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lunes, 21 de marzo de 2016

ENRIQUE SILVA RODRÍGUEZ - UN CAMINO EN SEIS POEMAS POR ROSSANA ARELLANO


  

Escribir para vencer el tiempo o
para escribir el tiempo
en materia de exposición literaria”
José Saramago.

En la poesía de Enrique Silva, hay un compromiso de expresión, tal vez una obligación de sí mismo y su voz, que sabe libre, a pronunciarse sin exageraciones.

Como en el poema "Hombre con la mano en la barbilla”:

"...digo estío, pronuncio tempestad
y unas piedras caen de mi boca..."

Usar la razón en el sentido justo, redondeando ideas, la creación de lo visible o invisible. Despliega la propia realidad humana, contribuyendo con el lenguaje a la felicidad de otros.  El poeta Silva Rodríguez, nos habla con singular serenidad.

El "yo" que obedece a un ritmo de autor que utiliza la palabra como fuente de estimulación o ejemplo, lo observamos en el siguiente poema, Los bichos:


"yo venero entre los bichos,
los tres dones que no tengo:
sus corazas coloridas,
esas alas capaces de hacer música  y volar
y tanta, tanta luz
en un poquito de luciérnaga".


La palabra se reparte más allá de los labios y el hombre-poeta ocupa su vereda con un fruto sensual, entre las manos.

“…Porque trae tanto de la playa
es la mujer en mis orillas
tanto maramor lame mi lecho
que se esfumas sus …
en mi boca…”

El entorno, el amor, la atracción, son motivos de su íntima expresión poética, palabra que corresponde a una sensitiva, intensa y observadora mirada de los acontecimientos cotidianos, que se desliza firme y con excelente manejo del lenguaje donde no están ausentes los neologismos, es decir, las palabras que el poeta crea o la inclusión de un significado nuevo en una palabra ya existente. Observamos el poema Mujer como el mar:


Se ahogan mis manos en sus caderas
Me areno entre sus piernas
Me archipiélago en sus muslos
Y penínsulo
 Su pubis.

lunes, 14 de marzo de 2016

Comentario Poemas Selectos de Rossana Arellano Guirao



por Ingrid Odgers Toloza


 “Yo, veo pájaros saliendo de mi boca” R.A.


PINTURA SIN RETOQUES
 Así me ves, flotando al viento/ como lágrima, sobre la carretera de los párpados.... Así me ves, y metes al cuadro de tus ojos... y me enciendes el sol, en acuarelas. Así me aprecias, como un poema sin editar, cuya gama de colores, caerá siempre, sobre tu vestido.... R. A.

Rossana Arellano Guirao, una de las poetas más torrenciales de la esfera literaria nacional. En esta muestra poética observamos su poesía y creatividad delirante, la pasión desmedida por la palabra, y su particular visión del mundo y la vida. Arellano, es una poeta que esgrime con facilidad las técnicas clásicas del arte literario tales como: el madrigal, el soneto, la elipsis, la paradoja, es decir, maneja con soltura la métrica, el arte que se dedica al análisis de la medida y la estructura del verso, asunto admirable en este siglo XXI.

Encontramos en Poemas Selectos, un canto a lo sagrado, al recuerdo, al olvido, un canto solidario a la mujer. La escritura de Rossana se mueve con atractivo manejo de lenguaje entre el surrealismo, la realidad y el sueño.

Recordemos que el surrealismo o superrealismo es un concepto que proviene del francés surréalisme. Se trata de un movimiento literario y artístico que busca trascender lo real a partir del impulso psíquico de lo imaginario y lo irracional.Si entendemos que los surrealistas persiguen la verdad mediante escrituras automáticas donde se omiten las correcciones racionales, podemos observar en la obra de Arellano, que no falta la locura, se hace visible lo tempestuoso, claro y firme de su apuesta.

Su obra es inquieta y efervescente, no hay límites de temas en su personal estilo. De pluma tempestuosa y solidaria, impulsiva, soñadora y/o realista su trabajo es profundamente transparente, Rossana de personalidad magnética, irradia vida y versos con su irresistible empatía y la gran pasión que la mueve : LA PALABRA, todo, tanto en ella y  en su oficio de escritora comprometida y veraz, es manifiesto al  conocerla y leerla.

Rossana Arellano Guirao posee una obra versátil, de calidad indiscutible e intensamente HONESTA.


CONCEPCIÓN, 15 DE MARZO DE 2016.






Inmortal *
(Del 2014, dedicado a Jorge Muzam)

Yo me volví inmortal
como suicida anónimo...
Otra vez a la carne
devaneo a lo bestia,
y toda la ancha sombra
que cae sobre el pecho
la costumbre de anillos
erizados al dedo,
la pasión que se pierde
cuando ondean bajezas
el grito que se lanza
cual tímido chasquido
pero queda rompiendo
en todos los adentros.
Yo me volví inmortal
como el ámbar silbido...
Otra vez a las almas
los peñascos dolientes
la cuita que amamanta
los tatuajes del verbo
la soledad de valles
que habitan hermanados
atienden la sordera
de todo traicionado.
Y ahora aquí de un brazo
siempre postura alerta
en la divinidad
de alguna tibia brizna.
Yo me volví inmortal
como los libres pájaros...
Al gesto soslayado
de los aguados ojos
en desove del pez
bajo mi triste roca,
en trinos de lo viejo
que de fatal he abierto
mientras me vuelvo niña
y reposa mi llanto
sobre el antiguo barro
sin añadir al viento
ni un absurdo reproche
porque jamás escribo
vencida, por encargo.

