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lunes, 4 de agosto de 2014

CRÍTICA LITERARIA “Sin instrumentos navego en un océano inmenso sentado sobre la chata de Colón”,


de MARCELO SHIAPPACASSE

Por Federico Krampack




Hace mucho tiempo, rescaté de un texto de Jean Baudrillard, algunos extractos que se me hacen estrictamente inevitables para poder rescatar ojeadas como apéndices (en el sentido de que son muchas) y vértices que se multiplican a lo largo de un libro como “Sin instrumentos navego en un océano inmenso sentado sobre la chata de Colón.
Lo primero que se me viene a la mente es algo como una orgía. Una estricta orgía semántica, literaria y de memorias que se contorsionan en cada párrafo. No es nada nuevo si practicamos la re-lectura de autores como Virginia Woolf, por ejemplo, que fue una maestra dominatrix del fluir de la consciencia, del lenguaje corporal sin el cuerpo, del vocabulario mental a pulso sin dejar de lado el físico, aunque considerando en especial atención al primero. Partiré por una analogía: la sociedad moderna es como una vil sopa. No se distingue qué es precisamente el caldo, qué es precisamente los fideos, qué la pimienta, qué el aceite, qué el perejil, qué el agua, y así sucesivamente. Una sopa está compuesta de ingredientes distintos, unos más que otros, y se forma una mezcolanza única, diversa. Si fuéramos precisos caracterizar el estado actual de las cosas, hoy, año 2014, diríamos que se trata del momento posterior a la orgía. La orgía (en sentido bíblico, conciso, duro, crudo), es el punto explosivo de la modernidad, el de la liberación en todos los campos y en donde el detalle reina, pero también el caos. Liberación política, liberación sexual, liberación de las fuerzas productivas, liberación de las fuerzas destructivas, liberación de la mujer, del niño, de la creación, de las posiciones, de la postura, de las pulsiones inconscientes, liberación total y que escapan a la definición hermética.
El autor Marcelo Shiappacasse en su libro escribe: “Llamo a mi padre, último refugio de mi angustia, último bastión inexpugnable del diablo, última guarida del hombre titubeante, último consuelo del agobiado, última esperanza del sufriente carcomido por el dolor. Sin verlo siempre estuvo conmigo. Hoy la vida me sobrepasa y lo necesito. Necesito su calor, la ternura de su voz, el sonido de sus pies acribillando el concreto en su decidido caminar de hierro (…)”. En ese sentido, cuando leemos ese tipo de compendios, es cuando se le vienen dos cosas a la mente como lector-espectador-devorador de sentidos-texto-subtexto e imagen: la famosa (y dolorosa autobiografía) ‘carta al padre’ de Franz Kafka y algunas películas de Kieslowski e Ingmar Bergman. TODO en el libro sobrepasa, sobrepasa la experiencia, sobrepasa el cotidiano, sobrepasa las emociones, la tranquilidad mental, física, estomacal, de paz, de rabia, de turbiedad, de prejuicio, de sinceridad, de hastío.
El escritor también es un inquisidor, un interrogador, como aquellos detectives del Cine Noir o de la literatura negra que encrespa con preguntas tóxicas y divagaciones para poder pillar a su presa fácil y tozuda debajo de un foco colgando con la luz de la ampolleta quemándole el rostro por la proxemia, en medio de un mar de podredumbre humana, mentiras y falacias de sangre, entre fotos rotas y experiencias traumáticas, sinceras y desprovistas de sentimentalismo; le pregunta a Dios, a su padre, a los transeúntes, al mundo, al vecino, al amigo, pero aún más importante se pregunta a SÍ mismo. Muero.

“(…) Sin respirar y sin mi rostro denotar sorpresa me encuentro en el súbito jugando póker con Dios. Solo El y yo. La apuesta, el derecho a preguntar.”

Es la asunción de todos los modelos de antirrepresentación. El sentido metafórico de la orgía es que está todo visto, cuestionado, en duda, en la hoguera, en la silla del juez, en la cama, en la memoria. En la orgía, como nos podemos imaginar, no hay secretos ni centímetros de piel sin mostrar: está todo literalmente, rebosante, en bandeja, incluso hasta los órganos más recónditos, como la garganta, los esfínteres, los perineos, las bocas, las mugres, los defectos, todo. Absolutamente todo. Ha habido una exacerbación total de las cosas en el mundo, de lo real, lo racional, la crisis del crecimiento. Hemos recorrido todos los caminos de la producción y de la superproducción virtual de objetos, de signos, de mensajes, de ideologías, de placeres, de testimonios. Ya sólo podemos simular la liberación, fingir que estamos acelerando en el mismo sentido, pero en realidad aceleramos en el vacío, porque todas las finalidades de la liberación quedan ya detrás de nosotros y lo que nos persigue y obsesiona, es la anticipación de todos los resultados, la disponibilidad de todos los signos, números, figuras, de todas las formas, de todos los deseos.

“(…) Saludaba a mis compañeros; siempre con la misma cara, con la misma sonrisa, con los mismos sentimientos sumergidos - eran diez en total hacinados en una estrecha antesala (…) Ante mi diminuto escritorio de caoba madera, ante el cual encontraba religiosamente todas las mañanas apiladas un metro de carpetas. Su número me era conocido. Eran cien. Durante mis 50 años de trabajo en aquella oficina, nunca hubo una demás o una de menos. Era el número justo.”

