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martes, 23 de febrero de 2016

Presentación del libro Crisálidas de Amanda Varín - Comentario de la poeta chilena Alejandra Ziebrecht


    
Cuando Amanda me hizo llegar su libro, su primer libro de poemas, pensé de inmediato en la indulgencia y cariño con que debía acogerlo, atendiendo esa suerte de candor literario que acompaña nuestras primeras letras, siempre pretenciosas, cargadas  de voces que tomamos de nuestras y nuestros poetas preferidos, y que nos impulsan a intentar, a partir de su ejemplo,  algo “novedoso”, algo que irrumpa en el escenario poético imperante: algo “rupturista”. Pero al leer el libro, y ante mi sorpresa, lo que menos habría creído, a no ser por el antecedente que me daba su autora, es que este fuera su “primer libro de poemas”. Porque el primer libro, como decía, salvo contadas excepciones, es ese del que una pide disculpas casi con el correr del tiempo, con la publicación de un segundo o un tercero. Hemos de recordar, con pudor a veces, esa gestación primaria, cuando pensábamos que todo cuanto decíamos allí, sería nuestro derrotero poético, lo fundacional de todo lo que viniera.
    Amanda, sin embargo, ha hecho un largo viaje con este libro, en el sentido de maduración, de elaboración de los poemas, de maceración, hasta ser una crisálida que, recién hoy, abre su capullo y sale airosa, despojada de su piel- albergue,  bellamente dispuesta al escenario poético.
    Crisálida es un libro complejo, para nada inocente. Pensé mucho, al leerlo, en el libro la metamorfosis de Kafka, en el sentido de lo que muta, de lo que se transforma. Podríamos establecer equivalencias entre la crisálida y el “cuarto- crisálida”, donde ocurre la trama del libro,  y desde el cual, el protagonista otea y escucha al mundo exterior, sin abandonar el proceso  desgarrado de su propio cambio. En el libro  de Amanda, esta transformación, la búsqueda de ella, y las innumerables veces y voces que atienden este pedido, llamado, anhelo o súplica, es una resonancia en todo el libro. Y hay, también, un llamado, a partir de la mirada hacia nosotros, los lectores, del desamor, la carencia o la visión fragmentada del yo. Un yo que se hace insuficiente para abarcar una vida que conoce su pasado y su futuro, y que solo tiene como alternativa el presente. Pero este presente está colmado de visones fantasmagóricas, como una maldición del “samsara”, (Kafka, llama a su personaje Gregorio Samsa, tampoco hay inocencia en esta referencia de los autores), es decir del lugar de sufrimiento en el que habita, o que la habita, y que a su vez, está sujeto a la ley del karma, es decir, a la posibilidad de andar y desandar innumerables veces este mismo camino, de habitar el mismo lugar.
     En este libro convergen una multiplicidad de miradas sobre un hecho mínimo y grandioso: la existencia. Pero esta existencia abarca mucho más que el hecho de estar parados en una realidad lógica, sujeta a un tiempo-espacio determinado. No. La mirada de la hablante está cruzada por las más inciertas visiones que son, también, las que contienen las preguntas fundamentales de la filosofía y antes que ella, de la  poesía, de la imagen poética que, como un relámpago se apropia de cuanto  sienta, mire o anhele la poeta. Y en ese escenario, se transforma en, cito: “un monstruo vergonzoso, escondido detrás de la palabra”. La crisálida es el sinsentido, es el paladeo del silencio cósmico, donde se fragua el Ser, un ser que se pierde en este presente, y cuya lucha por reencontrarse o reconocerse es el recorrido magistral de este libro.
    La poeta se mira constantemente sin lograr encajar las piezas del rompecabezas que la forje como una totalidad.   Y son esos fragmentos suyos, los que hablan torrencial, arterial, esencialmente, hasta anunciar: “no hay nada que pueda detener la implosión del nacimiento de mi alma”. Esto, que parece un contrasentido, un juego de artificio poético, no carece para nada de sentido si lo tomamos por su significado literal, a saber: “la implosión es un fenómenos cósmico que consiste en la disminución brusca del tamaño de un astro”. Y es que  este libro parte de esa inmensidad cósmica, del silencio primario. De ahí que deba otear, pero también y siempre, sentir  las vicisitudes  que el mundo “real” y su “ruido” le impone, a cambio de conocer y ser parte de esa otra realidad iniciática, que sólo ella conoce,  intuye o ha visto en sueños y que la hace sentir y declarase una sacerdotisa, una visionaria, una escogida por la palabra, que es también el símbolo aquí de la rebeldía, la tragedia, y la resistencia.
