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viernes, 31 de marzo de 2017

Sor Juana Inés de la Cruz se hizo monja para poder pensar


Fue una niña prodigio y una mujer de portentoso talento. De madre criolla analfabeta y padre militar español, aprendió a leer a muy corta edad (cuentan que a los tres años) en el nada feminista siglo XVII y tuvo la osadía de consagrar su vida al estudio y la escritura y no a su marido y a su progenie. Para ello se hizo monja, primero carmelita y luego jerónima, no tanto por vocación divina como por necesidad de encontrar un espacio para sí misma y para dedicarse al conocimiento. Convirtió su celda en una gran biblioteca y en un punto de encuentro cultural. Fue una poeta intelectual, según Octavio Paz. Gracias a su determinación, la literatura tardía del Barroco, el Siglo de Oro de las letras en español, ganó una de sus escritoras más insignes y la lucha por la igualdad de las mujeres, a uno de sus referentes protofeministas. Fue Juana de Asbaje o Juana Ramírez, nacida en 1648 (puede que en 1651) en la población mexicana de Nepantla y fallecida en 1695 en la Ciudad de México, aunque muy pronto se la conoció como sor Juana Inés de la Cruz. 


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Octavio Paz: "Sor Juana Inés de la Cruz se hizo monja para poder pensar"
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Ahora, un libro reúne algunos de sus poemas más íntimos. No se trata de una compilación al uso, sino una revisión de su obra a la luz del afecto mutuo que se profesaban la monja y la virreina de México María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, condesa de Paredes, protectora de la escritora y promotora de su obra tanto en México como sobre todo en España. Un amar ardiente es el título de la obra, que la editorial Flores Raras lanza la próxima semana, bajo la coordinación de Sergio Téllez-Pon. Es el compilador de la antología poética que versa sobre los desvelos amorosos de una escritora que empezó a darse a conocer muy joven con composiciones religiosas.

"Muchos estu­diosos y aficionados de la obra de sor Juana", escribe en la introducción Téllez-Pon, "han coincidido en que la relación entre la monja y la virreina fue más allá del «incienso palaciego» pero solo algunos se han dedicado a reunir o a publicar los poemas como testimonios de esa relación. Entre los pocos que lo han hecho, en España está Luis Antonio de Villena, quien seleccionó un romance (núm. 21) de la monja mexicana en Amores iguales. Antología de la poesía gay y lésbica' (La esfera de los libros, Madrid, 2002), sin embargo, en su nota de presentación De Villena no hace referencia a la pasión por María Luisa y tampoco es uno de los poemas más intensos o representativos de la rela­ción entre la monja y la condesa".

Poeta, ensayista, crítico y editor, Sergio Téllez-Pon (Ciudad de México, 1981) responde por correo electrónico a algunas preguntas formuladas por este periódico a propósito de la publicación el 3 de abril de la recopilación de la obra de sor Juana Inés de la Cruz, en la que confluye la sociedad de la Nueva España, el culteranismo de Góngora y la influencia de Quevedo y Calderón.

Pregunta. ¿Cómo surgió su investigación? ¿Y cuál fue su propósito?


Respuesta. Surgió a partir de la muerte de Antonio Alatorre, eminente sor juanista y quien fue mi profesor en la universidad, específicamente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde junto con él leí la obra de sor Juana Inés de la Cruz. Él cuenta en su edición de 2009 de la Lírica personal de sor Juana que le habría gustado poner en un apartado todos los poemas que la monja le escribió a la virreina. Pero esto no fue posible porque no se lo permitieron en el Fondo de Cultura Económica (editorial mexicana). Así que yo retomé la idea y, en homenaje a él, lo hice pues, desde 1689 Francisco de las Heras, el secretario de la virreina y el primer editor de sor Juana, se propuso poner los poemas dispersos para que el lector no se pudiera dar cuenta bien a bien de cómo fue esta intensa relación. De manera que a lo largo de más de tres siglos no hemos podido leer esta veta de la poesía de sor Juana.