La fascinación que destila su autor Shiappacasse en cada uno de los relatos y micro-relatos es de una abundancia numerológica y fetichista sobre los fenómenos sociales que muchas veces conocemos como las rutinas o sencillamente los actos del cotidiano, basados en la edad, horarios, pesos, semanas, años, minutos, número de personas, salarios, dinero, días y número de experiencias. Si recordamos el proceso de gestación de artistas como David Bowie en su disco de 1976, “Station to Station”, donde muchos de sus cercanos relataban como el autor vivía rodeado de velas negras, dibujando símbolos raros y obsesionado todo el tiempo con la numerología, bien uno como outsider puede concebirse a un autor como Shiappacasse rodeado de anécdotas rebosantes de simbologías, que si bien destacan por su desborde, en algunos también parece mostrarse cortante y lejano, casi impenetrable. William Blake escribió: ‘El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría’ en su libro “The Marriage of Heaven and Hell” (El matrimonio del cielo y el infierno). Relatos y micro-relatos oblicuos, infernales y celestiales, porque pareciera que es donde mejor se mueve como pez en el agua.
“Es maravilloso el jugar con las palabras. La ausencia de espectador excarcela el alma, encabrita el lápiz, desinhibe el pensar y revolotea las ideas, concibe monstruos pintados por niños con lápiz cera, teratomas inhumanos, versos infelices y dagas que calcinan El escrito no se mide por su belleza sino por su peso. La pantera es hermosa pero el dragón tiene historia (…)”

Vivimos en la reproducción indefinida de ideales, fantasías, de imágenes que saltan diariamente a través de los mass-medias, de todo lo que queda a nuestras espaldas y que, sin embargo, tenemos que reproducir en una especie de indiferencia fatal, sin saber cuándo, hacia dónde ni cómo avanzamos, en un letargo absoluto, o contemplando la fantasía de Superman o Batman, que el autor relata en algunos pasajes. Todo pasa, todo transcurre con tal velocidad, perdemos tiempo, perdemos Poder sobre nosotros mismos, sobre el Otro, sobre el mundo, sobre la exorbitante velocidad del mundo, todo se escurre en el tiempo, el brutal tiempo, en esa esfera del demonio que odiamos que se llama reloj y que deseamos tuviese más de simples 24 horas, que no nos damos cuenta (por citar un ejemplo burdo, aunque no en realidad), que después de una brutal muerte de un ser querido, al momento ya estamos emparejados de nuevo o estamos de fiesta en un burdel, sin darnos cuenta. ‘Como pasa el tiempo’, dicen algunos. Pero en realidad, el tiempo no pasa tan rápido, somos nosotros los que nos metemos en una espiral indescriptible de experiencias que, a primera vista, parecen repetirse, pero son siempre nuevas.  De algún modo, pareciera que el autor nos regresa al mismo punto de origen y disfraza el contexto espacio-temporal con otros nombres, otro escenario, otra época, otra estética, otro lenguaje y despedaza el modelo aristotélico del árbol narrativo del comienzo-desarrollo-final, para insuflarle algo más.
La voz propia, la voz de autor es un rugido incesable, en mayor o menor intensidad, la de un animal enjaulado o que pretende salir de la jaula sin que nadie le vea en el acto (señuelos a caníbales y felinos); en algunos pasajes, se ve algo desorientado y sabe que el callejón sin salida está frente a sus narices, pero dentro de ese mismo caos, reside su poderío. El mismo téorico Baudrillard señala que si los animales nos gustan y seducen, es porque son para nosotros, los seres (supuestamente) más racionales, representa esa organización ritual del espíritu salvaje, de lo puro, de lo natural, lo mundano y lo básico; se trata de la nostalgia felina, bestial, la asunción del lenguaje caníbal, de comer corazones, experiencias, e incluso cuerpos de manera empírica.
“(…) La familia, hambrienta, sumisa, devorándose unos a otros, lo espera, para cercar la mesa de carne humana y engullir como hienas lo que ella egoístamente ofrece. Un gesto que disimula un saludo se esculpe en su rostro.”

En la vida real no existen las historias; siempre hay cabos sueltos, insurrectos, irregulares, caóticos, vértices por revelar, finales que rasguear y preguntas por enunciar. Dudamos todo el tiempo, rumiamos, tememos, pensamos cosas extrañas, eróticas, horribles, paradisíacas y frívolas. Un libro o un grito como el de Marcelo Shiappacasse determinan precisamente que todo es confuso y acaba en la experiencia total de nuestras vidas; no hay principios, argumentos rectilíneos ni finales determinantes. Si algo de locamente enternecedor y demoledor son los párrafos finales donde toman la figura del padre que fallece; el éxtasis de la tristeza se erige por sobretodo, y no hay nada más que hacer salvo inhalar y respirar. Como él mismo escribe: “DIOS EXISTE. Ha muerto el Hombre. Ha nacido El Homo-Lux.” El Hombre Luz rige por sobre todas las cosas; con asombrosa y paradójica factura, estética, lenguaje y desastre, con defectos, virtudes y finales por manifestar, incesablemente.


