El amante sin rostro
Entrevista a Jorge Marchant Lazcano, concedida desde Nueva York
Jorge Queirolo Bravo
Jorge Marchant Lazcano
Hablar de Jorge Marchant Lazcano es referirse a todo un hito en la historia literaria de Chile. No solamente es el ganador del Premio Altazor de Novela, en su versión 2006, sino que también podemos decir de él que se ha convertido en un novelista sólido, con un estilo que invita a la lectura y que jamás aburre. Las historias de Jorge nos trasladan a escenarios interesantes, en los que seguimos los vaivenes de las vidas de personajes conflictivos o atormentados. Lo bueno es que se trata de tramas tan bien elaboradas, que captan la atención del lector desde la primera página y no la aflojan hasta la última letra. Recientemente salió la última novela de Jorge Marchant Lazcano, El amante sin rostro, que en sí es un thriller psicológico muy intenso y digno de ser conocido. A continuación Jorge responde, en una entrevista, con sus propios puntos de vista sobre la que ha sido, sin lugar a dudas, su obra más entretenida y cosmopolita.
JQB: Hablar del cura Deusto, ¿es un homenaje póstumo a Augusto d’Halmar o resulta una forma de recordar que Chile ya era, en 1942, un país más liberal y tolerante de lo que entonces aparentaba?
JML: Tengo que comenzar diciendo que Chile tiene una gran deuda con sus grandes escritores del pasado. Cuando a diez años de su muerte, al parecer, nadie quiere recordar a José Donoso —a quien considero el novelista chileno más importante del siglo XX—, y se le negó la posibilidad del Premio Altazor por La cola de la lagartija, su obra póstuma, volver a hablar de las obras olvidadas de escritores, que murieron hace medio siglo, es un ejercicio muy saludable para nuestra amnesia cultural. Por ello, al plantearme en El amante sin rostro la presencia de un obispo supuestamente “culpable” por su homosexualidad, y castigado por la Iglesia con el encierro, vuelvo mi mirada hacia el cura Deusto, personaje central de una novela de Augusto d’Halmar creada el año 20 en España, y publicada por primera vez en ese país. Me asombra la capacidad de d’Halmar de urdir una trama como la de esa novela —un cura enamorado en secreto de un gitanillo adolescente—, nada menos que en la España oscura, monacal, aristocratizante, de esos años. Sin duda, mi mirada a d’Halmar pasa más por el homenaje, por la relectura de un texto prácticamente olvidado, pero a la vez valorado por los estudiosos de temáticas relacionadas con los géneros sexuales. Una vez más tengo que recordar que no soy historiador y no conozco a la sociedad chilena de 1942, año en que se le otorga a d’Halmar el primer Premio Nacional de Literatura. Pero está claro que todo el mundo en Chile sabía quién era ese viejo que regresaba de sus peregrinajes por el mundo, al parecer con una mano por delante y otra por detrás, y además de un mitológico hijo adoptivo lo acompañaba su antiguo prestigio que también parecía mitológico. Quizás por eso fue posible que se le reconociera como una especie de padre de las letras. Es bastante inaudito, pero nuestros padres literarios (léase d’Halmar, léase Mistral) no fueron capaces de tener hijos carnales.
JQB: ¿Qué explicación puede existir para que, en un país aparentemente tan conservador y católico como Chile, se galardonara a un escritor como Augusto d’Halmar con el primer Premio Nacional de Literatura, siendo que sus escritos eran bastante irreverentes para el gusto de la época?
JML: A mi juicio, su gran prestigio. Muchos años después, en 1962, tal como lo consigno en alguna parte de El amante sin rostro, el crítico Alone deja claro que todos sabían quién era d’Halmar: “Hay algo que hasta ahora nadie ha dicho claramente, aunque todos lo saben: el uranismo de d’Halmar que no lo explica todo, pero sin lo cual nada se entiende”. “Uranismo” era el eufemismo para hablar de homosexualidad en esos años. Y Lafourcade, por su parte, escribe algunos años después en El Mercurio esa anécdota según la cual d’Halmar andaba por los cerros de Valparaíso diciendo: “Porque yo soy el cura... sin cura...”.
El prestigio de su obra literaria, que comienza con el recio naturalismo de Juana Lucero, y la perfecta trama psicológica de Pasión y muerte del cura Deusto, es mayor que los supuestos secretos personales. Chile, que es el país campeón del doble estándar, ocultaba, negaba, impedía que escritores como d’Halmar, o como Benjamín Subercaseaux, pudieran manifestarse con sus verdaderos rostros. Pero no le echemos sólo la culpa a la sociedad chilena. Si el inglés E. M. Forster murió sin ser capaz de publicar su novela Maurice, impedido por el posible miedo, el problema es mucho más profundo, y tiene que ver con el ocultamiento que la homosexualidad sufrió con violencia por muchas épocas.
JQB: ¿Los Bradley vendrían a ser el típico caso de una familia híbrida estadounidense, al existir en ella una inmigrante? ¿O Isabel es una mujer totalmente integrada en la sociedad en la que vive?
JML: Es una muy buena observación la tuya. En la sociedad norteamericana, especialmente en las grandes ciudades, existe una gran capacidad de “transculturización”. No hay que olvidar que este país se ha formado por distintas oleadas de inmigración que se han ido superponiendo unas sobre otras. Con los años, esos inmigrantes van adquiriendo cierto grado de prestigio, a mi juicio, descendiente, porque los irlandeses que llegaron pobrísimos hace un par de siglos, y luego los judíos, consiguieron finalmente un estatus social que probablemente no tienen ni los italianos, ni los puertorriqueños, ni mucho menos las nuevas oleadas latinas, o asiáticas, o musulmanas.
