MI VIEJO PROFESOR DE LATÍN
En torno a mi viejo profesor de Latín se tejieron y desataron las más enmarañadas historias. Se le veía deambular por los pasillos de la universidad con su estampa sombría y fantasmal. Su infalible abrigo negro, sucio y raído y su ancho sombrero alone, contribuyeron a darle esa semblanza anacrónica inconfundible. Parecía venir de otra galaxia. Y vaya a saber uno si con la franca complicidad de sus fantasmas favoritos. Parecía no tener nunca prisa. Jamás se acopló al rebaño. Fue su apariencia retraída, junto al halo de orfandad lo que favoreció la leyenda. Encarnaba a la perfección el estereotipo del lobo estepario, hermético e inaccesible. Para algunos, simplemente un desadaptado social, viviendo en su propia burbuja erudita e ilustrada, con sus inescrutables honduras metafísicas, incapaz de bajar del Olimpo y transitar con los mortales, y para otros un viejo fome, un anciano aburrido y anticuado que enseñaba latín y griego, idiomas complicados y pasados de moda, que para lo único que servían era para obstaculizar la carrera. Con él no había términos medios. Yo, sin embargo, lo apreciaba, más bien lo distinguía. Evoco con tristeza, un amargo episodio, cuando dos desalmados desde el fondo de la sala le gritaron: “Viejo decrépito, ándate al cementerio a enseñar Lenguas Muertas, será mejor”. Y él haciendo caso omiso de las mofas, se limitaba a bajar la cabeza y continuar con su clase: “Quantum delectat urbanitas, tantum offendit rusticitas” (Cuanto gusta la cortesía, tanto choca la grosería). No bastando los insultos, al finalizar la clase, los escarnios proseguían con sendos escupitajos por la espalda.
Un día al concluir su cátedra, acompañé a Magister (a él le encantaba ese apelativo) hasta su domicilio, al final de Avenida Italia. Ahí tenía su guarida, su madriguera. Vivía solo, rodeado de perros y libros, cuidando delicadamente a una hermana anciana minusválida, Allí descubrí la más hermosa y completa biblioteca particular que yo jamás haya visto. Primeras ediciones en latín y griego. Verdaderas joyas literarias. Elige para ti la que quieras, me decía. Me atreví modestamente, a una primera edición de unos cuentos de José Donoso. En la sala contigua, una colección completa de bellas Cítaras y Balalaikas. “Lleva la que te guste, yo sé que te agrada la música, te he visto por los pasillos con tu charango.”No tuve el coraje de fragmentarle su bella colección.
Recuerdo con emoción sus eruditas y sabihondas clases, cuando con su voz socrática repetía: “Entre los griegos se designaba con el nombre de Pedagogo al Ayo, y Didáscolo, al maestro de primeras letras. El didáscolo era un hombre libre, y el pedagogo era un esclavo culto o un liberto.”O cuando nos recalcaba: “La edad no nos hace más sabios, sólo acentúa lo que ya somos”. Se entiende que siempre andaba a contrapelo con el resto cuando nos reiteraba: “Un buen hombre es aquel que se sobrepone a un fracaso, uno malo es el que jamás puede sobreponerse a un éxito.” En una ocasión nos comentó que provenía de una familia tan pobre que la primera vez que hizo clases y a fin de mes cuando fue a cobrar su sueldo y
vio esa cantidad de dinero, creyó que se habían equivocado y lo fue a devolver.
En los aciagos días posteriores al Once, cuando la Universidad fue intervenida; a la entrada del Campus una patrulla militar registraba mochilas, bolsones, maletines, etc.. etc.. Fue en ese entonces cuando Magister sorprendió a todos. El, que estoicamente soportaba las burlas e insultos de los irreverentes, esta vez demostró que no le faltaban agallas para encarar a los militares cuando éstos le solicitaron que vaciara su maletín y explicara su contenido. Y dando quizás su mejor clase magistral, jamás prevista por alguien, los enfrentó con virilidad: “Aquí llevo un arma letal”, les decía, mostrándoles unos fragmentos en griego, de La Odisea y de La Ilíada. “Esta es un arma poderosísima, a la que ustedes no podrán jamás combatir, ni menos vencer. Este es un arsenal logístico del pensamiento greco-latino.” Y dirigiéndose en forma desafiante, los sentenció: “Que felices, se van a sentir sus padres, ellos seguramente, siempre quisieron que ustedes en-tra-ran a la Universidad”.
