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lunes, 4 de agosto de 2014

CRÍTICA LITERARIA “Sin instrumentos navego en un océano inmenso sentado sobre la chata de Colón”,


de MARCELO SHIAPPACASSE

Por Federico Krampack




Hace mucho tiempo, rescaté de un texto de Jean Baudrillard, algunos extractos que se me hacen estrictamente inevitables para poder rescatar ojeadas como apéndices (en el sentido de que son muchas) y vértices que se multiplican a lo largo de un libro como “Sin instrumentos navego en un océano inmenso sentado sobre la chata de Colón.
Lo primero que se me viene a la mente es algo como una orgía. Una estricta orgía semántica, literaria y de memorias que se contorsionan en cada párrafo. No es nada nuevo si practicamos la re-lectura de autores como Virginia Woolf, por ejemplo, que fue una maestra dominatrix del fluir de la consciencia, del lenguaje corporal sin el cuerpo, del vocabulario mental a pulso sin dejar de lado el físico, aunque considerando en especial atención al primero. Partiré por una analogía: la sociedad moderna es como una vil sopa. No se distingue qué es precisamente el caldo, qué es precisamente los fideos, qué la pimienta, qué el aceite, qué el perejil, qué el agua, y así sucesivamente. Una sopa está compuesta de ingredientes distintos, unos más que otros, y se forma una mezcolanza única, diversa. Si fuéramos precisos caracterizar el estado actual de las cosas, hoy, año 2014, diríamos que se trata del momento posterior a la orgía. La orgía (en sentido bíblico, conciso, duro, crudo), es el punto explosivo de la modernidad, el de la liberación en todos los campos y en donde el detalle reina, pero también el caos. Liberación política, liberación sexual, liberación de las fuerzas productivas, liberación de las fuerzas destructivas, liberación de la mujer, del niño, de la creación, de las posiciones, de la postura, de las pulsiones inconscientes, liberación total y que escapan a la definición hermética.
El autor Marcelo Shiappacasse en su libro escribe: “Llamo a mi padre, último refugio de mi angustia, último bastión inexpugnable del diablo, última guarida del hombre titubeante, último consuelo del agobiado, última esperanza del sufriente carcomido por el dolor. Sin verlo siempre estuvo conmigo. Hoy la vida me sobrepasa y lo necesito. Necesito su calor, la ternura de su voz, el sonido de sus pies acribillando el concreto en su decidido caminar de hierro (…)”. En ese sentido, cuando leemos ese tipo de compendios, es cuando se le vienen dos cosas a la mente como lector-espectador-devorador de sentidos-texto-subtexto e imagen: la famosa (y dolorosa autobiografía) ‘carta al padre’ de Franz Kafka y algunas películas de Kieslowski e Ingmar Bergman. TODO en el libro sobrepasa, sobrepasa la experiencia, sobrepasa el cotidiano, sobrepasa las emociones, la tranquilidad mental, física, estomacal, de paz, de rabia, de turbiedad, de prejuicio, de sinceridad, de hastío.
El escritor también es un inquisidor, un interrogador, como aquellos detectives del Cine Noir o de la literatura negra que encrespa con preguntas tóxicas y divagaciones para poder pillar a su presa fácil y tozuda debajo de un foco colgando con la luz de la ampolleta quemándole el rostro por la proxemia, en medio de un mar de podredumbre humana, mentiras y falacias de sangre, entre fotos rotas y experiencias traumáticas, sinceras y desprovistas de sentimentalismo; le pregunta a Dios, a su padre, a los transeúntes, al mundo, al vecino, al amigo, pero aún más importante se pregunta a SÍ mismo. Muero.

“(…) Sin respirar y sin mi rostro denotar sorpresa me encuentro en el súbito jugando póker con Dios. Solo El y yo. La apuesta, el derecho a preguntar.”