En ese plano aparece Isabel en mi novela. Ella es un caso totalmente atípico, porque los chilenos somos bastante atípicos en el panorama latino dentro de los Estados Unidos. Tal vez porque hablamos diferente, porque una vez que cruzamos la frontera a Tacna o Mendoza volvemos a creer el cuento de que somos los ingleses de Sudamérica, y nuestro gobierno quiera vender la imagen de un país progresista, casi del primer mundo, en las enormes pantallas de Times Square.
Para colmo, Isabel pertenece a la clase media alta chilena, llena de los prejuicios imperantes, y eso la hace sentirse doblemente distinta.
De cualquier forma, el drama que arrastra consigo es lo que define al personaje y establece su terrible desarraigo. Isabel es una mujer incómoda consigo misma, con la familia que ha creado, con su pasado, con el país que dejó atrás pero del cual no se puede, no se podrá nunca desprender.
JQB: ¿Es factible ver a Bill Bradley como un típico arribista que logra triunfar en la sociedad americana?
JML: Bill Bradley, el gringo con el cual Isabel se ha casado, es uno de esos personajes que parecen imponerse solos en determinadas novelas. En la medida que Isabel y su historia iban creciendo, fue a la vez surgiendo la figura de este personaje marginal, pese a que, como buen norteamericano, debería estar en el centro de todo. Pero es marginal por donde se le mire. No sólo porque proviene de una madre desvalida, católica y abandonada que lo ha criado con dificultades en algún sector pobre de Queens, sino además, porque se ha casado con la mujer equivocada. No lo veo para nada como un arribista, pese a que ha logrado crearse un buen futuro como abogado de inmigración, y viven muy bien en un sector elegante de Manhattan. Es un hombre que arrastra una enorme tristeza, una sensación de encontrarse en el lugar inadecuado. Eso lo llevará a crear uno de los tensos momentos iniciales de la trama, con su partida a Baltimore con el propósito de contarle a su hijo toda la verdad escondida respecto a su origen. Pero es incapaz de hacerlo y por un buen tramo no sabemos nada de él. Trabajamos a este personaje con mi editor con una intensa subtrama, y creo que se convirtió no solamente en un personaje central, sino en un buen retrato del desasosiego moral del americano medio de hoy, a medio camino entre su sentido del deber y la sensación de vivir en medio de la maldad.
JQB: Bill Bradley repetidamente se muestra como un individuo incapaz de afrontar las realidades que se le presentan en el camino. ¿Qué vocablo es más apropiado para Bill: sensible, débil o cobarde?
JML: Es, a mi juicio, un poco de todo. Sensible al momento de advertir en el pasado que Trisha Borger, la fotógrafa, era su verdadero amor, la mujer que fue incapaz de encontrar antes de que los Reymond lo deslumbraran con sus aires de chilenos con clase. Pero al mismo tiempo es débil al ser incapaz de tomar una decisión en su vida, y eso lo pagará caro, no sólo él, sino también Isabel e incluso sus propios hijos. Pero todas las cobardías del pasado parecen olvidarse en el momento final de redención de este personaje.
JQB: El obispo Juan Bautista Reymond de la novela guarda mucho parecido con uno que existió en la vida real. Me refiero a monseñor Francisco José Cox, quien fuera Arzobispo de La Serena y que actualmente está desaparecido del mapa, supuestamente retirado a una vida de oración en algún convento muy remoto. ¿Te basaste en su caso para crear al personaje de la novela? ¿O más bien te fijaste en Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo? ¿Hay un poco de los dos en monseñor Juan Bautista Reymond?
JML: Lo que más quise es que hubiera verdad en el personaje de monseñor Reymond. No me resultaba fácil hablar de un sacerdote “caído”, porque tengo sentimientos encontrados en torno a ellos, dada mi formación católica. Pero el tema del ocultamiento en torno a estos seres, por parte de la propia institución, me parece tan terrible, tan inhumano si se quiere, porque es una especie de muerte en vida. Este sentimiento de injusticia lo comparto con Romina, la periodista de la novela que persigue al cura con el fin de que él haga sus descargos. Pero ya sabemos que eso es imposible, porque una vez que son encerrados, no se vuelve a saber más de ellos. Tal vez morirán en la más absoluta oscuridad a los ojos del resto de los mortales. Por cierto, leí todo lo que se publicó en torno al caso de monseñor Cox, y me provocó una tremenda conmoción porque, al parecer, sólo se le acusaba de homosexualidad, como si la Iglesia Católica, en general, no estuviera llena de sacerdotes homosexuales. También me informé sobre el caso Maciel (e incluso se nombra dentro de la novela). Recuerdo también haber escuchado unas historias de “primera mano” en torno al atractivo que el cura Tato provocaba entre sus alumnas, pero ésta ya es otra historia. El cura Reymond de mi novela arrastra una fuerte sensación de atracción desde su misma juventud, antes de que se hiciera cura. También se habla de su poder de seducción entre muchachos y se crea una imagen casi legendaria del personaje antes de que aparezca, muy tarde, en escena.
JQB: En el libro describes un hogar para mujeres solas, que no es barato, está regentado por monjas y es bastante tenebroso. ¿Existen de verdad estos hogares? ¿Conociste alguno? ¿Son tan terribles? ¿Por qué existen mujeres mayores que aceptan una vida tan poco agradable y, además, pagan bastante por eso? ¿Son masoquistas?
