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martes, 14 de septiembre de 2010

La poesía trovadoresca en la canción popular chilena

Revista musical chilena
versión impresa ISSN 0716-2790
Rev. music. chil. v.54 n.194 Santiago jul. 2000
doi: 10.4067/S0716-27902000019400009
La poesía trovadoresca en la
canción popular chilena

Por
Patricia Díaz-Inostroza

Referirse a los contenidos poéticos del canto popular chileno es una ardua tarea que indudablemente no es posible abordar en estas breves páginas; sin embargo es posible intentar trazar algunas pistas para una reflexión. Al considerar la canción como un género poético-musical el aspecto literario pasa a ser esencial en su composición. Si bien la lírica es una expresión del lenguaje cuyo condicionante va íntimamente ligado al sentimiento de su autor conjugando todo aquello que implica la experiencia artística, en el caso de la música popular su sentido estético es de una fragilidad o vulnerabilidad abrumante, puesto que el producto o bien musical está profundamente invadido y contaminado por los intereses del mercado expresado en la industria cultural. La canción popular moderna flota entre las aguas tormentosas de los criterios y gustos que exige una audiencia mediatizada y las corrientes internas sensibles de los autores-compositores que ven en este género una legítima forma de expresión musical seria. Desde esta última perspectiva tratará este artículo y dice relación con el sentido poético trovadoresco de la canción chilena.

El dramaturgo y ensayista Antonio Acevedo Hernández, en su libro Canciones populares chilenas, en 1939, señala que nuestro pueblo aprendió tarde a expresarse en sus cantos, y que sólo cuando se vio dueño de una personalidad ­aunque no totalmente definida por su falta de libertad­ compuso y cantó sus sentimientos1. Refiriéndose evidentemente a las canciones de autor, no a las que provienen del folclore, agrega con vehemencia que Chile se limitaba a repetir canciones españolas, luego peruanas y que ­a propósito del furor del tango de Gardel en esos años­ se encontraba entregado nuevamente a los aires venidos de Argentina, todo a causa de la incomprensión de los músicos chilenos al sentir de la gente, no quedándole más remedio al público local que sumergirse en lo que provenía del extranjero: "Chile es un país que por causa de sus artistas sin personalidad, tiene el alma estrangulada"2. Si bien por esos años ya la radiotelefonía comenzaba a marcar las pautas de lo que sería el gusto de las masas, aún sus artistas se desenvolvían en clubes nocturnos, teatros y espectáculos en vivo cuya audiencia era la elite de la sociedad chilena. Los discos también estaban reservados para un público con cierto poder adquisitivo que viajaba y gustaba de estar al día con la moda. Sin embargo, hubo compositores que se atrevieron a marcar pautas con lo que provenía de nuestra cultura tradicional como Diego Barros Ortiz, Jorge Bernales, Luis Bahamondes y Osmán Pérez Freire, entre otros. Su temática estaba inspirada en "paisajes costumbristas", es decir, los motivos recurrentes serían todos aquellos elementos consignados en la vida campesina intuida desde la mirada citadina. Los ritmos y las estructuras musicales corresponden generalmente a tonadas y cuecas; luego, adaptándose a las nuevas preferencias populares utilizarán el bolero y el tango. No obstante, estas composiciones responden a un estereotipo de canción popular chilena que, si bien se incorporan legítimamente al repertorio de canciones representativas nacionales, no obedecen al criterio de lo que denominaríamos trovadorescas.

Arriba, mi manco, arriba
que ya ha empezado el rodeo
y la fiesta en la ramada
está en su alegre apogeo.
Apura, mi manco, apura
que ya empezó la corrida
y en todos los corazones
palpita alegre la vida.

(De Fiesta linda, Luis Bahamondes)

Lloren las cuerdas sentidas
de mi guitarra chilena
En cada arpegio,
La vida puso un poco de pena.
Llore la ingrata que escucha
mi apasionado cantar
Que hasta han llorado las fieras
y ella no quiere llorar.
No hay perro sin su ladrido
ni lomaje sin quiscal
Por eso cuando hay más penas
Sólo me da por cantar.

(De Guitarra, mujer y penas, Diego Barros O./Jorge Bernales V.)

Posteriormente la canción popular chilena seguirá los pulsos mediales y las modas correspondientes. No obstante, a finales de los cincuenta surge una propuesta de canción diferente: una "nueva" canción que no es trivial ni posee intereses comerciales. En oposición al simplismo melódico, el ritmo bailable y la temática amorosa, reaparecerá una de las formas primigenias del arte de trovar, aquella contestataria e irreverente, irónica, denunciante y significativa donde la poesía cumplirá un rol fundamental, un género musical donde el jinete será la palabra. En América Latina quien marcará la pauta será Violeta Parra. Crítica, sensible, audaz y voluntariosa, esta múltiple artista venida de auscultar la tradición oral se yergue sólida y desafiante con un lenguaje poético que conjuga la memoria colectiva con rasgos vanguardistas, que sólo serán reconocidos como tales varios años después de su trágica muerte.