Por Federico Krampack, 2014.

lunes, 17 de agosto de 2009

Crítica literaria Novela de Ingrid Odgers

CRÍTICA

‘MÁS SILENCIOSA QUE MI SOMBRA’

De Ingrid Odgers

Por Federico Krampack

Al momento que uno comienza a leer la novela ‘Más silenciosa que mi sombra’ de la autora penquista Ingrid Odgers, de inmediato se le vienen muchas imágenes icónicas a la mente: Virginia Woolf, mujeres en problemas, en rígidas bitácoras de vida y acongojadas con el puterío de la realidad chilena diaria, Katharine Hepburn (la fierecilla indomable del cine anterior al Tecnicolor), Frida Kahlo, esa mujer de cómic (con pañoleta roja a la cabeza y el puño alzado) que aparece en las publicidades vintage de un feminismo en pañales que reza YOU CAN DO IT.

Si debiéramos resumir en una sola palabra esta pequeña obra maestra penquista, sería con un agudo, obtuso y chirriante ‘verídico’. Esto es verídico. ‘Más silenciosa que mi sombra’ tiene tantas dolorosas capas de verdad, que parece superar a la ficción. YOU CAN DO IT, Ingrid.

Una mujer furiosa y áspera con la vida nos habla desde la primera página con un ímpetu cotidiano, cercenador, monótono a ratos, con una respiración mecánica que resulta agotadora, pero con una gran luz interior. Del primer párrafo, ya empieza a hablar mal del marido, y a medida que uno avanza en el relato, las descripciones se hacen más explícitas.

Puede sonar un aspecto desconcertante, de carácter feminista, radical (que se puede aplicar también a la teoría de género o la literatura de Simone de Beauvoir), pero lo cierto es que ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de todo, absolutamente de todo, además del tono feminista que impregna toda la novela, un feminismo natural que se encuentra en el chip mental de todas las mujeres, pero que muy pocas se atreven a ponerlo en la práctica e incluso manifestarlo, aunque sea en cosas pequeñas, en esos detalles inocuos del diario vivir que, vistos con lupa, están adornados con una buena dosis de anarquismo. Lo que tiene de sobra la novela es una buena dosis de bullicio, griterío interno, descorazonador, y de remezón social como para remover mil lectores de un viaje. No es literatura chilena a la antigua. No es narrativa lacónica y prácticamente romántica, sin ‘barniz’ de mujeres para mujeres, a lo Marcela Serrano o Isabel Allende. Es prácticamente dinamita pura, como bien podría decirse del arte de Frida Kahlo, citando a André Breton: ‘Una cinta alrededor de una bomba’.

Ingrid Odgers es un producto regional invaluable. No está en las grandes librerías del país como una best-seller ni mucho menos es alguien que sale en los avatares del Arte y Letras de El Mercurio, pero PODRÍA estarlo. La bomba aquí se llama ‘realidad’, dura y tóxica de una mujer chilena de edad media que naufraga en la rutina, el estado ruin del mundo laboral y la desesperación en el matrimonio típicamente aburrido y fastidiado, con un marido apagado, prehistórico que sólo busca sexo y comodidad social, y materialista, pero también una realidad tremendamente esperanzadora, a pesar de todo el tono gris, ruin, predecible a ratos y decadente que tiene (en apariencia) la novela.

Desarrollada en un ambiente chileno cotidiano en la ciudad de Concepción, y narrada en su totalidad en primera persona, ‘Más silenciosa que mi sombra’, de primeras, pareciera moverse con un tono oscuro, incluso hasta amargo, a través de los pensamientos, broncas y anhelos de Verónica, su trepidante y analítica protagonista, pero a medida que avanza el relato va tomando un tono menos lúgubre y más vívido.

Del blanco y negro paulatinamente va pasando al color, al fuego, al lenguaje soez, al lenguaje del cuerpo, al discurso del cuerpo, en un tono carnal y cotidiano, sin ser esteta ni mucho menos barroco, sino real, sin mayores adjetivos, sin mayores adornos ni trampas de narración, algo que se agradece pero que también se critica enormemente, puesto que carece de hipérboles o de metáforas que podrían haberse aprovechado más aún dado el carácter furibundo de la protagonista. La descripción a ratos parece simple, desganada, pero quizás ese mismo aspecto algo lánguido del estilo en que está narrada la historia, sea el espectro de la misma protagonista, un espectro fúnebre, demacrado y que va a tono con la historia que pasa por toda la oscuridad y rabia posible hasta encontrar pasajes de luz y de fe.

El modo en que se relata ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de carácter puramente personal, a modo de diario de vida, sencillo, íntimo y desprovisto de elementos estéticos propios de la novela. Se evitan las descripciones explícitas, las analogías o componentes que parecieran ser muy decorativos y hasta prescindibles. Los días de la semana (tan debidamente marcados al inicio de cada capítulo) nos da la sensación de que nuestra protagonista vive cada día bajo un sistema totalitario y que las sorpresas no serán algo muy corriente dentro del relato, puesto que todo el tono es demacrado, tedioso, agotador, la protagonista se ve cansada siempre, y la rabia contenida se siente en todos los capítulos.

