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viernes, 28 de agosto de 2009

Homenaje a Alfonso Calderón, poeta de Chile

Por Ingrid Odgers

extracto:

Alfonso Calderón, poeta de Chile, Premio Nacional de Literatura, padre de la poeta Teresa Calderón


Alfonso Sergio Calderón Squadritto (San Fernando, 21 de noviembre de 1930Santiago, 8 de agosto de 2009[1] ) fue un poeta, novelista, ensayista y crítico, Premio Nacional de Literatura

La Muerte Está en El Olvido

de Alfonso Calderón

Tengo estos huesos hechos a las penas.
MIGUEL HERNÁNDEZ

Este cuerpo ya sobra en el olvido
de un aéreo silencio vibrador
donde los años llegan con rumor
de arterias aplacadas sin sonido.

Esta tristeza devuelve el dolor
de unos muslos ausentes y perdidos
tal espuma interpretada en sabor
a sangre y labios consumidos.

Este ciego instinto de unas penas
en el atardecer angustiado de los huesos.
Este engaño de una sonrisa que apenas
en el fondo es un cielo o unos besos
y que en la muerte será un rostro espeso
que dulcemente ocultan unas venas.



Buscaremos A Los Dioses de Alfonso Calderón

Tú que sabes del tibio acento de las plumas
y del calor infinito escondido en la nieve
trata de penetrar en este vago porvenir de sueños
en prodigio de savia o rosa adolescente.

Recuerda que aún debajo del laurel
está la axila resplandeciente de un cuerpo lejano;
y encima del labio hay un sonido eterno
a muerte o esperanza calcinada.

Y recuerda finalmente que un día prometidos a la sombra
buscaremos juntos la comarca del silencio
y entraremos puros como pájaros sin límite
a contemplar la mirada altiva de los dioses.

Teresa, nos contó que el poeta escribió en su diario de vida:


La Serena, 1/ IV/ 1955


“Ayer nació mi hija Teresa. ¡Qué extraños los sentimientos de paternidad! “Algo es de uno”, parecería ser lo primero que se dice, y sin embargo la posesión no es la de un maravilloso objeto natural, sino de sentirse dueño de un trozo de cielo, de una orilla del río, de una estrella lejana. Dormí con ella, porque Lila está muy agotada, la niña tenía frío y parecía temblar. En una cama lateral, abrazados, sentí que ella y yo éramos una perfecta unidad (…)
Al amanecer llegó a lavarla la maldita matrona y sugirió que debía tener algo en el píloro, pues vomitaba algo oscuro, digería mal. Más tarde viene el médico, le digo y sonríe: “¿Quién le dijo eso?>" e explico que la matrona. Me respondió: <<¡Tonterías! >>, fue un parto difícil, tragó algo de líquido amniótico y eso fue todo y yo echo a descansar.

Pienso, para no aburrirme, que el hospital es una isla. Que hay en ella sitios desconocidos. Miro los muros y descubro las famosas machas en la pared a que alude Leonardo da Vinci en sus notas. Puedo darme cuenta del poder de la imaginación del artista. Veía en ello el núcleo de una creación a partir de un estímulo externo que se busca sin saber cómo ha de operar sobre nosotros. Había una mancha, tenía forma de un río largo que se cruzaba consigo mismo, en medio de una serie de fragmentos. Pienso en fagocitos blancos, en caravanas comandadas por Johnny Mac Brown, el ex-jugador de fútbol americano que se hizo cowboy del cine en cuanto le falló la rodilla. Johnny Mac Brown va rumbo a Oregon.
Entran las enfermeras, salen las enfermeras. Lila dice que fue una carnicería la que hicieron con ella. Le explico que son gajes del oficio. Me dice: <<¡es que no te tocó a ti! >> En fin, hay que decir algo, pero no sé qué más. La comida del hospital prepara para las operaciones aún a los que no tienen que operarse. Cobran como si fuese hotel de lujo, pero deben dormir ratas, tres trozos de lechuga; un puré aguado con lo que llaman una croqueta, que es piltrafa pura, y al final un durazno picoteado por la vida, como algunas paicas del tango.
Oigo a una estúpida que habla en el pasillo de unas damas distinguidas que venían a hacerse examinar por un médico, el doctor X, y terminaban acostados <>. ¡Qué idiotas! ¿Cómo se acuestan los párvulos? Ellos duermen; el doctor y la señora distinguida, no. El asunto sigue. Una dice a la otra que hay gente histérica, que por un parto hacen un escándalo como si fueran a romperse porque van a parir una de las estatuas de la Alameda, y salen con un ratón debilucho que es una miseria. Comienzo a sacar cuentas del despojo del Hospital. Tengo deudas hasta para el día de Pascuas.
Debo preparar una clase sobre Alfonso X el Sabio. No sé dónde encontrar la Grande e General Estoria. Me gustaría citar algunos párrafos en clase; pero, a lo menos, tengo algunas de las Cantigas, dos o tres descripciones de los lugares que él estima convenientes para hacer las clases, cómo deben ser tratados los maestros. Además, algo de las Tablas Alfonsíes. Canciones de Luis Castro entran por la ventana. Caminaré solo. Calor, sed, pánico de las deudas. No es poco para pensar. Teresita está mejor