Yo canto a la diferencia que hay
de lo cierto a lo falso
De lo contrario no canto

(De Yo canto a la diferencia [La chillaneja], Violeta Parra)

Violeta es, sin duda, una legítima trovadora del siglo veinte. Su obra musico- poética utiliza varias formas del trovar provenzal: la chanson o canción, de contenido amoroso; el sirventés o sirventencio, forma para la denuncia política o la acusación de corte moral; el debate y el entredicho, en contestación a otro cantor, etc. Recordemos, por ejemplo, su Mazúrquica modérnica que es una respuesta, a través de la canción, de aquella "guerra de las refalosas" que se desató entre intérpretes del denominado movimiento del Neofolklore3. Su delicada forma de hacer canciones utilizando métricas establecidas por la tradición, el encadenamiento de las estrofas, la elección de las melodías y el rigor en la función de cada canto, entre otras características de los troveros, si bien la sitúa como cantora, según su funcionalidad en tanto representativa de la comunidad chilena, específicamentre campesina, se evidencia fuertemente como figura central de una nueva forma de concebir la canción en concordancia con la primigenia representación del género.

Me han preguntádico varias persónicas
Si peligrósicas para las músicas
Son las canciónicas agitadóricas
Ay que pregúntica más infantílica
si un piñúflico la formulárica
Pa' mis adéntricos y momentárica.
Le ha contestádico y al preguntónico
Cuando la guática pide comídica
Pone al cristiánico firme y guerrérico
Por sus poróticos y sus cebóllicas
No hay regimiéntico que los deténguica
Si tienen hámbrica los populáricos.

(De Mazúrquica modérnica, Violeta Parra)

Del mil cuatrocientos
Que el indio afligido está
A la sombra de su ruca
Lo pueden ver lloriquear,
Planta de cinco siglos
Nunca se habrá de secar.
Levántate Callupán.

Arauco tiene una pena
Más negra que su chamal,
Ya no son los españoles
Los que le hacen llorar
Hoy son los propios chilenos
Los que le quitan su pan.
Levántate, Pailahuán.

(De Arauco tiene una pena, Violeta Parra)

Evidentemente la incorporación del tema social en lo poético no es una exclusividad de Violeta Parra. Ya lo venían haciendo los poetas populares en el siglo diecinueve con el uso de los versos para expresar malestar, delatar una injusticia o narrar un acontecimiento épico como la Guerra del Pacífico. La diferencia está en que ella concibe la canción como un instrumento de expresión artística, otorgándole una dimensión trascendente y concediéndole dicha facultad al género desde una categoría popular.

Volver a los diecisiete
Después de vivir un siglo
Es como descifrar signos
Sin ser sabio competente
Volver a ser de repente
Tan frágil como un segundo
Volver a sentir profundo
Como un niño frente a Dios
Eso es lo que siento yo
En este instante fecundo.

(De Volver a los diecisiete, Violeta Parra)

La poesía de Violeta Parra interpreta su propia esencia. Es pureza, alegría, violencia o desgarro según sus propios vaivenes existenciales. La canción es parte de sí misma, es su lenguaje, su forma de conectarse con el mundo. Sus canciones son su intimidad: esa es la distancia y el extremo que marca con los otros, su propio signo. Tal vez en Víctor Jara se puede apreciar algo similar. No obstante, es difícil vislumbrar quién de igual forma entronice su vida en el canto popular.

¿En qué quedó tu palabra,
ingrato mal avenido?
Por qué habré puesto los ojos
En amor tan dividido dicho dividido sí, sí, sí
Tanto que me decía la gente
Gavilán me sacó las entrañas,
En el monte quedé abandonada,
Me confunden los siete elementos
Ay de mí, ay de mí, ay de mí, ay de mí.
De mi llanto se espantan las aves
Mis gemidos confunden el viento
Ay de mí, ay de mí, ay de mí, ay de mí.

(De El gavilán, Violeta Parra)

A mediados de los sesenta surgirán nuevos autores que continuarán la senda trazada inconscientemente por la Parra, pero esta vez con fuerte presencia latinoamericanista incorporando otros instrumentos musicales y fusionando ritmos tradicionales de distintos países de América. Es el gran aporte de este movimiento, a diferencia de la cantautora quien ex profeso tiene a Chile como su único referente musical. Ellos conformarán lo que se denominará Nueva Canción Chilena, movimiento que traspasó fronteras y del cual se ha escrito y analizado profusamente en los últimos tiempos.

Su cabeza es rematada
Por cuervos con garra de oro
Todo lo ha crucificado
La furia del poderoso.
Hijo de la rebeldía
Los siguen veinte más veinte
Porque él regala su vida
Ellos le quieren dar muerte.

(De El aparecido, dedicada a E. Che Guevara, Víctor Jara)

La temática de estos cantautores de la Nueva Canción pone énfasis preferentemente en lo épico y en todo aquello que signifique un cambio de realidad de un pueblo oprimido, una aspiración de libertad para el obrero, el minero y el campesino muy inspirado en la revolución cubana y en los aires de rebelión que brotaban tanto en América Latina como en diversos países de Occidente. A finales de los sesenta bullía la crítica social en lo político, lo sexual, lo cultural. Nuestros cantores se encontraban inmersos en los acontecimientos y la canción se hace contingente invadida de poesía dramática, idealista y revolucionaria. Es allí donde la canción chilena cobra sentido, se funde en el pueblo, se hace cómplice de sus sueños y esperanzas. Es diálogo permanente con el acontecer, la memoria y el porvenir.

