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jueves, 9 de septiembre de 2010

El Genji de Murasaki Mil años de seducción




Andrea Blanqué

Hace exactamente mil años, en el Japón, se produjo un fenómeno que tardaría otros mil años en repetirse: surgieron una gran cantidad de obras literarias escritas por mujeres. Corría el siglo X de nuestra era, también el siglo XI. Sucedió en la corte de Heian (794-1192), mientras gobernaban los regentes y la aristocracia se hallaba reunida en Kyoto, la monumental capital de entonces. Coincide con un esplendoroso período en la historia del Japón: gloria para la literatura, para el arte, para la lengua, para la estética. Es el momento en que el proceso de japonización de la cultura se afirma, distinguiéndose de la influencia continental de China.

"La vida era un espectáculo, una ceremonia, un ballet animado y gracioso", dice Octavio Paz, refiriéndose a este período. Fue una edad en donde predominaban los valores estéticos, aún por encima de los morales. A fines del siglo XII, esta cultura de la paz sería sustituida por una dictadura militar que se extendería a lo largo de los siglos. Después, los cortesanos ya no se caracterizarían por su refinamiento y su amor por los instrumentos musicales y la poesía, sino por sus virtudes guerreras y su espada.

En la Edad de Heian, durante el dominio de la poderosa familia Fujiwara, había no sólo paz, sino también ocio, por lo menos en lo que tiene que ver con la elite, que delegó las tareas administrativas a funcionarios subalternos con el fin de dedicarse al disfrute estético. Esta particular sociedad produjo mujeres que escribían. Se dice que en aquellos tiempos había más escritoras que escritores. Es un fenómeno único, en Japón y tal vez en el mundo. En la intimidad que se generaba entre las puertas corredizas y los biombos, se gestaba una fertilísima creación poética. Pero cuando la mayor parte de los hombres --intelectuales-- se dedicaban a escribir textos eruditos en chino, inspirados en el budismo, y se presentaban a concursos de poesía férreamente tradicional, las mujeres aprovecharon el japonés cotidiano para escribir sobre lo que sentían y sobre ellas mismas: diarios íntimos, poesía... y novelas.

Por cierto, fue una mujer la que escribió "la novela de novelas" del Japón, a la manera de Cervantes en España. Se trata de Murasaki Shikibu, que produjo su obra Genji monogatari quizás entre los años 1005 y 1013, una monumental narración con cincuenta y cuatro capítulos, cientos de personajes y miles de páginas. Borges, uno de los profundos admiradores de la obra de Murasaki, pensaba que era ésta una auténtica novela psicológica, algo verdaderamente inconcebible en Europa antes del siglo XIX. Lo cual, aclara Borges, "no quiere decir que la vasta novela de Murasaki sea más intensa o más memorable o mejor" que la obra (...) de Cervantes, quiere decir que es más compleja y que la civilización que denota es más delicada".

Desde el gineceo. Murasaki Shikibu no estaba sola cuando escribía su larga novela, aunque dice la leyenda que para concentrarse se encerraba en un templo cercano a Kyoto. Había a su alrededor unas cuantas mujeres que, al igual que ella, escribían, quizás sus amigas, quizás sus rivales. Mujeres de mediana nobleza, cultas, damas de compañía de la emperatriz, damas de la corte. No se sabe cuántas eran exactamente, aunque se sabe que la emperatriz y la consorte del príncipe imperial tenían cerca de treinta o cuarenta por cabeza. Tal vez eran un centenar, y tal vez se conocían entre sí. Quizás todas fueran escritoras y lectoras respectivas en potencia.

Hay quien ha explicado la relevancia de las mujeres en el período Heian entroncándolo con el sistema familiar matriarcal que existía desde la época de una más rudimentaria organización social en Japón. Entre el siglo X y XII, como se puede visualizar en el Genji monogatari, había mujeres viviendo por su cuenta, en sus mansiones, verdaderas casas de señoras que no convivían con su marido ni estaban bajo la vigilancia de su suegra. No obstante, en la corte, la situación de las mujeres dependía de sus padres, tíos o hijos y desde luego, no ejercían el poder. El estudioso Suichi Kato considera la ventaja de ello: las mujeres de la corte, aunque vivían en ella, no tomaban parte de la administración ni de los mecanismos del poder político. Estaban cerca del poder, y aunque no lo podían detentar, tenían el privilegio de escrutarlo y reflexionar sobre él.

