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jueves, 14 de junio de 2007

La literatura como signo:

FICCIÓN, REPRESENTACIÓN Y FANTASÍA

DANIEL ALEJANDRO GÓMEZ (ESPAÑA)


El signo y el hombre individual


La verdad no es nunca una equidad. El Panta Rei es un hecho, incluso en la verdad y en los signos. Todo fluye, nada es dos veces la misma cosa, nada es reproducible: la individualidad, lo único, es, al menos como lógica, una realidad. No hay dos hechos iguales, así como no hay dos signos iguales, y, finalmente, no hay verdades estrictas. Es decir, y hablando rigurosamente, no hay igualdad entre el signo y lo significado. Entre el pensamiento, cuando tiene intención de reproducir la realidad, y la realidad. Hay, cuando hay un grado patente de semejanza, una representación semiótica, pero nunca una reproducción. La realidad, los hechos del mundo, son irreproducibles. La comunicación humana, en su calidad verista, es una forma de representar; y, ya lo veremos, como individuos que somos, cada uno tiene sus representaciones, por lo que la comunicación, estrictamente hablando, es inviable: jamás dejamos de ser Panta Rei, jamás dejamos de fluir, de distinguirnos y de ser, por ende, individuos, e individuos en nuestros signos y en nuestros desarrollos semióticos únicos. Y la equidad en nuestros signos, y la comunicación rigurosa, no es, hablando en lógica, posible; aunque claro que nos comunicamos, o, más bien, entramos en contacto mediante los signos.

Por lo tanto, así como somos individuos, e irrepetibles, también hay una individualidad del signo; y no hay equidad, por ende, intersígnica, comunicacional. Hay contacto sígnico en los humanos, pero no estrictamente comunión, comunidad, comunicación.

Asimismo, y yendo al asunto, así como hay individuos e individuos que hacen signos, que son semióticos, hay individualidad literaria; los signos en el cerebro-mente son individuos para un individuo; los signos, pues, como atributos del hombre individual, son entes que también individualizan al individuo.

La literatura es un signo literario, y está dada para un significador individual literario que semiotiza un libro escrito, o una producción oral.

Significador individual, pues. Atributo individualizante del hombre individual: el homo litterarius. Como productor, y como receptor.

Y homo semioticus en fin, ya que este ensayo prefiere el término semiótica y semiosis antes que semiología o semántica. Semiótica entendida como la ciencia o disciplina que estudia los signos en general, y, además, los lingüísticos. Dentro de estos últimos, en su especificidad estética o perturbativa- para el caso de las transgresiones de la belleza canónica, como el feísmo por ejemplo-, el signo literario y su semiosis.

Las diferencias entre la ficción representativa y la ficción fantasiosa de esta semiótica literaria se verán, en parte, bajo el paraguas de la individualidad, del hecho único, del signo- en su concepción productiva o receptiva- individual. A cada receptor un individuo. Y cada recepción es, y ya veremos ello más adelante, única, irrepetible. Es intransferible; es, pues, inigual respecto a las restantes consumiciones literarias, aunque puede ser semejante a otras recepciones. Las distintas recepciones permiten, en parte, el debate entre la fantasía y la representación, más allá de la intención productiva.

Productor, pues, individual; receptor individual. Y ello en ese signo literario, que es único e irrepetible como el individuo.

Por demás, está esa irrepetibilidad que es vista no solamente como hecho natural y físico, sino también como hecho temporal, arrojado en el tiempo: lo significado y el signo, en efecto, fluyen, como fluye el tiempo semiótico, y así fluye la semiosis literaria también. No podemos bañarnos en el mismo río porque el río fluye, pero nosotros también fluimos. Los signos y lo significado fluyen en el tiempo; pero también nosotros, los que tenemos dotes semióticas, y por ejemplo literarias, fluimos en la sucesión, estamos en el tiempo. Uno de los contextos individualizadores del signo y el signo literario es el tiempo, la variabilidad y fluencia temporal. La semiosis de la palabra “casa”, por ejemplo, y en un individuo, es irreproducible e inequitativa, aunque puede ser semejante, en dos tiempos semióticos distintos.