Mi propósito es invitar al lector que ya conoce la obra de sor Juana o que se acerca por primera vez, a que la lea sin una venda en los ojos, sin prejuicios ni tabús sexuales. Que lea cómo las relaciones humanas son lo mismo de apasionadas sin importar el género o la sexualidad de los enamorados.

P. ¿Cree que su visión sobre la relación amorosa y lésbica entre sor Juana Inés y María Luisa Gonzaga Manrique de Lara levantará ampollas entre la legión de seguidores de la escritora?

R. No lo creo, por fortuna, este tema ha sido estudiado por otros “sor juanistas”, lo que pasa es que esos estudios por lo general surgen en la academia, en las universidades, y allí se quedan. Lo que yo he hecho, por decirlo de alguna manera, es sacarlo del armario y sacarlo de las aulas y los cubículos de investigación. Ahora bien, para los muchísimos lectores de sor Juana será otra forma de leerla: justamente en eso consiste esta antología, en proponerle al lector otra forma de leer a la monja jerónima, sin espesos velos hagiográficos, es decir, haciéndola más humana, y por eso mismo sin prejuicios ni tabús sexuales. Estoy seguro de que así, leyéndola de forma más humana, sus innumerables lectores la sentirán más cerca y hasta más actual.

P.  ¿En qué versos, en concreto, fundamenta su tesis?

R. ¡En muchísimos! Son casi 50 poemas dedicados o escritos tan solo para María Luisa pero va un ejemplo: [Lisi es uno de los nombres con los que sor Juana Inés de la Cruz se refería a la virreina]

"Yo adoro a Lisi, pero no pretendo

que Lisi corresponda mi fineza;

pues si juzgo posible su belleza,

a su decoro y mi aprehensión ofendo.



En ese soneto, sor Juana deja claro que ama a la condesa, no importa si es correspondida o no, pero le expresa su sentir y, sobre todo, sabe que este amor no puede ir más allá porque para que el deseo se mantenga vivo no debe realizarse, su consumación sería su propio fracaso. Es un tópico poético muy usado por los poetas: obstinarse en no saciar la sed, viajar sin llegar al destino, como Ulises, porque el viaje es la experiencia y llegar a Ítaca es la conclusión de todo lo que se aprende en el viaje. Sor Juana no quiere consumar su amor y es que tampoco puede porque por una parte, ella obedece sus votos de castidad y, por la otra, la jerarquía de la condesa no le permitiría mantener una relación sexual con una plebeya.

P. ¿Fue un amor platónico?

R.  Al igual que Francisco de las Heras, Octavio Paz y Antonio Alatorre, creo que así fue: una relación intensa pero casta. Para enamorarte de alguien no necesitas llegar hasta la cama. Ahora existe el término “sapiosexual”, es decir, que te enamoras de la inteligencia de alguien más que de su cuerpo o de su estatus y, vaya, viéndolo retrospectivamente, creo que en el caso de sor Juana y María Luisa se enamoraron intelectualmente, pero se enamoraron al fin.

P. ¿Se sintió agobiada por el acoso de la condesa de Paredes?

R. Desde luego, María Luisa era una persona muy importante para ella, fue quien la ayudó a quitarse de encima al odioso padre Núñez de Miranda, quien la estimulaba creativamente, con quien compartía muchas cosas en común. Así que las muestras tiránicas de la virreina la agobiaban mucho. Cualquier señal, gesto tierno o desdén por parte de María Luisa la entusiasmaba o la agobiaba. Los enamorados de ahora nos molestamos porque la persona que amamos (que es alguien muy importante para nosotros) no nos contesta el móvil o nos deja con dos palomitas vistas en el Whatsapp y, bueno, eso también les pasó a ellas: cuando sor Juana no le escribía desde el convento, María Luisa se lo reclamó; y cuando la virreina la fue a buscar y no la encontró o la monja se negó a verla, se molestó muchísimo al grado de que tuvieron una pelea que llegó hasta las lágrimas de sor Juana. Y todo eso no lo digo yo: lo dice sor Juana en sus poemas, ella es la que va dejando las pistas de cómo fue su intensa pero fructífera relación con la condesa. El propósito de este trabajo también es que los poemas hablen por sí mismos, que en su contexto cuenten la historia de amor de estas dos mujeres pues no solo están los poemas de sor Juana, también incluyo los dos únicos intentos poéticos de la condesa que, aunque no son tan explícitos, creo que sí muestran un poco la admiración y la fidelidad que siempre le tuvo a la monja.