Rossana Arellano Guirao
©RAMAS DESNUDAS




DE SOBREVIVIENTES

(De mi serie Soldados del Sistema)

No, no éramos de laboratorio
y nuestra felicidad era auténtica...
Un siglo y otro siglo de la tierra
ocupa su lugar
porque el dios de los mundos
no acapara en sus manos
el triste relicario de los días al debe
ni carga en bolsas de pan
una automatización de mandamientos.
Somos sobrevivientes
de gobiernos patéticos
que padecen de alzheimer prematuro,
de vecinos de escuela
que a pesar de los años transcurridos
aún no saben pronunciar el verbo cierto
y arrastran su ponchito de ignorancia.
Somos sobrevivientes
a la compra del tiempo, por burdos chupa mocos
que se sienten tocados
por la varita mágica de los Reality Show
mientras un juez de turno
los fornica uno a uno, de manera virtual
e incluso gozan...
Somos sobrevivientes
de los pactos secretos, con preciosa inocencia
como niños discípulos
de algún mal pedagogo
o del cura pedófilo, o del gay camuflado
o del degenerado que habla de moral
y lleva en el culo un mundo en blanco y negro.
Rossana Arellano

©Soldados del Sistema

domingo, 31 de marzo de 2013

Anne Sexton Poeta

«Yo sé, madre, yo sé». Algunos poemas de Anne Sexton



Querida Linda,

Estoy a la mitad de un vuelo a St. Louis para dar una conferencia. Estaba leyendo una historia en el New Yorker que me hizo pensar en mi madre y, sin darme cuenta, sola, en el asiento, susurré: «Yo sé, madre, yo sé» –encontré  una pluma, y pensé en ti– que algún día volarás sola a alguna parte, que quizás yo ya haya muerto, y desearás hablar conmigo.

Yo quiero hablar. (Linda, quizás no estés volando, quizás estés en la mesa de tu cocina tomando té, alguna tarde cuando tengas 40. En cualquier momento) y quiero decirte:

Primero, que te amo.

Dos, que nunca me decepcionaste.

Tres, yo sé. Yo estuve ahí alguna vez. Yo también tuve 40 con una madre muerta que todavía me hace falta.

Éste es mi mensaje para la para la Linda de cuarenta. No importa lo que pase, siempre serás mi pajarito, mi Linda Gray. La vida no es fácil. Es terriblemente solitaria. Yo lo sé. Ahora tú también lo sabes –en donde estés, Linda, hablándome. Pero yo tuve una buena vida –escribí infeliz– pero viví a capa y espada. Tú también, Linda –vive al límite. Te amo, mi Linda, a los cuarenta, y amo lo que haces, lo que encuentras, lo que eres. Sé tú misma. Pertenece a aquellos que amas. Háblale a mis poemas y a tu corazón  –estaré en los dos: si me necesitas. Mentí, Linda. Yo también amé a mi madre y ella me amó a mí, ella nunca me sostuvo pero la extraño, tanto, que tuve que negar que alguna vez la amé –o ella a mí, ¡pero qué tonta, Anne! ¡Así es![1]



Anne Sexton (1928-1974) le escribiría esta carta a su hija, Linda, unos años antes de suicidarse. Nació en Massachusetts en 1928 y a los 19 años se casó con Alfred Muller Sexton. Gran parte de su vida luchó contra  un trastorno mental  que la llevó a internarse en numerosas ocasiones en hospitales psiquiátricos; y aunque paradigmática, su incursión en la poesía fue parte de una terapia médica que la llevó a ganarse el Pulitzer en 1969.

Estudió en el taller de John Holmes, y  posteriormente con Robert Lowell, donde conoció a Silvya Plath; junto a estos dos últimos poetas fue considerada una poeta confesional. En alguna ocasión, Sexton dijo que si algo la había influenciado en la vida había sido el libro Heart’s Needle de W.D. Snodgrass, quien también fuera alumno de Lowell y fundador de esta corriente, cuyo título, adjudicado a M.L. Rosenthal por su ensayo «Poesía como confesión»,  repudió hasta morir en el año 2009.  Snodgrass escribió este libro para su hija después de divorciarse y pelear su custodia, fue un trabajo revolucionario que mostró por primera vez la intimidad del hombre frente a su medio. A diferencia de los poetas modernistas que abordaron los problemas de la modernidad como espectadores, a través de la figura del flâneur, el caminante que va aprehendiendo su entorno a través de la observación, la poesía de Snodgrass profundiza en los problemas de la masculinidad en ese contexto moderno.

Autoras como Anne Sexton y Silvya Plath representan esta trasgresión del poeta a partir de su condición de mujeres suburbanas. La poesía confesional podría entenderse como una suerte de transmutación de la condición del poeta con su poesía. Sin embargo, no se trataba de reducir la experiencia a un asunto de intimidad –nadie  puede negar que la poesía, en su construcción, lo sea–; se trataba, sin esta consciencia de su vocación confesional, de romper con los paradigmas de lo que se podía contar o no en un poema. Ambas poetas lo logran, con un trabajo mayoritariamente autobiográfico, abordando temas tabúes como el aborto, el divorcio, la masturbación, etc.

Anne Sexton construyó un personaje y se mimetizó con él. Quizás ésta sea una de las razones por las que tanto críticos como lectores vieron en su poesía una derivación de su propio desbordamiento. A ella, como a cualquier otro poeta, también hay que leerla entre líneas. Personalmente creo que su categorización como poeta confesional ha hecho que muchos detractores apuesten por la literalidad de su obra. A diferencia de  Snodgrass o del mismo Lowell, la poesía de Sexton enciende todo el trayecto y más que en la supuesta arbitrariedad de su construcción, es en el origen del incendio poético donde debemos prestar atención.

Algunos de sus poemas más conocidos y controversiales son: «La balada de la masturbadora solitaria» y «La celebración de mi útero». Sin embargo, en esta muestra decidimos presentar: «Rezando en un boing 707», «Dice el poeta al analista», «Divorcio», «Descalza» y «Vieja», porque consideramos que estos poemas nos abren la puerta de algunas de sus mayores obsesiones: la lucha con su madre, su relación con Dios, su matrimonio fallido, la imposibilidad de aprehender su entorno, el caos que esconde la cotidianidad y su cuerpo como condicionante.