Como dije, yo lo apreciaba. Admiraba su capacidad para resistir los insultos y escupitajos. Capacidad, que yo jamás pude tener, cuando algunos años después, haciendo clases en un Liceo de Pudahuel, recibiera también mis primeros escupitajos por la espalda, ensuciando para siempre... mi mente... y mi corazón .
CUATRO DE SEPTIEMBRE
( Para Cecilia o Cexilia )
¿Qué estaba usted haciendo el día cuatro de septiembre de 1985 a las siete de la tarde? Rebobine. Intente arremangar los años, buscando en los recuerdos ya archivados. Despercúdase. Escarbe bien sus zonas de sigilo, de arcano. Lo más probable, como dice la canción.....fue un día igual a los demás. Pero yo no puedo decir lo mismo. Ese día conocí a una mujer glamorosa y sensual que dulcificó mi anochecer, trayéndome el paraíso, liberándome, Fui un ángel salvaje, que resplandeció en el centro de ese huracán. El esplendor y el sonido no tuvieron ataduras. Hice con ella, lo mismo que la primavera hace con los cerezos. Dejé allí mis huesos y cada gota de sudor fue una cascada de libertad. En ese vértigo, retorcido y agonizante me contraje. Mis tentáculos se aferraron a un cuerpo translúcido, esmaltado, hirviendo desde el cráneo hasta las vísceras. Hermosa y reluciente como una adolescente en celos. El resto de mi carne entregados al manejo de sus dedos pacifistas o combatientes en la línea de batalla en que los cuerpos se reducen a la nada. Sus pechos flotaban erectos en el agua de mi boca. Ahí tuve la certeza del delirio sonoro del gemido. Los gestos y las palabras, en un idioma magnético marcaron el límite de lo inseparable. Esa noche fue de seda. El destino se deslizó a un ritmo ondulado y creí ser un monstruo desbocado proclamando mis proezas. En ese rincón de la ciudad, no me importaba el
juicio final. Total, ya había dado la vuelta alrededor de todos los planetas. En esa oscuridad, ni los torbellinos encabritados pudieron competir con los latidos de mi corazón; la fatiga tuvo que reconocer su pálida derrota.
Ahí estaba ella delicada y firme restaurando mi corazón refaccionado. Era una ola transformada en pura espuma. Las palabras manejadas como dardos, con certera puntería, provocando una inconfundible resonancia
Mi amor esa noche fue como un río salido de madre
Fue una noche con olor a incienso. Cuerpo con cuerpo. Contagiados con la peste del amor, con la peste de las ganas. La atesoré bajo mi lengua arriesgando tragarme el rubí perfecto.
Desnuda como una serpiente, desplumada como una paloma sin ruido, nacida para mi proa, esa noche la convertí en la más hermosa golondrina. Bordé su lengua con mariposas lapislázuli. En los necesarios interludios mi alegría era mirarla. Aún suena en mis oídos esa música vibrante que acompañó mis ansias.
Su mirada limpia de luna, forrada de crepúsculos, sus suspiros de felpa, me hacían sentir perfecto en esa pista mágica, escuchando sus palabras; y en un juego infatigable, eterno como los mares, me dormí a la sombra de sus senos. En la mañana, desperté en el rincón más sensible de su mirada. Le regalé el sol más dorado en un colgante para su hermoso cuello. Festejamos el amanecer, pensando que el olor y el halo de la pasión invadían toda la ciudad. En ese entramado, cada árbol de la plaza Brasil parecía que albergaba también a otros pájaros extasiados.
En esa época sentía todo el espesor de su mirada. Me puse en el lugar de Dios e inventé mi propio paraíso. A la palabra amor, jamás le faltaron consonantes.
El último suspiro se fundió en mi carne
Y... así anduvimos...por un largo tiempo, por muchos años, por esos mares de Dios, buceando juntos... buscando verdades comunes y sueños emparentados, atando cabos de porqués,...de una relación que se insinuaba como inmortal.
Hasta que un día, sin darnos cuenta, comenzamos a inhalar los aires enrarecidos del amor y a deambular por senderos, donde brotaban más escorpiones que flores. Al final, el amor, por intenso e indestructible que parezca, termina siendo como un vaso de Coca-Cola, el tiempo le va sacando las burbujas, la chispa.
Han pasado lentos los años y hoy de nuevo he vuelto a verla. Con un ojo miro el pasado y con el otro el presente. La realidad y el ensueño se entrelazan. Con nostalgia y tristeza advierto la ausencia de ese brillo centelleante que me cautivó. Hoy simplemente, he divisado a una mujer tibia y neutral, indiferente, distante y solemne......pero esa... ya no era mi amor.....y ese ....será.. otro relato.