La Serena, 14/V/1955


Mi hija crece a diario. Por momentos me quedo mirándola, tratando de adivinar qué va ser de ella mañana, cuando crezca. ¿Se propondrá entender cómo somos, en la alegría o en la desdicha, en la paz o en la guerra, sus semejantes? ¿o le dará por meterse en la madriguera de la costumbre, de lo establecido, pensando en las joyas o en vivir sintonizada a lo que ocurre sin necesidad del uso del pensamiento?
Lo único que deseo es no verla con visitas al <>, a ese alter que produce como resultado poco más que la <>. A ello, si me fuera posible elegir su destino, la quisiera ver rondando la otra salida, la que atiende al ensimismamiento como el mejor capital.
Hoy, ha mirado lentamente una ardilla de juguete y la ha levantado en dirección al sol, como si fuese la cabeza de un sacrificado.

La Serena, 2/IX/1955
Aprovecho el hermoso día soleado y llevo a mi hija Teresa a que el viento la zarandee, eternizando este momento. Se ahoga un poco y debo ponerla esquivándolo. Ya vendrá un día en el cual yo pueda decirle: <<¡Haz! ¡Ahora te toca a ti!>>
Mi pequeña Dama de Elche sonríe y se vivifica

lunes, 17 de agosto de 2009

Crítica literaria Novela de Ingrid Odgers

CRÍTICA

‘MÁS SILENCIOSA QUE MI SOMBRA’

De Ingrid Odgers

Por Federico Krampack

Al momento que uno comienza a leer la novela ‘Más silenciosa que mi sombra’ de la autora penquista Ingrid Odgers, de inmediato se le vienen muchas imágenes icónicas a la mente: Virginia Woolf, mujeres en problemas, en rígidas bitácoras de vida y acongojadas con el puterío de la realidad chilena diaria, Katharine Hepburn (la fierecilla indomable del cine anterior al Tecnicolor), Frida Kahlo, esa mujer de cómic (con pañoleta roja a la cabeza y el puño alzado) que aparece en las publicidades vintage de un feminismo en pañales que reza YOU CAN DO IT.

Si debiéramos resumir en una sola palabra esta pequeña obra maestra penquista, sería con un agudo, obtuso y chirriante ‘verídico’. Esto es verídico. ‘Más silenciosa que mi sombra’ tiene tantas dolorosas capas de verdad, que parece superar a la ficción. YOU CAN DO IT, Ingrid.

Una mujer furiosa y áspera con la vida nos habla desde la primera página con un ímpetu cotidiano, cercenador, monótono a ratos, con una respiración mecánica que resulta agotadora, pero con una gran luz interior. Del primer párrafo, ya empieza a hablar mal del marido, y a medida que uno avanza en el relato, las descripciones se hacen más explícitas.