Si hay un aspecto que destacar notablemente del trabajo de Odgers, es su maravilloso y tallado nivel de sexualidad y de sufrimiento debidamente marcado y narrado, pulcro, fino y desprovisto de tabúes, que para muchos (como este servidor) les recordará dos célebres ejemplos desde ya por la temática y el telón de fondo: la ‘Madame Bovary’ de Flaubert y ‘La señora Dalloway’ de Virginia Woolf.

Aunque son referentes extremos de la literatura y que parecieran estar a años luz de la obra aquí expuesta, tanto por influencia como por estilo, lo cierto e indudable es que Odgers recoge elementos básicos de la literatura inglesa y francesa que de alguna manera logró encapsular la terrible realidad social que escondían las mujeres de la época (y en realidad, de todos los tiempos inherentemente); y principalmente de la obra de Woolf a través de la insistente, atrevida (y en ciertos pasajes, hasta molesta) narración de detalles y labores cotidianas. ‘A las nueve en punto llega el ogro, me mira, me pide un café, se mete a la ducha, se viste rápido, de un trago se toma un café y abre la puerta de calle al tiempo que dice ya…’

De por sí, la sola descripción de actividades y gestos en seguidilla, como un rito impuesto, despiertan en el lector una sensación de hastío tremendo, un sopor diario que se hace tedioso, una rutina que se hace cada vez más espantosa, algo que logra transmitir de manera excelente su autora. El tono decadente y de impotencia logra poner la piel de gallina y más aún sabiendo que la historia puede perfectamente adecuarse a la realidad chilena.

En lo personal, Odgers y su obra me recordaron mucho a la película ‘Las horas’ (efectivamente basada en una obra de Virginia Woolf) del director Stephen Daldry, donde el personaje de Julianne Moore (la que está ambientada en plena era de la post guerra en EE.UU.) pasa por similares estados que la protagonista de ‘Más silenciosa que mi sombra’. Su mundo es una burbuja donde el ser mujer y esposa no es más que una brutal sentencia de muerte (o de vida), su felicidad se ve truncada por la falta de apetito por el amor y la fe, no tiene deseos de seguir edificando esa ruin bitácora de levantarse y saludar al marido y prepararle dignamente el desayuno, atender a su hijo y además tener en cuenta que está embarazada nuevamente.

Ese mismo retrato de la protagonista de la película, está perfectamente amoldada al personaje de Verónica acá en la novela; es una mujer tremendamente acongojada, furiosa con el mundo y su papel, su sexo, el por qué le tocó esta realidad y no otra, por qué a mí, por qué esto. Verónica, de por sí, representa de manera inconsciente muchas realidades chilenas de la mujer contemporánea: la mujer puesta en una burbuja social donde su voz no hace eco, ni como esposa, ni como madre, ni siquiera como mujer.

En el caso de ‘Madame Bovary’, el hecho de que aquí se repita el mismo parangón de la mujer reprimida y encerrada en un receptáculo de rol mujer-esposa-madre, no es casualidad. Ya lo había escrito Flaubert: ‘Un hombre, por lo menos, es libre. Puede pasar por todas las pasiones, recorrer los países, saltar los obstáculos, hincar el diente a los más exóticos placeres. Pero una mujer está continuamente rodeada de trabas. Inerte y flexible al mismo tiempo, tiene en contra suya tanto las molicies de la carne como las ataduras de la ley. Su voluntad, igual que el vuelo de su sombrero sujeto por una cinta, flota a todos los vientos; siempre hay algún anhelo que arrebata y alguna convención que refrena’. El personaje de Emma en la obra del francés, se enamora de otro hombre y así empieza una cadena de acontecimientos que rompen la santa estructura del matrimonio y las apariencias que, aún en esa época del siglo XIX, aún no eran tabúes completamente rotos.

Aquí Verónica, el personaje de Odgers, en su viaje desesperado de querer huir de la infelicidad, se enamora de no sólo uno, sino de dos hombres, de uno más que otro, que sin embargo reflejan el mismo pesar del que su protagonista huye: uno de sus amantes representa todo lo nocivo que ella no quiere, el compromiso excesivo, la lealtad a fuego, ese ‘berrinche’ de sentimentalismo que nadie anhela en una relación pero que se hace presente indiscutiblemente. Y el otro que, fatídicamente, no logra concretarse por el destino, el destino que nos roba lo más preciado y que nos hace valer como nunca. Y nos hace aprender.

Rabia, sociedad, opresión, sexo, hijos, amigas, degradación, frustración, mujeres, hombres, matrimonio, aburrimiento, trabajo, género, roles, perdición, emancipación, amor, odio, esperanza, liberación. En los catálogos del American Film Institute se acostumbraba anunciar una serie de conceptos que se relacionaban directamente con la obra audiovisual o la obra literaria en que se basaba. En el caso de ‘Más silenciosa que mi sombra’, sería una cadena de conceptos similar a las de arriba: todos drásticos, fuertes, listos para explotar, para indagar. Con la mente y los sentidos abiertos. Un gesto noble.