Así, el hombre, pese a su posibilidad social, tiene una realidad individual importante, y teniendo en cuenta, además, otros hechos contextuales además del influjo del tiempo.

Cada hombre es único, y determinado, pues, por hechos intrínsecos y extrínsecos: por los hechos físicos del mundo, la interacción humana, pero también los hechos psíquicos y físicos de él mismo, como la creación o recepción literaria según su propio horizonte de experiencias. Así como el signo, un atributo del hombre, es individual, su asiento, el ser humano, también tiene una importancia patente individual, una unicidad parametrada por circunstancias temporales y físicas, por su propio horizonte de sucesos y experiencias, su propia dote experiencial y razonadora única e irrepetible, que lo hace experimentar y razonar de manera distintiva respecto a los otros individuos.

El hombre individual puede ser el individuo político, el individuo social, el individuo económico, pero nos centraremos en el individuo sígnico; o sea, en la individualidad humana de la recepción y producción del signo, como hecho humano que es, y, sobre todo, en el individuo sígnico literario.

El hombre individual- y su importancia individual, más allá de sus posibilidades sociales, y sus posibilidades interactivas de contemplación o experimentación del mundo externo- tiene un signo, una semiosis individual:

El signo, pues y entre otros atributos humanos, que ayuda a realizar al individuo.



Signo y literatura



Es decir, no hay un signo y lo significado iguales, equivalentes. Así, cuando hablamos o proferimos veritalmente, hemos de resignarnos, hablando rigurosamente, al mayor grado de semejanza posible. Debemos, pues, resignarnos a una figuración del mundo. Por lo tanto, la verdad es cosa de semejanza; los hechos sónicos y visuales del mundo real o extrasígnico no son iguales a la semiosis cerebro-mental, que es única, fluyente, irrepetible, individual.

Y claro que hay, en la producción verbal, por ejemplo, más allá de la sígnica en general, intención de verdad. Hay, por lo tanto y dentro del terreno de la intencionalidad, una verdad también aintencional: el signo puede asemejarse notablemente a lo significado, pero, en fin, sin intención…

La intención, lo veremos, tanto de creación como de consumo, es un atributo destacable para facultar a un texto ficticio de representativo o fantasioso; de tender éste, exitosamente o no, hacia la fantasía o la mimesis.

No entraremos aquí en definir a la literatura, en el esencialismo o esencialidad de la literaturiedad; se entiende la literatura en un concepto de sentido común: es un texto, un lenguaje dado, con un sentido semántico y unas formas de intenciones estéticas, o de conmoción o perturbación para los sentidos psíquicos e incluso físicos humanos. Texto que, además, es producido y recibido, que es atributo de la dote individual semiótica del individuo.

La obra literaria, por otra parte, es un signo, pero así como un cuerpo está formado de elementos corporales, un signo de obra literaria completa está formado de elementos semióticos. Y a cada signo un individuo, y a cada receptor una recepción, y a cada recepción una propia, individual y fluyente constitución de elementos semióticos recibidos.

El signo completo, pues, la obra literaria completa- poema, novela, relato, etc.-, tiene un tejido pertinente de signos, según el filtro del receptor, para la elucidación del signo completo, de la obra. Mientras que, para el autor, la obra toda está constituida por los signos concebidos. Y más allá de la intención autoral del signo, el receptor procede o no, según su propia intención de consumo- y según patrones, entre otros, como la atención, el gusto y los prejuicios intelectuales que permiten la elección y la pertinencia del tejido semiótico literario- a la semiosis, pero parametrada, del signo completo literario, sea novela, cuento, poema… Es decir que, en el signo completo literario, en la obra, el receptor semiotiza, según estos patrones, solamente parte de la obra; conforma un tejido elegido de semiosis para llegar a su propio signo literario completo, que será, como hecho físico y temporal, como Panta Rei, individual.

Los elementos del signo completo pueden ser oraciones, temas, frases, palabras, grupos de palabras… El receptor establece las individualidades con esa materia verbal, establece los elementos pertinentes, los constituyentes, del signo dado, según las formas de expresión suprafonemáticas. Y así compone su propio signo literario completo.