No solamente estas mujeres de la corte permanecían al margen --y al lado-- del poder en esta sociedad cerrada y altamente integrada que se deslizaba en los palacios. También permanecían distantes de las prácticas de los doctos e intelectuales, que escribían en chino obras de historia, moral, filología y religión. El idioma chino era algo artificial para ellos, pero su refinamiento y su tradición lo hacían vehículo de lo que fue considerado en aquel tiempo "la gran producción literaria". Es verdad que se sabe que Murasaki Shikibu, aún siendo mujer, había aprendido el chino en el seno de su cultísima familia, y por cierto permanece viva la anécdota de la emperatriz que solicitó a la escritora que le explicara versos de un autor chino a escondidas. Pero, por lo general, en aquel gineceo de la corte japonesa, las mujeres escribían en su lengua natural, el japonés, en un estilo sencillo, fluido, sin reglas, a través del sistema de escritura "kana" que simplificaba los caracteres chinos".

Poesía y prestigio. Un caso particularmente ilustrativo de la relación entre poesía y poder en aquel Japón de los Fujiwara lo constituyen los "waka". Se trata de composiciones poéticas que obedecían a reglas estrictas, como por ejemplo, tener 31 sílabas, circunscribir los temas a un repertorio --en especial las estaciones, el amor-- o utilizar un vocabulario e imágenes codificadas: en los waka, los sentimientos humanos son descritos a través de un fenómeno de la naturaleza. Lo que comenzó siendo un divertimento para que los hombres cortejaran a las mujeres, se transformó a fines del siglo IX en Japón en una verdadera fiebre poética. Los aristócratas se dedicaron a escribir waka con fervor, y, por ejemplo, en lugar de correspondencia convencional, se enviaban waka. Pigeot y Tschudin consideran que el waka fue el único género literario concebido en lengua nacional que pareció digno de recibir la misma atención que la prestigiosa literatura china.

Tanto subyugó a los japoneses la creación de waka que en el año 951 se crea la "Oficina de Poesía" y se suceden los famosos concursos de poemas (uta-awase). En apenas unas pocas décadas se produjeron un centenar de concursos: los participantes no sólo debían competir con su destreza poética sino también a través de un complicado ritual. En aquellos tiempos, había también jurados que realizaban una verdadera labor filológica y juzgaban los textos considerando cuán respetuosos eran de la tradición. A los concursos se sumaron sesudos tratados sobre la elaboración de waka y confección de antologías.

Pero, significativamente, la mayoría de los autores de esta poesía fuertemente codificada eran hombres. No es que las mujeres no escribieran waka. También las había. Pero en lugar de aplicar los prestigiosos estereotipos, en su poesía, las poetisas buceaban la psicología, las relaciones entre hombres y mujeres y sus propios sentimientos. Sin detenerse en las teorías sobre cómo concebir un waka, la exquisita poetisa Izumi Shikibu-shu sustituye los estereotipados paisajes, hojas y flores por la sencillez de estos versos de amor: "Para poder recordarlo en el otro mundo, cómo quisiera volver a verlo una vez más". Y por el apasionamiento de estos otros: "Sin preocuparme por el desorden/ de mi negra cabellera/ permanezco postrada:/ ¡ah, cuánta falta me hace/ aquel que antaño se afanaba en alisarla!"

Narrar la vida. Sin embargo, no fue la poesía el género por excelencia escrito en aquellos tiempos por el pincel de las mujeres. A partir del siglo X, las damas de la corte adoptaron el hábito de escribir su propia vida a través de diarios íntimos, llamados nikki. En el extremo opuesto a los escritos "oficiales" de los hombres que utilizaban la lengua china, están estos registros de la vida privada, de la vida íntima de estas mujeres. Los diarios podían ser de dos tipos: en el primer caso, la escritora hablaba básicamente de un tema que la obsesionaba, como la desdichada relación con un marido, o la dolorosa separación con un hijo que se hizo monje. Luego, estaban aquellos nikki que contaban los sucesos de la vida cotidiana de la corte, aunque más no fueran insignificantes, como el parto de la emperatriz, que describió minuciosamente en su diario la novelista Murasaki Shikibu.