La marcada geografía que empapa el relato (por el origen de su autora), logra ceder aún más veracidad, una verdad carnal que se consolida cuando relata ciertos lugares o venas de la ciudad de Concepción, como si fuese la palma de su mano. Las calles roídas, la citación de los cafés antiguos, el frío, las plazas, el verde, el mar, el aire, son todos elementos urbanos típicos que logran demostrar una fuerza tremenda y que además son la lectura del carácter pedregoso y con ansias de libertad que tiene su protagonista, más aún si un lector que lee la novela es de la región.

Además la vorágine que sufre Verónica realizada muchas veces con sus amigas por las noches, de alguna manera, rompe con el prejuicio de que mujeres maduras vayan a lugares típicos de entretención y juerga, sino que frecuentan bares alternativos de música electrónica y rock e, incluso más atípico aún, discotecas de ambiente gay lésbico, donde se desdibuja el género, la vestimenta, los modismos, el lenguaje y los estereotipos sexuales de cajón, y su protagonista, como en pocos pasajes de la novela, se ve enfrascada en una realidad considerablemente diferente y fascinante, aprendiéndola a valorar por su naturaleza radical y poniendo a juicio su propia realidad, observando con otra lupa el mundo.

‘Tengo un día; si lo sé aprovechar, tengo un tesoro’, decía Gabriela Mistral. Aquí, Odgers constantemente trata de aprovechar los días y las noches, a medida que avanza el relato, cuando comienza a resquebrajarse de su angustioso sitial y pone todo en duda. Todo.

Una novela como ‘Más silenciosa que mi sombra’ nos lleva a despojarnos de un retrato sano y aceptado de relaciones sexuales matrimoniales a la vieja usanza chilena y sentimental, sobretodo en el género femenino. Podemos ver a Calígula, las películas de Ingrid Bergman, de Woody Allen, el programa de la doctora Polo por televisión, pornografía barata, leer poesía violenta o al Marqués de Sade, a la Isabel Allende, a Pía Barros, tener en cuenta las más audaces ramificaciones posibles en el arte y la literatura sobre erotismo y sexualidad, lo más radical posible, pero siempre lo más sanguinario y difícil de digerir será lo que tengamos a metros nuestros y en su estado más sutil y peligroso: la cotidianeidad misma. Y lo doloroso que es tener que vivir una vida marcada por el aburrimiento y el fastidio diario, pero con una gran luz esperanzadora hacia el final, enfrentando los peores miedos: el miedo al qué dirán, himno nacional de nuestro comportamiento criollo, y el miedo a la vergüenza frente a toda una sociedad.

El mismo título de la obra contribuye a enfrentar esos miedos: la sombra de uno(a) jamás nos dejará, pero delata todos nuestros fantasmas que nos persiguen a diario. Y uno, como dueño de esa sombra, aprende a guardar silencio. Más del que debe. Para ver qué espectáculo seguirá.

Una novela como la de Odgers, nos invita (más en particular a las mujeres chilenas contemporáneas de edad media, casadas, heterosexuales, despojadas de todo pasatiempo e incluso de tiempo para ellas mismas) que se miren en un espejo y vean si todo está en orden o no, si todo está como quisieran o no. Es, a mucho atrevimiento, la novela más cruda y sensata sobre la falta de amor en una relación que se supone que ante los ojos de la sociedad y de Dios es íntegra y sacrosanta, que haya leído en mucho tiempo.

‘Más silenciosa que mi sombra’ de Ingrid Odgers hiere el sexo y el amor, pero también los eleva a un estado de desamparo total, de éxtasis que sólo se puede experimentar con la pérdida de un amor y la confusión más turbadora, de no saber si estamos actuando correcta o incorrectamente, si es deleznable, si es corrupto, si es viable, si es posible, si es imaginable que una mujer en la madurez de su vida, pueda tener otra oportunidad de ser feliz, con o sin hijos, con o sin marido. Aunque, en realidad, ¿qué debiera importar tanto considerando el caótico y variopinto estado actual del mundo?

Federico Krampack

Ingrid Odgers Toloza, nace en Concepción, Chile (1955). Estudia en la Escuela Marina de Chile ex-nº74, en el Colegio Inmaculada Concepción y en el Liceo Fiscal de Niñas de su ciudad natal. Ingresa a la Universidad y estudia Ingeniería Comercial. Comienza a trabajar en la Cía Cervecerías Unidas en Concepción y en 1981 ingresa a la Cía. Carbonífera Schwager. Estudia Programación Computacional y Análisis de Sistemas en la Escuela de Negocios e Informática de Concepción. Realiza diversos cursos y seminarios de perfeccionamiento profesional, entre ellos, evaluación de proyectos, análisis financiero, diplomado en administración y marketing, programación neurolingüística, producción de eventos y sicología del liderazgo. Se ha desempeñado como asesora en informática, literatura y gestión cultural, es profesora de informática y directora de diversos talleres literarios en Concepción, Talcahuano y Lota. Es co-fundadora del Centro de Investigaciones Culturales La Silla, ha obtenido como gestora el Premio Consejo Nacional del Libro en dos ocasiones y como escritora integra diversas organizaciones nacionales e internacionales. Fue postulada al Premio de Arte y Cultura, artes literarias Baldomero Lillo 2008, región del Bío-Bío. Obtuvo el Premio de Novela Fondo de Apoyo a Iniciativas Culturales 2008, de la Municipalidad de Concepción. Su obra integra la Historia de la Literatura Hispanoamericana de Polonia, en el 2008.