Puede sonar un aspecto desconcertante, de carácter feminista, radical (que se puede aplicar también a la teoría de género o la literatura de Simone de Beauvoir), pero lo cierto es que ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de todo, absolutamente de todo, además del tono feminista que impregna toda la novela, un feminismo natural que se encuentra en el chip mental de todas las mujeres, pero que muy pocas se atreven a ponerlo en la práctica e incluso manifestarlo, aunque sea en cosas pequeñas, en esos detalles inocuos del diario vivir que, vistos con lupa, están adornados con una buena dosis de anarquismo. Lo que tiene de sobra la novela es una buena dosis de bullicio, griterío interno, descorazonador, y de remezón social como para remover mil lectores de un viaje. No es literatura chilena a la antigua. No es narrativa lacónica y prácticamente romántica, sin ‘barniz’ de mujeres para mujeres, a lo Marcela Serrano o Isabel Allende. Es prácticamente dinamita pura, como bien podría decirse del arte de Frida Kahlo, citando a André Breton: ‘Una cinta alrededor de una bomba’.

Ingrid Odgers es un producto regional invaluable. No está en las grandes librerías del país como una best-seller ni mucho menos es alguien que sale en los avatares del Arte y Letras de El Mercurio, pero PODRÍA estarlo. La bomba aquí se llama ‘realidad’, dura y tóxica de una mujer chilena de edad media que naufraga en la rutina, el estado ruin del mundo laboral y la desesperación en el matrimonio típicamente aburrido y fastidiado, con un marido apagado, prehistórico que sólo busca sexo y comodidad social, y materialista, pero también una realidad tremendamente esperanzadora, a pesar de todo el tono gris, ruin, predecible a ratos y decadente que tiene (en apariencia) la novela.

Desarrollada en un ambiente chileno cotidiano en la ciudad de Concepción, y narrada en su totalidad en primera persona, ‘Más silenciosa que mi sombra’, de primeras, pareciera moverse con un tono oscuro, incluso hasta amargo, a través de los pensamientos, broncas y anhelos de Verónica, su trepidante y analítica protagonista, pero a medida que avanza el relato va tomando un tono menos lúgubre y más vívido.

Del blanco y negro paulatinamente va pasando al color, al fuego, al lenguaje soez, al lenguaje del cuerpo, al discurso del cuerpo, en un tono carnal y cotidiano, sin ser esteta ni mucho menos barroco, sino real, sin mayores adjetivos, sin mayores adornos ni trampas de narración, algo que se agradece pero que también se critica enormemente, puesto que carece de hipérboles o de metáforas que podrían haberse aprovechado más aún dado el carácter furibundo de la protagonista. La descripción a ratos parece simple, desganada, pero quizás ese mismo aspecto algo lánguido del estilo en que está narrada la historia, sea el espectro de la misma protagonista, un espectro fúnebre, demacrado y que va a tono con la historia que pasa por toda la oscuridad y rabia posible hasta encontrar pasajes de luz y de fe.

El modo en que se relata ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de carácter puramente personal, a modo de diario de vida, sencillo, íntimo y desprovisto de elementos estéticos propios de la novela. Se evitan las descripciones explícitas, las analogías o componentes que parecieran ser muy decorativos y hasta prescindibles. Los días de la semana (tan debidamente marcados al inicio de cada capítulo) nos da la sensación de que nuestra protagonista vive cada día bajo un sistema totalitario y que las sorpresas no serán algo muy corriente dentro del relato, puesto que todo el tono es demacrado, tedioso, agotador, la protagonista se ve cansada siempre, y la rabia contenida se siente en todos los capítulos.

Si hay un aspecto que destacar notablemente del trabajo de Odgers, es su maravilloso y tallado nivel de sexualidad y de sufrimiento debidamente marcado y narrado, pulcro, fino y desprovisto de tabúes, que para muchos (como este servidor) les recordará dos célebres ejemplos desde ya por la temática y el telón de fondo: la ‘Madame Bovary’ de Flaubert y ‘La señora Dalloway’ de Virginia Woolf.