En 1974, Anne Sexton se suicidó  en el garaje de su casa. Ése no fue su primer intento. La poesía la sostuvo en una lucha que libró para silenciar una voz interior que la perturbó siempre. A pesar de la fuerza de sus versos, logró esconder esa fragilidad y su escaso apego por la vida en la contundencia de su yo poético. Como recordaría al final de su vida, hasta los 28 años Anne «tenía una especie de yo enterrado que desconocía si sabía hacer algo más que salsas y cambiar pañales. Era una víctima del sueño americano».

Al leer su biografía y revisar su obra, pareciera que el lector se convierte en un espectador, una suerte de voyerista que participa en una consulta psiquiátrica donde el paciente entra en catarsis; pero a diferencia de éste, el lector sí puede entrar y salir de ese laberinto de angustias personales con solo cambiar la página. Fue en esta travesía en la que Anne dejó de distinguir el personaje creado en sus poemas para fusionarse con ellos, en donde se sumió en un naufragio personal. Ya lo anticipaba a su hija Linda: «Algún día volarás sola a alguna parte […] quizás yo ya haya muerto, y desearás hablar conmigo […] La vida no es fácil. Es terriblemente solitaria. Yo lo sé.»

Beatriz Estrada Moreno


Rezando en un boing 707



Madre,

cada vez que le hablo a Dios

tú te entrometes.

Sales con tus bla bla blas en bloque,

otra vez con el asunto de las cartas.

Si escribo un poema

tú das un reporte contable.

Si hago el amor

me das las frases más graciosas.

Señora Sarcasmo,

¿por qué no te queda ningún hijo?



Ellos se aguantan sus reverencias.

Ellos se agachan con tu estilo.

Ellos se estrechan las manos –como-estás-tú

en esa misma forma inimitable.

Ellos se saltan la sopa con perejil

como tú nunca pudiste.

Ellos llevan a sus hijos en sus brazos

como tazas de chocolate caliente

como tú nunca pudiste

y todavía, todavía

con tu sonrisa, con tu hoyuelo, te imitábamos

te imitábamos a lo lejos…

el gran pino del verano,

la playa que te bañó de aceite,

el jardín hecho de narices,

la luna atada sobre el mar,

los grandes perros de sangre caliente…

la muñeca que me diste, Mary Gray,

o que tu madre me dio

o que me dio la crida.

Quizás fue ella.

Ella tenía un alma,

y era italiana.



Madre,

cada vez que le hablo a Dios

tú te entrometes.

Arriba en el avión,

bajo las nubes tan pequeñas como cachorros,

el fuego postrado en el sol,

hablé con Dios y le pedí

platicarle mis fracasos y mis éxitos,

le pedí que me hiciera un juicio moral

como lo hace.



Él dice

no has hecho,

no has hecho.



Madre,

tú y Dios

flotan con el mismo vientre

arriba.


Dijo el poeta al analista



Mi negocio son las palabras. Las palabras son como etiquetas,

o monedas, o mejor: como un enjambre de abejas.

Yo confieso que sólo me quiebra la fuente de las cosas;

como si las palabras se contaran como abejas muertas en el ático,

desabrochadas de sus ojos amarillos y sus alas secas.

Debo siempre olvidar que la palabra de uno es capaz de escoger

a otra, y de otra forma, hasta que tengo

algo que pude haber dicho…

pero que no lo hice.

Su negocio es vigilar mis palabras. Pero

no admito nada. Hago lo mejor que puedo, por ejemplo,

cuando puedo escribirle elogios a una máquina tragamonedas,

esa noche en Nevada: diciendo cómo la mágica bolsa acumulada

fue tocando tres campanadas sobre esa pantalla con suerte.

Pero si debiera decir que esto es algo que no es,

entonces me debilito, y recuerdo cómo mis manos se sintieron graciosas

y ridículas y llenas de todo

el crédulo dinero.

 Divorcio



He matado nuestra vida juntos,

he cortado cada cabeza,

con sus tristes ojos azules atrapados en una pelota de playa,

rodando por separado afuera del garaje.

He matado todas las cosas buenas

pero son demasiado tercas.

Se cuelgan.

Las pequeñas palabras de tu compañía

se han arrastrado hasta su tumba,

el hilo de la compasión,

como una frambuesa querida,

los cuerpos entrelazados

cargando a nuestras dos hijas,

tu recuerdo vistiéndose

temprano,

toda la ropa limpia, separada y doblada,

tú sentándote en el borde de la cama

lustrando tus zapatos con un limpiabotas,

y yo te amaba entonces, eras tan sabio desde la ducha,

y te amé tantas otras veces

y he estado por meses,

tratando de ahogarlo,

presionando,

para mantener su gigantesca lengua roja

por debajo, como un pez.

Pero a donde quiera yo vaya están todos en llamas,

el róbalo, el pez dorado, sus ojos amurallados flotando

ardiendo entre plancton y algas marinas

como tantos otros soles azotando las olas,

y mi amor se queda amargamente brillando,

como un espasmo que se niega dormir,

y estoy indefensa y sedienta y necesito una sombra

pero no hay nadie para cubrirme –

ni siquiera Dios.



Descalza



Amarme sin mis zapatos

significa amar mis largas y bronceadas piernas

adoradas, buenas como cucharas;

y mis pies, esos dos niños

que salían a jugar desnudos. Intrincados nudos,

mis dedos. No están más juntos

Mejor aún, ver las uñas de mis dedos

todos los diez pasos, raíz por raíz.

Todos vivaces y salvajes, este cerdito

fue al mercado y este cerdito

se quedó. Mis largas y bronceadas piernas como

mis dedos largos y bronceados.

Más arriba, mi amor, la mujer

está invocando sus secretos, pequeñas casas,

pequeñas lenguas que te hablan.



No hay nadie más que nosotros

en este fragmento peninsular.

El mar usa una campana en su ombligo

Y yo soy tu criada descalza toda

la semana. ¿Quieres salami?

No. ¿Prefieres un wiski?

No. Tú en realidad no tomas. Mejor me tomas

a mí. Las gaviotas devoran peces,

que lloran como niños asustados.