P. ¿Comparte la afirmación del prologuista, Ramón Martínez, de que la poesía de sor Juana Inés de la Cruz forma parte definitivamente del corpus literario más propio de las personas no heterosexuales? ¿Por qué?

R. Por supuesto. Otros estudiosos queer como Judith Butler y Didier Eribon han escrito que los gais tenemos un “canon alterno” de obras literarias que, dice Butler y la secunda Eribon, ayudaron a la creación de la identidad gay (ellos mencionan a autores en lengua inglesa y francesa, lógicamente, pues Butler es estadounidense y Eribon francés: Melville, Whitman, Wilde o Proust, André Gide, Jean Cocteau y Jean Genet). Y lo mismo se puede decir de los poemas amorosos de sor Juana. Lo que pasa es que en la lengua española nos hemos tardado en asumir y reivindicar a nuestros escritores gais para alimentar nuestra identidad y cultura gay. Espero que este libro sea el inicio para que otros estudiosos lo hagan con otros escritores gais del pasado: sería interesante sacar de las obras completas, la poesía homoerótica de Vicente Aleixandre, un poeta que pocas veces asume que el inspirador de sus versos es otro hombre o que ya sin el ojo de la familia, se puedan leer los poemas gais de García Lorca. Con Cernuda, por fortuna, la cosa es más fácil pues él fue el más radical de todos ellos: Cernuda fue como la sor Juana del 27: sin prejuicios, sin tabús, cantó siempre su amor por otro hombre.

P. ¿Y la opinión de Octavio Paz relativa a que sor Juan Inés estaba absorbida por la pasión del conocimiento, que, precisamente por ella, "tiene que neutralizar su sexo para poder acceder al ansia de conocer"?

R. Bueno, Paz se refiere a que sor Juana tuvo que hacerse pasar por hombre para ingresar a la universidad y así saciar su sed de conocimiento, ¡pero es que hasta en eso fue muy radical esta monja! Querer estudiar, aprender, no era precisamente algo que se les permitiera hacer tan fácil a las mujeres durante el virreinato, así que ella se las ingenió para romper con ese supuesto. Y luego, tampoco entró al convento por ser muy beata o piadosa: si lo hizo, ella misma lo escribió, fue porque no quería que la casaran, tener que pasar sus días atendiendo a un marido y a los hijos: lo que ella quería era leer y aprender y el único lugar donde la podían dejar en paz para hacerlo era en un convento, así que allí fue a dar. Y finalmente, también rompió toda relación con el tiránico padre Núnez de Miranda en tiempos en que se creía que las mujeres eran inferiores intelectualmente y que para dar cualquier paso necesitaban del consejo de un hombre: romper con él fue otra de las muestras de su genialidad, de que ella sola se valía por sí misma. Fue así como rompió con los paradigmas de su sexo (el “sexo débil”, según la misógina definición de la RAE) en pos de su vida intelectual y también, por qué no, de su sexualidad.