Es la asunción de todos los modelos de antirrepresentación. El sentido metafórico de la orgía es que está todo visto, cuestionado, en duda, en la hoguera, en la silla del juez, en la cama, en la memoria. En la orgía, como nos podemos imaginar, no hay secretos ni centímetros de piel sin mostrar: está todo literalmente, rebosante, en bandeja, incluso hasta los órganos más recónditos, como la garganta, los esfínteres, los perineos, las bocas, las mugres, los defectos, todo. Absolutamente todo. Ha habido una exacerbación total de las cosas en el mundo, de lo real, lo racional, la crisis del crecimiento. Hemos recorrido todos los caminos de la producción y de la superproducción virtual de objetos, de signos, de mensajes, de ideologías, de placeres, de testimonios. Ya sólo podemos simular la liberación, fingir que estamos acelerando en el mismo sentido, pero en realidad aceleramos en el vacío, porque todas las finalidades de la liberación quedan ya detrás de nosotros y lo que nos persigue y obsesiona, es la anticipación de todos los resultados, la disponibilidad de todos los signos, números, figuras, de todas las formas, de todos los deseos.

“(…) Saludaba a mis compañeros; siempre con la misma cara, con la misma sonrisa, con los mismos sentimientos sumergidos - eran diez en total hacinados en una estrecha antesala (…) Ante mi diminuto escritorio de caoba madera, ante el cual encontraba religiosamente todas las mañanas apiladas un metro de carpetas. Su número me era conocido. Eran cien. Durante mis 50 años de trabajo en aquella oficina, nunca hubo una demás o una de menos. Era el número justo.”

La fascinación que destila su autor Shiappacasse en cada uno de los relatos y micro-relatos es de una abundancia numerológica y fetichista sobre los fenómenos sociales que muchas veces conocemos como las rutinas o sencillamente los actos del cotidiano, basados en la edad, horarios, pesos, semanas, años, minutos, número de personas, salarios, dinero, días y número de experiencias. Si recordamos el proceso de gestación de artistas como David Bowie en su disco de 1976, “Station to Station”, donde muchos de sus cercanos relataban como el autor vivía rodeado de velas negras, dibujando símbolos raros y obsesionado todo el tiempo con la numerología, bien uno como outsider puede concebirse a un autor como Shiappacasse rodeado de anécdotas rebosantes de simbologías, que si bien destacan por su desborde, en algunos también parece mostrarse cortante y lejano, casi impenetrable. William Blake escribió: ‘El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría’ en su libro “The Marriage of Heaven and Hell” (El matrimonio del cielo y el infierno). Relatos y micro-relatos oblicuos, infernales y celestiales, porque pareciera que es donde mejor se mueve como pez en el agua.
“Es maravilloso el jugar con las palabras. La ausencia de espectador excarcela el alma, encabrita el lápiz, desinhibe el pensar y revolotea las ideas, concibe monstruos pintados por niños con lápiz cera, teratomas inhumanos, versos infelices y dagas que calcinan El escrito no se mide por su belleza sino por su peso. La pantera es hermosa pero el dragón tiene historia (…)”

Vivimos en la reproducción indefinida de ideales, fantasías, de imágenes que saltan diariamente a través de los mass-medias, de todo lo que queda a nuestras espaldas y que, sin embargo, tenemos que reproducir en una especie de indiferencia fatal, sin saber cuándo, hacia dónde ni cómo avanzamos, en un letargo absoluto, o contemplando la fantasía de Superman o Batman, que el autor relata en algunos pasajes. Todo pasa, todo transcurre con tal velocidad, perdemos tiempo, perdemos Poder sobre nosotros mismos, sobre el Otro, sobre el mundo, sobre la exorbitante velocidad del mundo, todo se escurre en el tiempo, el brutal tiempo, en esa esfera del demonio que odiamos que se llama reloj y que deseamos tuviese más de simples 24 horas, que no nos damos cuenta (por citar un ejemplo burdo, aunque no en realidad), que después de una brutal muerte de un ser querido, al momento ya estamos emparejados de nuevo o estamos de fiesta en un burdel, sin darnos cuenta. ‘Como pasa el tiempo’, dicen algunos. Pero en realidad, el tiempo no pasa tan rápido, somos nosotros los que nos metemos en una espiral indescriptible de experiencias que, a primera vista, parecen repetirse, pero son siempre nuevas.  De algún modo, pareciera que el autor nos regresa al mismo punto de origen y disfraza el contexto espacio-temporal con otros nombres, otro escenario, otra época, otra estética, otro lenguaje y despedaza el modelo aristotélico del árbol narrativo del comienzo-desarrollo-final, para insuflarle algo más.
La voz propia, la voz de autor es un rugido incesable, en mayor o menor intensidad, la de un animal enjaulado o que pretende salir de la jaula sin que nadie le vea en el acto (señuelos a caníbales y felinos); en algunos pasajes, se ve algo desorientado y sabe que el callejón sin salida está frente a sus narices, pero dentro de ese mismo caos, reside su poderío. El mismo téorico Baudrillard señala que si los animales nos gustan y seducen, es porque son para nosotros, los seres (supuestamente) más racionales, representa esa organización ritual del espíritu salvaje, de lo puro, de lo natural, lo mundano y lo básico; se trata de la nostalgia felina, bestial, la asunción del lenguaje caníbal, de comer corazones, experiencias, e incluso cuerpos de manera empírica.
“(…) La familia, hambrienta, sumisa, devorándose unos a otros, lo espera, para cercar la mesa de carne humana y engullir como hienas lo que ella egoístamente ofrece. Un gesto que disimula un saludo se esculpe en su rostro.”