Aunque son referentes extremos de la literatura y que parecieran estar a años luz de la obra aquí expuesta, tanto por influencia como por estilo, lo cierto e indudable es que Odgers recoge elementos básicos de la literatura inglesa y francesa que de alguna manera logró encapsular la terrible realidad social que escondían las mujeres de la época (y en realidad, de todos los tiempos inherentemente); y principalmente de la obra de Woolf a través de la insistente, atrevida (y en ciertos pasajes, hasta molesta) narración de detalles y labores cotidianas. ‘A las nueve en punto llega el ogro, me mira, me pide un café, se mete a la ducha, se viste rápido, de un trago se toma un café y abre la puerta de calle al tiempo que dice ya…’

De por sí, la sola descripción de actividades y gestos en seguidilla, como un rito impuesto, despiertan en el lector una sensación de hastío tremendo, un sopor diario que se hace tedioso, una rutina que se hace cada vez más espantosa, algo que logra transmitir de manera excelente su autora. El tono decadente y de impotencia logra poner la piel de gallina y más aún sabiendo que la historia puede perfectamente adecuarse a la realidad chilena.

En lo personal, Odgers y su obra me recordaron mucho a la película ‘Las horas’ (efectivamente basada en una obra de Virginia Woolf) del director Stephen Daldry, donde el personaje de Julianne Moore (la que está ambientada en plena era de la post guerra en EE.UU.) pasa por similares estados que la protagonista de ‘Más silenciosa que mi sombra’. Su mundo es una burbuja donde el ser mujer y esposa no es más que una brutal sentencia de muerte (o de vida), su felicidad se ve truncada por la falta de apetito por el amor y la fe, no tiene deseos de seguir edificando esa ruin bitácora de levantarse y saludar al marido y prepararle dignamente el desayuno, atender a su hijo y además tener en cuenta que está embarazada nuevamente.

Ese mismo retrato de la protagonista de la película, está perfectamente amoldada al personaje de Verónica acá en la novela; es una mujer tremendamente acongojada, furiosa con el mundo y su papel, su sexo, el por qué le tocó esta realidad y no otra, por qué a mí, por qué esto. Verónica, de por sí, representa de manera inconsciente muchas realidades chilenas de la mujer contemporánea: la mujer puesta en una burbuja social donde su voz no hace eco, ni como esposa, ni como madre, ni siquiera como mujer.

En el caso de ‘Madame Bovary’, el hecho de que aquí se repita el mismo parangón de la mujer reprimida y encerrada en un receptáculo de rol mujer-esposa-madre, no es casualidad. Ya lo había escrito Flaubert: ‘Un hombre, por lo menos, es libre. Puede pasar por todas las pasiones, recorrer los países, saltar los obstáculos, hincar el diente a los más exóticos placeres. Pero una mujer está continuamente rodeada de trabas. Inerte y flexible al mismo tiempo, tiene en contra suya tanto las molicies de la carne como las ataduras de la ley. Su voluntad, igual que el vuelo de su sombrero sujeto por una cinta, flota a todos los vientos; siempre hay algún anhelo que arrebata y alguna convención que refrena’. El personaje de Emma en la obra del francés, se enamora de otro hombre y así empieza una cadena de acontecimientos que rompen la santa estructura del matrimonio y las apariencias que, aún en esa época del siglo XIX, aún no eran tabúes completamente rotos.

Aquí Verónica, el personaje de Odgers, en su viaje desesperado de querer huir de la infelicidad, se enamora de no sólo uno, sino de dos hombres, de uno más que otro, que sin embargo reflejan el mismo pesar del que su protagonista huye: uno de sus amantes representa todo lo nocivo que ella no quiere, el compromiso excesivo, la lealtad a fuego, ese ‘berrinche’ de sentimentalismo que nadie anhela en una relación pero que se hace presente indiscutiblemente. Y el otro que, fatídicamente, no logra concretarse por el destino, el destino que nos roba lo más preciado y que nos hace valer como nunca. Y nos hace aprender.

Rabia, sociedad, opresión, sexo, hijos, amigas, degradación, frustración, mujeres, hombres, matrimonio, aburrimiento, trabajo, género, roles, perdición, emancipación, amor, odio, esperanza, liberación. En los catálogos del American Film Institute se acostumbraba anunciar una serie de conceptos que se relacionaban directamente con la obra audiovisual o la obra literaria en que se basaba. En el caso de ‘Más silenciosa que mi sombra’, sería una cadena de conceptos similar a las de arriba: todos drásticos, fuertes, listos para explotar, para indagar. Con la mente y los sentidos abiertos. Un gesto noble.