En torno a mi viejo profesor de Latín se tejieron y desataron las más enmarañadas historias. Se le veía deambular por los pasillos de la universidad con su estampa sombría y fantasmal. Su infalible abrigo negro, sucio y raído y su ancho sombrero alone, contribuyeron a darle esa semblanza anacrónica inconfundible. Parecía venir de otra galaxia. Y vaya a saber uno si con la franca complicidad de sus fantasmas favoritos. Parecía no tener nunca prisa. Jamás se acopló al rebaño. Fue su apariencia retraída, junto al halo de orfandad lo que favoreció la leyenda. Encarnaba a la perfección el estereotipo del lobo estepario, hermético e inaccesible. Para algunos, simplemente un desadaptado social, viviendo en su propia burbuja erudita e ilustrada, con sus inescrutables honduras metafísicas, incapaz de bajar del Olimpo y transitar con los mortales, y para otros un viejo fome, un anciano aburrido y anticuado que enseñaba latín y griego, idiomas complicados y pasados de moda, que para lo único que servían era para obstaculizar la carrera. Con él no había términos medios. Yo, sin embargo, lo apreciaba, más bien lo distinguía. Evoco con tristeza, un amargo episodio, cuando dos desalmados desde el fondo de la sala le gritaron: “Viejo decrépito, ándate al cementerio a enseñar Lenguas Muertas, será mejor”. Y él haciendo caso omiso de las mofas, se limitaba a bajar la cabeza y continuar con su clase: “Quantum delectat urbanitas, tantum offendit rusticitas” (Cuanto gusta la cortesía, tanto choca la grosería). No bastando los insultos, al finalizar la clase, los escarnios proseguían con sendos escupitajos por la espalda.
Un día al concluir su cátedra, acompañé a Magister (a él le encantaba ese apelativo) hasta su domicilio, al final de Avenida Italia. Ahí tenía su guarida, su madriguera. Vivía solo, rodeado de perros y libros, cuidando delicadamente a una hermana anciana minusválida, Allí descubrí la más hermosa y completa biblioteca particular que yo jamás haya visto. Primeras ediciones en latín y griego. Verdaderas joyas literarias. Elige para ti la que quieras, me decía. Me atreví modestamente, a una primera edición de unos cuentos de José Donoso. En la sala contigua, una colección completa de bellas Cítaras y Balalaikas. “Lleva la que te guste, yo sé que te agrada la música, te he visto por los pasillos con tu charango.”No tuve el coraje de fragmentarle su bella colección.
Recuerdo con emoción sus eruditas y sabihondas clases, cuando con su voz socrática repetía: “Entre los griegos se designaba con el nombre de Pedagogo al Ayo, y Didáscolo, al maestro de primeras letras. El didáscolo era un hombre libre, y el pedagogo era un esclavo culto o un liberto.”O cuando nos recalcaba: “La edad no nos hace más sabios, sólo acentúa lo que ya somos”. Se entiende que siempre andaba a contrapelo con el resto cuando nos reiteraba: “Un buen hombre es aquel que se sobrepone a un fracaso, uno malo es el que jamás puede sobreponerse a un éxito.” En una ocasión nos comentó que provenía de una familia tan pobre que la primera vez que hizo clases y a fin de mes cuando fue a cobrar su sueldo y
vio esa cantidad de dinero, creyó que se habían equivocado y lo fue a devolver.
En los aciagos días posteriores al Once, cuando la Universidad fue intervenida; a la entrada del Campus una patrulla militar registraba mochilas, bolsones, maletines, etc.. etc.. Fue en ese entonces cuando Magister sorprendió a todos. El, que estoicamente soportaba las burlas e insultos de los irreverentes, esta vez demostró que no le faltaban agallas para encarar a los militares cuando éstos le solicitaron que vaciara su maletín y explicara su contenido. Y dando quizás su mejor clase magistral, jamás prevista por alguien, los enfrentó con virilidad: “Aquí llevo un arma letal”, les decía, mostrándoles unos fragmentos en griego, de La Odisea y de La Ilíada. “Esta es un arma poderosísima, a la que ustedes no podrán jamás combatir, ni menos vencer. Este es un arsenal logístico del pensamiento greco-latino.” Y dirigiéndose en forma desafiante, los sentenció: “Que felices, se van a sentir sus padres, ellos seguramente, siempre quisieron que ustedes en-tra-ran a la Universidad”.