Tal vez sea la escritora conocida por el nombre de Sei Shonagon la que escribió el diario más famoso, el Makura no soshi (Libro de cabecera). Muy poco se sabe de su autora, salvo que su padre era gobernador de Higo y notorio poeta incluido en las antologías. Nacida alrededor del 960, fue dama de compañía de la emperatriz Teishi . Su diario ha sido tildado también de "tratado", porque además de descripciones de la vida de la corte tiene partes enteras de aforismos y reflexiones muy cercanas al ensayo. La agudeza de observación y el refinamiento estilístico se conjugan con la ironía y la libertad de juzgar. Hay partes del texto que son verdaderos catálogos de nombres de plantas, de pájaros, de flores, que dan lugar también a listas de "cosas acongojantes", "cosas que dan vergüenza", "cosas tranquilizadoras", dividiendo a menudo el mundo en lo que le da placer y lo que le da desagrado.

Entre lo que le da placer, está, por ejemplo, cruzar un río una noche de luna brillante y ver en el fondo brillar los guijarros; recorrer en carruaje el campo y aspirar el perfume que desprenden las ruedas con manojos de hierba fresca adheridos. En una parte de su libro, Sei Shonagon sostiene que "es muy importante que un amante sepa despedirse. Para empezar, no se debería levantar con apresuramiento sino aguardar a que se le insista un poco: Anda, ya hay luz... no te gustaría que te sorprendieran aquí. Tampoco debería ponerse los pantalones de un golpe, como si tuviera mucha prisa y sin antes acercarse a su compañera, para murmurar en su oído lo que sólo ha dicho a medias durante la noche".

Octavio Paz, admirando la belleza y transparencia de la prosa de Sei Shonagon, descubre en ella "un mundo milagrosamente suspendido en sí mismo, cercano y remoto a un tiempo, como encerrado en una esfera de cristal".

Ella, Murasaki. Se dice que probablemente las escritoras Sei Shonagon y Murasaki Shikibu fuesen rivales. Si esto fue así, entonces desde el más allá la primera debe estar francamente disgustada, porque Murasaki Shikibu le ha ganado largamente en fama. En efecto, aunque la segunda también escribió un conocido diario --el Murasaki Shikibu nikki-- fue su obra maestra, el Genji monogatari, lo que la convirtió en la autora del libro más emblemático de la literatura japonesa.

A pesar de que en su tiempo fue reconocido su enorme talento, muy poco es lo que se conoce de la vida de la escritora Murasaki Shikibu. Tal vez haya nacido en el 975, tal vez haya muerto en el año 1014. Ni siquiera se sabe su auténtico nombre. La palabra "murasaki" designa la tinta de una planta, la púrpura imperial, y la palabra "shikibu" no es un nombre ni un apellido sino que indica las funciones ejercidas por el padre de la dama al cuidado del departamento de ritos. Fernando Gutiérrez traduce Murasaki Shikibu al español como "Violeta de Protocolo". Se sabe que era hija de Fujiwara no Tametoki, un erudito aunque poeta sin talento, apasionado por la literatura, que enseñó a su hija la lengua china y sus clásicos, pero también le transmitió el amor por la literatura de sus antepasados. En efecto, Murasaki tenía genes poéticos por todas partes: era biznieta del gran poeta Kanesuki y también descendiente del famoso Fuyutsugu.

Dicen que su padre lamentaba que aquella niña tan inteligente no hubiese nacido varón para continuar el prestigio literario de la familia. Sin embargo, llevó a su joven hija con él a través de un largo viaje por el Imperio, cuando fue nombrado gobernador de la provincia de Echizen. De regreso a Kyoto, Murasaki contrajo matrimonio hacia el año 998 con un descendiente de la poderosa familia de los Fujiwara, llamado Nobutaka, con quien tuvo dos niñas, Daini no Sami y Benn no Tsubone, la primera de las cuales también sería escritora.

Cuando pocos años más tarde la muerte se lleva a su marido en una virulenta epidemia, la joven viuda se retira a vivir en soledad, durante cuatro años, a meditar, mientras escucha las plegarias de los bonzos, quedando en ella la huella budista que se reflejaría en su literatura.