La marcada geografía que empapa el relato (por el origen de su autora), logra ceder aún más veracidad, una verdad carnal que se consolida cuando relata ciertos lugares o venas de la ciudad de Concepción, como si fuese la palma de su mano. Las calles roídas, la citación de los cafés antiguos, el frío, las plazas, el verde, el mar, el aire, son todos elementos urbanos típicos que logran demostrar una fuerza tremenda y que además son la lectura del carácter pedregoso y con ansias de libertad que tiene su protagonista, más aún si un lector que lee la novela es de la región.

Además la vorágine que sufre Verónica realizada muchas veces con sus amigas por las noches, de alguna manera, rompe con el prejuicio de que mujeres maduras vayan a lugares típicos de entretención y juerga, sino que frecuentan bares alternativos de música electrónica y rock e, incluso más atípico aún, discotecas de ambiente gay lésbico, donde se desdibuja el género, la vestimenta, los modismos, el lenguaje y los estereotipos sexuales de cajón, y su protagonista, como en pocos pasajes de la novela, se ve enfrascada en una realidad considerablemente diferente y fascinante, aprendiéndola a valorar por su naturaleza radical y poniendo a juicio su propia realidad, observando con otra lupa el mundo.

‘Tengo un día; si lo sé aprovechar, tengo un tesoro’, decía Gabriela Mistral. Aquí, Odgers constantemente trata de aprovechar los días y las noches, a medida que avanza el relato, cuando comienza a resquebrajarse de su angustioso sitial y pone todo en duda. Todo.

Una novela como ‘Más silenciosa que mi sombra’ nos lleva a despojarnos de un retrato sano y aceptado de relaciones sexuales matrimoniales a la vieja usanza chilena y sentimental, sobretodo en el género femenino. Podemos ver a Calígula, las películas de Ingrid Bergman, de Woody Allen, el programa de la doctora Polo por televisión, pornografía barata, leer poesía violenta o al Marqués de Sade, a la Isabel Allende, a Pía Barros, tener en cuenta las más audaces ramificaciones posibles en el arte y la literatura sobre erotismo y sexualidad, lo más radical posible, pero siempre lo más sanguinario y difícil de digerir será lo que tengamos a metros nuestros y en su estado más sutil y peligroso: la cotidianeidad misma. Y lo doloroso que es tener que vivir una vida marcada por el aburrimiento y el fastidio diario, pero con una gran luz esperanzadora hacia el final, enfrentando los peores miedos: el miedo al qué dirán, himno nacional de nuestro comportamiento criollo, y el miedo a la vergüenza frente a toda una sociedad.

El mismo título de la obra contribuye a enfrentar esos miedos: la sombra de uno(a) jamás nos dejará, pero delata todos nuestros fantasmas que nos persiguen a diario. Y uno, como dueño de esa sombra, aprende a guardar silencio. Más del que debe. Para ver qué espectáculo seguirá.

Una novela como la de Odgers, nos invita (más en particular a las mujeres chilenas contemporáneas de edad media, casadas, heterosexuales, despojadas de todo pasatiempo e incluso de tiempo para ellas mismas) que se miren en un espejo y vean si todo está en orden o no, si todo está como quisieran o no. Es, a mucho atrevimiento, la novela más cruda y sensata sobre la falta de amor en una relación que se supone que ante los ojos de la sociedad y de Dios es íntegra y sacrosanta, que haya leído en mucho tiempo.

‘Más silenciosa que mi sombra’ de Ingrid Odgers hiere el sexo y el amor, pero también los eleva a un estado de desamparo total, de éxtasis que sólo se puede experimentar con la pérdida de un amor y la confusión más turbadora, de no saber si estamos actuando correcta o incorrectamente, si es deleznable, si es corrupto, si es viable, si es posible, si es imaginable que una mujer en la madurez de su vida, pueda tener otra oportunidad de ser feliz, con o sin hijos, con o sin marido. Aunque, en realidad, ¿qué debiera importar tanto considerando el caótico y variopinto estado actual del mundo?