El oleaje narcótico, reclama

Yo soy, yo soy, yo soy

toda la noche. Descalza,

subo y bajo por tu espalda.

En la mañana corro recámara a recámara

de la cabaña que juega a la persecución.

Ahora me tomas de los tobillos,

subes por mis piernas,

hasta que llegas a perforar el hambre de mis ansias.



Vieja



Le tengo miedo a las agujas.

Estoy cansada de las colchonetas y los tubos.

Estoy cansada de los rostros que no conozco

y ahora pienso que la muerte comienza.

La muerte empieza como un sueño,

lleno de objetos y de la risa de mi hermana.

Somos jóvenes y caminamos

y recogemos moras azules

durante todo el camino a Damariscotta.

Oh, Susan, ella lloraba.

manchaste tu cintura nueva.

Dulce sabor –

mi boca está llena

y el dulce azul se acaba

durante todo el camino a Damariscotta.

¿Qué haces? ¡Déjame sola!

¿no ves que estoy soñando?

En un sueño nunca tienes ochenta años.











Traducción de Beatriz Estrada Moreno









NOTA

[1] Carta de Anne Sexton a Linda Gray Sexton, en Anne Sexton: A Self-Portrait in Letters, edición de Linda Gray Sexton y Lois Ames, Estados Unidos, Mariner Books, 2004, p. 424. Traducción de la autora.

 

viernes, 8 de mayo de 2009

Entrevista a Jorge Marchant Lazcano


El amante sin rostro
Entrevista a Jorge Marchant Lazcano, concedida desde Nueva York
Jorge Queirolo Bravo

Jorge Marchant Lazcano

Hablar de Jorge Marchant Lazcano es referirse a todo un hito en la historia literaria de Chile. No solamente es el ganador del Premio Altazor de Novela, en su versión 2006, sino que también podemos decir de él que se ha convertido en un novelista sólido, con un estilo que invita a la lectura y que jamás aburre. Las historias de Jorge nos trasladan a escenarios interesantes, en los que seguimos los vaivenes de las vidas de personajes conflictivos o atormentados. Lo bueno es que se trata de tramas tan bien elaboradas, que captan la atención del lector desde la primera página y no la aflojan hasta la última letra. Recientemente salió la última novela de Jorge Marchant Lazcano, El amante sin rostro, que en sí es un thriller psicológico muy intenso y digno de ser conocido. A continuación Jorge responde, en una entrevista, con sus propios puntos de vista sobre la que ha sido, sin lugar a dudas, su obra más entretenida y cosmopolita.

JQB: Hablar del cura Deusto, ¿es un homenaje póstumo a Augusto d’Halmar o resulta una forma de recordar que Chile ya era, en 1942, un país más liberal y tolerante de lo que entonces aparentaba?

JML: Tengo que comenzar diciendo que Chile tiene una gran deuda con sus grandes escritores del pasado. Cuando a diez años de su muerte, al parecer, nadie quiere recordar a José Donoso —a quien considero el novelista chileno más importante del siglo XX—, y se le negó la posibilidad del Premio Altazor por La cola de la lagartija, su obra póstuma, volver a hablar de las obras olvidadas de escritores, que murieron hace medio siglo, es un ejercicio muy saludable para nuestra amnesia cultural. Por ello, al plantearme en El amante sin rostro la presencia de un obispo supuestamente “culpable” por su homosexualidad, y castigado por la Iglesia con el encierro, vuelvo mi mirada hacia el cura Deusto, personaje central de una novela de Augusto d’Halmar creada el año 20 en España, y publicada por primera vez en ese país. Me asombra la capacidad de d’Halmar de urdir una trama como la de esa novela —un cura enamorado en secreto de un gitanillo adolescente—, nada menos que en la España oscura, monacal, aristocratizante, de esos años. Sin duda, mi mirada a d’Halmar pasa más por el homenaje, por la relectura de un texto prácticamente olvidado, pero a la vez valorado por los estudiosos de temáticas relacionadas con los géneros sexuales. Una vez más tengo que recordar que no soy historiador y no conozco a la sociedad chilena de 1942, año en que se le otorga a d’Halmar el primer Premio Nacional de Literatura. Pero está claro que todo el mundo en Chile sabía quién era ese viejo que regresaba de sus peregrinajes por el mundo, al parecer con una mano por delante y otra por detrás, y además de un mitológico hijo adoptivo lo acompañaba su antiguo prestigio que también parecía mitológico. Quizás por eso fue posible que se le reconociera como una especie de padre de las letras. Es bastante inaudito, pero nuestros padres literarios (léase d’Halmar, léase Mistral) no fueron capaces de tener hijos carnales.

JQB: ¿Qué explicación puede existir para que, en un país aparentemente tan conservador y católico como Chile, se galardonara a un escritor como Augusto d’Halmar con el primer Premio Nacional de Literatura, siendo que sus escritos eran bastante irreverentes para el gusto de la época?

JML: A mi juicio, su gran prestigio. Muchos años después, en 1962, tal como lo consigno en alguna parte de El amante sin rostro, el crítico Alone deja claro que todos sabían quién era d’Halmar: “Hay algo que hasta ahora nadie ha dicho claramente, aunque todos lo saben: el uranismo de d’Halmar que no lo explica todo, pero sin lo cual nada se entiende”. “Uranismo” era el eufemismo para hablar de homosexualidad en esos años. Y Lafourcade, por su parte, escribe algunos años después en El Mercurio esa anécdota según la cual d’Halmar andaba por los cerros de Valparaíso diciendo: “Porque yo soy el cura... sin cura...”.

El prestigio de su obra literaria, que comienza con el recio naturalismo de Juana Lucero, y la perfecta trama psicológica de Pasión y muerte del cura Deusto, es mayor que los supuestos secretos personales. Chile, que es el país campeón del doble estándar, ocultaba, negaba, impedía que escritores como d’Halmar, o como Benjamín Subercaseaux, pudieran manifestarse con sus verdaderos rostros. Pero no le echemos sólo la culpa a la sociedad chilena. Si el inglés E. M. Forster murió sin ser capaz de publicar su novela Maurice, impedido por el posible miedo, el problema es mucho más profundo, y tiene que ver con el ocultamiento que la homosexualidad sufrió con violencia por muchas épocas.