En la vida real no existen las historias; siempre hay cabos sueltos, insurrectos, irregulares, caóticos, vértices por revelar, finales que rasguear y preguntas por enunciar. Dudamos todo el tiempo, rumiamos, tememos, pensamos cosas extrañas, eróticas, horribles, paradisíacas y frívolas. Un libro o un grito como el de Marcelo Shiappacasse determinan precisamente que todo es confuso y acaba en la experiencia total de nuestras vidas; no hay principios, argumentos rectilíneos ni finales determinantes. Si algo de locamente enternecedor y demoledor son los párrafos finales donde toman la figura del padre que fallece; el éxtasis de la tristeza se erige por sobretodo, y no hay nada más que hacer salvo inhalar y respirar. Como él mismo escribe: “DIOS EXISTE. Ha muerto el Hombre. Ha nacido El Homo-Lux.” El Hombre Luz rige por sobre todas las cosas; con asombrosa y paradójica factura, estética, lenguaje y desastre, con defectos, virtudes y finales por manifestar, incesablemente.


Por Federico Krampack, 2014.

viernes, 13 de junio de 2014

COMENTARIO LITERARIO “Sin instrumentos navego en un océano inmenso sentado sobre la chata de Colón”. MARCELO SCHIAPPACASSE






Obra:
Sin instrumentos navego en un océano inmenso  sentado sobre la chata de Colón”.
Tema: Narrativa, prosa poética.


Tulipanes verdad de los cielos

Muero.
Sin  respirar   y sin  mi rostro denotar sorpresa me encuentro en el súbito jugando póker con Dios. Solo El y yo. La apuesta, el derecho a preguntar.
Dios se ufana con su póker de ases. Lo dejo gélido con mi escala real de trébol.
 ¿Quién fue el maldito que te concibió?
Entre los gemidos del llanto contesto. Soy guacho.

           Estamos frente a un libro sorprendente, desde el título: “Sin instrumentos navego en un océano inmenso  sentado sobre la chata de Colón”.

La obra de Marcelo Schiappacasse está compuesta por una serie de cuentos diversos, relatos, reflexiones, prosa poética y poemas. Y toda ella encarna lo absurdo, la paradójica existencia del ser actual, la descomposición de la sociedad: su brutalidad, la violencia, la  falta de comunicación, las interrelaciones sociales, el deseo, el hambre. Todo un cuestionamiento a la sociedad, al ser  e interrogantes a Dios, en el texto es recurrente la presencia de Dios, la lucha con Dios, sin ser por supuesto una obra religiosa. El autor expresa: “Titubeé, callé. Reflexioné. Es mejor ser pobre que vender el alma. ¿Y si es verdad que es el miedo al Diablo y no el Amor a Dios el leiv motiv?”.

Más veces de las que deseáramos sentimos, palpamos, la realidad, el espanto de sobrevivir, la crueldad de la indiferencia. La sobrecogedora soledad del  ser hombre y ser mujer. La pérdida de fe se desplaza por los textos que abundan con rasgos existencialistas y nos trae a la memoria a Sísifo del pensador Albert Camus, El Túnel del gran Sábato y cómo no la genial obra de Kafka.

Este libro sin explicación lógica y sin sentido, de gran incongruencia entre el pensamiento y los hechos es un real teatro del absurdo: Se presenta todo en un marco de un mundo vacío y abuso de poder, los ricos y poderosos atropellan a los más débiles y a los que menos posibilidades tienen para sobrevivir ante el caos y la confusión. La vida paupérrima se presenta estremecedora, sin embargo hay humor, sátira, ternura, amor, pasión, todos ellos, ingredientes que permiten una lectura ágil, entretenida e interesante.