En Lota la noche es brava
para el que a la mina baja
En Lota la noche acaba
Con sangre en el mineral
El mar y el grisú están cerca
Y es de vida o muerte el pan.
¿Para quién será esta noche la muerte
bajo el mar?

(De En Lota la noche es brava, Patricio Manns)

Yo no he sabido nunca de su historia
Un día nací allí sencillamente
El viejo puerto vigiló mi infancia
Con rostro de fría indiferencia
Porque no nací pobre y siempre tuve
Un miedo inconcebible a la pobreza.

(De Valparaíso, Osvaldo Gitano Rodríguez)

Paralelos a ellos se encuentran quienes, más cerca de lo musical que lo poético, buscan en la canción un instrumento para la paz y la convivencia en armonía con la naturaleza. Ellos son una especie de ensoñación utópica planetaria. Su propuesta es manifestada grupalmente en un trabajo colectivo. En ellos este género representa una forma de vida comunitaria más cerca de lo místico que de lo contestatario y beligerante. Su trabajo está más en sintonía con Los Beatles que con la propuesta musical de la izquierda chilena, pero a la vez también representan una forma de Nueva Canción donde su valor estético y comunicacional está por sobre el valor comercial del género como producto.

Cada uno aferrado a sus dioses
producto de toda una historia
los modelan y los destruyen
y según eso ordenan sus vidas,
en la frente les ponen monedas
y en sus largas manos
les cuelgan candados,
Letreros y rejas.

(De Los momentos, Eduardo Gatti/ Los Blops)

Si vivimos todos separados
para qué son el cielo y el mar,
para qué es el sol que nos alumbra,
si no nos queremos ni mirar.

(De Todos juntos, Los Jaivas)

A finales de los setenta y después del traumático silencio impuesto por el régimen militar, surgen espontáneamente los compositores que recogerán el sentimiento colectivo y lo codificarán en sus versos cantados. Nuevamente la canción se hace contingente, pero a través de una poesía hermética y a veces compleja. Sus receptores están en complicidad con el mensaje y, al igual que en el fenómeno de la Nueva Canción Chilena, el género se hace visible respondiendo a los requerimientos de una comunidad que exige del cantor una respuesta a los acontecimientos, un cambio radical y una esperanza en el devenir. La canción se hace arte conjugando poesía y testimonio, interpretación de los tiempos, un respiro de libertad en un tiempo de opresión. Reaparece el sentido trovadoresco en la canción chilena, es decir, la aparición del cantor en funcionalidad con la realidad.

El hombre es la materia convertida
en duda y en anhelo
el hombre es un perdón y una embestida
un volcán y un deshielo
el hombre es una flecha dirigida
al corazón del cielo.

Y si el hombre es flecha
Por qué lo vigilan
Por qué le mutilan
su carrera loca
por qué le tapan la boca
por qué le apagan la Fe
las almas llenas de roca
¿por qué?
¡díganme por qué!

(De El hombre es una flecha, Eduardo Peralta)

Una de las características de estos artistas es que, no constituyéndose como movimiento ­no obstante se les etiqueta como tales, específicamente como Canto Nuevo­, evidencian aspectos comunes: preocupación por lo musical, especialmente lo armónico, búsqueda constante de lenguaje poético y simpleza en su puesta en escena. También muestran desavenencia con los medios oficiales de comunicación y apatía por el medio artístico en general.

Simplemente que estas cosas
son de todo el que las siente
y es mi voz la que las dice
más valiente en estas horas.
Simplemente las verdades
se van haciendo una sola
y es valiente quien las dice
más valiente en estas horas.

(De Simplemente, Luis Le-bert / Santiago del Nuevo Extremo)

En las soñadas gavillas
el tiempo que es nuestro espera
tantos hacia allá caminan
entre espinos que laceran.
Ábranse los nuevos surcos
y que crezca la floresta.

(De La semilla, Luis A. Valdivia/ Grupo Abril)

En contradicción a esta postura existen paralelamente otros cantautores de índole trovadoresca que trabajan más el tema amoroso y la existencia personal, sólo a veces cuestionan la realidad contingente. La diferencia con el Canto Nuevo radica en que su creación está en función del éxito comercial de la canción como producto más que en su sintonía con la comunidad como depositario de un referente cultural.

Dime amigo en qué lugar
del mundo te hallarás
tomando un café junto a Platón.
Yo sé bien que tú estarás
hablando de la paz, de la paz.
Tú siempre dijiste que
la paz se escapa por entre los dedos
de la humanidad,
si los pretendes juntar
son tantas manos que
no alcanzarás.

(De Un café para Platón, Fernando Ubiergo)

A mediados de la década de los ochenta desaparece la Nueva Canción como práctica masiva dejando el camino libre a cantautores como los descritos en el párrafo anterior. La función de crítica social se traslada al pop y al emergente rock nacional en un ámbito juvenil, con ausencia de lírica y evidentemente sin el estigma de sospecha que imponen los medios oficiales de comunicación, por lo cual dicha rebeldía no llegará nunca a ser evidencia de contracultura ni de contingencia al régimen imperante.