Por supuesto que cada hombre, lo dijimos y repetimos ahora, es un individuo. Y cada hombre es un receptor individual de signos. Y un receptor individual de signos literarios, con un tejido propio y un signo completo propio de la obra literaria. Cada receptor es también, y en su calidad de receptor, un individuo. La recepción verbal literaria, como atributo de los hombres y del signo, es un individuo. Ello es parte, claro, de la individualidad del signo, de la individualidad de la obra y semiosis literaria, producida y recibida. Y así pues, en su carácter de no comunicabilidad estricta, el receptor es incapaz de establecer equidad con la semiosis literaria del productor.

El receptor, por lo tanto, como un atributo o don humano, el consumidor semiótico, el receptáculo de la materia verbal ficticia, es un individuo, como es individual la recepción. Así que, formalmente, la experiencia semiótica literaria es intransferible. La semiosis receptiva es única, como el individuo, y cada recepción tiene su individuo, por lo que la recepción es única, irrepetible. Hablando rigurosamente, habrá tantas interpretaciones de lo producido como receptores, habrá tantos seres humanos como individuos, habrá tantos individuos como individuos semióticos, y habrá, finalmente, tantos individuos semióticos como individuos semióticos literarios.

Cada receptor, en la obra dada, conforma el signo completo de la obra; elige, pues, los signos pertinentes para el tejido receptivo; dicho tejido, si damos el caso hipotético de que haya dos lectores que elijan el mismo tejido para el texto completo, habrá de tener su individualidad al respecto, su inequidad con otras recepciones; aunque no excluya, como en la relación signo-lo significado, la semejanza. En las diferencias entre la elección del tejido, influyen las circunstancias antedichas- de tiempo, de relación con uno mismo y con el mundo- del hombre individual, del individuo semiótico. Y, obviamente, el tejido elegido para la semiosis de la obra completa fluye, como fluye el individuo receptor; así como se considera el horizonte de sucesos individual, en la naturaleza, en la interacción con el mundo y los hombres, del individuo receptor. La recepción, lo recibido en la semiótica literaria es, más por ello, un individuo, un individuo sígnico; y que puede representar o que puede fantasear.

Que puede, por lo tanto, ser ficción sin dobles intenciones, más allá del registro imaginario; o tener oculto y velado, en cambio, un lenguaje veraz, un ancla en la realidad…

Un pensamiento, pues, en la imaginación.



Representación y fantasía

Y actualización de la potencia literaria



La ficción, más allá del ensayo literario, es la característica de la literatura. Se entiende a la ficción, en este ensayo, como lo opuesto a la verdad o intención directa de verdad. Se entiende a la ficción como una falsedad deliberada, una falsedad funcional y positiva, estética. O también perturbativa; que intenta, pues, conmover, también positivamente, a los agentes del proceso semiótico literario, más allá de las normas ortodoxas de la belleza.

La ficción tiene una característica destacablemente semántica, de contenido; una semántica falsaria, ilusoria. Sin entrar en formalismos poiéticos, en la estética verbal, en la capacidad estésica de las obras ficticias en su lenguaje, el contenido literario, en cuanto a su carácter epistémico, es ficcional; es decir, la literatura es un lenguaje inverídico, falso. Pero, y abarcando la episteme y sin entrar en rigores esteticistas, esta falsedad tiene características que la pueden hacer representacional, mimética, propositiva indirectamente. O no, en el caso de la plenitud falsaria de la obra de fantasía, cuyo objeto semiótico, tajante en su conceptualidad, reside únicamente en la mente-cerebro, en la elaboración semiótica sin relación extrasígnica.

La característica del lenguaje literario es la falsedad; pero claro que la falsedad, así como la verdad, como el lenguaje veraz, ha de tener una connotación; en este caso, a diferencia del lenguaje directamente veraz, la connotación, la espiritualidad textual ficticia, ha de ser tajante.

La connotación de la ficción, por demás, puede ser intencional o no, como en el lenguaje veraz. Aunque ello se refiere a la tajante inintencionalidad verídica de los textos fantasiosos. El lenguaje ficticio representacional, en cambio, tiene una connotación en su sentido mimético, una tendencia e intención connotativa autoral, y que es meditada por la intentio autoris hacia la relación real de signo y lo significado; y ello más allá de lo que decida, de lo que semiotice, la praxis receptiva, la consumidora del material verbal imaginativo, y, también, más allá de la realidad del texto en sí. Más allá, digamos, del texto literario noúmenal…

La connotación representativa refiere y patentiza, pues, la indireccionalidad de la verdad literaria, en la imaginación representativa.