Al parecer al igual que Sábato, la integración de lo social y lo existencial es posible en el pensamiento del autor, así lo expresó el  escritor argentino: Aunque la soledad del hombre es perenne, no sociológica sino metafísica, únicamente una sociedad como esta podía revelarla en toda su magnitud. Así como ciertos monstruos solo pueden ser entrevistos en las tinieblas nocturnas, la soledad de la criatura humana se tenía que revelar en toda su aterradora figura en este crepúsculo de la civilización maquinista (1).

            En un tiempo que lo absurdo y lo inverosímil están prácticamente desterrados de la narrativa chilena,  en todo los órdenes de elementos ficticios se tiende a sustituir lo casual por lo lógico, lo  absurdo por lo verosímil, relatando  como en el cine, algo que acontece o aconteció en el país o se escribe literatura fantástica (salvo excepciones), esta obra viene a refrescar los aires para los adictos a la lectura. Es toda una sorpresa y en ningún caso decepcionará al lector/a, será una fuente transparente y profunda de reflexión y aprendizaje o re-aprendizaje: la escritura de Kafka sigue influyendo en la literatura contemporánea y reflejando gran parte de los problemas sociales que nos afectan, entre ellos, como declara Castilla del Pino (2), la incomunicación y la carencia de leyes igualitarias.

Tal como Franz Kafka, la soledad del autor en su mundo real, en su ejercicio profesional  y en su universo literario nos traslada inexorablemente a otra conciencia, a otra sensibilidad.

           Marcelo  con un manejo de lenguaje, distintivo y culto, donde utiliza  algunas expresiones del español antiguo, específicamente del siglo XIX (decimonónico), nos señala cómo la perplejidad de los sentidos sustituye a la racionalidad de lo considerado convencional y ético.

         Sin duda, un libro genial.

Ingrid Odgers Toloza
Escritora-editora




Notas:
(1) Hombres y engranajes. Heterodoxia, p. 18.
(2)  Carlos Castilla del Pino, neurólogo, psiquiatra y escritor español.





Calvario de mujer

Yacía acostado plácido en mi cama, en plena vereda de una calle oscura, colindante a pequeños pasos de mi hogar. Los árboles frondosos tapábanme la luz del cielo y sólo de la ventana de una casa vecina, despedíase fulgor.
De improviso, de las profundidades, surge la mujer a la cual quiero, un temor de siglos anquilosa estúpidamente mis palabras de amor.
Conversamos - no acuérdome precisamente de qué - un sentimiento de alegre tranquilidad acompañaba mis palabras. Se despide y antes de tornarse de espaldas, la llamo y le pido un beso. Ella acercóse graciosamente, prendiendo sus labios suaves y húmedos en los míos. Fue un beso corto pero que habló por mil cantos. Luego marchóse pausada, sumergiéndose en lo negro de la noche.
Decidí dormir y tapéme como un niño pequeño con las ropas de cama, de pronto surgió con la velocidad de un rayo un sentimiento de ridícula incomodidad, como si allí en la calle, a plena vista del mundo no se pudiera dormir. Había que marcharse enseguida. Dejé abandonado lo superfluo cargando solamente el catre de fina madera sobre mis hombros, como si fuera un calvario, como si fuera mi cruz.
Al cruzar la calle y llegar al portal de casa, me sorprendió que ya fuese de día y que el sol no iluminase todos los rincones. Encuéntrome en la entrada con mi madre. Nos saludamos con la mirada y el silencio, comprendo por su actitud que me cede el paso al correrse hacia un lado y dejar la entrada libre. Cruzo el portal y continúo mi camino. Diríjome al sótano, donde guardo con alivio mi catre, subo luego pausadamente las escaleras sintiendo un agónico renacer tras cada peldaño.