Me aburrió tu postura intelectual
Eres una mala copia de un gringo jipi
Tu guitarra, oye imbécil barbón
Se vendió al aplauso de los cursis conscientes
Contradices tu protesta famosa
Con tus armonías delicadas y hermosas
Eres un artista y no un guerrillero
Pretendes pensar y sólo eres una mierda buena onda
Nunca quedas mal con nadie.

(De Nunca quedas mal con nadie, Jorge González/Los Prisioneros)

Sin embargo, en los suburbios de Santiago está presente un canto juglaresco que mantiene vivo aquel rasgo contestatario genuino en empatía con su medio, canto que poco a poco con la fuerza de su sencillez va cobrando brío y se impone subterráneamente en las preferencias juveniles populares.

A esta hora, justamente a esta hora
en que empiezas a sentir
que nada pasa y todo pasa
quisiera sacarte a caminar
en un largo tour.
A esta hora, justamente a esta hora
en que empiezas a mirar
TV mentiras por minuto
quisiera sacarte a caminar
en un largo tour.

Por Pudahuel y La Bandera
por Pudahuel y por La Legua
y verías la vida como es
y verías la vida como es.

(De El largo tour, Amaro Labra/ Sol y Lluvia)

Los trovadores que sobreviven a los tiempos del mercado impuesto por los neoliberales chilenos quedan sumergidos en el underground. El público que le es fiel no alcanza a ser significativo para el pequeño mercado discográfico chileno. A diferencia con lo que ocurre en países como Francia y España donde su trova es claramente un patrimonio de uso cotidiano (Jacques Brel, Georges Brasens, Luis Eduardo Haute, Paco Ibáñez, Raimon, Joan Manuel Serrat, etc.), nuestros clásicos trovadores son marginados y relegados en una especie de autoexilio musical, ya que para acceder a los circuitos del medio artístico nacional deben transar su propuesta propiamente tal, es decir, producir la paradoja de renegar de su función de trovador. Sin embargo, su canto siempre estará presente, no sólo en la memoria colectiva de la gente, sino en cada ocasión que precise de aquella expresión significativa que les interpreta.

Señores, denme permiso
pa' decirles que no creo
lo que dicen las noticias,
lo que cuentan en los diarios,
lo que entiendo por miseria,
lo que digo por justicia,
lo que entiendo por cantante,
lo que digo a cada instante,
lo que dejo en el pasado,
las historias que he contado,
algún odio arrepentido.

(De El viaje, Nelson Schwenke)

1Ver Hernández 1939.

2Hernández 1939: 17

3A mediados de los sesenta, los cantantes populares del Neofolklore y de la Nueva Canción estaban entusiasmados con el ritmo de la refalosa para componer sus canciones. Gitano Rodríguez había creado una en contra de la guerra de Vietnam mencionando a unos soldados. Otro compositor pensó que se refería a los soldados chilenos y le contestó con otra refalosa, la que tuvo réplica de Rodríguez y así sucesivamente.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

ACEVEDO HERNÁNDEZ, A.
1939 Canciones Populares Chilenas. Santiago: Ediciones Ercilla.

© 2010 Facultad de Artes, Universidad de Chile

Compañía 1264
Casilla 2100
Santiago de Chile
Tel: (56 2) 9781337
Fax: (56 2) 9781327