JML: Ese hogar lo conocí en persona, porque mi madre pasó un par de años en uno de ellos. Se trata del mismo que aparece descrito en la novela. Es el hogar para señoras que tienen las Monjas de la Providencia en pleno barrio Providencia, frente al Parque Gran Bretaña. La verdad es que no es tan tenebroso. No está descrito como un lugar tenebroso en sí mismo, sino por las sensaciones que provoca en otros personajes de la novela. En especial en los hijos de Isabel, que son norteamericanos y prácticamente no han visto nunca una monja en sus vidas. Los niños llegan a creer que su abuela es otra monja. ¿Por qué señoras como mi propia madre toman la decisión de vivir en ellos? Por distintas razones. En la mayoría de los casos, porque están solas, y allí viven señoras que se valen por sí mismas, es una especie de pensionado. No lo pasan nada de mal, reciben visitas, organizan reuniones, pero cuando salen, tienen que regresar como cenicientas a las 8 de la noche, o se quedan fuera. Las monjas son bastante clasistas y para tener cabida allí, sus “clientas” deben tener contactos y currículo social. Mi mamá contaba que había visitado cuando niña a una tía abuela suya que era monja de ese convento. Eso le habrá servido a la hora de ser “clasificada”. Pero después se aburrió y se salió. Mi madre aún tenía mucha cuerda y, que yo sepa, no tiene nada de masoquista.
JQB: El final, algo sorpresivo, en el cual el lector se entera que Matías Reymond ha embarazado a su prima Ana Marie, pareja de Zoé, ¿es una alusión a las reivindicaciones (combatidas por los grupos conservadores y la iglesia católica) de la comunidad homosexual para casarse, formar sus propias familias y adoptar hijos?
JML: Creo que les hemos revelado una gran sorpresa a los lectores, pero no es mi culpa, sino la tuya. Igual, espero que esto sirva para aclarar mis puntos de vista respecto al tema de la homosexualidad en esta novela. Sin duda, hay un intento por establecer el rol de las nuevas familias en el mundo de hoy. Son temas que pueden parecer casi imposibles en la muy conservadora —en general— sociedad chilena, pero que en países desarrollados son tema de todos los días, incluso en países antes tan católicos y reaccionarios como era antes España. Acá en Nueva York (tampoco diré en los Estados Unidos, porque ya sabemos que éste es un país muy puritano), cada domingo aparecen más matrimonios gay en las páginas de vida social de The New York Times. Por cierto, son casos aislados, de gente con dinero, pero revelan algo de lo que se está viviendo. Cada vez son más los homosexuales que intentan crear sus propias familias, criar sus propios hijos, cada vez hay más lesbianas dispuestas a embarazarse, probablemente por un donador anónimo de semen. Es parte ya no sólo de las reivindicaciones, sino de la vida que en justicia se merecen los homosexuales maduros. Han pasado demasiadas décadas de ocultamiento, de vivir en las sombras, en el miedo, en la vergüenza, y después de la tragedia del sida las cosas comienzan a tomar un curso más normal.
JQB: Los chilenos de los años 60, ¿eran conservadores, muy ignorantes o ambas cosas a la vez? Lo pregunto, porque, al final del libro, Isabel Bradley confiesa que en su juventud ignoraba la existencia de la homosexualidad femenina, algo que hoy en día sonaría poco menos que irónico.
JML: Si las cosas eran difíciles para los homosexuales, imaginemos lo que podría haber sido para las lesbianas. De hecho, incluso en los países más avanzados, las lesbianas vivieron en la oscuridad hasta mucho más tarde. Las pocas películas que el cine norteamericano hizo para describir el fenómeno, las mostraba como seres depredadores, malvados, altamente culpables, como en el caso de El asesinato de la hermana George de Robert Aldrich. Vivir una vida como lesbiana era algo muy complejo y extraño en el Chile de los años 50 y 60, por lo que muchas lesbianas se casaban y tenían hijos. Conozco algunos casos. Una adolescente con formación católica difícilmente se enteraría de su existencia y mucho menos preguntaría sobre el lesbianismo a sus profesoras o a sus padres. Así pues, la ignorancia de Isabel no tiene nada de irónico.
JQB: ¿Clasificarías la conducta de Isabel frente a Sanford y Ana Marie, sus hijos adoptivos, como propia de una mujer con instinto materno? ¿O solamente es el proceder de alguien que obra con mucha cordura y sentido común? ¿O es una combinación de los dos elementos?
JML: No cabe duda de que Isabel actúa con un fuerte instinto maternal, superando incluso sus propios traumas y sus propios miedos. He leído que la conducta de las madres adoptivas es más ansiosa y más “temerosa” o “compulsiva” frente a sus hijos, como si tuvieran que demostrar doblemente que son buenas madres. Al ver el derrumbe inexorable de su matrimonio, y de su aparentemente perfecta vida, Isabel se preocupa de sus hijos, aunque ellos ya estén fuera de casa. Cordura no tiene para nada. No parece cuerdo que revele tantos secretos a su sobrino a quien no conoce, ni que le grite tales horrores al socio de su marido, ni que acuda al llamado de su primo sacerdote, ni que atienda a Romina en su departamento. Esos son todos actos impetuosos, pero si no fuera por tales actos, no tendríamos novela. Las novelas en sí mismas no parecen construirse con cordura, sino con pasión, desgarro y exceso.
JQB: La aventura amorosa de Isabel en su adolescencia, que evidentemente marca el resto de su vida, ¿es un factor que explica su conducta de mujer adulta?
JML: Yo creo que la conducta de Isabel a lo largo de la novela es una suma de todas sus experiencias como mujer. Por cierto, la aventura amorosa a la cual tú te refieres es marcadora para ella en su adolescencia, especialmente porque tiene una carga emocional muy fuerte. Pero después está la probable soledad que debe haber sentido de muchachita al movilizarse junto a su familia a los Estados Unidos, tras el golpe de estado de Pinochet en Chile, en 1973. Es muy posible que, por ello, elige sin cuestionarse mayormente, a un marido norteamericano del cual no sabemos cuán enamorada pudo estar. Y después debe enfrentarse tal vez con la parte más compleja de su vida: la imposibilidad de ser madre. Es posible que eso sea lo más duro, al menos en su etapa de mujer casada. Más aun que las infidelidades de su marido, y la relación que Bill establece con Trisha Borger, su amante, y con quien tiene un hijo. Pero esa imposibilidad de ser madre biológicamente, va unida a la maternidad adoptiva. ¿Ama de verdad a esos hijos? Es algo que ella misma se llega a preguntar y que intentará develar precisamente a lo largo de la novela, en esos pocos días de acción, mientras se siente tan unida a su sobrino Matías —el hijo que podría haber tenido en Chile —, y resurge el fantasma de Juan Bautista, su primo, convertido en un sacerdote trasgresor.