JQB: ¿Los Bradley vendrían a ser el típico caso de una familia híbrida estadounidense, al existir en ella una inmigrante? ¿O Isabel es una mujer totalmente integrada en la sociedad en la que vive?

JML: Es una muy buena observación la tuya. En la sociedad norteamericana, especialmente en las grandes ciudades, existe una gran capacidad de “transculturización”. No hay que olvidar que este país se ha formado por distintas oleadas de inmigración que se han ido superponiendo unas sobre otras. Con los años, esos inmigrantes van adquiriendo cierto grado de prestigio, a mi juicio, descendiente, porque los irlandeses que llegaron pobrísimos hace un par de siglos, y luego los judíos, consiguieron finalmente un estatus social que probablemente no tienen ni los italianos, ni los puertorriqueños, ni mucho menos las nuevas oleadas latinas, o asiáticas, o musulmanas.

En ese plano aparece Isabel en mi novela. Ella es un caso totalmente atípico, porque los chilenos somos bastante atípicos en el panorama latino dentro de los Estados Unidos. Tal vez porque hablamos diferente, porque una vez que cruzamos la frontera a Tacna o Mendoza volvemos a creer el cuento de que somos los ingleses de Sudamérica, y nuestro gobierno quiera vender la imagen de un país progresista, casi del primer mundo, en las enormes pantallas de Times Square.

Para colmo, Isabel pertenece a la clase media alta chilena, llena de los prejuicios imperantes, y eso la hace sentirse doblemente distinta.

De cualquier forma, el drama que arrastra consigo es lo que define al personaje y establece su terrible desarraigo. Isabel es una mujer incómoda consigo misma, con la familia que ha creado, con su pasado, con el país que dejó atrás pero del cual no se puede, no se podrá nunca desprender.

JQB: ¿Es factible ver a Bill Bradley como un típico arribista que logra triunfar en la sociedad americana?

JML: Bill Bradley, el gringo con el cual Isabel se ha casado, es uno de esos personajes que parecen imponerse solos en determinadas novelas. En la medida que Isabel y su historia iban creciendo, fue a la vez surgiendo la figura de este personaje marginal, pese a que, como buen norteamericano, debería estar en el centro de todo. Pero es marginal por donde se le mire. No sólo porque proviene de una madre desvalida, católica y abandonada que lo ha criado con dificultades en algún sector pobre de Queens, sino además, porque se ha casado con la mujer equivocada. No lo veo para nada como un arribista, pese a que ha logrado crearse un buen futuro como abogado de inmigración, y viven muy bien en un sector elegante de Manhattan. Es un hombre que arrastra una enorme tristeza, una sensación de encontrarse en el lugar inadecuado. Eso lo llevará a crear uno de los tensos momentos iniciales de la trama, con su partida a Baltimore con el propósito de contarle a su hijo toda la verdad escondida respecto a su origen. Pero es incapaz de hacerlo y por un buen tramo no sabemos nada de él. Trabajamos a este personaje con mi editor con una intensa subtrama, y creo que se convirtió no solamente en un personaje central, sino en un buen retrato del desasosiego moral del americano medio de hoy, a medio camino entre su sentido del deber y la sensación de vivir en medio de la maldad.

JQB: Bill Bradley repetidamente se muestra como un individuo incapaz de afrontar las realidades que se le presentan en el camino. ¿Qué vocablo es más apropiado para Bill: sensible, débil o cobarde?

JML: Es, a mi juicio, un poco de todo. Sensible al momento de advertir en el pasado que Trisha Borger, la fotógrafa, era su verdadero amor, la mujer que fue incapaz de encontrar antes de que los Reymond lo deslumbraran con sus aires de chilenos con clase. Pero al mismo tiempo es débil al ser incapaz de tomar una decisión en su vida, y eso lo pagará caro, no sólo él, sino también Isabel e incluso sus propios hijos. Pero todas las cobardías del pasado parecen olvidarse en el momento final de redención de este personaje.

JQB: El obispo Juan Bautista Reymond de la novela guarda mucho parecido con uno que existió en la vida real. Me refiero a monseñor Francisco José Cox, quien fuera Arzobispo de La Serena y que actualmente está desaparecido del mapa, supuestamente retirado a una vida de oración en algún convento muy remoto. ¿Te basaste en su caso para crear al personaje de la novela? ¿O más bien te fijaste en Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo? ¿Hay un poco de los dos en monseñor Juan Bautista Reymond?

JML: Lo que más quise es que hubiera verdad en el personaje de monseñor Reymond. No me resultaba fácil hablar de un sacerdote “caído”, porque tengo sentimientos encontrados en torno a ellos, dada mi formación católica. Pero el tema del ocultamiento en torno a estos seres, por parte de la propia institución, me parece tan terrible, tan inhumano si se quiere, porque es una especie de muerte en vida. Este sentimiento de injusticia lo comparto con Romina, la periodista de la novela que persigue al cura con el fin de que él haga sus descargos. Pero ya sabemos que eso es imposible, porque una vez que son encerrados, no se vuelve a saber más de ellos. Tal vez morirán en la más absoluta oscuridad a los ojos del resto de los mortales. Por cierto, leí todo lo que se publicó en torno al caso de monseñor Cox, y me provocó una tremenda conmoción porque, al parecer, sólo se le acusaba de homosexualidad, como si la Iglesia Católica, en general, no estuviera llena de sacerdotes homosexuales. También me informé sobre el caso Maciel (e incluso se nombra dentro de la novela). Recuerdo también haber escuchado unas historias de “primera mano” en torno al atractivo que el cura Tato provocaba entre sus alumnas, pero ésta ya es otra historia. El cura Reymond de mi novela arrastra una fuerte sensación de atracción desde su misma juventud, antes de que se hiciera cura. También se habla de su poder de seducción entre muchachos y se crea una imagen casi legendaria del personaje antes de que aparezca, muy tarde, en escena.