lunes, 13 de septiembre de 2010

JULIO CORTAZAR - Las Manos que crecen

Las Manos que crecen

JULIO CORTAZAR


Él no había provocado. Cuando Cary dijo: «Eres un cobarde, un canalla, y además un mal poeta», las palabras decidieron el curso de las acciones, tal como suele ocurrir en esta vida.
Plack avanzó dos pasos hacia Cary y empezó a pegarle. Estaba bien seguro de que Cary le respondía con igual violencia, pero no sentía nada. Tan sólo sus manos que, a una velocidad prodigiosa, rematando el lanzar fulminante de los brazos, iban a dar en la nariz, en los ojos, en la boca, en las orejas, en el cuello, en el pecho, en los hombros de Cary.
Bien de frente, moviendo el torso con un balanceo rapidísimo, sin retroceder, Plack golpeaba. Sin retroceder, Plack golpeaba. Sus ojos medían de lleno la silueta del adversario. Pero aún mejor ubicaba sus propias manos; las veía bien cerradas, cumpliendo la tarea como pistones de automóvil, como cualquier cosa que cumpliera su tarea moviéndose al compás de un balanceo rapidísimo. Le pegaba a Cary, le seguía pegando, y cada vez que sus puños se hundían en una masa resbaladiza y caliente, que sin duda era la cara de Cary, él sentía el corazón lleno de júbilo.
Por fin bajó los brazos, los puso a descansar junto al cuerpo. Dijo:
—Ya tienes bastante, estúpido. Adiós.
Echó a caminar, saliendo de la sala de la Municipalidad, por el corredor que conducía lejanamente a la calle.
Plack estaba contento. Sus manos se habían portado bien. Las trajo hacia delante para admirarlas; le pareció que tanto golpear las había hinchado un poco. Sus manos se habían portado bien, qué demonios; nadie discutiría que él era capaz de boxear como cualquiera.
El corredor se extendía sumamente largo y desierto. ¿Por qué tardaba tanto en recorrerlo? Acaso el cansancio, pero se sentía liviano y sostenido por las manos invisibles de la satisfacción física. Las manos de la satisfacción física. ¿Las manos...? No existía en el mundo mano comparable a sus manos; probablemente tampoco las había tan hinchadas por el esfuerzo. Volvió a mirarlas, hamacándose como bielas o niñas en vacaciones; las sintió profundamente suyas, atadas a su ser por razones más hondas que la conexión de las muñecas. Sus dulces, sus espléndidas manos vencedoras.
Silbaba, marcando el compás con la marcha por el interminable pasillo. Todavía quedaba una gran distancia para alcanzar la puerta de salida. Pero qué importaba después de todo. En casa de Emilio se comía tarde, aunque en verdad él no iría a almorzar a casa de Emilio sino al departamento de Margie. Almorzaría con Margie, por el solo placer de decirle palabras cariñosas, y tornaría luego a cumplir la jornada vespertina. Mucho trabajo, en la Municipalidad. No bastaban todas las manos para cubrir la tarea. Las manos... Pero las suyas sí que habían estado atareadas rato antes. Pegar y pegar, vindicadoras; quizá por eso le pesaban ahora tanto. Y la calle estaba lejos, y era mediodía.
La luz de la puerta empezaba a agitarse en la atmósfera visual de Plack. Dejó de silbar; dijo: «Bliblug, bliblug, bliblug». Lindo, habla sin motivo, sin significado. Entonces fue cuando sintió que algo le arrastraba por el suelo. Algo que era más que algo; cosas suyas estaban arrastrando por el suelo.
Miró hacia abajo y vio que los dedos de sus manos arrastraban por el suelo.
Los dedos de sus manos arrastraban por el suelo. Diez sensaciones incidían en el cerebro de Plack con la colérica enunciación de las novedades repentinas. Él no lo quería creer pero era cierto. Sus manos parecían orejas de elefante africano. Gigantescas pantallas de carne arrastrando por el suelo.
A pesar del horror le dio una risa histérica. Sentía cosquillas en el dorso de los dedos; cada juntura de las baldosas le pasaba como un papel de esmeril por la piel. Quiso levantar una mano pero no pudo con ella. Cada mano debía pesar cerca de cincuenta kilos. Ni siquiera logró cerrarlas. Al imaginar los puños que habrían formado se sacudió de risa. ¡Qué manoplas! Volver junto a Cary, sigiloso y con los puños como tambores de petróleo, tender en su dirección uno de los tambores, desenrollándolo lentamente, dejando asomar las falanges, las uñas, meter a Cary dentro de la mano izquierda, sobre la palma, cubrir la palma de la mano izquierda con la palma de la mano derecha y frotar suavemente las manos, haciendo girar a Cary de un extremo a otro, como un pedazo de masa de tallarines, igual que Margie los jueves a mediodía. Hacerlo girar, silbando canciones alegres, hasta dejar a Cary más molido que una galletita vieja.
Plack alcanzaba ahora la salida. Apenas podía moverse, arrastrando las manos por el suelo. A cada irregularidad del embaldosado sentía el erizamiento furioso de sus nervios. Empezó a maldecir en voz baja, le pareció que todo se tornaba rojo, pero en algo influían los cristales de la puerta.
El problema capital era abrir la condenada puerta. Plack lo resolvió soltándole una patada y metiendo el cuerpo cuando la hoja batió hacia afuera. Con todo, las manos no le pasaban por la abertura. Poniéndose de costado quiso hacer pasar primero la mano derecha, luego la otra. No pudo hacer pasar ninguna de las dos. Pensó: «Dejarlas aquí». Lo pensó como si fuese posible, seriamente.