JQB: Charitín, la empleada doméstica de los Bradley, católica devota y observante, ¿representa a la típica mujer de pueblo con poca instrucción y fanáticamente religiosa? ¿No será una especie en vías de extinción, si consideramos el ritmo al que la iglesia católica está perdiendo su feligresía, especialmente en Europa y América Latina?
JML: Charitín partió siendo un personaje de apoyo, para convertirse en un personaje relativamente central. Su nombre —como el narrador lo señala—, está relacionado con el de una conocida conductora de la televisión hispana en Miami, dominicanas ambas. Me temo que no es una especie en vías de extinción, por mucho que la iglesia católica pierda a su feligresía, como ella misma lo cuenta en la novela. Estos seres con poca instrucción, manipulados por los medios de comunicación hispanos en los Estados Unidos, doblegados por el miedo a la deportación, al terrorismo, a la segregación, van a seguir siendo tan fanáticos en sus creencias cualquiera que sea la religión que tengan. Católicos o pentecostales, seguirán siendo igual de reaccionarios, apegados a tradiciones obsoletas y a rígidos códigos morales. Vienen a Nueva York desde las miserias de sus países, y siguen siendo exactamente las mismas personas. Por ese motivo, Charitín actúa como una espía y casi una traidora en la novela. Hace algún tiempo, invitamos a almorzar a una amiga parecida a Charitín al Village, y ella no quería ir porque consideraba que el Village en Manhattan era una especie de centro de corrupción.
JQB: ¿Fue difícil estructurar una novela que transcurre, casi en su totalidad, en Nueva York? ¿Recorriste todos los lugares que mencionas? ¿Te consideras un gran conocedor de esa ciudad?
JML: Gran, gran conocedor, imposible, pero sí tengo una buena visión de la ciudad después de más de cinco años pasando la mitad de la vida acá. Por ello he situado mis dos últimas novelas en Nueva York: Sangre como la mía y El amante sin rostro. No podía dejar pasar esta oportunidad única que he tenido de poder vivir en Nueva York. Lo han hecho muchos autores, como fue el caso del poeta Rosamel del Valle, quien vivió en esta ciudad en los años 40 y 50 trabajando en las Naciones Unidas, o el mismo García Lorca quien escribió un poemario tras una relativamente corta visita. En el caso de El amante sin rostro, el gran tema de fondo es el del desarraigo, entendido como incomodidad en la propia piel. Todos los personajes están incómodos con sus vidas, y para ello no podía haber mejor escenario que la gran ciudad de las inmigraciones. Estructurar una novela como ésta significó tener claro el panorama social de la ciudad. Tal vez lo más difícil, al respecto, fue crear el mundo de Isabel y Bill, ya que yo no conozco matrimonios como ellos en esta ciudad. Son personajes totalmente imaginados, aunque en el pasado de Isabel en Chile pueda haber huellas de algunas vivencias personales mías. Recorrí en varias sesiones el sector de la Quinta Avenida, hasta creer haber encontrado el lugar adecuado para el escenario de los Bradley. Los personajes se mueven luego por los lugares donde uno mismo se mueve: Lincoln Center, Union Square, Meetpacking District, Brooklyn, Central Park, Metropolitan Museum of Art.
JQB: ¿Aspiras a convertirte en el novelista latinoamericano de Nueva York? ¿A ser el primer chileno especializado en escribir novelas sobre esta ciudad?
JML: Novelas latinoamericanas con personajes en Nueva York hay varias. Tal vez la más importante sea Maldición eterna a quien lea estas páginas, de Manuel Puig, quien también vivió en esta ciudad por muchos años. A Puig no se le habría pasado por la cabeza considerarse un especialista en Nueva York, aunque se pasara todo el día viendo y coleccionando películas del cine de oro de Hollywood. Mucho menos a mí. Si apenas consiguiera ser considerado como un buen observador —algo que he hecho—, de la realidad de Queens, presente en ambas novelas, ya me sentiría tremendamente complacido. Pero, ¿quién podría hacerlo? ¿Habrá alguien en todo el condado de Queens que haya leído una línea mía?
JQB: ¿Crees que el público chileno está a la altura de una temática como la de El amante sin rostro?
JML: Absolutamente. ¿Qué tiene de excluyente El amante sin rostro como para que eso no sucediera? Mi novela tiene verdad, tiene emoción, tiene misterio, tiene buena letra. El público chileno, en general, no vive sólo de best-sellers. Aunque estoy de acuerdo que cada vez se lee menos en Chile, hay un público fiel que lee con generosidad y entusiasmo.
JQB: ¿Cuáles son tus proyectos literarios para el futuro?
JML: Por el momento, preocuparme de la expansión de mis obras anteriores. Sangre como la mía ya apareció en España por Editorial Egales y aparece en francés en París en enero de 2009 por Autrement Editions. Estoy en contacto con una agente española para ver la posibilidad de nuevas ediciones de La joven de blanco y de El amante sin rostro. Tal vez publiquemos en Chile, con Tajamar Editores, nuevas ediciones de mis primeros libros: La Beatriz Ovalle y La noche que nunca ha gestado el día.
Y ya comencé a trabajar en una nueva novela, que me lleva nuevamente a la historia de Chile en el siglo XIX. Pero de eso no adelantaré nada más.