Crítica literaria Novela de Ingrid Odgers

CRÍTICA

‘MÁS SILENCIOSA QUE MI SOMBRA’

De Ingrid Odgers

Por Federico Krampack

Al momento que uno comienza a leer la novela ‘Más silenciosa que mi sombra’ de la autora penquista Ingrid Odgers, de inmediato se le vienen muchas imágenes icónicas a la mente: Virginia Woolf, mujeres en problemas, en rígidas bitácoras de vida y acongojadas con el puterío de la realidad chilena diaria, Katharine Hepburn (la fierecilla indomable del cine anterior al Tecnicolor), Frida Kahlo, esa mujer de cómic (con pañoleta roja a la cabeza y el puño alzado) que aparece en las publicidades vintage de un feminismo en pañales que reza YOU CAN DO IT.

Si debiéramos resumir en una sola palabra esta pequeña obra maestra penquista, sería con un agudo, obtuso y chirriante ‘verídico’. Esto es verídico. ‘Más silenciosa que mi sombra’ tiene tantas dolorosas capas de verdad, que parece superar a la ficción. YOU CAN DO IT, Ingrid.

Una mujer furiosa y áspera con la vida nos habla desde la primera página con un ímpetu cotidiano, cercenador, monótono a ratos, con una respiración mecánica que resulta agotadora, pero con una gran luz interior. Del primer párrafo, ya empieza a hablar mal del marido, y a medida que uno avanza en el relato, las descripciones se hacen más explícitas.

Puede sonar un aspecto desconcertante, de carácter feminista, radical (que se puede aplicar también a la teoría de género o la literatura de Simone de Beauvoir), pero lo cierto es que ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de todo, absolutamente de todo, además del tono feminista que impregna toda la novela, un feminismo natural que se encuentra en el chip mental de todas las mujeres, pero que muy pocas se atreven a ponerlo en la práctica e incluso manifestarlo, aunque sea en cosas pequeñas, en esos detalles inocuos del diario vivir que, vistos con lupa, están adornados con una buena dosis de anarquismo. Lo que tiene de sobra la novela es una buena dosis de bullicio, griterío interno, descorazonador, y de remezón social como para remover mil lectores de un viaje. No es literatura chilena a la antigua. No es narrativa lacónica y prácticamente romántica, sin ‘barniz’ de mujeres para mujeres, a lo Marcela Serrano o Isabel Allende. Es prácticamente dinamita pura, como bien podría decirse del arte de Frida Kahlo, citando a André Breton: ‘Una cinta alrededor de una bomba’.

Ingrid Odgers es un producto regional invaluable. No está en las grandes librerías del país como una best-seller ni mucho menos es alguien que sale en los avatares del Arte y Letras de El Mercurio, pero PODRÍA estarlo. La bomba aquí se llama ‘realidad’, dura y tóxica de una mujer chilena de edad media que naufraga en la rutina, el estado ruin del mundo laboral y la desesperación en el matrimonio típicamente aburrido y fastidiado, con un marido apagado, prehistórico que sólo busca sexo y comodidad social, y materialista, pero también una realidad tremendamente esperanzadora, a pesar de todo el tono gris, ruin, predecible a ratos y decadente que tiene (en apariencia) la novela.

Desarrollada en un ambiente chileno cotidiano en la ciudad de Concepción, y narrada en su totalidad en primera persona, ‘Más silenciosa que mi sombra’, de primeras, pareciera moverse con un tono oscuro, incluso hasta amargo, a través de los pensamientos, broncas y anhelos de Verónica, su trepidante y analítica protagonista, pero a medida que avanza el relato va tomando un tono menos lúgubre y más vívido.

Del blanco y negro paulatinamente va pasando al color, al fuego, al lenguaje soez, al lenguaje del cuerpo, al discurso del cuerpo, en un tono carnal y cotidiano, sin ser esteta ni mucho menos barroco, sino real, sin mayores adjetivos, sin mayores adornos ni trampas de narración, algo que se agradece pero que también se critica enormemente, puesto que carece de hipérboles o de metáforas que podrían haberse aprovechado más aún dado el carácter furibundo de la protagonista. La descripción a ratos parece simple, desganada, pero quizás ese mismo aspecto algo lánguido del estilo en que está narrada la historia, sea el espectro de la misma protagonista, un espectro fúnebre, demacrado y que va a tono con la historia que pasa por toda la oscuridad y rabia posible hasta encontrar pasajes de luz y de fe.

El modo en que se relata ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de carácter puramente personal, a modo de diario de vida, sencillo, íntimo y desprovisto de elementos estéticos propios de la novela. Se evitan las descripciones explícitas, las analogías o componentes que parecieran ser muy decorativos y hasta prescindibles. Los días de la semana (tan debidamente marcados al inicio de cada capítulo) nos da la sensación de que nuestra protagonista vive cada día bajo un sistema totalitario y que las sorpresas no serán algo muy corriente dentro del relato, puesto que todo el tono es demacrado, tedioso, agotador, la protagonista se ve cansada siempre, y la rabia contenida se siente en todos los capítulos.

Si hay un aspecto que destacar notablemente del trabajo de Odgers, es su maravilloso y tallado nivel de sexualidad y de sufrimiento debidamente marcado y narrado, pulcro, fino y desprovisto de tabúes, que para muchos (como este servidor) les recordará dos célebres ejemplos desde ya por la temática y el telón de fondo: la ‘Madame Bovary’ de Flaubert y ‘La señora Dalloway’ de Virginia Woolf.

Aunque son referentes extremos de la literatura y que parecieran estar a años luz de la obra aquí expuesta, tanto por influencia como por estilo, lo cierto e indudable es que Odgers recoge elementos básicos de la literatura inglesa y francesa que de alguna manera logró encapsular la terrible realidad social que escondían las mujeres de la época (y en realidad, de todos los tiempos inherentemente); y principalmente de la obra de Woolf a través de la insistente, atrevida (y en ciertos pasajes, hasta molesta) narración de detalles y labores cotidianas. ‘A las nueve en punto llega el ogro, me mira, me pide un café, se mete a la ducha, se viste rápido, de un trago se toma un café y abre la puerta de calle al tiempo que dice ya…’

De por sí, la sola descripción de actividades y gestos en seguidilla, como un rito impuesto, despiertan en el lector una sensación de hastío tremendo, un sopor diario que se hace tedioso, una rutina que se hace cada vez más espantosa, algo que logra transmitir de manera excelente su autora. El tono decadente y de impotencia logra poner la piel de gallina y más aún sabiendo que la historia puede perfectamente adecuarse a la realidad chilena.

En lo personal, Odgers y su obra me recordaron mucho a la película ‘Las horas’ (efectivamente basada en una obra de Virginia Woolf) del director Stephen Daldry, donde el personaje de Julianne Moore (la que está ambientada en plena era de la post guerra en EE.UU.) pasa por similares estados que la protagonista de ‘Más silenciosa que mi sombra’. Su mundo es una burbuja donde el ser mujer y esposa no es más que una brutal sentencia de muerte (o de vida), su felicidad se ve truncada por la falta de apetito por el amor y la fe, no tiene deseos de seguir edificando esa ruin bitácora de levantarse y saludar al marido y prepararle dignamente el desayuno, atender a su hijo y además tener en cuenta que está embarazada nuevamente.

Ese mismo retrato de la protagonista de la película, está perfectamente amoldada al personaje de Verónica acá en la novela; es una mujer tremendamente acongojada, furiosa con el mundo y su papel, su sexo, el por qué le tocó esta realidad y no otra, por qué a mí, por qué esto. Verónica, de por sí, representa de manera inconsciente muchas realidades chilenas de la mujer contemporánea: la mujer puesta en una burbuja social donde su voz no hace eco, ni como esposa, ni como madre, ni siquiera como mujer.

En el caso de ‘Madame Bovary’, el hecho de que aquí se repita el mismo parangón de la mujer reprimida y encerrada en un receptáculo de rol mujer-esposa-madre, no es casualidad. Ya lo había escrito Flaubert: ‘Un hombre, por lo menos, es libre. Puede pasar por todas las pasiones, recorrer los países, saltar los obstáculos, hincar el diente a los más exóticos placeres. Pero una mujer está continuamente rodeada de trabas. Inerte y flexible al mismo tiempo, tiene en contra suya tanto las molicies de la carne como las ataduras de la ley. Su voluntad, igual que el vuelo de su sombrero sujeto por una cinta, flota a todos los vientos; siempre hay algún anhelo que arrebata y alguna convención que refrena’. El personaje de Emma en la obra del francés, se enamora de otro hombre y así empieza una cadena de acontecimientos que rompen la santa estructura del matrimonio y las apariencias que, aún en esa época del siglo XIX, aún no eran tabúes completamente rotos.

Aquí Verónica, el personaje de Odgers, en su viaje desesperado de querer huir de la infelicidad, se enamora de no sólo uno, sino de dos hombres, de uno más que otro, que sin embargo reflejan el mismo pesar del que su protagonista huye: uno de sus amantes representa todo lo nocivo que ella no quiere, el compromiso excesivo, la lealtad a fuego, ese ‘berrinche’ de sentimentalismo que nadie anhela en una relación pero que se hace presente indiscutiblemente. Y el otro que, fatídicamente, no logra concretarse por el destino, el destino que nos roba lo más preciado y que nos hace valer como nunca. Y nos hace aprender.

Rabia, sociedad, opresión, sexo, hijos, amigas, degradación, frustración, mujeres, hombres, matrimonio, aburrimiento, trabajo, género, roles, perdición, emancipación, amor, odio, esperanza, liberación. En los catálogos del American Film Institute se acostumbraba anunciar una serie de conceptos que se relacionaban directamente con la obra audiovisual o la obra literaria en que se basaba. En el caso de ‘Más silenciosa que mi sombra’, sería una cadena de conceptos similar a las de arriba: todos drásticos, fuertes, listos para explotar, para indagar. Con la mente y los sentidos abiertos. Un gesto noble.

La marcada geografía que empapa el relato (por el origen de su autora), logra ceder aún más veracidad, una verdad carnal que se consolida cuando relata ciertos lugares o venas de la ciudad de Concepción, como si fuese la palma de su mano. Las calles roídas, la citación de los cafés antiguos, el frío, las plazas, el verde, el mar, el aire, son todos elementos urbanos típicos que logran demostrar una fuerza tremenda y que además son la lectura del carácter pedregoso y con ansias de libertad que tiene su protagonista, más aún si un lector que lee la novela es de la región.