Como dije, yo lo apreciaba. Admiraba su capacidad para resistir los insultos y escupitajos. Capacidad, que yo jamás pude tener, cuando algunos años después, haciendo clases en un Liceo de Pudahuel, recibiera también mis primeros escupitajos por la espalda, ensuciando para siempre... mi mente... y mi corazón .
CUATRO DE SEPTIEMBRE
( Para Cecilia o Cexilia )
¿Qué estaba usted haciendo el día cuatro de septiembre de 1985 a las siete de la tarde? Rebobine. Intente arremangar los años, buscando en los recuerdos ya archivados. Despercúdase. Escarbe bien sus zonas de sigilo, de arcano. Lo más probable, como dice la canción.....fue un día igual a los demás. Pero yo no puedo decir lo mismo. Ese día conocí a una mujer glamorosa y sensual que dulcificó mi anochecer, trayéndome el paraíso, liberándome, Fui un ángel salvaje, que resplandeció en el centro de ese huracán. El esplendor y el sonido no tuvieron ataduras. Hice con ella, lo mismo que la primavera hace con los cerezos. Dejé allí mis huesos y cada gota de sudor fue una cascada de libertad. En ese vértigo, retorcido y agonizante me contraje. Mis tentáculos se aferraron a un cuerpo translúcido, esmaltado, hirviendo desde el cráneo hasta las vísceras. Hermosa y reluciente como una adolescente en celos. El resto de mi carne entregados al manejo de sus dedos pacifistas o combatientes en la línea de batalla en que los cuerpos se reducen a la nada. Sus pechos flotaban erectos en el agua de mi boca. Ahí tuve la certeza del delirio sonoro del gemido. Los gestos y las palabras, en un idioma magnético marcaron el límite de lo inseparable. Esa noche fue de seda. El destino se deslizó a un ritmo ondulado y creí ser un monstruo desbocado proclamando mis proezas. En ese rincón de la ciudad, no me importaba el
juicio final. Total, ya había dado la vuelta alrededor de todos los planetas. En esa oscuridad, ni los torbellinos encabritados pudieron competir con los latidos de mi corazón; la fatiga tuvo que reconocer su pálida derrota.
Ahí estaba ella delicada y firme restaurando mi corazón refaccionado. Era una ola transformada en pura espuma. Las palabras manejadas como dardos, con certera puntería, provocando una inconfundible resonancia
Mi amor esa noche fue como un río salido de madre
Fue una noche con olor a incienso. Cuerpo con cuerpo. Contagiados con la peste del amor, con la peste de las ganas. La atesoré bajo mi lengua arriesgando tragarme el rubí perfecto.
Desnuda como una serpiente, desplumada como una paloma sin ruido, nacida para mi proa, esa noche la convertí en la más hermosa golondrina. Bordé su lengua con mariposas lapislázuli. En los necesarios interludios mi alegría era mirarla. Aún suena en mis oídos esa música vibrante que acompañó mis ansias.
Su mirada limpia de luna, forrada de crepúsculos, sus suspiros de felpa, me hacían sentir perfecto en esa pista mágica, escuchando sus palabras; y en un juego infatigable, eterno como los mares, me dormí a la sombra de sus senos. En la mañana, desperté en el rincón más sensible de su mirada. Le regalé el sol más dorado en un colgante para su hermoso cuello. Festejamos el amanecer, pensando que el olor y el halo de la pasión invadían toda la ciudad. En ese entramado, cada árbol de la plaza Brasil parecía que albergaba también a otros pájaros extasiados.
En esa época sentía todo el espesor de su mirada. Me puse en el lugar de Dios e inventé mi propio paraíso. A la palabra amor, jamás le faltaron consonantes.
El último suspiro se fundió en mi carne
Y... así anduvimos...por un largo tiempo, por muchos años, por esos mares de Dios, buceando juntos... buscando verdades comunes y sueños emparentados, atando cabos de porqués,...de una relación que se insinuaba como inmortal.
Hasta que un día, sin darnos cuenta, comenzamos a inhalar los aires enrarecidos del amor y a deambular por senderos, donde brotaban más escorpiones que flores. Al final, el amor, por intenso e indestructible que parezca, termina siendo como un vaso de Coca-Cola, el tiempo le va sacando las burbujas, la chispa.
Han pasado lentos los años y hoy de nuevo he vuelto a verla. Con un ojo miro el pasado y con el otro el presente. La realidad y el ensueño se entrelazan. Con nostalgia y tristeza advierto la ausencia de ese brillo centelleante que me cautivó. Hoy simplemente, he divisado a una mujer tibia y neutral, indiferente, distante y solemne......pero esa... ya no era mi amor.....y ese ....será.. otro relato.
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