Entrevista a Jorge Marchant Lazcano, concedida desde Nueva York
Jorge Queirolo Bravo
Jorge Marchant Lazcano
Hablar de Jorge Marchant Lazcano es referirse a todo un hito en la historia literaria de Chile. No solamente es el ganador del Premio Altazor de Novela, en su versión 2006, sino que también podemos decir de él que se ha convertido en un novelista sólido, con un estilo que invita a la lectura y que jamás aburre. Las historias de Jorge nos trasladan a escenarios interesantes, en los que seguimos los vaivenes de las vidas de personajes conflictivos o atormentados. Lo bueno es que se trata de tramas tan bien elaboradas, que captan la atención del lector desde la primera página y no la aflojan hasta la última letra. Recientemente salió la última novela de Jorge Marchant Lazcano, El amante sin rostro, que en sí es un thriller psicológico muy intenso y digno de ser conocido. A continuación Jorge responde, en una entrevista, con sus propios puntos de vista sobre la que ha sido, sin lugar a dudas, su obra más entretenida y cosmopolita.
JQB: Hablar del cura Deusto, ¿es un homenaje póstumo a Augusto d’Halmar o resulta una forma de recordar que Chile ya era, en 1942, un país más liberal y tolerante de lo que entonces aparentaba?
JML: Tengo que comenzar diciendo que Chile tiene una gran deuda con sus grandes escritores del pasado. Cuando a diez años de su muerte, al parecer, nadie quiere recordar a José Donoso —a quien considero el novelista chileno más importante del siglo XX—, y se le negó la posibilidad del Premio Altazor por La cola de la lagartija, su obra póstuma, volver a hablar de las obras olvidadas de escritores, que murieron hace medio siglo, es un ejercicio muy saludable para nuestra amnesia cultural. Por ello, al plantearme en El amante sin rostro la presencia de un obispo supuestamente “culpable” por su homosexualidad, y castigado por la Iglesia con el encierro, vuelvo mi mirada hacia el cura Deusto, personaje central de una novela de Augusto d’Halmar creada el año 20 en España, y publicada por primera vez en ese país. Me asombra la capacidad de d’Halmar de urdir una trama como la de esa novela —un cura enamorado en secreto de un gitanillo adolescente—, nada menos que en la España oscura, monacal, aristocratizante, de esos años. Sin duda, mi mirada a d’Halmar pasa más por el homenaje, por la relectura de un texto prácticamente olvidado, pero a la vez valorado por los estudiosos de temáticas relacionadas con los géneros sexuales. Una vez más tengo que recordar que no soy historiador y no conozco a la sociedad chilena de 1942, año en que se le otorga a d’Halmar el primer Premio Nacional de Literatura. Pero está claro que todo el mundo en Chile sabía quién era ese viejo que regresaba de sus peregrinajes por el mundo, al parecer con una mano por delante y otra por detrás, y además de un mitológico hijo adoptivo lo acompañaba su antiguo prestigio que también parecía mitológico. Quizás por eso fue posible que se le reconociera como una especie de padre de las letras. Es bastante inaudito, pero nuestros padres literarios (léase d’Halmar, léase Mistral) no fueron capaces de tener hijos carnales.
JQB: ¿Qué explicación puede existir para que, en un país aparentemente tan conservador y católico como Chile, se galardonara a un escritor como Augusto d’Halmar con el primer Premio Nacional de Literatura, siendo que sus escritos eran bastante irreverentes para el gusto de la época?
JML: A mi juicio, su gran prestigio. Muchos años después, en 1962, tal como lo consigno en alguna parte de El amante sin rostro, el crítico Alone deja claro que todos sabían quién era d’Halmar: “Hay algo que hasta ahora nadie ha dicho claramente, aunque todos lo saben: el uranismo de d’Halmar que no lo explica todo, pero sin lo cual nada se entiende”. “Uranismo” era el eufemismo para hablar de homosexualidad en esos años. Y Lafourcade, por su parte, escribe algunos años después en El Mercurio esa anécdota según la cual d’Halmar andaba por los cerros de Valparaíso diciendo: “Porque yo soy el cura... sin cura...”.
El prestigio de su obra literaria, que comienza con el recio naturalismo de Juana Lucero, y la perfecta trama psicológica de Pasión y muerte del cura Deusto, es mayor que los supuestos secretos personales. Chile, que es el país campeón del doble estándar, ocultaba, negaba, impedía que escritores como d’Halmar, o como Benjamín Subercaseaux, pudieran manifestarse con sus verdaderos rostros. Pero no le echemos sólo la culpa a la sociedad chilena. Si el inglés E. M. Forster murió sin ser capaz de publicar su novela Maurice, impedido por el posible miedo, el problema es mucho más profundo, y tiene que ver con el ocultamiento que la homosexualidad sufrió con violencia por muchas épocas.
JQB: ¿Los Bradley vendrían a ser el típico caso de una familia híbrida estadounidense, al existir en ella una inmigrante? ¿O Isabel es una mujer totalmente integrada en la sociedad en la que vive?
JML: Es una muy buena observación la tuya. En la sociedad norteamericana, especialmente en las grandes ciudades, existe una gran capacidad de “transculturización”. No hay que olvidar que este país se ha formado por distintas oleadas de inmigración que se han ido superponiendo unas sobre otras. Con los años, esos inmigrantes van adquiriendo cierto grado de prestigio, a mi juicio, descendiente, porque los irlandeses que llegaron pobrísimos hace un par de siglos, y luego los judíos, consiguieron finalmente un estatus social que probablemente no tienen ni los italianos, ni los puertorriqueños, ni mucho menos las nuevas oleadas latinas, o asiáticas, o musulmanas.