JQB: En el libro describes un hogar para mujeres solas, que no es barato, está regentado por monjas y es bastante tenebroso. ¿Existen de verdad estos hogares? ¿Conociste alguno? ¿Son tan terribles? ¿Por qué existen mujeres mayores que aceptan una vida tan poco agradable y, además, pagan bastante por eso? ¿Son masoquistas?

JML: Ese hogar lo conocí en persona, porque mi madre pasó un par de años en uno de ellos. Se trata del mismo que aparece descrito en la novela. Es el hogar para señoras que tienen las Monjas de la Providencia en pleno barrio Providencia, frente al Parque Gran Bretaña. La verdad es que no es tan tenebroso. No está descrito como un lugar tenebroso en sí mismo, sino por las sensaciones que provoca en otros personajes de la novela. En especial en los hijos de Isabel, que son norteamericanos y prácticamente no han visto nunca una monja en sus vidas. Los niños llegan a creer que su abuela es otra monja. ¿Por qué señoras como mi propia madre toman la decisión de vivir en ellos? Por distintas razones. En la mayoría de los casos, porque están solas, y allí viven señoras que se valen por sí mismas, es una especie de pensionado. No lo pasan nada de mal, reciben visitas, organizan reuniones, pero cuando salen, tienen que regresar como cenicientas a las 8 de la noche, o se quedan fuera. Las monjas son bastante clasistas y para tener cabida allí, sus “clientas” deben tener contactos y currículo social. Mi mamá contaba que había visitado cuando niña a una tía abuela suya que era monja de ese convento. Eso le habrá servido a la hora de ser “clasificada”. Pero después se aburrió y se salió. Mi madre aún tenía mucha cuerda y, que yo sepa, no tiene nada de masoquista.

JQB: El final, algo sorpresivo, en el cual el lector se entera que Matías Reymond ha embarazado a su prima Ana Marie, pareja de Zoé, ¿es una alusión a las reivindicaciones (combatidas por los grupos conservadores y la iglesia católica) de la comunidad homosexual para casarse, formar sus propias familias y adoptar hijos?

JML: Creo que les hemos revelado una gran sorpresa a los lectores, pero no es mi culpa, sino la tuya. Igual, espero que esto sirva para aclarar mis puntos de vista respecto al tema de la homosexualidad en esta novela. Sin duda, hay un intento por establecer el rol de las nuevas familias en el mundo de hoy. Son temas que pueden parecer casi imposibles en la muy conservadora —en general— sociedad chilena, pero que en países desarrollados son tema de todos los días, incluso en países antes tan católicos y reaccionarios como era antes España. Acá en Nueva York (tampoco diré en los Estados Unidos, porque ya sabemos que éste es un país muy puritano), cada domingo aparecen más matrimonios gay en las páginas de vida social de The New York Times. Por cierto, son casos aislados, de gente con dinero, pero revelan algo de lo que se está viviendo. Cada vez son más los homosexuales que intentan crear sus propias familias, criar sus propios hijos, cada vez hay más lesbianas dispuestas a embarazarse, probablemente por un donador anónimo de semen. Es parte ya no sólo de las reivindicaciones, sino de la vida que en justicia se merecen los homosexuales maduros. Han pasado demasiadas décadas de ocultamiento, de vivir en las sombras, en el miedo, en la vergüenza, y después de la tragedia del sida las cosas comienzan a tomar un curso más normal.

JQB: Los chilenos de los años 60, ¿eran conservadores, muy ignorantes o ambas cosas a la vez? Lo pregunto, porque, al final del libro, Isabel Bradley confiesa que en su juventud ignoraba la existencia de la homosexualidad femenina, algo que hoy en día sonaría poco menos que irónico.

JML: Si las cosas eran difíciles para los homosexuales, imaginemos lo que podría haber sido para las lesbianas. De hecho, incluso en los países más avanzados, las lesbianas vivieron en la oscuridad hasta mucho más tarde. Las pocas películas que el cine norteamericano hizo para describir el fenómeno, las mostraba como seres depredadores, malvados, altamente culpables, como en el caso de El asesinato de la hermana George de Robert Aldrich. Vivir una vida como lesbiana era algo muy complejo y extraño en el Chile de los años 50 y 60, por lo que muchas lesbianas se casaban y tenían hijos. Conozco algunos casos. Una adolescente con formación católica difícilmente se enteraría de su existencia y mucho menos preguntaría sobre el lesbianismo a sus profesoras o a sus padres. Así pues, la ignorancia de Isabel no tiene nada de irónico.

JQB: ¿Clasificarías la conducta de Isabel frente a Sanford y Ana Marie, sus hijos adoptivos, como propia de una mujer con instinto materno? ¿O solamente es el proceder de alguien que obra con mucha cordura y sentido común? ¿O es una combinación de los dos elementos?

JML: No cabe duda de que Isabel actúa con un fuerte instinto maternal, superando incluso sus propios traumas y sus propios miedos. He leído que la conducta de las madres adoptivas es más ansiosa y más “temerosa” o “compulsiva” frente a sus hijos, como si tuvieran que demostrar doblemente que son buenas madres. Al ver el derrumbe inexorable de su matrimonio, y de su aparentemente perfecta vida, Isabel se preocupa de sus hijos, aunque ellos ya estén fuera de casa. Cordura no tiene para nada. No parece cuerdo que revele tantos secretos a su sobrino a quien no conoce, ni que le grite tales horrores al socio de su marido, ni que acuda al llamado de su primo sacerdote, ni que atienda a Romina en su departamento. Esos son todos actos impetuosos, pero si no fuera por tales actos, no tendríamos novela. Las novelas en sí mismas no parecen construirse con cordura, sino con pasión, desgarro y exceso.

JQB: La aventura amorosa de Isabel en su adolescencia, que evidentemente marca el resto de su vida, ¿es un factor que explica su conducta de mujer adulta?