Masa

Llego a casa al atardecer agotado por la jornada. La puerta de calle está abierta y penetro curioso al zaguán. Vivo sólo, pero mi casa está repleta de gente, es como una masa informe, como mercurio que adopta la forma de mi casa. Intento penetrar por entre sus carnes y no puedo; me sumerjo entre sus pies, pero es inútil, un bosque de piernas tupidas imposible de penetrar me bloquea el paso; entonces escalo por sobre algunos y gateo encima de sus cabezas. Nadie alega, nadie grita, nadie habla siquiera, sólo se escucha el sordo rumor de mi esfuerzo. Llego por fin al salón y me cercioro de que la gente está en las mismas condiciones: pegados unos a los otros, cara a cara, mejilla contra mejilla, recoveco con recoveco. No existe rincón en aquél gran salón que no esté ocupado por carne humana, pegajosa, gelatinosa, adaptable a un cubo de espacio y de tiempo. Sigo avanzando, alcanzo las escaleras agotando mis fuerzas, avanzo con esperanza en dirección a mi cuarto y compruebo que también está ocupado por esta masa de carne gelatinosa. Desciendo liviano, abandono mi casa. Feliz observo mis dedos extenderse hacia el vacío, separando la eteridad del mundo.





La espera con maní confitado

Tiendo con esfuerzo una hebra de hilo de seda entre dos departamentos que cruzan la calle a una altura que se pierde entre las nubes. En la calle coloco letreros pintados de rojo ofreciendo dinero para el osado acróbata que se arriesgue a su cruce. Tengo confianza que alguien se presente, es que el hilo yace esperando, el dinero espera, mis ansias esperan, el público espera, y los candidatos esperan morir, rápido, como héroe, en un segundo, como acróbata, con honor, con dinero para ciertos lujos.
Muchos se presentan, son demasiados. Todos exigen tener el derecho de ser los primeros en intentar cruzar la calle sobre el fino hilo, rebajan voluntariamente el pago, otros se ofrecen gratis, luego todos gratis. Se empujan, se arrojan unos a otros por las ventanas, caen uno a uno. Todos caen, y siguen subiendo por las escaleras, suscitándose nuevas propuestas, llegan los ricos ofreciendo su dinero, quieren comprar mi alma, No la vendo y el pueblo reacciona ofuscado y los lanza, arrojan por las ventanas a los más testarudos, el pueblo arroja al pueblo por las ventanas y continúa la gente subiendo. Años se suceden, me pongo viejo, la espera me cansa, la ciudad poco a poco se vacía. Todos se han arrojado, incluso muchos de ciudades vecinas, ya nadie viene, entonces decido cerrar el concurso y cruzar yo, más no hay Dios que me aplauda ni Diablo que me envidie. Cabizbajo me marcho a casa.




Camaleón, cuatro murallas y confesión a obscuras

Las tres con sol. Dormitaba. Zángano colorado, joya de tu pubis.
Sabañón criado en hediondos esteros de musgo, camino a la putrefacción. Perejil, feria de pueblo de habitantes sin opinión, mojón de acequia de dueños leprosos. Escupitajos de tuberculosos servidos en convención de putas. Dolor de jirafas, que de frío orinan de pus las aguas de los oasis. Mugre de dejar de transitar de vegas. Sudor de militares después de asesinar a los valientes, silenciosos de palabras y disparos, sólo castañetear de dientes. Inmóvil e inservible como mueble apolillado. Gritona pariendo fecalomas. Perseverancia de palabras como alaridos de gansos. Cada necesidad es un quejar de guagua, tal como el viento ante cada antojo, tal como la tierra ante cada desdén. Diarrea del desprecio. Cafiche, vida de zángano mal oliente. Duermes, defecas y comes en vertederos de cuerpos descompuestos; aire de tus horas y que haceres.  Te activas para humillarme. Acabando en pileta de plaza, escupiendo secreciones de caviar y rubíes. Vagina generosa en clavadas de rosas, cuerpo espinoso de genitales de jubilados, tela arañas de bicharracos de casas silentes de amor, holgazana de puterío enclavados en puebluchos de barrio, guacha, bastarda del coludo sin pene e hija de matrona sin guantes. Cerebro de mosquito impregnado de insecticida; desperdicio de mono de jaula, desquiciada de patio de psiquiátrico, vomito de circo, patana insalubre, desleal; ramera de poca monta. Rata cínica, sin valores. Maraca de orquestas tropicales, donde te hacen chirrear a pura cumbia. En tres Palabras: puta, cafiche e inútil. Abrió sus ojos adormilada todavía. ¿Amor que me decías? 
Simplemente te amo.

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