Se sabe que a los veintinueve años Murasaki vivía en la Corte como dama de compañía de la inteligente emperatriz Akiko. Entre el año 1008 y el año 1010 compone su diario, tal vez simultáneamente a la composición de su magnífica novela Genji monogatari. En un fragmento de su diario Murasaki realiza un autorretrato memorable: "Que soy muy vana, reservada, intratable y quiero mantener siempre a la gente a cierta distancia --que estoy metida hasta el cuello en el estudio de antiguas historias, que soy afectada y vivo todo el tiempo en mi propio mundo poético y apenas me doy cuenta de la existencia de los demás, como no sea , de vez en cuando, para hacer comentarios malévolos y despectivos--, tal es la opinión que tienen de mí la mayoría de los que no me conocen y, por tanto, están dispuestos a detestarme. Pero cuando llegan a conocerme, descubren con enorme sorpresa que soy amable y benévola, una persona, en realidad, totalmente distinta del monstruo que habían imaginado, como así de veras muchos lo confesaron después. Con todo, yo sé que se me acusó en la corte de ser una pedante rígida y aviesa. No es que me importe mucho, pues estoy acostumbrada a ello y veo que se debe a cosas propias de mi naturaleza y que no me es posible cambiar".

El tiempo perdido. El personaje de esta niña que crece ha servido a los estudiosos para demostrar la complejidad de la novela. La escritora construye personajes que van modificándose a lo largo del tiempo. El propio Genji cambia y reflexiona sobre la transformación que se opera sobre el mundo y la vida de los seres humanos con el paso del tiempo. Cuando muere su esposa Aoi, el desesperado Genji realiza una retrospectiva de su vida: "Sus pensamientos huían hacia los años en que la había conocido. ¿Por qué, perezosamente, creyó que todo iría bien al fin?".

La conciencia del paso del tiempo y del carácter efímero de la existencia es una constante del Genji monogatari. En realidad, es su gran distintivo, y lo que ha fascinado a muchos lectores occidentales: prácticamente no hay estudioso de la obra que no traiga a cuento a Proust. Se han hecho varios paralelos entre la obra de la escritora japonesa y En busca del tiempo perdido. Se han visto como elementos comunes la pintura de un mundo aristocrático, la técnica de hacer aparecer personajes que tendrán relevancia mucho más tarde, el paso del tiempo sobre todo y todos, la insistencia en los recuerdos, incluso en la decadencia de los seres y las cosas.

La escritora Murasaki logra todo esto utilizando un gran realismo en las ambientaciones y realizando la pintura de un mundo donde se describen fiestas, ceremonias religiosas, rezos budistas, intrigas en los gineceos, paisajes de una exquisitez única. La naturaleza está constantemente presente acompañando el estado de ánimo de los personajes. La oscuridad de la noche, la lluvia, los relámpagos, complementan monólogos interiores donde los sentimientos humanos se analizan con una sutileza extraordinaria. Los personajes no sólo piensan elaboradas disquisiciones, también escriben poemas y se comunican entre ellos --se envían correspondencia-- con unos textos verdaderamente hermosos y complejos.

Pero lo que da una unidad memorable a la obra es la intuición que tiene el lector de estar constantemente frente a la escritora, a la mujer que habla y cuenta la historia y retrata ese mundo. La unidad de estilo es lo más moderno de esta novela que tiene mil años. La escritora se asoma a menudo a reflexionar sobre los personajes, sobre el mundo, o a veces sobre la difícil tarea de cómo construir una novela: "Una descripción de los vestidos de las gentes suele hacerse molesta, pero en una historia lo primero a contar sobre los personajes es, invariablemente, lo que llevan. Por una vez intentaré describirlo". La conciencia de ser leída aflora desde la voz de Murasaki Shikibu entre las páginas. Ya sea para defenderse de ataques --"De todas formas sé que se me considerará una cronista de escándalos, pero no puedo evitarlo"-- o para sonreír o ironizar sobre los personajes. En efecto, el humor es también una de las características del Genji monogatari. Uno de los pasajes más divertidos de la obra es la descripción de una coqueta dama de casi sesenta años que tras toda una vida de seducir, trata de conquistar al bello Genji. La ironía que destila la autora sobre tal situación es mucha.

También la tristeza. Porque aún cuando la novela esté llena de encanto y de mensajes ambivalentes hacia el lector, el pincel de Murasaki Shikibu destilaba una extraña melancolía. De ahí que su personaje, este seductor de mujeres, esté tan lejos del supermacho clásico y sea un ser sutil e imprevisible.

* GENJI MONOGATARI, de Murasaki Shikibu. José J. de Olañeta Editor. Palma de Mallorca, 1998. Distribuye Trecho. 258 págs.

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