alberto:
“¡María Griselda! Estaba desmayada. Sin embargo, boca arriba y a flor de las almohadas, su cara emergía, serena.
¡Nunca, oh, nunca había ella visto cejas tan perfectamente arqueadas! Era como si una golondrina afilada y sombría hubiese abierto las alas sobre los ojos de su nuera y permaneciera detenida allí en el medio de su frente blanca. ¡Las pestañas! Las pestañas oscuras, densas y brillantes. ¿En qué sangre generosa y pura debían hendir sus raíces para crecer con tanta violencia? ¡Y la nariz! La pequeña nariz orgullosa de aletas delicadamente abiertas. ¡Y el arco apretado de la boca encantadora! ¡Y el cuello grácil! ¡Y los hombros henchidos como frutos maduros! Y…
…Como debiera por fin atenderla en su desmayo, ella se había prendido de la colcha y echándola hacia atrás, destapado de golpe el cuerpo a medio desvestir. ¡Ah, los senos duros y pequeños, muy apegados al torso, con esa fina vena azul celeste serpenteando entremedio! ¡Y las caderas redondas y mansas!¡Y las piernas interminables!” (65)
El lenguaje quiebra con toda tradición femenina de prosa latinoamericana, sin duda, pero es la perspectiva de la narrativa en este momento la que sobrepasa una descripción realista y se torna mágica, fantástica, sobrenatural. En los párrafos siguientes, Ana María parece perderse en un trance mientras recuenta cada detalle de los ojos de la muchacha, extraviándose en la infinidad de colores presentes en su iris y reencontrándose cuando María Griselda se apoya contra ella y le confía todo lo que sufre. Ana María cae bajo el hechizo de la belleza de su nuera, se siente repentinamente en completa armonía con el conocimiento del amor loco que su hijo siente por su esposa, y por el sentimiento arrebatado por María Griselda de los hombres en su familia. Las mujeres, su hija Anita y su nuera Silvia, sufren por el hecho de que todos se enamoran de su cuñada, y se sienten impotentes a su vez. Pero es Ana María la única mujer que comprende a María Griselda a un nivel profundo que le permite quedar embelesada y expresarlo para que la lectora también pueda entrar en el mágico embeleso.
Cuando Ana María oye lo que le dice su hijo, ella se ruboriza con el usual pudor ante tal revelación, pero el hecho de que ella observa a María Griselda desnuda, y que la joven la abraza y le confía todo su dolor al ser expulsada de la compañía de las otras mujeres, rompe con otros límites. Estos son los limites de la heterosexualidad. Ana María simpatiza con la muchacha, y también se identifica. Ana María comprende a María Griselda desde dentro, comprende la desesperación de un hombre, su hijo Alberto, al no poder controlarla sexualmente. Ana María tiene que sentir el embeleso del cuerpo desnudo de María Griselda y su infinita franqueza, para poder comunicárnoslo. Bombal, entonces, debe situar a su protagonista-mujer en la realidad de amar y desear a otra mujer.
María Griselda personifica la Naturaleza. Nadie la puede poseer. Bombal ha trocado a la protagonista; en vez de Ana María quien nunca tuvo posesión de su propia vida, nos da María Griselda, a quien nunca nadie la poseerá.
La amortajada, publicada en 1938, no es solamente precursora del realismo mágico y de la literatura latinoamericana fantástica que se desarrollaría mas tarde, sino que ocupa un lugar perfectamente al día en cuanto a los conceptos del superrealismo que precisamente en ese entonces maduraban como movimiento literario. Ya sea independientemente, o inspirada por Breton y Apollinaire, considerados los originadores, con La amortajada ella crea un género que encaja dentro de la psiquis femenina latinoamericana y responde a la situación política de la mujer, abriendo paso para expresar lo que el naturalismo y el realismo de la época no permitían: que la “realidad” de la mujer no era singular, que estaba compuesta de elementos múltiples, de lo soñado, de lo imaginado, mágico, surreal, de lo espiritual y lo sobrenatural, además del mundo concreto de cada día.
María Luisa Bombal cuenta que su ímpetu en crear un personaje como ella fue que todos los hombres se enamoraran de María Griselda. Yo diría que probablemente, también quiso expresar cómo, de qué forma deseaba ser amada. Pero, ¿en qué se basa ese deseo sino en poder imaginar el deseo que se siente por una mujer? Tal vez Bombal no se enamoró jamás de una mujer, pero sí fue capaz de sentir y expresar esa experiencia—ahí debajo de las narices de los críticos que se contorsionaron tratando de ofrecer un análisis no-lésbico de una obra obviamente lésbica. En la contratapa de la edición de 1977, podemos leer: “Qué suerte que el oficio masculino de escribir no haya masculinizado a una escritora más!” Fue Amado Alonso quién dijo semejantes garabatos.
Las lectoras y lectores lesbi-gay, siempre han sabido interpretar los pequeños reflejos de su mundo en un mundo literario que los ignora. Después de todo, la literatura latinoamericana se basa en raíces que son tan homosexuales como heterosexuales. De hecho, no puede existir sin las raíces y sensibilidad homosexuales de los escritores que la componen. Pero eso, para otra discusión. Lo delicioso que tiene este cuento es su mera existencia y la manera en que se lauda legítimo—su mérito no se puede negar—pero también no se puede más que reconocer la poderosa inspiración erótica que nos produce.
Tal vez como lectores en el año 2002, no nos debería ya importar una definición de género ni sexo aunque se manifieste en un personaje femenino en la creación de Bombal. Al franquear el nuevo milenio, es de esperar que seamos capaces de navegar conceptos metafísicos y espirituales sin atraparlos en envolturas corpóreas ni amarrarlos con artificios sociales. María Griselda es Eros en esencia, la vida y la muerte en un retrato literario, una metáfora que quiere transportarnos, elevarnos a otro nivel, para sentir lo que somos, energía; y una energía que anhela consumir y consumirse en cada acto de amor hasta des-corporarse, y alcanzar nirvana.
por Mariana Romo-Carmona, New York, 2001
Fuentes para este artículo:
Bombal, María Luisa, La historia de María Griselda. Ediciones Universitarias de Valparaíso, Chile, 1977
_________________, House of Mist – The Shrouded Woman, University of Texas Press, U.S., 1995
No hay comentarios:
Publicar un comentario