En ese plano aparece Isabel en mi novela. Ella es un caso totalmente atípico, porque los chilenos somos bastante atípicos en el panorama latino dentro de los Estados Unidos. Tal vez porque hablamos diferente, porque una vez que cruzamos la frontera a Tacna o Mendoza volvemos a creer el cuento de que somos los ingleses de Sudamérica, y nuestro gobierno quiera vender la imagen de un país progresista, casi del primer mundo, en las enormes pantallas de Times Square.
Para colmo, Isabel pertenece a la clase media alta chilena, llena de los prejuicios imperantes, y eso la hace sentirse doblemente distinta.
De cualquier forma, el drama que arrastra consigo es lo que define al personaje y establece su terrible desarraigo. Isabel es una mujer incómoda consigo misma, con la familia que ha creado, con su pasado, con el país que dejó atrás pero del cual no se puede, no se podrá nunca desprender.
JQB: ¿Es factible ver a Bill Bradley como un típico arribista que logra triunfar en la sociedad americana?
JML: Bill Bradley, el gringo con el cual Isabel se ha casado, es uno de esos personajes que parecen imponerse solos en determinadas novelas. En la medida que Isabel y su historia iban creciendo, fue a la vez surgiendo la figura de este personaje marginal, pese a que, como buen norteamericano, debería estar en el centro de todo. Pero es marginal por donde se le mire. No sólo porque proviene de una madre desvalida, católica y abandonada que lo ha criado con dificultades en algún sector pobre de Queens, sino además, porque se ha casado con la mujer equivocada. No lo veo para nada como un arribista, pese a que ha logrado crearse un buen futuro como abogado de inmigración, y viven muy bien en un sector elegante de Manhattan. Es un hombre que arrastra una enorme tristeza, una sensación de encontrarse en el lugar inadecuado. Eso lo llevará a crear uno de los tensos momentos iniciales de la trama, con su partida a Baltimore con el propósito de contarle a su hijo toda la verdad escondida respecto a su origen. Pero es incapaz de hacerlo y por un buen tramo no sabemos nada de él. Trabajamos a este personaje con mi editor con una intensa subtrama, y creo que se convirtió no solamente en un personaje central, sino en un buen retrato del desasosiego moral del americano medio de hoy, a medio camino entre su sentido del deber y la sensación de vivir en medio de la maldad.
JQB: Bill Bradley repetidamente se muestra como un individuo incapaz de afrontar las realidades que se le presentan en el camino. ¿Qué vocablo es más apropiado para Bill: sensible, débil o cobarde?
JML: Es, a mi juicio, un poco de todo. Sensible al momento de advertir en el pasado que Trisha Borger, la fotógrafa, era su verdadero amor, la mujer que fue incapaz de encontrar antes de que los Reymond lo deslumbraran con sus aires de chilenos con clase. Pero al mismo tiempo es débil al ser incapaz de tomar una decisión en su vida, y eso lo pagará caro, no sólo él, sino también Isabel e incluso sus propios hijos. Pero todas las cobardías del pasado parecen olvidarse en el momento final de redención de este personaje.
JQB: El obispo Juan Bautista Reymond de la novela guarda mucho parecido con uno que existió en la vida real. Me refiero a monseñor Francisco José Cox, quien fuera Arzobispo de La Serena y que actualmente está desaparecido del mapa, supuestamente retirado a una vida de oración en algún convento muy remoto. ¿Te basaste en su caso para crear al personaje de la novela? ¿O más bien te fijaste en Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo? ¿Hay un poco de los dos en monseñor Juan Bautista Reymond?
JML: Lo que más quise es que hubiera verdad en el personaje de monseñor Reymond. No me resultaba fácil hablar de un sacerdote “caído”, porque tengo sentimientos encontrados en torno a ellos, dada mi formación católica. Pero el tema del ocultamiento en torno a estos seres, por parte de la propia institución, me parece tan terrible, tan inhumano si se quiere, porque es una especie de muerte en vida. Este sentimiento de injusticia lo comparto con Romina, la periodista de la novela que persigue al cura con el fin de que él haga sus descargos. Pero ya sabemos que eso es imposible, porque una vez que son encerrados, no se vuelve a saber más de ellos. Tal vez morirán en la más absoluta oscuridad a los ojos del resto de los mortales. Por cierto, leí todo lo que se publicó en torno al caso de monseñor Cox, y me provocó una tremenda conmoción porque, al parecer, sólo se le acusaba de homosexualidad, como si la Iglesia Católica, en general, no estuviera llena de sacerdotes homosexuales. También me informé sobre el caso Maciel (e incluso se nombra dentro de la novela). Recuerdo también haber escuchado unas historias de “primera mano” en torno al atractivo que el cura Tato provocaba entre sus alumnas, pero ésta ya es otra historia. El cura Reymond de mi novela arrastra una fuerte sensación de atracción desde su misma juventud, antes de que se hiciera cura. También se habla de su poder de seducción entre muchachos y se crea una imagen casi legendaria del personaje antes de que aparezca, muy tarde, en escena.
JQB: En el libro describes un hogar para mujeres solas, que no es barato, está regentado por monjas y es bastante tenebroso. ¿Existen de verdad estos hogares? ¿Conociste alguno? ¿Son tan terribles? ¿Por qué existen mujeres mayores que aceptan una vida tan poco agradable y, además, pagan bastante por eso? ¿Son masoquistas?