Además la vorágine que sufre Verónica realizada muchas veces con sus amigas por las noches, de alguna manera, rompe con el prejuicio de que mujeres maduras vayan a lugares típicos de entretención y juerga, sino que frecuentan bares alternativos de música electrónica y rock e, incluso más atípico aún, discotecas de ambiente gay lésbico, donde se desdibuja el género, la vestimenta, los modismos, el lenguaje y los estereotipos sexuales de cajón, y su protagonista, como en pocos pasajes de la novela, se ve enfrascada en una realidad considerablemente diferente y fascinante, aprendiéndola a valorar por su naturaleza radical y poniendo a juicio su propia realidad, observando con otra lupa el mundo.

‘Tengo un día; si lo sé aprovechar, tengo un tesoro’, decía Gabriela Mistral. Aquí, Odgers constantemente trata de aprovechar los días y las noches, a medida que avanza el relato, cuando comienza a resquebrajarse de su angustioso sitial y pone todo en duda. Todo.

Una novela como ‘Más silenciosa que mi sombra’ nos lleva a despojarnos de un retrato sano y aceptado de relaciones sexuales matrimoniales a la vieja usanza chilena y sentimental, sobretodo en el género femenino. Podemos ver a Calígula, las películas de Ingrid Bergman, de Woody Allen, el programa de la doctora Polo por televisión, pornografía barata, leer poesía violenta o al Marqués de Sade, a la Isabel Allende, a Pía Barros, tener en cuenta las más audaces ramificaciones posibles en el arte y la literatura sobre erotismo y sexualidad, lo más radical posible, pero siempre lo más sanguinario y difícil de digerir será lo que tengamos a metros nuestros y en su estado más sutil y peligroso: la cotidianeidad misma. Y lo doloroso que es tener que vivir una vida marcada por el aburrimiento y el fastidio diario, pero con una gran luz esperanzadora hacia el final, enfrentando los peores miedos: el miedo al qué dirán, himno nacional de nuestro comportamiento criollo, y el miedo a la vergüenza frente a toda una sociedad.

El mismo título de la obra contribuye a enfrentar esos miedos: la sombra de uno(a) jamás nos dejará, pero delata todos nuestros fantasmas que nos persiguen a diario. Y uno, como dueño de esa sombra, aprende a guardar silencio. Más del que debe. Para ver qué espectáculo seguirá.

Una novela como la de Odgers, nos invita (más en particular a las mujeres chilenas contemporáneas de edad media, casadas, heterosexuales, despojadas de todo pasatiempo e incluso de tiempo para ellas mismas) que se miren en un espejo y vean si todo está en orden o no, si todo está como quisieran o no. Es, a mucho atrevimiento, la novela más cruda y sensata sobre la falta de amor en una relación que se supone que ante los ojos de la sociedad y de Dios es íntegra y sacrosanta, que haya leído en mucho tiempo.

‘Más silenciosa que mi sombra’ de Ingrid Odgers hiere el sexo y el amor, pero también los eleva a un estado de desamparo total, de éxtasis que sólo se puede experimentar con la pérdida de un amor y la confusión más turbadora, de no saber si estamos actuando correcta o incorrectamente, si es deleznable, si es corrupto, si es viable, si es posible, si es imaginable que una mujer en la madurez de su vida, pueda tener otra oportunidad de ser feliz, con o sin hijos, con o sin marido. Aunque, en realidad, ¿qué debiera importar tanto considerando el caótico y variopinto estado actual del mundo?

Federico Krampack

Ingrid Odgers Toloza, nace en Concepción, Chile (1955). Estudia en la Escuela Marina de Chile ex-nº74, en el Colegio Inmaculada Concepción y en el Liceo Fiscal de Niñas de su ciudad natal. Ingresa a la Universidad y estudia Ingeniería Comercial. Comienza a trabajar en la Cía Cervecerías Unidas en Concepción y en 1981 ingresa a la Cía. Carbonífera Schwager. Estudia Programación Computacional y Análisis de Sistemas en la Escuela de Negocios e Informática de Concepción. Realiza diversos cursos y seminarios de perfeccionamiento profesional, entre ellos, evaluación de proyectos, análisis financiero, diplomado en administración y marketing, programación neurolingüística, producción de eventos y sicología del liderazgo. Se ha desempeñado como asesora en informática, literatura y gestión cultural, es profesora de informática y directora de diversos talleres literarios en Concepción, Talcahuano y Lota. Es co-fundadora del Centro de Investigaciones Culturales La Silla, ha obtenido como gestora el Premio Consejo Nacional del Libro en dos ocasiones y como escritora integra diversas organizaciones nacionales e internacionales. Fue postulada al Premio de Arte y Cultura, artes literarias Baldomero Lillo 2008, región del Bío-Bío. Obtuvo el Premio de Novela Fondo de Apoyo a Iniciativas Culturales 2008, de la Municipalidad de Concepción. Su obra integra la Historia de la Literatura Hispanoamericana de Polonia, en el 2008.

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