La posibilidad de verdad indirecta, sugerida, nos permite distinguir entre la ficción fantasiosa, intencional o no, y la ficción, también intencional o no, representativa; ficción, la última, que intenta una semejanza entre el signo literario y lo significado indirectamente hacia la realidad.

Claro que las intenciones no son realidades, no siempre. Dentro de la bipolaridad, de la díada, productor-receptor, un productor puede hacer fantasía y recibirse ella como representación, o un productor puede hacer representación y ser recibido ello como fantasía. Asimismo, y respecto a una carga biográfica de la que ya hablaremos, el receptor puede tener intenciones, prejuicios semióticos digamos, de recibir fantasía y, en cambio, recibe, semiotiza, una representación. Y a la inversa.

En esta distancia entre las intenciones y la práctica- entre, por ejemplo, lo que quiere el autor y lo que semiotiza, realiza y actualiza el receptor-, poseemos el manantial de las interpretaciones consumidoras: el individuo de la recepción. Lo que es una abogacía más por la individualidad del signo y, consecuentemente, del signo literario. De la unicidad, en cuanto a autoría y recepción, de la obra de sentido completo y sus elementos constituyentes.

Dentro de la inequidad semiótica- y de la individualidad, pues, en general del hombre, incluyendo a su aparato psiconeural y su signidad-, esas diferentes recepciones, ese individuo receptorio, pues cada recepción es única como su receptor y el signo, conforman sin embargo una mayoría interpretacional. Esa abstracción cuantitativa, podríamos decir, establece el significado establecido, fantasioso o representativo, de una obra literaria. Interpretación ortodoxa, digamos, que puede distinguirse, además, del significado, del resultado semiótico establecido por la comunidad académica. Entre ambas abstracciones podemos llegar a una abstracción mayor: el de la interpretación crítica-público, que será útil para elucidar- y para el canon de la explicación receptiva digamos- una obra literaria en cuanto a su representacionalidad o fantasiosidad.

Así, en lo representativo, hay una doble semiosis, en cuanto a su variación cualitativa según veremos. Cuando es recibido representacionalmente, pues, el signo literario, ese signo de falsedad ilusoria, es reactor; es decir que, luego de la primera semiosis, se reactiva el aparato sígnico de los consumidores literarios de la representación, o que interpretan una tendencia representativa. Se reactiva la realidad cerebro-mental, psiconeural, pues, en los receptores; y se hace entonces una nueva semiosis, ahora sí relacionándola con lo cósico real, pero fuera del registro de la fantasía.

Esta semiosis, de intención de verdad, indirecta veritalmente, ha de tener su grado de semejanza o desemejanza. Su verdad o no.

Cuando hay semejanza, entonces, una obra literaria ha sido-mediante recursos lingüísticos semánticos o formales, mediante los recursos de la ilusión de la falsedad, de la falsedad vista como ilusión y no como engaño o mentira- una semejanza veraz entre signo y lo significado sugerido. Para esta relación, esta semántica y forma verital, está la relación signo-lo significado puramente ficcional como signo reactor a su vez, que constituye un nuevo signo, un signo agente en pro de la relación signo-lo significado como verdad o intención de verdad, como representación literaria en suma. El resultado de la primera semiosis es un signo, entonces, que activa la otra semiosis: la semiosis cuya relación signo-lo significado, lo dijimos, apunta a un mundo real.

El lenguaje fantasioso también tiene connotaciones, y puede tener uno o más procesos semióticos. Pero no salen de la fantasía.

