Obra:
“Sin instrumentos navego en un océano inmenso sentado
sobre la chata
de Colón”.
Tema: Narrativa, prosa poética.
Tulipanes verdad de los cielos
Muero.
Sin
respirar y sin mi rostro denotar sorpresa me encuentro en el
súbito jugando póker con Dios. Solo El y yo. La apuesta, el derecho a
preguntar.
Dios se ufana con su póker de ases. Lo dejo
gélido con mi escala real de trébol.
¿Quién fue el maldito que te concibió?
Entre los gemidos del llanto contesto. Soy
guacho.
Estamos
frente a un libro sorprendente, desde el título: “Sin instrumentos navego
en un océano inmenso sentado
sobre la chata
de Colón”.
La obra de Marcelo Schiappacasse está
compuesta por una serie de cuentos diversos, relatos, reflexiones, prosa
poética y poemas. Y toda ella encarna lo absurdo, la paradójica existencia del
ser actual, la descomposición de la sociedad: su brutalidad, la violencia,
la falta de comunicación, las
interrelaciones sociales, el deseo, el hambre. Todo un cuestionamiento a la
sociedad, al ser e interrogantes a Dios,
en
el texto es recurrente la presencia de Dios, la lucha con Dios, sin ser por
supuesto una obra religiosa. El autor expresa: “Titubeé, callé. Reflexioné. Es mejor ser pobre que vender el alma. ¿Y
si es verdad que es el miedo al Diablo y no el Amor a Dios el leiv motiv?”.
Más veces de las que deseáramos sentimos,
palpamos, la realidad, el espanto de sobrevivir, la crueldad de la
indiferencia. La sobrecogedora soledad del
ser hombre y ser mujer. La pérdida de fe se desplaza por los textos que
abundan con rasgos existencialistas y nos trae a la memoria a Sísifo del pensador Albert Camus, El Túnel del gran Sábato y cómo no la
genial obra de Kafka.
Este libro sin explicación lógica y sin
sentido, de gran incongruencia entre el pensamiento y los hechos es un real teatro del absurdo: Se presenta todo en un marco de un mundo vacío y abuso de poder, los ricos y
poderosos atropellan a los más débiles y a los que menos posibilidades tienen
para sobrevivir ante el caos y la confusión. La vida paupérrima se presenta
estremecedora, sin embargo hay humor, sátira, ternura, amor, pasión, todos
ellos, ingredientes que permiten una lectura ágil, entretenida e interesante.
Al
parecer al igual que Sábato, la integración de lo social y lo existencial es
posible en el pensamiento del autor, así lo expresó el escritor argentino: Aunque la soledad del hombre es perenne, no sociológica sino
metafísica, únicamente una sociedad como esta podía revelarla en toda su
magnitud. Así como ciertos monstruos solo pueden ser entrevistos en las
tinieblas nocturnas, la soledad de la criatura humana se tenía que revelar en
toda su aterradora figura en este crepúsculo de la civilización maquinista (1).
En un tiempo que lo absurdo y
lo inverosímil están prácticamente desterrados de la narrativa chilena, en todo los órdenes de elementos ficticios se
tiende a sustituir lo casual por lo lógico, lo
absurdo por lo verosímil, relatando como en el cine, algo que acontece o aconteció
en el país o se escribe literatura fantástica (salvo excepciones), esta obra
viene a refrescar los aires para los adictos a la lectura. Es toda una sorpresa
y en ningún caso decepcionará al lector/a, será una fuente transparente y
profunda de reflexión y aprendizaje o re-aprendizaje: la
escritura de Kafka sigue influyendo en la literatura contemporánea y reflejando
gran parte de los problemas sociales que nos afectan, entre ellos, como declara
Castilla del Pino (2), la incomunicación y la carencia de leyes
igualitarias.
Tal como Franz Kafka, la
soledad del autor en su mundo real, en su ejercicio profesional y en su universo literario nos traslada
inexorablemente a otra conciencia, a otra sensibilidad.
Marcelo con un manejo de
lenguaje, distintivo y culto, donde utiliza
algunas expresiones del español antiguo, específicamente del siglo XIX
(decimonónico), nos señala cómo la perplejidad de los sentidos sustituye a la
racionalidad de lo considerado convencional y ético.
Sin duda, un libro genial.
Ingrid Odgers Toloza
Escritora-editora
Notas:
(1) Hombres y engranajes. Heterodoxia,
p. 18.
Calvario de mujer
Yacía acostado plácido en mi
cama, en plena vereda de una calle oscura, colindante a pequeños pasos de mi
hogar. Los árboles frondosos tapábanme la luz del cielo y sólo de la ventana de
una casa vecina, despedíase fulgor.
De improviso, de las
profundidades, surge la mujer a la cual quiero, un temor de siglos anquilosa
estúpidamente mis palabras de amor.
Conversamos - no acuérdome
precisamente de qué - un sentimiento de alegre tranquilidad acompañaba mis
palabras. Se despide y antes de tornarse de espaldas, la llamo y le pido un
beso. Ella acercóse graciosamente, prendiendo sus labios suaves y húmedos en
los míos. Fue un beso corto pero que habló por mil cantos. Luego marchóse
pausada, sumergiéndose en lo negro de la noche.
Decidí dormir y tapéme como un
niño pequeño con las ropas de cama, de pronto surgió con la velocidad de un
rayo un sentimiento de ridícula incomodidad, como si allí en la calle, a plena
vista del mundo no se pudiera dormir. Había que marcharse enseguida. Dejé
abandonado lo superfluo cargando solamente el catre de fina madera sobre mis
hombros, como si fuera un calvario, como si fuera mi cruz.