     Hay numerosas alusiones al cuerpo en el libro: el cuerpo que vuela, o que dejan sucumbir carente de sus alas, imposibilitado para realizar el sueño, (leyenda de Ícaro, de nuevo la referencia a mundos superpuestos) o el cuerpo que, con su sangre, comparte la sensualidad, la vida o el signo de la palabra) A mi juicio, este cuerpo es el cuerpo poético, el torrente que desarticula al otro cuerpo más visible, que es, solo en  apariencia, una unidad armónica, porque dentro de él, los órganos están dispersos, como las ideas e imágenes poéticas, tal como nos dice Bachelard. O como la sensación de ser otro/otra, cuando se escribe, cuando se desborda la fatalidad de un pasado y el sinsentido de un presente. Entonces la palabra se oculta para destruirse y reconstruirse, en un juego perpetuo, o acrisolarse a sí misma y renacer. La palabra es Asterión, que ataca aún sin querer, porque está en su naturaleza. O, como nos dice Hesse en  Demian: “El que quiere nacer, tiene que romper un mundo” (salir de la crisálida, o crear, inventar un mundo propio, la palabra de nuevo, la herramienta)…”Y luego ha de volar hacia un Dios. Y ese dios es que Abraxas”. Tal como lo plantea la poeta: “y Dios tenía mi rostro”, al inicio del libro, como una advertencia de lo que ha hecho de sí misma, o que la palabra le ha revelado. Y quién sino la hablante de Crisálidas se da a la tarea de romper o trastocar el mundo “conocido” e instalarse en su lugar, en uno paralelo, metafísico, con niveles de ascendencia, con cima y sima, es decir con lo profundo abismal y lo etéreo, donde habita el sueño y la transmigración del alma.
     Crisálidas es un libro inteligente porque nos interna, con asertiva palabra, en las multiplicidad de espacios por donde se mueve la hablante. Y en cada uno de ellos, se da a la tarea de mostrarnos, también, el desgarro y la tristeza, la esperanza y el vacío, mirado y pincelado por una poética original, culta y lúcida, que tiene la valentía de entrar  y salir de los suburbios, los intersticios, las galeras, y las miles de trampas que la mente nos opone para impedirnos gritar qué somos y para qué estamos aquí, preguntas que han marcado la filosofía, el existencialismo, y por qué no decirlo, el humanismo y la poesía social, porque : ¿cuál es el alcance de tal poesía? si ella es símbolo de compromiso? ¿Con qué es ese compromiso y cuál es su alcance? ¿Dar cuenta de la época que nos ha tocado vivir, ser testigo de lo que ella nos provoca, y nuestra interpretación de aquello, que es la tarea principal de la poesía, no es también un compromiso? Desmadejar y desmalezar la existencia, exponiéndola como “un canto de dolor”, es decir universalizando el dolor, luego de indagar dentro de nosotros ¿No es  este viaje al interior de uno mismo lo que determinará nuestro comportamiento en la sociedad “humanamente hablando”, lo que signa nuestra calidad de seres humanos? Según Sartre, la angustia es inevitable en todo momento histórico, dada la conciencia que tenemos de ese momento. Pero la angustia no es parálisis, sino que es lo que precede a la acción, es decir, a la palabra, a este libro que se ha mantenido sintiendo el latido de cuanto ocurre fuera de su crisálida, para poder pararse ante nosotros hoy y decirnos su verdad; la conciencia de sí, y de su época, hablarnos de los túneles más ocultos y de la cotidianeidad, y de cuantos estamos acá, sintiendo la repercusión de sus palabras en nosotras y nosotros. Agradezco el valor de Amanda, por allanarnos el camino, y poner en él la lucidez maravillosa de sus palabras.


Lectura Alejandra Ziebrecht
26 junio 2015

Zaguán arte y libros, Concepción

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