JML: Yo creo que la conducta de Isabel a lo largo de la novela es una suma de todas sus experiencias como mujer. Por cierto, la aventura amorosa a la cual tú te refieres es marcadora para ella en su adolescencia, especialmente porque tiene una carga emocional muy fuerte. Pero después está la probable soledad que debe haber sentido de muchachita al movilizarse junto a su familia a los Estados Unidos, tras el golpe de estado de Pinochet en Chile, en 1973. Es muy posible que, por ello, elige sin cuestionarse mayormente, a un marido norteamericano del cual no sabemos cuán enamorada pudo estar. Y después debe enfrentarse tal vez con la parte más compleja de su vida: la imposibilidad de ser madre. Es posible que eso sea lo más duro, al menos en su etapa de mujer casada. Más aun que las infidelidades de su marido, y la relación que Bill establece con Trisha Borger, su amante, y con quien tiene un hijo. Pero esa imposibilidad de ser madre biológicamente, va unida a la maternidad adoptiva. ¿Ama de verdad a esos hijos? Es algo que ella misma se llega a preguntar y que intentará develar precisamente a lo largo de la novela, en esos pocos días de acción, mientras se siente tan unida a su sobrino Matías —el hijo que podría haber tenido en Chile —, y resurge el fantasma de Juan Bautista, su primo, convertido en un sacerdote trasgresor.

JQB: Charitín, la empleada doméstica de los Bradley, católica devota y observante, ¿representa a la típica mujer de pueblo con poca instrucción y fanáticamente religiosa? ¿No será una especie en vías de extinción, si consideramos el ritmo al que la iglesia católica está perdiendo su feligresía, especialmente en Europa y América Latina?

JML: Charitín partió siendo un personaje de apoyo, para convertirse en un personaje relativamente central. Su nombre —como el narrador lo señala—, está relacionado con el de una conocida conductora de la televisión hispana en Miami, dominicanas ambas. Me temo que no es una especie en vías de extinción, por mucho que la iglesia católica pierda a su feligresía, como ella misma lo cuenta en la novela. Estos seres con poca instrucción, manipulados por los medios de comunicación hispanos en los Estados Unidos, doblegados por el miedo a la deportación, al terrorismo, a la segregación, van a seguir siendo tan fanáticos en sus creencias cualquiera que sea la religión que tengan. Católicos o pentecostales, seguirán siendo igual de reaccionarios, apegados a tradiciones obsoletas y a rígidos códigos morales. Vienen a Nueva York desde las miserias de sus países, y siguen siendo exactamente las mismas personas. Por ese motivo, Charitín actúa como una espía y casi una traidora en la novela. Hace algún tiempo, invitamos a almorzar a una amiga parecida a Charitín al Village, y ella no quería ir porque consideraba que el Village en Manhattan era una especie de centro de corrupción.

JQB: ¿Fue difícil estructurar una novela que transcurre, casi en su totalidad, en Nueva York? ¿Recorriste todos los lugares que mencionas? ¿Te consideras un gran conocedor de esa ciudad?

JML: Gran, gran conocedor, imposible, pero sí tengo una buena visión de la ciudad después de más de cinco años pasando la mitad de la vida acá. Por ello he situado mis dos últimas novelas en Nueva York: Sangre como la mía y El amante sin rostro. No podía dejar pasar esta oportunidad única que he tenido de poder vivir en Nueva York. Lo han hecho muchos autores, como fue el caso del poeta Rosamel del Valle, quien vivió en esta ciudad en los años 40 y 50 trabajando en las Naciones Unidas, o el mismo García Lorca quien escribió un poemario tras una relativamente corta visita. En el caso de El amante sin rostro, el gran tema de fondo es el del desarraigo, entendido como incomodidad en la propia piel. Todos los personajes están incómodos con sus vidas, y para ello no podía haber mejor escenario que la gran ciudad de las inmigraciones. Estructurar una novela como ésta significó tener claro el panorama social de la ciudad. Tal vez lo más difícil, al respecto, fue crear el mundo de Isabel y Bill, ya que yo no conozco matrimonios como ellos en esta ciudad. Son personajes totalmente imaginados, aunque en el pasado de Isabel en Chile pueda haber huellas de algunas vivencias personales mías. Recorrí en varias sesiones el sector de la Quinta Avenida, hasta creer haber encontrado el lugar adecuado para el escenario de los Bradley. Los personajes se mueven luego por los lugares donde uno mismo se mueve: Lincoln Center, Union Square, Meetpacking District, Brooklyn, Central Park, Metropolitan Museum of Art.

JQB: ¿Aspiras a convertirte en el novelista latinoamericano de Nueva York? ¿A ser el primer chileno especializado en escribir novelas sobre esta ciudad?

JML: Novelas latinoamericanas con personajes en Nueva York hay varias. Tal vez la más importante sea Maldición eterna a quien lea estas páginas, de Manuel Puig, quien también vivió en esta ciudad por muchos años. A Puig no se le habría pasado por la cabeza considerarse un especialista en Nueva York, aunque se pasara todo el día viendo y coleccionando películas del cine de oro de Hollywood. Mucho menos a mí. Si apenas consiguiera ser considerado como un buen observador —algo que he hecho—, de la realidad de Queens, presente en ambas novelas, ya me sentiría tremendamente complacido. Pero, ¿quién podría hacerlo? ¿Habrá alguien en todo el condado de Queens que haya leído una línea mía?

JQB: ¿Crees que el público chileno está a la altura de una temática como la de El amante sin rostro?

JML: Absolutamente. ¿Qué tiene de excluyente El amante sin rostro como para que eso no sucediera? Mi novela tiene verdad, tiene emoción, tiene misterio, tiene buena letra. El público chileno, en general, no vive sólo de best-sellers. Aunque estoy de acuerdo que cada vez se lee menos en Chile, hay un público fiel que lee con generosidad y entusiasmo.

JQB: ¿Cuáles son tus proyectos literarios para el futuro?