—Absurdo —murmuró, pero la palabra era ya como una caja vacía.
Trató de serenarse, y se dejó caer a la turca delante de la puerta; las manos le quedaron como dormidas junto a los minúsculos pies cruzados. Plack las miró atentamente; fuera del aumento no habían cambiado. La verruga del pulgar derecho, excepción hecha de que su tamaño era ahora el de un reloj despertador, mantenía el mismo bello color azul maradriático. El corte de las uñas persistía en su prolijidad (Margie). Plack respiró profundamente, técnica para serenarse; el asunto era serio. Muy serio. Lo bastante como para enloquecer a cualquiera que le ocurriese. Pero conseguía sentir de veras lo que su inteligencia le señalaba. Serio, asunto serio y grave; y sonreía al decirlo, como en un sueño. De pronto se dio cuenta de que la puerta tenía dos hojas. Enderezándose, aplicó una patada a la segunda hoja y puso la mano izquierda como tranca. Despacio, calculando con cuidado las distancias, hizo pasar poco a poco las dos manos a la calle. Se sentía aliviado, casi feliz. Lo importante ahora era irse a la esquina y tomar en seguida un ómnibus.
En la plaza las gentes lo contemplaron con horror y asombro. Plack no se afligía; mucho más raro hubiese sido que no lo contemplasen. Hizo con la cabeza, un violento gesto al conductor de un ómnibus para que detuviera el vehículo en la misma esquina. Quería trepar a él, pero sus manos pesaban demasiado y se agotó al primer esfuerzo. Retrocedió, bajo la avalancha de agudos gritos que surgían del interior del ómnibus, donde las ancianas sentadas del lado de la acera acababan de desvanecerse en serie.
Plack seguía en la calle, mirándose las manos que se le estaban llenando de basuras, de pequeñas pajas y piedrecitas de la vereda. Mala suerte con el ómnibus. ¿Acaso el tranvía...?
El tranvía se detuvo, y los pasajeros exhalaron horrendos gritos al advertir aquellas manos arrastradas en el suelo y a Plack en medio de ellas, pequeñito y pálido. Los hombres estimularon histéricamente al conductor para que arrancara sin esperar. Plack no pudo subir.
—Tomaré un taxi —murmuró, empezando lentamente a desesperarse.
Abundaban los taxis. Llamó a uno, amarillo. El taxi se detuvo como sin ganas. Había un negro en el volante.
—¡Praderas verdes! —balbuceó el negro—. ¡Qué manos!
—Abre la portezuela, bájate, tómame la mano izquierda, súbela, tómame la mano derecha, súbela, empújame para entrar en el coche, más despacio, así está bien. Ahora llévame a la calle Doce, número cuarenta setenta y cinco, y después vete al mismo infierno, negro de todos los diablos.
—¡Praderas verdes! —dijo el conductor, ya tornado al tradicional color ceniza—. ¿Seguro que esas manos son las suyas, señor?
Plack gemía en su asiento. Apenas había sitio para él: las manos ocupaban todo el piso, se desbordaban sobre el asiento. Empezaba a refrescar y Plack estornudó. Quiso instintivamente taparse la nariz con una mano y por poco se arranca el brazo. Se dejó estar, abúlico, vencido, casi feliz. Las manos le descansaban sucias y macizas en el suelo del taxi. De la verruga, golpeada contra una columna de alumbrado, brotaban algunas gordas gotas de sangre.
—Iré a casa de un médico —dijo Plack—. No puedo entrar así en casa de Margie. Por Dios, no puedo; le ocuparía todo el departamento. Iré a ver un médico; me aconsejará la amputación, yo aceptaré, es la única manera. Tengo hambre, tengo sueño.
Golpeó con la frente el cristal delantero.
—Llévame a la calle Cincuenta, número cuarenta y ocho cincuenta y seis. Consultorio del doctor September.
Después se puso tan contento ante la idea que acababa de ocurrírsele que llegó a sentir el impulso de restregarse las manos de gusto; las movió pesadamente, las dejó estar.
El negro le subió las manos hasta el consultorio del doctor. Hubo una espantosa corrida en la sala de espera cuando Plack apareció, caminando detrás de sus manos que el negro sostenía por los pulgares, sudando a mares y gimiendo.
—Llévame hasta ese sillón; así, está bien. Mete la mano en el bolsillo del saco. Tu mano, imbécil: en el bolsillo del saco; no, ése no, el otro. Más adentro, criatura, así. Saca el rollo de dinero, aparta un dólar, guárdate el vuelto y adiós.
Se desahogaba en el servicial negro, sin saber el porqué de su enojo. Una cuestión racial, acaso, claro está que sin porqués.
Ya dos enfermeras presentaban sus sonrisas veladamente pánicas para que Plack apoyara en ellas las manos. Lo arrastraron trabajosamente hasta el interior del consultorio. El doctor September era un individuo con una redonda cara de mariposa en bancarrota; vino a estrechar la mano de Plack, advirtió que el asunto demandaría ciertas forzadas evoluciones, permutó el apretón por una sonrisa.
—¿Qué lo trae por aquí, amigo Plack?
Plack lo miró con lástima.
—Nada —repuso, displicente—. Me duele el árbol genealógico. ¿Pero no ve mis manos, pedazo de facultativo?
—¡Oh, oh! —admitía September—. ¡Oh, oh, oh!
Se puso de rodillas y estuvo palpando la mano izquierda de Plack. Daba la impresión de sentirse bastante preocupado. Se puso a hacer preguntas, las habituales, que sonaban extrañamente ahora que se aplicaban al asombroso fenómeno.
—Muy raro —resumió con aire convencido—. Sumamente extraño, Plack.
—¿A usted le parece?
—Sí, es el caso más raro de mi carrera. Naturalmente, usted me permitirá tomar algunas fotografías para el museo de rarezas de Pensilvania, ¿no es cierto? Además tengo un cuñado que trabaja en The Shout, un diario silencioso y reservado. El pobre Korinkus anda bastante arruinado; me gustaría hacer algo por él. Un reportaje al hombre de las manos... digamos, de las manos extralimitadas, sería el triunfo para Korinkus. Le concederemos esa primicia, ¿no es verdad? Lo podríamos traer aquí esta misma noche.
Plack escupió con rabia. Le temblaba todo el cuerpo.
—No, no soy carne de circo —dijo oscuramente—. He venido tan sólo a que me ampute esto. Ahora mismo, entiéndalo. Pagaré lo que sea, tengo un seguro que cubre estos gastos. Por otra parte están mis amigos, que responden por mí; en cuanto sepan lo que me pasa vendrán como un solo hombre a estrecharme la... Bueno, ellos vendrán.
—Usted dispone, mi querido amigo —el doctor September miraba su reloj pulsera—. Son las tres de la tarde (y Plack se sobresaltó porque no creía que hubiese transcurrido tanto tiempo). Si lo opero ya, le tocará pasar el peor rato por la noche. ¿Esperamos a mañana? Entretanto, Korinkus...
—El peor rato lo estoy pasando ahora —dijo Plack y se llevó mentalmente las manos a la cabeza—. Opéreme, doctor, por Dios. Opéreme... ¡Le digo que me opere! ¡¡Opéreme, hombre..., no sea criminal!!... ¡¡Comprenda lo que sufro!! ¿¿Nunca le crecieron las manos, a usted..?? ¡¡¡Pues a mí, sí!!! ¡¡¡Ahí tiene...; a mí, sí!!!
Lloraba, y las lágrimas le caían impunemente por la cara y goteaban hasta perderse en las grandes arrugas de las palmas de sus manos, que descansaban boca arriba en el suelo, con el dorso en las baldosas heladas.
El doctor September estaba ahora rodeado de un diligente cuerpo de enfermeras a cuál más linda. Entre todas sentaron a Plack en un taburete y le pusieron las manos sobre una mesa de mármol. Hervían fuegos, olores fuertes se confundían en el aire. Relumbrar de aceros, de órdenes. El doctor September, enfundado en siete metros de género blanco; y lo único vivo que había en él eran sus ojos. Plack empezó a pensar en el momento terrible de la vuelta a la vida, después de la anestesia.
Lo acostaron dulcemente, de manera que las manos quedaran sobre la mesa de mármol donde se llevaría a cabo el sacrificio. El doctor September se acercó, riendo por debajo de la mascarilla.
—Korinkus vendrá a sacar fotos —dijo—. Oiga, Plack, esto es fácil. Piense en cosas alegres y su corazón no sufrirá. ¿Se despidió de sus manos? Cuando despierte... ya no estarán con usted.
Plack hizo un gesto tímido. Empezó a mirarse las manos, primero una y después otra. «Adiós, muchachitas», pensó. «Cuando estéis en el acuario de formol que os destinarán especialmente, pensad en mí. Pensad en Margie que os besaba. Pensad en Mitt cuyo pelaje acariciabais. Os perdono la mala pasada, en homenaje a la paliza que le disteis a Cary, a ese vanidoso insolente...
Habían acercado algodones a su rostro y Plack estaba empezando a sentir un olor dulce y poco agradable. Intentó una protesta pero September hizo una suave señal negativa. Entonces Plack se calló. Era mejor dejar que lo durmieran, entretenerse pensando cosas alegres. Por ejemplo, la pelea con Cary. Él no había provocado. Cuando Cary dijo: «Eres un cobarde, un canalla, y además un mal poeta», las palabras decidieron el curso de las acciones, tal como suele ocurrir en esta vida. Plack avanzó dos pasos hacia Cary y empezó a pegarle. Estaba bien seguro de que Cary le respondía con igual violencia, pero no sentía nada. Tan sólo sus manos que, a una velocidad prodigiosa, rematando el lanzarse fulminante de los brazos, iban a dar en la nariz, en los ojos, en la boca, en las orejas, en el cuello, en el pecho, en los hombros de Cary.
Lentamente, tornaba a sí mismo. Al abrir los ojos, la primera imagen que se coló en ellos fue la de Cary. Un Cary muy pálido e inquieto, que se inclinaba balbuceante sobre él.
—¡Dios mío..! Plack, viejo... Jamás pensé que iba a ocurrir una cosa así...
Plack no comprendió. ¿Cary, allí? Pensó; acaso el doctor September, en previsión de una posible gravedad posoperatoria, había avisado a los amigos. Porque, además de Cary, veía él ahora los rostros de otros empleados de la Municipalidad que se agrupaban en torno a su cuerpo tendido.
—¿Cómo estás, Plack? —preguntaba Cary, con voz estrangulada—. ¿Te... te sientes mejor?
Entonces, de manera fulminante, Plack comprendió la verdad. ¡Había soñado! ¡Había soñado! «Cary me acertó un golpe en la mandíbula, desmayándome; en mi desmayo he soñado ese horror de las manos...».
Lanzó una aguda carcajada de alivio. Una, dos, muchas carcajadas. Sus amigos lo contemplaban, con rostros todavía ansiosos y asustados.
—¡Oh, gran imbécil! —apostrofó Plack, mirando a Cary con ojos brillantes—. ¡Me venciste, pero espera a que me reponga un poco..., te voy a dar una paliza que te tendrá un año en cama...!
Alzó los brazos para dar fe de sus palabras con un gesto concluyente. Entonces sus ojos vieron los muñones.
1937
Posted by Israel C