Fuente: EL PAIS.COM

martes, 23 de febrero de 2016

Presentación del libro Crisálidas de Amanda Varín - Comentario de la poeta chilena Alejandra Ziebrecht


    
Cuando Amanda me hizo llegar su libro, su primer libro de poemas, pensé de inmediato en la indulgencia y cariño con que debía acogerlo, atendiendo esa suerte de candor literario que acompaña nuestras primeras letras, siempre pretenciosas, cargadas  de voces que tomamos de nuestras y nuestros poetas preferidos, y que nos impulsan a intentar, a partir de su ejemplo,  algo “novedoso”, algo que irrumpa en el escenario poético imperante: algo “rupturista”. Pero al leer el libro, y ante mi sorpresa, lo que menos habría creído, a no ser por el antecedente que me daba su autora, es que este fuera su “primer libro de poemas”. Porque el primer libro, como decía, salvo contadas excepciones, es ese del que una pide disculpas casi con el correr del tiempo, con la publicación de un segundo o un tercero. Hemos de recordar, con pudor a veces, esa gestación primaria, cuando pensábamos que todo cuanto decíamos allí, sería nuestro derrotero poético, lo fundacional de todo lo que viniera.
    Amanda, sin embargo, ha hecho un largo viaje con este libro, en el sentido de maduración, de elaboración de los poemas, de maceración, hasta ser una crisálida que, recién hoy, abre su capullo y sale airosa, despojada de su piel- albergue,  bellamente dispuesta al escenario poético.
    Crisálida es un libro complejo, para nada inocente. Pensé mucho, al leerlo, en el libro la metamorfosis de Kafka, en el sentido de lo que muta, de lo que se transforma. Podríamos establecer equivalencias entre la crisálida y el “cuarto- crisálida”, donde ocurre la trama del libro,  y desde el cual, el protagonista otea y escucha al mundo exterior, sin abandonar el proceso  desgarrado de su propio cambio. En el libro  de Amanda, esta transformación, la búsqueda de ella, y las innumerables veces y voces que atienden este pedido, llamado, anhelo o súplica, es una resonancia en todo el libro. Y hay, también, un llamado, a partir de la mirada hacia nosotros, los lectores, del desamor, la carencia o la visión fragmentada del yo. Un yo que se hace insuficiente para abarcar una vida que conoce su pasado y su futuro, y que solo tiene como alternativa el presente. Pero este presente está colmado de visones fantasmagóricas, como una maldición del “samsara”, (Kafka, llama a su personaje Gregorio Samsa, tampoco hay inocencia en esta referencia de los autores), es decir del lugar de sufrimiento en el que habita, o que la habita, y que a su vez, está sujeto a la ley del karma, es decir, a la posibilidad de andar y desandar innumerables veces este mismo camino, de habitar el mismo lugar.
     En este libro convergen una multiplicidad de miradas sobre un hecho mínimo y grandioso: la existencia. Pero esta existencia abarca mucho más que el hecho de estar parados en una realidad lógica, sujeta a un tiempo-espacio determinado. No. La mirada de la hablante está cruzada por las más inciertas visiones que son, también, las que contienen las preguntas fundamentales de la filosofía y antes que ella, de la  poesía, de la imagen poética que, como un relámpago se apropia de cuanto  sienta, mire o anhele la poeta. Y en ese escenario, se transforma en, cito: “un monstruo vergonzoso, escondido detrás de la palabra”. La crisálida es el sinsentido, es el paladeo del silencio cósmico, donde se fragua el Ser, un ser que se pierde en este presente, y cuya lucha por reencontrarse o reconocerse es el recorrido magistral de este libro.
    La poeta se mira constantemente sin lograr encajar las piezas del rompecabezas que la forje como una totalidad.   Y son esos fragmentos suyos, los que hablan torrencial, arterial, esencialmente, hasta anunciar: “no hay nada que pueda detener la implosión del nacimiento de mi alma”. Esto, que parece un contrasentido, un juego de artificio poético, no carece para nada de sentido si lo tomamos por su significado literal, a saber: “la implosión es un fenómenos cósmico que consiste en la disminución brusca del tamaño de un astro”. Y es que  este libro parte de esa inmensidad cósmica, del silencio primario. De ahí que deba otear, pero también y siempre, sentir  las vicisitudes  que el mundo “real” y su “ruido” le impone, a cambio de conocer y ser parte de esa otra realidad iniciática, que sólo ella conoce,  intuye o ha visto en sueños y que la hace sentir y declarase una sacerdotisa, una visionaria, una escogida por la palabra, que es también el símbolo aquí de la rebeldía, la tragedia, y la resistencia.