Federico Krampack

Ingrid Odgers Toloza, nace en Concepción, Chile (1955). Estudia en la Escuela Marina de Chile ex-nº74, en el Colegio Inmaculada Concepción y en el Liceo Fiscal de Niñas de su ciudad natal. Ingresa a la Universidad y estudia Ingeniería Comercial. Comienza a trabajar en la Cía Cervecerías Unidas en Concepción y en 1981 ingresa a la Cía. Carbonífera Schwager. Estudia Programación Computacional y Análisis de Sistemas en la Escuela de Negocios e Informática de Concepción. Realiza diversos cursos y seminarios de perfeccionamiento profesional, entre ellos, evaluación de proyectos, análisis financiero, diplomado en administración y marketing, programación neurolingüística, producción de eventos y sicología del liderazgo. Se ha desempeñado como asesora en informática, literatura y gestión cultural, es profesora de informática y directora de diversos talleres literarios en Concepción, Talcahuano y Lota. Es co-fundadora del Centro de Investigaciones Culturales La Silla, ha obtenido como gestora el Premio Consejo Nacional del Libro en dos ocasiones y como escritora integra diversas organizaciones nacionales e internacionales. Fue postulada al Premio de Arte y Cultura, artes literarias Baldomero Lillo 2008, región del Bío-Bío. Obtuvo el Premio de Novela Fondo de Apoyo a Iniciativas Culturales 2008, de la Municipalidad de Concepción. Su obra integra la Historia de la Literatura Hispanoamericana de Polonia, en el 2008.

Crítica literaria Novela de Ingrid Odgers

CRÍTICA

‘MÁS SILENCIOSA QUE MI SOMBRA’

De Ingrid Odgers

Por Federico Krampack

Al momento que uno comienza a leer la novela ‘Más silenciosa que mi sombra’ de la autora penquista Ingrid Odgers, de inmediato se le vienen muchas imágenes icónicas a la mente: Virginia Woolf, mujeres en problemas, en rígidas bitácoras de vida y acongojadas con el puterío de la realidad chilena diaria, Katharine Hepburn (la fierecilla indomable del cine anterior al Tecnicolor), Frida Kahlo, esa mujer de cómic (con pañoleta roja a la cabeza y el puño alzado) que aparece en las publicidades vintage de un feminismo en pañales que reza YOU CAN DO IT.

Si debiéramos resumir en una sola palabra esta pequeña obra maestra penquista, sería con un agudo, obtuso y chirriante ‘verídico’. Esto es verídico. ‘Más silenciosa que mi sombra’ tiene tantas dolorosas capas de verdad, que parece superar a la ficción. YOU CAN DO IT, Ingrid.

Una mujer furiosa y áspera con la vida nos habla desde la primera página con un ímpetu cotidiano, cercenador, monótono a ratos, con una respiración mecánica que resulta agotadora, pero con una gran luz interior. Del primer párrafo, ya empieza a hablar mal del marido, y a medida que uno avanza en el relato, las descripciones se hacen más explícitas.

Puede sonar un aspecto desconcertante, de carácter feminista, radical (que se puede aplicar también a la teoría de género o la literatura de Simone de Beauvoir), pero lo cierto es que ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de todo, absolutamente de todo, además del tono feminista que impregna toda la novela, un feminismo natural que se encuentra en el chip mental de todas las mujeres, pero que muy pocas se atreven a ponerlo en la práctica e incluso manifestarlo, aunque sea en cosas pequeñas, en esos detalles inocuos del diario vivir que, vistos con lupa, están adornados con una buena dosis de anarquismo. Lo que tiene de sobra la novela es una buena dosis de bullicio, griterío interno, descorazonador, y de remezón social como para remover mil lectores de un viaje. No es literatura chilena a la antigua. No es narrativa lacónica y prácticamente romántica, sin ‘barniz’ de mujeres para mujeres, a lo Marcela Serrano o Isabel Allende. Es prácticamente dinamita pura, como bien podría decirse del arte de Frida Kahlo, citando a André Breton: ‘Una cinta alrededor de una bomba’.