JML: Por el momento, preocuparme de la expansión de mis obras anteriores. Sangre como la mía ya apareció en España por Editorial Egales y aparece en francés en París en enero de 2009 por Autrement Editions. Estoy en contacto con una agente española para ver la posibilidad de nuevas ediciones de La joven de blanco y de El amante sin rostro. Tal vez publiquemos en Chile, con Tajamar Editores, nuevas ediciones de mis primeros libros: La Beatriz Ovalle y La noche que nunca ha gestado el día.

Y ya comencé a trabajar en una nueva novela, que me lleva nuevamente a la historia de Chile en el siglo XIX. Pero de eso no adelantaré nada más.


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viernes, 16 de enero de 2009

Héctor Hernández el Rimbaud de Chile

Héctor Hernández Montecinos o la poética final
Por Augusto Rodríguez

Este es un secreto
La más horrible verdad sobre el Amanecer
Es que ahí las estrellas desaparecen.

Héctor Hernández Montecinos

1. La escritura de la desesperación

Bastante se ha escrito, se escribe y se seguirá escribiendo sobre la poesía, la obra y la poética del poeta chileno Héctor Hernández Montecinos (Santiago, Chile, 1979). Yo no quiero ahondar mucho sobre sus últimos libros. Quiero referirme a su obra como una totalidad. Siempre me he preguntado:
¿Por qué HH escribe con tanta velocidad y desesperación sus textos? Yo creo que escribe con la sabiduría de quienes pueden escuchar algo más que el resto de los poetas. Escribe con rabia y con el apuro de quien desea contarnos un secreto/ una pequeña historia nacional. Pero es más que eso: Escribe como si ya hubiera estado en otros sitios, entiéndanse fuera del cosmo natural de los seres humanos y viene a decirnos los que nos espera en el más allá, en otros espacios, en otras vidas.
HH escribe sus libros con la violencia pura de quien sabe y reconoce en las palabras, un instrumento válido para descifrarnos los retos del lenguaje y del mundo. De las imágenes difusas que se encienden y apagan en nuestra mente visual. Las razones humanas más allá de los prejuicios y de los sueños repetitivos. Héctor Hernández Montecinos escribe porque es lo que mejor que sabe hacer y lo hace con la fuerza de los poseídos. Nada somos en este planeta que se pudre y que se quema por dentro. De este planeta estúpido que se asesina a sí mismo y nosotros, sus hormigas, que caen en el vacío de los demonios-angelicales de nadie.
2. Diálogo y reescritura
Leo y releo su libro Coma y me gusta esa afirmación de que La poesía chilena soy yo. Y de reescribir la poesía de grandes poetas chilenos como Mistral, Neruda, Huidobro o Rokha. Poesía que parecía intocable, pero de alguna manera, gracias al poeta ya no lo es. Siempre he pensado que toda literatura es un diálogo indefinido con el pasado, para conocer el presente y reconocer el futuro. Un diálogo con la historia. Un diálogo con la poca democracia que nos queda. Con la geografía de tu patria, de tus compatriotas, de tu familia. Con tu pasado personal, que encierra todos los mundos en el mundo.
Todo acto de reescritura es un acto de fe, pero antes de todo, un acto de afirmación ante la poesía. De decir que no hay poema terminado porque no hay vida terminada. La reescritura de la poesía es el mejor homenaje que se le puede hacer a un poema. En ese aspecto Héctor Hernández Montecinos es como una locomotora viva que va reescribiendo todo a su paso. Va reescribiendo su propia historia, su poesía, la de los poetas, la de todo humano encerrado en una urbe.
¿Qué es coma? Ese libro o obra poética que reescribe su país, Chile, pero con la sabiduría y la fuerza de los verdaderos poetas. Estoy seguro que HH ha creado un estilo, una forma de decir las cosas, con un sello muy personal. Y estoy seguro que ha creado a su alrededor una gran gama de seguidores y de epígonos (que solo serán epígonos y nada más). Escribe y va recreando a su paso: películas, historias personales, Chile, música, libros, ensayos: todo. Se reescribe a sí mismo, una y otra vez.
3. Generosidad y lecturas
Tal vez este punto no sea muy importante pero HH dedica su tiempo a difundir, a escribir reseñas, comentarios, prólogos a sus colegas o poetas de muchas latitudes, con una gran generosidad. Eso habla de lo buen poeta que es y es uno de los mentalizadores de ese gran sueño llamado Poquita Fe (que tuve la oportunidad de conocer en el 2008) y es tremendo el esfuerzo que realiza junto a otros destacados poetas. Creo que hay que tener una gran generosidad y empuje para poder llevar adelante dicho sueño.
4. La ficción y la realidad
Seguiré leyendo reseñas y noticias de HH (por nuestra buena suerte), estará moviendo los hilos de la literatura y de la poesía para que sigan pasando cosas de la ficción a la realidad y viceversa. Donde esté, así sea: México DF., Lima, Santiago o en cualquier rincón del mundo. Por lo que sé ahora está embarcado en la editorial Santa Muerte Cartonera, estoy seguro que esa editorial tendrá buena acogida y muchos buenos frutos.

5. La poesía y el futuro

Recuerdo que a mi paso por Chile, conocí a muchísimos poetas. Muchos hablaban bien o mal de HH (cosa de lo más normal, eso pasa en todos lados) pero hay algo que no se puede negar a estas alturas: La obra poética de Héctor Hernández Montecinos es una de las más interesantes y apasionantes de Chile y de Latinoamérica. Su registro poético es único. Sus libros tienen la fuerza de los poseídos, van naciendo a la velocidad de la luz y vienen a quedarse. Estoy seguro que hay mucha poesía de HH por venir. Esperaremos ansiosos sus nuevos pronunciamientos literarios. Y como dice el propio poeta: EN EL FONDO/ SOLO HAY MÁS MANCHAS/ NO SE ASUSTEN TANTO/ MÍRENSE DESDE NUESTRAS CICATRICES.

Literatura en TV