Yendo, en este tema, a un ejemplo, una vaca que vuela en una obra literaria narrativa puede hacernos pensar, y la intención acaso sea la misma, también en caballos que vuelan. Entonces, en ese nuevo signo, no se sale del registro fantasioso, pero, si de resultas pensamos que nada es imposible ya que una vaca puede volar, de esa manera podemos estar postulando una realidad, un postulado con intenciones de verdad. Y el lenguaje, en ese caso, representa, intenta representar literariamente, a la realidad; y es una ficción que tiende a presentar nuevamente, que re-presenta, y bajo distintos modos, una realidad de lo significado. Puede haber, por otra parte, una semiosis fantasiosa, una segunda semiosis o haz semiótico en el signo que induzca solamente la misma fantasía, como en el caso del caballo respecto a la vaca. Que se asiente, dicho proceso semiótico, solamente en el bagaje y la fantasía psiconeural particular, en su imaginación; sin salir del registro de la inventiva pura. En la connotación representacional, en cambio, se halla la capacidad veraz de la literatura, del lenguaje de ficción.

La diferencia, en fin, reside en si lo significado, como el signo en la mente-cerebro, también es puramente conceptual.

Es decir, si lo significado es solamente producto de la imaginación semiótica, si lo significado existe solamente en el aparato psiconeural imaginativo, o no. Un importante parámetro, más allá de la soledad creativa, está en el receptor. Veamos algo de ello.

La fantasía y la representación, la plasmación eficaz de la poiesis autoral en su intención de contacto interpersonal, deja de ser un noúmeno, una cosa en sí ininteligible, en el consumo literario. Para que el signo literario autoral se haga acto literario y fenómeno más que noúmeno, para fenomenizarlo y actualizarlo en fin, hace falta el receptor, la posibilidad numérica de las recepciones. Y en las relaciones, para la fantasía o la representación, del receptor con la realidad. En la fantasía, dichas relaciones están capacitadas para establecer un alejamiento del signo, de la semiosis, con la realidad en sí y, sobre todo, con la realidad del receptor. La fantasía, el registro de la semiosis fantasiosa, es un asiento de la literatura, puramente, en la imaginación. Literatura de falsedad plena, de palmario lenguaje estético-falso; o sea, de ficción y fantasía.

La realidad nos enseña, por ejemplo, que hay sillas; la realidad nos enseña que hay aves, que tienen alas y vuelan. La imaginación, el lenguaje literario y la ficción, por inducción fantástica, podrían encajar la silla y las alas, y la silla volaría. Una silla volante, en una obra literaria, solamente existe por una inducción de la imaginación. Una inducción sin un propósito- ni directo, ni indirecto- de verdad. La verdad entre la connotación verista, o representación, y la connotación ilusoria plenamente, o la fantasía, se establece en si esa silla volando tiene una nueva semiosis de distinto registro en la mente-cerebro; si esa silla volando, que se establece como signo, puede interpretarse a su vez en el consumo; y si esa interpretación, ese consumo y recepción, se ubica, o puede ubicarse, en la realidad, fuera del registro inventivo.

La ficción, en su calidad mimética, establece una descripción o explicación, en el autor o en el receptor, indirecta de la realidad; y que, además, puede ser disensual o consensual.

En cuanto a que disiente con lo establecido respecto a lo que es la realidad, la literatura tiene una larga tradición en este sentido; por otro lado puede asentir, en general críticamente, con la realidad. Imaginemos que existe, en una obra, un anciano jubilado, y existen en la realidad los hombres ricos. La abstracción, la inducción de la imaginación mimética, puede instaurar un anciano jubilado rico. En base a una obra literaria, claro. Este signo, el anciano jubilado rico, en caso de la ficción de representación, refiere acerca de cómo es supuestamente la realidad. En caso de que sea una fantasía, no hay topía; es decir, hay utopía: el anciano jubilado rico no tiene topos, lugar, realidad. Es solamente una fantasía, propuesta para los sentidos de la imaginación receptora; y que se semiotiza en el mismo campo de la inventiva, de imaginación en imaginación. Sin dar ese salto cualitativo, esa abstracción hacia una propuesta, correcta o no, de la realidad, de la cosa real.

Lo significado conceptual, el objeto semiotizado que residente únicamente en el cerebro-mente, es la ficción fantasiosa. El significado mimético es, en parte, el que quiere aludir a una realidad extrasígnica, a una referencia al mundo real, a una doble semiosis que sale del nivel fantasioso, como se dijo.