Al cruzar la calle y llegar al
portal de casa, me sorprendió que ya fuese de día y que el sol no iluminase
todos los rincones. Encuéntrome en la entrada con mi madre. Nos saludamos con
la mirada y el silencio, comprendo por su actitud que me cede el paso al
correrse hacia un lado y dejar la entrada libre. Cruzo el portal y continúo mi
camino. Diríjome al sótano, donde guardo con alivio mi catre, subo luego
pausadamente las escaleras sintiendo un agónico renacer tras cada peldaño.
Masa
Llego a casa al atardecer
agotado por la jornada. La puerta de calle está abierta y penetro curioso al
zaguán. Vivo sólo, pero mi casa está repleta de gente, es como una masa
informe, como mercurio que adopta la forma de mi casa. Intento penetrar por
entre sus carnes y no puedo; me sumerjo entre sus pies, pero es inútil, un
bosque de piernas tupidas imposible de penetrar me bloquea el paso; entonces
escalo por sobre algunos y gateo encima de sus cabezas. Nadie alega, nadie
grita, nadie habla siquiera, sólo se escucha el sordo rumor de mi esfuerzo.
Llego por fin al salón y me cercioro de que la gente está en las mismas
condiciones: pegados unos a los otros, cara a cara, mejilla contra mejilla,
recoveco con recoveco. No existe rincón en aquél gran salón que no esté ocupado
por carne humana, pegajosa, gelatinosa, adaptable a un cubo de espacio y de
tiempo. Sigo avanzando, alcanzo las escaleras agotando mis fuerzas, avanzo con
esperanza en dirección a mi cuarto y compruebo que también está ocupado por
esta masa de carne gelatinosa. Desciendo liviano, abandono mi casa. Feliz
observo mis dedos extenderse hacia el vacío, separando la eteridad del mundo.
La espera con maní confitado
Tiendo con esfuerzo una hebra
de hilo de seda entre dos departamentos que cruzan la calle a una altura que se
pierde entre las nubes. En la calle coloco letreros pintados de rojo ofreciendo
dinero para el osado acróbata que se arriesgue a su cruce. Tengo confianza que
alguien se presente, es que el hilo yace esperando, el dinero espera, mis
ansias esperan, el público espera, y los candidatos esperan morir, rápido, como
héroe, en un segundo, como acróbata, con honor, con dinero para ciertos lujos.
Muchos se presentan, son
demasiados. Todos exigen tener el derecho de ser los primeros en intentar
cruzar la calle sobre el fino hilo, rebajan voluntariamente el pago, otros se
ofrecen gratis, luego todos gratis. Se empujan, se arrojan unos a otros por las
ventanas, caen uno a uno. Todos caen, y siguen subiendo por las escaleras, suscitándose
nuevas propuestas, llegan los ricos ofreciendo su dinero, quieren comprar mi
alma, No la vendo y el pueblo reacciona ofuscado y los lanza, arrojan por las
ventanas a los más testarudos, el pueblo arroja al pueblo por las ventanas y continúa
la gente subiendo. Años se suceden, me pongo viejo, la espera me cansa, la
ciudad poco a poco se vacía. Todos se han arrojado, incluso muchos de ciudades
vecinas, ya nadie viene, entonces decido cerrar el concurso y cruzar yo, más no
hay Dios que me aplauda ni Diablo que me envidie. Cabizbajo me marcho a casa.
Camaleón,
cuatro murallas y confesión a obscuras
Las tres con sol. Dormitaba.
Zángano colorado, joya de tu pubis.
Sabañón criado en hediondos
esteros de musgo, camino a la putrefacción. Perejil, feria de pueblo de
habitantes sin opinión, mojón de acequia de dueños leprosos. Escupitajos de
tuberculosos servidos en convención de putas. Dolor de jirafas, que de frío
orinan de pus las aguas de los oasis. Mugre de dejar de transitar de vegas. Sudor
de militares después de asesinar a los valientes, silenciosos de palabras y
disparos, sólo castañetear de dientes. Inmóvil e inservible como mueble
apolillado. Gritona pariendo fecalomas. Perseverancia de palabras como alaridos
de gansos. Cada necesidad es un quejar de guagua, tal como el viento ante cada
antojo, tal como la tierra ante cada desdén. Diarrea del desprecio. Cafiche,
vida de zángano mal oliente. Duermes, defecas y comes en vertederos de cuerpos
descompuestos; aire de tus horas y que haceres. Te activas para humillarme. Acabando en pileta
de plaza, escupiendo secreciones de caviar y rubíes. Vagina generosa en
clavadas de rosas, cuerpo espinoso de genitales de jubilados, tela arañas de
bicharracos de casas silentes de amor, holgazana de puterío enclavados en
puebluchos de barrio, guacha, bastarda del coludo sin pene e hija de matrona
sin guantes. Cerebro de mosquito impregnado de insecticida; desperdicio de mono
de jaula, desquiciada de patio de psiquiátrico, vomito de circo, patana
insalubre, desleal; ramera de poca monta. Rata cínica, sin valores. Maraca de
orquestas tropicales, donde te hacen chirrear a pura cumbia. En tres Palabras:
puta, cafiche e inútil. Abrió sus ojos adormilada todavía. ¿Amor que me decías?
Simplemente te amo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario