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domingo, 5 de febrero de 2012

Ariel, de Sylvia Plath


Ariel, de Sylvia Plath
Publicado por Lluís Salvador
(Ariel)
eds. Hiperión, col. Poesía Hiperión
Madrid, 1999 [1960-1963]
Ed. bilingüe

OVEJAS EN LA NIEBLA

Las colinas se adelantan hacia la blancura.
Gente o estrellas
me miran con tristeza: los defraudo.

El tren deja un trazo de aliento.
Oh lento
cabello del color de la herrumbre,

cascos, campanas dolientes...
toda la mañana
la mañana se ha ido ennegreciéndose,

una flor abandonada.
Mis huesos mantienen una quietud, lejanos
campos funden mi corazón.

Amenazan
dejarme entrar a un cielo
sin estrellas ni padre, un agua oscura.

La vida (trágica) de Sylvia Plath ha provocado tanta o más escritura que la dedicada a su obra. He pasado por algo de esta literatura colateral con sentimientos que van desde el aburrimiento a la vergüenza, pasando por la indignación.
El aburrimiento viene dado por esas explicaciones que soslayan la obra y que se centran únicamente en una figura que, teniéndolo en apariencia todo (belleza, una vida familiar, cierto éxito literario), se suicidó.
Según parece, los poemas son sólo una excusa. Lo que importa es el suicidio y el hurgar en la vida privada de Sylvia. La vergüenza, por el espíritu carroñero que anima a algunas de estas obras, que se regocijan en, por ejemplo, el reparto de los despojos de la herencia literaria (léase económica) de Plath. La indignación, porque en muy pocas de estas obras se pone por delante que Sylvia Plath fuera una gran poetisa, y en cambio se prima el hecho de que sufriera un trastorno que la llevó, por desgracia, al suicidio.
En los pocos qu tratan de la obra, descubrimos algunas claves. Los recuerdos de la infancia, que explican algunos poemas (el mismo título de este libro, Ariel, nombre de un caballo que tuvo Sylvia), su dedicación a la apicultura, etc. La frenética actividad poética de Sylvia Plath, capaz de hacer un poema de cualquier hecho, por trivial que parezca.
Inútiles los esfuerzos por hallar una coherencia interna, una especie de hilo argumental, entre todos sus poemas. Alguien capaz de realizar un poema por haberse cortado un dedo en la cocina (y escribirlo con raro genio, todo hay que decirlo) escapa a semejantes esfuerzos, que no por ser titánicos tienen porqué ser admirables.
Ridículas las explicaciones que pretenden que el genio de Sylvia Plath provenga de su trastorno. Decir que van Gogh o Sylvia Plath alcanzaron la maestría porque estaban, eran, locos, es una explicación tranquilizadora pero, si me lo permiten, insultante para los autores y los lectores. Todo artista, por definición, es sensible. Esta sensibilidad conlleva una carga, un riesgo, si quieren. Pero insinuar que el genio es producto de la locura es insinuar que esta trágica circunstancia produce arte (lo cual es falso, porque no todos los locos llegan a estos niveles y porque no todos los que llegan a esa genialidad están locos) y que no había nada en los artistas que les hiciera destacar por encima de sus colegas salvo esa enfermedad. Lo que es un desprecio intolerable.
Me quedo con la Sylvia Plath capaz de hacer poemas prodigiosos sobre cualquier cosa. Me quedo con la poetisa capaz de alcanzar la grandeza una y otra vez con facilidad pasmosa. Me quedo con la luz que sus versos transmiten, con el privilegio que representa el leer una poesía única y disfrutar de una visión que pocos humanos han llegado a tener.
Todo lo demás podría, debería, ser silencio.

LOS MANIQUÍES DE MUNICH

La perfección es terrible: no puede tener hijos.
Fría como el aliento de la nieve, tapona la matriz

donde los tejos soplan como hidras,
el árbol de la vida y el árbol de la vida

liberando sus lunas, mes tras mes, sin ningún propósito.
El flujo sanguíneo es el flujo del amor,

el sacrificio absoluto.
Significa: no más ídolos salvo yo,

yo y tú.
Así, en su encanto sulfuroso, en sus sonrisas

estos maniquíes se apoyan esta noche
en Munich, morgue entre París y Roma,

desnudos y calvos entre pieles,
caramelos naranja en palo de plata,

intolerables, sin mente.
La nieve deja caer fragmentos de oscuridad,

nadie cerca. En los hoteles
manos abrirán puertas y dejarán

zapatos gastados para un lustre de carbono
en los que gruesos dedos encajarán mañana.

Oh, lo doméstico de estos escaparates,
los encajes de bebé, la confección de verde follaje,

los macizos alemanes dormitando en su Stolz sin fondo.
Y los teléfonos negros en las horquillas

brillando
brillando y digiriendo

la ausencia de voz. La nieve no tiene voz.

Nota: No estoy muy de acuerdo con la traducción que se hace de los poemas de Plath. Tengo el privilegio de poderlos leer en inglés, y reconozco el esfuerzo que se ha hecho por mantener, cuando menos, el ritmo y la rima interna, pero soy más partidario de conservar el significado preciso de los versos antes que producir (como casi siempre en las traducciones poéticas) un quiero y no puedo. De modo que, aunque tomando como referencia la traducción de Hiperión, he realizado una traducción literal del original inglés. Ustedes disculparán mis limitaciones.


RESEÑA

SYLVIA PLATH
(1932-1963)

Sylvia Plath, llamada Sivvy familiarmente, nació el 27 de octubre de 1932 en Boston, Massachusetts (Estados Unidos). Era hija de los maestros Otto Emil Plath, profesor universitario de alemán y biología en la Universidad de Boston (además de especialista en abejas), y Aurelia Schober, profesora de inglés y alemán. Ambos eran de ascendencia alemana. Sylvia tenía un hermano menor llamado Warren, nacido en 1935.

En el momento del nacimiento de Warren la familia Plath se trasladó a Withdrop, localidad costera que provocó un vital contacto con el mar para la pequeña Sylvia.

Con pocos años comenzó a escribir poesía. Era una niña frágil, sensible, inteligente e insegura, inseguridad que fue amplificada cuando en 1940 falleció su padre a causa de la diabetes.

Sufrió habituales depresiones y varios desórdenes mentales desde su adolescencia. Tras la muerte de Otto la familia Plath se mudó a Wellesley.

En el instituto publicó su primer texto, un relato corto titulado “And Summer Will Not Come Again” que vio la luz en la revista “Seventeen”.


“Sunday At The Mintons”, publicada en 1952 durante su etapa universitaria en la revista “Mademoiselle”, fue su primera historia galardonada.

Dos años antes Sylvia había ingresado en el Smith College de Northhampton. En este centro permaneció entre 1950 y 1955, período en el que se intentó suicidar por primera vez.

Más tarde, tras conseguir una beca Fulbright, viajó a Inglaterra para acudir a la Universidad de Cambridge.

En 1956 y en el Reino Unido conoció y se casó con Ted Hughes. Ambos tuvieron dos hijos, Frieda, nacida en 1960, y Nicholas, quien nació en 1962. Su luna de miel la pasaron en España.



Su primer título publicado fue el poemario “El Coloso” (1960). Su principal libro es su novela “La Campana De Cristal” (1963), de carácter autobiográfico y firmada con el seudónimo de Victoria Lucas.

Poco tiempo después de la aparición de este libro Sylvia, poeta y novelista de gran sensibilidad y rica imaginería que se convertió en un icono feminista, se suicidó el 11 de febrero de 1963 en Londres.

Tenía 30 años y su depresión crónica, su inestabilidad emocional y el affaire amoroso de Hughes con Assia Guttman, la esposa del poeta David Wevill, acrecentaron una vulnerabilidad que llevó a la muerte a la joven Sylvia.

Assia también se suicidó, ella en el año 1969.

De manera póstuma aparecieron los libros de poemas “Ariel” (1965), uno de los títulos clave en su bibliografía, “Cruzando El Agua” (1971) y “Árboles Invernales” (1972).

En 1981 se le otorgó el Premio Pulitzer por su obra poética recogida en “Poemas Completos” y un año después aparecieron sus “Diarios” (1982). También ha sido publicado un libro de relatos titulado “Johnny Panic y La Biblia De Sueños”.

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