JML: Ese hogar lo conocí en persona, porque mi madre pasó un par de años en uno de ellos. Se trata del mismo que aparece descrito en la novela. Es el hogar para señoras que tienen las Monjas de la Providencia en pleno barrio Providencia, frente al Parque Gran Bretaña. La verdad es que no es tan tenebroso. No está descrito como un lugar tenebroso en sí mismo, sino por las sensaciones que provoca en otros personajes de la novela. En especial en los hijos de Isabel, que son norteamericanos y prácticamente no han visto nunca una monja en sus vidas. Los niños llegan a creer que su abuela es otra monja. ¿Por qué señoras como mi propia madre toman la decisión de vivir en ellos? Por distintas razones. En la mayoría de los casos, porque están solas, y allí viven señoras que se valen por sí mismas, es una especie de pensionado. No lo pasan nada de mal, reciben visitas, organizan reuniones, pero cuando salen, tienen que regresar como cenicientas a las 8 de la noche, o se quedan fuera. Las monjas son bastante clasistas y para tener cabida allí, sus “clientas” deben tener contactos y currículo social. Mi mamá contaba que había visitado cuando niña a una tía abuela suya que era monja de ese convento. Eso le habrá servido a la hora de ser “clasificada”. Pero después se aburrió y se salió. Mi madre aún tenía mucha cuerda y, que yo sepa, no tiene nada de masoquista.
JQB: El final, algo sorpresivo, en el cual el lector se entera que Matías Reymond ha embarazado a su prima Ana Marie, pareja de Zoé, ¿es una alusión a las reivindicaciones (combatidas por los grupos conservadores y la iglesia católica) de la comunidad homosexual para casarse, formar sus propias familias y adoptar hijos?
JML: Creo que les hemos revelado una gran sorpresa a los lectores, pero no es mi culpa, sino la tuya. Igual, espero que esto sirva para aclarar mis puntos de vista respecto al tema de la homosexualidad en esta novela. Sin duda, hay un intento por establecer el rol de las nuevas familias en el mundo de hoy. Son temas que pueden parecer casi imposibles en la muy conservadora —en general— sociedad chilena, pero que en países desarrollados son tema de todos los días, incluso en países antes tan católicos y reaccionarios como era antes España. Acá en Nueva York (tampoco diré en los Estados Unidos, porque ya sabemos que éste es un país muy puritano), cada domingo aparecen más matrimonios gay en las páginas de vida social de The New York Times. Por cierto, son casos aislados, de gente con dinero, pero revelan algo de lo que se está viviendo. Cada vez son más los homosexuales que intentan crear sus propias familias, criar sus propios hijos, cada vez hay más lesbianas dispuestas a embarazarse, probablemente por un donador anónimo de semen. Es parte ya no sólo de las reivindicaciones, sino de la vida que en justicia se merecen los homosexuales maduros. Han pasado demasiadas décadas de ocultamiento, de vivir en las sombras, en el miedo, en la vergüenza, y después de la tragedia del sida las cosas comienzan a tomar un curso más normal.
JQB: Los chilenos de los años 60, ¿eran conservadores, muy ignorantes o ambas cosas a la vez? Lo pregunto, porque, al final del libro, Isabel Bradley confiesa que en su juventud ignoraba la existencia de la homosexualidad femenina, algo que hoy en día sonaría poco menos que irónico.
JML: Si las cosas eran difíciles para los homosexuales, imaginemos lo que podría haber sido para las lesbianas. De hecho, incluso en los países más avanzados, las lesbianas vivieron en la oscuridad hasta mucho más tarde. Las pocas películas que el cine norteamericano hizo para describir el fenómeno, las mostraba como seres depredadores, malvados, altamente culpables, como en el caso de El asesinato de la hermana George de Robert Aldrich. Vivir una vida como lesbiana era algo muy complejo y extraño en el Chile de los años 50 y 60, por lo que muchas lesbianas se casaban y tenían hijos. Conozco algunos casos. Una adolescente con formación católica difícilmente se enteraría de su existencia y mucho menos preguntaría sobre el lesbianismo a sus profesoras o a sus padres. Así pues, la ignorancia de Isabel no tiene nada de irónico.
JQB: ¿Clasificarías la conducta de Isabel frente a Sanford y Ana Marie, sus hijos adoptivos, como propia de una mujer con instinto materno? ¿O solamente es el proceder de alguien que obra con mucha cordura y sentido común? ¿O es una combinación de los dos elementos?
JML: No cabe duda de que Isabel actúa con un fuerte instinto maternal, superando incluso sus propios traumas y sus propios miedos. He leído que la conducta de las madres adoptivas es más ansiosa y más “temerosa” o “compulsiva” frente a sus hijos, como si tuvieran que demostrar doblemente que son buenas madres. Al ver el derrumbe inexorable de su matrimonio, y de su aparentemente perfecta vida, Isabel se preocupa de sus hijos, aunque ellos ya estén fuera de casa. Cordura no tiene para nada. No parece cuerdo que revele tantos secretos a su sobrino a quien no conoce, ni que le grite tales horrores al socio de su marido, ni que acuda al llamado de su primo sacerdote, ni que atienda a Romina en su departamento. Esos son todos actos impetuosos, pero si no fuera por tales actos, no tendríamos novela. Las novelas en sí mismas no parecen construirse con cordura, sino con pasión, desgarro y exceso.
JQB: La aventura amorosa de Isabel en su adolescencia, que evidentemente marca el resto de su vida, ¿es un factor que explica su conducta de mujer adulta?
JML: Yo creo que la conducta de Isabel a lo largo de la novela es una suma de todas sus experiencias como mujer. Por cierto, la aventura amorosa a la cual tú te refieres es marcadora para ella en su adolescencia, especialmente porque tiene una carga emocional muy fuerte. Pero después está la probable soledad que debe haber sentido de muchachita al movilizarse junto a su familia a los Estados Unidos, tras el golpe de estado de Pinochet en Chile, en 1973. Es muy posible que, por ello, elige sin cuestionarse mayormente, a un marido norteamericano del cual no sabemos cuán enamorada pudo estar. Y después debe enfrentarse tal vez con la parte más compleja de su vida: la imposibilidad de ser madre. Es posible que eso sea lo más duro, al menos en su etapa de mujer casada. Más aun que las infidelidades de su marido, y la relación que Bill establece con Trisha Borger, su amante, y con quien tiene un hijo. Pero esa imposibilidad de ser madre biológicamente, va unida a la maternidad adoptiva. ¿Ama de verdad a esos hijos? Es algo que ella misma se llega a preguntar y que intentará develar precisamente a lo largo de la novela, en esos pocos días de acción, mientras se siente tan unida a su sobrino Matías —el hijo que podría haber tenido en Chile —, y resurge el fantasma de Juan Bautista, su primo, convertido en un sacerdote trasgresor.