Primero, la semiosis básica, entender qué es el signo. Y luego, mediante los recursos literario-lingüísticos, la semiosis del signo connotado, que a su vez procede a otra connotación de diferente calidad: entender qué quiso decir indirectamente como verdad… Es decir, la espiritualidad representacional: el espíritu de la literalidad, valga el oximoron, literaria, de la ficción realista.

El signo literario fantasioso es pasivo, en cuanto a que es, solamente, resultado de un producto que no activa la semiótica de la realidad, de la veracidad; no sale del campo de la imaginación. Una silla volando, en cambio, bien puede activar otro signo de distinta calidad ficticia, en la semiosis representacional indirecta. Pero los pensamientos relacionados con el tejido textual lingüístico y semántico recibido sobre una silla volando, pueden referir a algo también solamente existente en la imaginación. Alguno podría pensar, podría significar, unos edificios volando al respecto. Ello no sale de la fantasía; es el signo pasivo, el signo de la ilusión, de la ficción fantasiosa. Pero el signo reactivo, el que puede hacer pasar de la calidad de la fantasía a la calidad de la representación indirecta, es otra cosa. El escritor escribe sobre una silla volando, entonces se puede reaccionar semióticamente: el aparato psiconeural ve la imagen y el contenido mental de la escritura o del soporte lingüístico de esa ficción, de esa literatura. Y, más allá de la intención autoral, la intención consumidora elige, según sus dotes y sus límites, reaccionar. Se convierte así en lo significado reactivo, en una semiosis reactiva; que propone otra semiosis, en efecto, fuera del campo imaginativo y fantasioso: una semiosis, una semiótica activa que sale de la inventiva y busca su relación con la realidad, con el hecho extrasígnico. En este caso, de la realidad acerca de objetos inertes que puedan volar, por ejemplo… Es, pues, un signo con validez, aunque indirecta, de verdad. Que será semejante o no a lo significado, a la cosa.

El signo literario representativo- en los hechos físicos y en el tiempo, que siempre van fluyendo- de Dostoievsky, que parece tender hacia que los asesinatos acaso tengan ciertas justificaciones extralegales, como en Los hermanos Karamazov, tendrá la posible relación semiótica con lo significado veraz. Los Karamazov no existen, son falsos e ilusorios; el asesinato también: están ambos, pues, para la imaginación verbal del receptor. Sin embargo, cuando, ya dada la recepción semiótica, se produce otra significación fuera de lo imaginativo, una semiosis con propósito de verdad, estamos, al menos desde el punto de vista receptivo, ante una literatura representativa, mimética, o con esas intenciones lectoras: el hecho de la existencia atenuante del parricidio, por ejemplo, y abstraído de la ficción literaria karamazoviana.

El receptor es como un juez, pues; decide la intención o no del signo que recibe, y esa plasmación intencional del autor o no. El receptor no es solamente un consumidor de realidades sígnicas, sino también de intenciones sígnicas; y puede relacionar, correctamente o no, a las dos. Y entonces sí decide sobre la eficacia del signo producido, sobre su eficiencia intencional y su validez en la comunicación, en el telos del proceso semiótico.

Decide, pues, la intención en potencia de la ficción- su representación o su fantasía- así como la plasmación, su actuación, o no de las intenciones, y, en caso de representatividad, su acuerdo o no con la realidad sugerida. Según su entendimiento de lo recibido, de esa relación indirectamente veraz entre el signo y lo significado.

Una proposición de verdad correcta, por ejemplo- y no necesariamente directa, literaria acaso-, no necesariamente es cosa del productor; el consumidor de ese signo veraz puede encajar mejor, según los recursos lingüísticos y personales que posee, con esa verdad, con lo significado. Acaso, la recepción puede ser más eficaz en la semiosis verista del contenido y la forma lingüística que el productor de lenguaje o productor de lenguaje literario.

El receptor puede decidir, esencialmente, si una literatura tiene carácter representativo o fantasioso. La intención- que es más interior, que no está dada patentemente en las formas del lenguaje y la semántica sino, más bien, en la carga biográfica- es más íntima para el productor; y goza de una introspección, de una sabiduría retraída. Pero el consumidor de sus tejidos y signos completos verbales literarios también puede elucidar la verdadera intención, lograda o no, del texto autoral; puede hacer, en fin, una psicología verbal de la creación.