Julio Cortázar -La otra orilla



La otra orilla, Julio Cortázar
Para descargar La otra orilla http://www.4shared.com/file/eNJ-dtQU/17158.html
http://www.linksole.com/uhk83w (contraseña 1libro+)
Página sugerida: http://www.juliocortazar.com.ar/

Caricatura de Fernando Vicente -web

....Reúne la narrativa que va desde 1937 a 1945. Son sus primeros cuentos, o al menos, de los publicados, los primeros .
....La otra orilla se divide en una serie de tres corpus subtitulados en el orden que sigue: Plagios y traducciones, Historias de Gabriel Medano y

Prolegómenos a la Astronomía.
....Es interesante leerlo, porque todavía en ellos no se perfila el estilo característico que definirá al escritor y por el cual lo reconocemos más adelante; son narraciones un poco experimentales, aunque esto pueda sonar improcedente, pues Cortázar jamás deja a lo largo de su carrera de experimentar. Digamos que son cuentos tempranos, que se abren paso al mundo de la narrativa con un poco de miedo de separarse de los modelos convencionales, pero señalando ya una clara orientación exploratoria y lúdica en la que el lector deberá formar parte activa en la interpretación.
....Por medio de estos cuentos, de género fantástico todos, como es de esperarse, se manifiesta una inquietante curiosidad metafísica, la aparición de fuerzas desconocidas y misteriosas, paradojas, fenómenos paranormales y situaciones que hacen pensar en lo onírico, lo subconsciente.
....Lo recurrente en muchos de ellos es una organización narrativa que somete al personaje a un hecho irreal o absurdo del cual se restituye por medio de razonamientos lógicos y argumentaciones (capaces de explicar los hechos insólitos acaecidos), para luego arrancarlo de cuajo de esa convicción por medio de alguna seña, objeto o peculiaridad probatoria de que lo irreal sí ha sucedido. Es el caso de una manchita de sangre en la almohada, como testimonio de haber muerto y estar ahora vivo; o el grabado de un nombre en un mueble, como prueba de haber tenido un encuentro consigo mismo en determinado lugar. En casi todos la muerte impera sobre el fondo de la trama.
....A pesar de que he leído bastante de Julio Cortázar, este conjunto de cuentos fue para mí novedoso, puesto que no había leído ninguno de ellos con anterioridad. No hay mucho más que pueda yo agregar respecto de Cortázar que no haya sido dicho antes con mayor maestría. Por ende, proseguiré a una sinopsis de los cuentos inscriptos en La otra orilla y a recomendar, en especial, Estación de la mano, que me ha parecido de una ternura inigualable.

Plagios y traducciones

El hijo del vampiro. En él se narra el encuentro amoroso de un vampiro con una mujer, fruto del cual la mujer da a luz un niño. Lo relevante es la manera en que nace la criatura.
Las manos que crecen Al protagonista las manos le crecen extremadamente, pero lejos de asombrarse, lo toma con naturalidad.
Llama el teléfono, Delia Con mucho diálogo, es un cuento bastante simple, pero bien construido.
Profunda siesta de Remi Los márgenes de la realidad se ven desbordados aquí, en tanto que el lector no sabe cuándo el personaje está bajo el influjo de sus fantasías, frecuentes y manifiestas, incluso del mero sueño, y cuando está experimentando realmente la muerte.
Puzzle Lo que está tácito en este cuento cobra una importancia extraordinaria cuando se trata de averiguar qué pasó con el muerto, pues hasta el asesino se sorprende al final.

Historias de Gabriel Medano

Retorno de la noche Un hombre burla a la muerte, despertando a su propio cadáver de ella.
Bruja Una de las mejores narraciones, desde mi punto de vista. Se trata de una mujer que materializa sus deseos por medio de la voluntad. Me atrevo a hacer aquí una comparación, un paralelismo temático con el capítulo de Crónicas marcianas subtitulado Los hombres de la Tierra, quizás el capítulo más ocurrente de la novela de Bradbury; en él se presenta a un psiquiatra alienígena convencido de que los que se dicen llamar "terrestres" y, además, el "cohete venido de la Tierra" son meros productos materializados de la imaginación de un sólo individuo.
Mudanza Un hombre al cual su propia identidad se le trastoca cuando los que lo rodean no son quiénes deberían ser, ni la casa es la que se supone.
Distante espejo Se trata de un paradójico encuentro del protagonista consigo mismo.
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Prolegómenos de astronomía

De la simetría interplanetaria Se establece un alarmante paralelismo planetario cuando, en el planeta Faros, los farenses adoran a su mesías tratándolo de la misma manera que los terrestres lo hicieran en la Tierra.
Los limpiadores de estrellas Una ingeniosa narración en la cual se fantasea con una empresa dedicada a la higiene interestelar.
Breve curso de Oceanografía Es una prosa casí lírica, por momentos hiperbólica, en honor de la luna.
Estación de la mano En un departamento un hombre se encariña con una mano, que trepa todos los días por su ventana y se acurruca en una alfombra, en la que ha dispuesto sus pasatiempos y juguetes preferidos. Este relato es el que más me ha gustado. También aparece publicado en La vuelta al día en ochenta mundos.

....Tuve el agrado de comprarme el tomo Cuentos completos /1, que es desde donde he leído La otra orilla, pero también puede conseguirse en volumen individual.

Dejo un fragmentito de la nota introductoria del autor:

"(...) reúno hoy estas historias un poco por ver si ilustran, con sus frágiles estructuras, el apólogo del haz de mimbres. Toda vez que las hallé en cuadernos sueltos tuve certeza de que se necesitaban entre sí, que su soledad las perdía. Acaso merezcan estar juntas porque del desencanto de cada una creció la voluntad de la siguiente"
http://www.juliocortazar.com.ar/obras.htm

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