JQB: Charitín, la empleada doméstica de los Bradley, católica devota y observante, ¿representa a la típica mujer de pueblo con poca instrucción y fanáticamente religiosa? ¿No será una especie en vías de extinción, si consideramos el ritmo al que la iglesia católica está perdiendo su feligresía, especialmente en Europa y América Latina?
JML: Charitín partió siendo un personaje de apoyo, para convertirse en un personaje relativamente central. Su nombre —como el narrador lo señala—, está relacionado con el de una conocida conductora de la televisión hispana en Miami, dominicanas ambas. Me temo que no es una especie en vías de extinción, por mucho que la iglesia católica pierda a su feligresía, como ella misma lo cuenta en la novela. Estos seres con poca instrucción, manipulados por los medios de comunicación hispanos en los Estados Unidos, doblegados por el miedo a la deportación, al terrorismo, a la segregación, van a seguir siendo tan fanáticos en sus creencias cualquiera que sea la religión que tengan. Católicos o pentecostales, seguirán siendo igual de reaccionarios, apegados a tradiciones obsoletas y a rígidos códigos morales. Vienen a Nueva York desde las miserias de sus países, y siguen siendo exactamente las mismas personas. Por ese motivo, Charitín actúa como una espía y casi una traidora en la novela. Hace algún tiempo, invitamos a almorzar a una amiga parecida a Charitín al Village, y ella no quería ir porque consideraba que el Village en Manhattan era una especie de centro de corrupción.
JQB: ¿Fue difícil estructurar una novela que transcurre, casi en su totalidad, en Nueva York? ¿Recorriste todos los lugares que mencionas? ¿Te consideras un gran conocedor de esa ciudad?
JML: Gran, gran conocedor, imposible, pero sí tengo una buena visión de la ciudad después de más de cinco años pasando la mitad de la vida acá. Por ello he situado mis dos últimas novelas en Nueva York: Sangre como la mía y El amante sin rostro. No podía dejar pasar esta oportunidad única que he tenido de poder vivir en Nueva York. Lo han hecho muchos autores, como fue el caso del poeta Rosamel del Valle, quien vivió en esta ciudad en los años 40 y 50 trabajando en las Naciones Unidas, o el mismo García Lorca quien escribió un poemario tras una relativamente corta visita. En el caso de El amante sin rostro, el gran tema de fondo es el del desarraigo, entendido como incomodidad en la propia piel. Todos los personajes están incómodos con sus vidas, y para ello no podía haber mejor escenario que la gran ciudad de las inmigraciones. Estructurar una novela como ésta significó tener claro el panorama social de la ciudad. Tal vez lo más difícil, al respecto, fue crear el mundo de Isabel y Bill, ya que yo no conozco matrimonios como ellos en esta ciudad. Son personajes totalmente imaginados, aunque en el pasado de Isabel en Chile pueda haber huellas de algunas vivencias personales mías. Recorrí en varias sesiones el sector de la Quinta Avenida, hasta creer haber encontrado el lugar adecuado para el escenario de los Bradley. Los personajes se mueven luego por los lugares donde uno mismo se mueve: Lincoln Center, Union Square, Meetpacking District, Brooklyn, Central Park, Metropolitan Museum of Art.
JQB: ¿Aspiras a convertirte en el novelista latinoamericano de Nueva York? ¿A ser el primer chileno especializado en escribir novelas sobre esta ciudad?
JML: Novelas latinoamericanas con personajes en Nueva York hay varias. Tal vez la más importante sea Maldición eterna a quien lea estas páginas, de Manuel Puig, quien también vivió en esta ciudad por muchos años. A Puig no se le habría pasado por la cabeza considerarse un especialista en Nueva York, aunque se pasara todo el día viendo y coleccionando películas del cine de oro de Hollywood. Mucho menos a mí. Si apenas consiguiera ser considerado como un buen observador —algo que he hecho—, de la realidad de Queens, presente en ambas novelas, ya me sentiría tremendamente complacido. Pero, ¿quién podría hacerlo? ¿Habrá alguien en todo el condado de Queens que haya leído una línea mía?
JQB: ¿Crees que el público chileno está a la altura de una temática como la de El amante sin rostro?
JML: Absolutamente. ¿Qué tiene de excluyente El amante sin rostro como para que eso no sucediera? Mi novela tiene verdad, tiene emoción, tiene misterio, tiene buena letra. El público chileno, en general, no vive sólo de best-sellers. Aunque estoy de acuerdo que cada vez se lee menos en Chile, hay un público fiel que lee con generosidad y entusiasmo.
JQB: ¿Cuáles son tus proyectos literarios para el futuro?
JML: Por el momento, preocuparme de la expansión de mis obras anteriores. Sangre como la mía ya apareció en España por Editorial Egales y aparece en francés en París en enero de 2009 por Autrement Editions. Estoy en contacto con una agente española para ver la posibilidad de nuevas ediciones de La joven de blanco y de El amante sin rostro. Tal vez publiquemos en Chile, con Tajamar Editores, nuevas ediciones de mis primeros libros: La Beatriz Ovalle y La noche que nunca ha gestado el día.
Y ya comencé a trabajar en una nueva novela, que me lleva nuevamente a la historia de Chile en el siglo XIX. Pero de eso no adelantaré nada más.
www.letralia.com
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