Ingrid Odgers es un producto regional invaluable. No está en las grandes librerías del país como una best-seller ni mucho menos es alguien que sale en los avatares del Arte y Letras de El Mercurio, pero PODRÍA estarlo. La bomba aquí se llama ‘realidad’, dura y tóxica de una mujer chilena de edad media que naufraga en la rutina, el estado ruin del mundo laboral y la desesperación en el matrimonio típicamente aburrido y fastidiado, con un marido apagado, prehistórico que sólo busca sexo y comodidad social, y materialista, pero también una realidad tremendamente esperanzadora, a pesar de todo el tono gris, ruin, predecible a ratos y decadente que tiene (en apariencia) la novela.

Desarrollada en un ambiente chileno cotidiano en la ciudad de Concepción, y narrada en su totalidad en primera persona, ‘Más silenciosa que mi sombra’, de primeras, pareciera moverse con un tono oscuro, incluso hasta amargo, a través de los pensamientos, broncas y anhelos de Verónica, su trepidante y analítica protagonista, pero a medida que avanza el relato va tomando un tono menos lúgubre y más vívido.

Del blanco y negro paulatinamente va pasando al color, al fuego, al lenguaje soez, al lenguaje del cuerpo, al discurso del cuerpo, en un tono carnal y cotidiano, sin ser esteta ni mucho menos barroco, sino real, sin mayores adjetivos, sin mayores adornos ni trampas de narración, algo que se agradece pero que también se critica enormemente, puesto que carece de hipérboles o de metáforas que podrían haberse aprovechado más aún dado el carácter furibundo de la protagonista. La descripción a ratos parece simple, desganada, pero quizás ese mismo aspecto algo lánguido del estilo en que está narrada la historia, sea el espectro de la misma protagonista, un espectro fúnebre, demacrado y que va a tono con la historia que pasa por toda la oscuridad y rabia posible hasta encontrar pasajes de luz y de fe.

El modo en que se relata ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de carácter puramente personal, a modo de diario de vida, sencillo, íntimo y desprovisto de elementos estéticos propios de la novela. Se evitan las descripciones explícitas, las analogías o componentes que parecieran ser muy decorativos y hasta prescindibles. Los días de la semana (tan debidamente marcados al inicio de cada capítulo) nos da la sensación de que nuestra protagonista vive cada día bajo un sistema totalitario y que las sorpresas no serán algo muy corriente dentro del relato, puesto que todo el tono es demacrado, tedioso, agotador, la protagonista se ve cansada siempre, y la rabia contenida se siente en todos los capítulos.

Si hay un aspecto que destacar notablemente del trabajo de Odgers, es su maravilloso y tallado nivel de sexualidad y de sufrimiento debidamente marcado y narrado, pulcro, fino y desprovisto de tabúes, que para muchos (como este servidor) les recordará dos célebres ejemplos desde ya por la temática y el telón de fondo: la ‘Madame Bovary’ de Flaubert y ‘La señora Dalloway’ de Virginia Woolf.

Aunque son referentes extremos de la literatura y que parecieran estar a años luz de la obra aquí expuesta, tanto por influencia como por estilo, lo cierto e indudable es que Odgers recoge elementos básicos de la literatura inglesa y francesa que de alguna manera logró encapsular la terrible realidad social que escondían las mujeres de la época (y en realidad, de todos los tiempos inherentemente); y principalmente de la obra de Woolf a través de la insistente, atrevida (y en ciertos pasajes, hasta molesta) narración de detalles y labores cotidianas. ‘A las nueve en punto llega el ogro, me mira, me pide un café, se mete a la ducha, se viste rápido, de un trago se toma un café y abre la puerta de calle al tiempo que dice ya…’

De por sí, la sola descripción de actividades y gestos en seguidilla, como un rito impuesto, despiertan en el lector una sensación de hastío tremendo, un sopor diario que se hace tedioso, una rutina que se hace cada vez más espantosa, algo que logra transmitir de manera excelente su autora. El tono decadente y de impotencia logra poner la piel de gallina y más aún sabiendo que la historia puede perfectamente adecuarse a la realidad chilena.