     Hay numerosas alusiones al cuerpo en el libro: el cuerpo que vuela, o que dejan sucumbir carente de sus alas, imposibilitado para realizar el sueño, (leyenda de Ícaro, de nuevo la referencia a mundos superpuestos) o el cuerpo que, con su sangre, comparte la sensualidad, la vida o el signo de la palabra) A mi juicio, este cuerpo es el cuerpo poético, el torrente que desarticula al otro cuerpo más visible, que es, solo en  apariencia, una unidad armónica, porque dentro de él, los órganos están dispersos, como las ideas e imágenes poéticas, tal como nos dice Bachelard. O como la sensación de ser otro/otra, cuando se escribe, cuando se desborda la fatalidad de un pasado y el sinsentido de un presente. Entonces la palabra se oculta para destruirse y reconstruirse, en un juego perpetuo, o acrisolarse a sí misma y renacer. La palabra es Asterión, que ataca aún sin querer, porque está en su naturaleza. O, como nos dice Hesse en  Demian: “El que quiere nacer, tiene que romper un mundo” (salir de la crisálida, o crear, inventar un mundo propio, la palabra de nuevo, la herramienta)…”Y luego ha de volar hacia un Dios. Y ese dios es que Abraxas”. Tal como lo plantea la poeta: “y Dios tenía mi rostro”, al inicio del libro, como una advertencia de lo que ha hecho de sí misma, o que la palabra le ha revelado. Y quién sino la hablante de Crisálidas se da a la tarea de romper o trastocar el mundo “conocido” e instalarse en su lugar, en uno paralelo, metafísico, con niveles de ascendencia, con cima y sima, es decir con lo profundo abismal y lo etéreo, donde habita el sueño y la transmigración del alma.
     Crisálidas es un libro inteligente porque nos interna, con asertiva palabra, en las multiplicidad de espacios por donde se mueve la hablante. Y en cada uno de ellos, se da a la tarea de mostrarnos, también, el desgarro y la tristeza, la esperanza y el vacío, mirado y pincelado por una poética original, culta y lúcida, que tiene la valentía de entrar  y salir de los suburbios, los intersticios, las galeras, y las miles de trampas que la mente nos opone para impedirnos gritar qué somos y para qué estamos aquí, preguntas que han marcado la filosofía, el existencialismo, y por qué no decirlo, el humanismo y la poesía social, porque : ¿cuál es el alcance de tal poesía? si ella es símbolo de compromiso? ¿Con qué es ese compromiso y cuál es su alcance? ¿Dar cuenta de la época que nos ha tocado vivir, ser testigo de lo que ella nos provoca, y nuestra interpretación de aquello, que es la tarea principal de la poesía, no es también un compromiso? Desmadejar y desmalezar la existencia, exponiéndola como “un canto de dolor”, es decir universalizando el dolor, luego de indagar dentro de nosotros ¿No es  este viaje al interior de uno mismo lo que determinará nuestro comportamiento en la sociedad “humanamente hablando”, lo que signa nuestra calidad de seres humanos? Según Sartre, la angustia es inevitable en todo momento histórico, dada la conciencia que tenemos de ese momento. Pero la angustia no es parálisis, sino que es lo que precede a la acción, es decir, a la palabra, a este libro que se ha mantenido sintiendo el latido de cuanto ocurre fuera de su crisálida, para poder pararse ante nosotros hoy y decirnos su verdad; la conciencia de sí, y de su época, hablarnos de los túneles más ocultos y de la cotidianeidad, y de cuantos estamos acá, sintiendo la repercusión de sus palabras en nosotras y nosotros. Agradezco el valor de Amanda, por allanarnos el camino, y poner en él la lucidez maravillosa de sus palabras.


Lectura Alejandra Ziebrecht
26 junio 2015

Zaguán arte y libros, Concepción

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