Cada signo, pues, tiene su intención autoral; es decir, toda la historia personal y psicológica que contextúa al signo. El contexto cultural, el propio contexto lingüístico, todo el bagaje biográfico, más allá de la autonomía de las formas, contextúa, en su creación y en su uso, al signo. Y el receptor literario también tiene una historia, una biografía de recepción, que sirve como patrón para la elección del tejido sígnico literario, y su consecuente individuación receptoria, su interpretación cargada biográficamente.

Así que esa biografía, esa carga biográfica, selecciona los elementos pertinentes, los hechos parametrantes para la recepción del signo literario, como pueden ser la historia cultural, los hechos verbales fuera del texto, etcétera. El signo, pues, tiene un contexto biográfico, en su producción y en su recepción. El contexto crea esa intención sígnica, la intención receptiva o productiva; pues la carga biográfica sirve tanto para la poeisis como para la lectoris. Y en esto de la connotatividad, del espíritu- espíritu que toda literatura ha de tener, a diferencia, hablando en términos un poco laxos, del lenguaje tajantemente propositivo y literalista-se halla el haz de semiosis con capacidad de mutación; la intención, pues, que puede variar o no la calidad, la esencia de la ficción.

La intención puede ser representativa o puede ser fantasiosa, y la recepción también puede ser representativa o puede ser fantasiosa. Y, como en todo signo, no necesariamente el productor ha de coincidir con el receptor, en intenciones o en logros.

Sin embargo, más allá del telos ficticio autoral, la recepción es la que usa el texto, la que hace realidad el texto. La que culmina, más bien, el proceso semiótico y le asigna a la ficción su calidad, su esperanza de verdad o de fantasía. Siempre teniendo en cuenta, claro, el horizonte personal y psicológico, la carga biográfica receptora.

La soledad del escritor, del autor, refiere a lo que el texto es.

La verdad, la esencia del texto, está en la propia mente-cerebro del autor, en su aparato sígnico, psiconeural, y su consiguiente concepción creativa literaria. Allí, y según las intenciones, concientes o no, está la fantasía o la representación.

Pero es el receptor el que, en acuerdo o no con el productor, hace actuar, hace acto al texto; lo realiza, pues, en el proceso del soporte semiótico: libro escritural o plasmación estética oral. El autor, en la soledad, sabe, según su conciencia, la fantasía o la representación, la intención de verdad del texto. El receptor actualiza esa potencia comunicativa, o de contacto sígnico. Lo que en el autor es potencia, en el receptor es acto; y, por lo tanto, en los casos en que el receptor no esté de acuerdo con el autor y su intentio autoris, la decisión, la intentio lectoris, estará más cerca de una realidad semiótico-literaria, de la actuación del texto, y, por último, de su posible fantasía o su apuesta de representación: posibilidades que, de verse realizadas, serán únicas e individuales, claro…

A cada hombre un individuo, a cada signo un individuo, a cada autor un individuo, y, por último, a cada receptor, repetimos, un individuo… Por lo que la recepción, como la creación, y más allá de abstracciones canónicas de crítica-público, será individual, única, intransferible. Y la experiencia de consumo literario, además, también fluye y está en el tiempo. Un individuo receptor, por ello, puede tener tantas experiencias receptorias como resultados de las mismas, según sus variaciones biográficas temporales.

Un receptor literario, por ello, es también un Panta Rei individual. Más allá del cambio temporal, el individuo receptor- su circunstancia física y su interioridad psicofísica, su carga biográfica externa e interna en fin- fluye.

Así, cada recepción, en tiempo y en circunstancias extrínsecas e intrínsecas, es única, es irreproducible, es un acto único de contacto semiótico, de literatura.

Y, en fin, esa actualización, esa fenomenización receptoria respecto a la fantasía o la representación en el signo literario, puede tener la capacidad de hacer sueño sobre sueños, de seguir soñando y haciendo fantasía sobre la fantasía detectada en el texto autoral…

O la capacidad de traer, en fin y ya en un planteamiento más grave, solemne, a la presencia de la imaginación esa búsqueda de realidad humana… Esa búsqueda de realidad, en fin, que tiene el pensamiento mediante sus diversos soportes:

Y en este caso, la literatura.









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