En lo personal, Odgers y su obra me recordaron mucho a la película ‘Las horas’ (efectivamente basada en una obra de Virginia Woolf) del director Stephen Daldry, donde el personaje de Julianne Moore (la que está ambientada en plena era de la post guerra en EE.UU.) pasa por similares estados que la protagonista de ‘Más silenciosa que mi sombra’. Su mundo es una burbuja donde el ser mujer y esposa no es más que una brutal sentencia de muerte (o de vida), su felicidad se ve truncada por la falta de apetito por el amor y la fe, no tiene deseos de seguir edificando esa ruin bitácora de levantarse y saludar al marido y prepararle dignamente el desayuno, atender a su hijo y además tener en cuenta que está embarazada nuevamente.

Ese mismo retrato de la protagonista de la película, está perfectamente amoldada al personaje de Verónica acá en la novela; es una mujer tremendamente acongojada, furiosa con el mundo y su papel, su sexo, el por qué le tocó esta realidad y no otra, por qué a mí, por qué esto. Verónica, de por sí, representa de manera inconsciente muchas realidades chilenas de la mujer contemporánea: la mujer puesta en una burbuja social donde su voz no hace eco, ni como esposa, ni como madre, ni siquiera como mujer.

En el caso de ‘Madame Bovary’, el hecho de que aquí se repita el mismo parangón de la mujer reprimida y encerrada en un receptáculo de rol mujer-esposa-madre, no es casualidad. Ya lo había escrito Flaubert: ‘Un hombre, por lo menos, es libre. Puede pasar por todas las pasiones, recorrer los países, saltar los obstáculos, hincar el diente a los más exóticos placeres. Pero una mujer está continuamente rodeada de trabas. Inerte y flexible al mismo tiempo, tiene en contra suya tanto las molicies de la carne como las ataduras de la ley. Su voluntad, igual que el vuelo de su sombrero sujeto por una cinta, flota a todos los vientos; siempre hay algún anhelo que arrebata y alguna convención que refrena’. El personaje de Emma en la obra del francés, se enamora de otro hombre y así empieza una cadena de acontecimientos que rompen la santa estructura del matrimonio y las apariencias que, aún en esa época del siglo XIX, aún no eran tabúes completamente rotos.

Aquí Verónica, el personaje de Odgers, en su viaje desesperado de querer huir de la infelicidad, se enamora de no sólo uno, sino de dos hombres, de uno más que otro, que sin embargo reflejan el mismo pesar del que su protagonista huye: uno de sus amantes representa todo lo nocivo que ella no quiere, el compromiso excesivo, la lealtad a fuego, ese ‘berrinche’ de sentimentalismo que nadie anhela en una relación pero que se hace presente indiscutiblemente. Y el otro que, fatídicamente, no logra concretarse por el destino, el destino que nos roba lo más preciado y que nos hace valer como nunca. Y nos hace aprender.

Rabia, sociedad, opresión, sexo, hijos, amigas, degradación, frustración, mujeres, hombres, matrimonio, aburrimiento, trabajo, género, roles, perdición, emancipación, amor, odio, esperanza, liberación. En los catálogos del American Film Institute se acostumbraba anunciar una serie de conceptos que se relacionaban directamente con la obra audiovisual o la obra literaria en que se basaba. En el caso de ‘Más silenciosa que mi sombra’, sería una cadena de conceptos similar a las de arriba: todos drásticos, fuertes, listos para explotar, para indagar. Con la mente y los sentidos abiertos. Un gesto noble.

La marcada geografía que empapa el relato (por el origen de su autora), logra ceder aún más veracidad, una verdad carnal que se consolida cuando relata ciertos lugares o venas de la ciudad de Concepción, como si fuese la palma de su mano. Las calles roídas, la citación de los cafés antiguos, el frío, las plazas, el verde, el mar, el aire, son todos elementos urbanos típicos que logran demostrar una fuerza tremenda y que además son la lectura del carácter pedregoso y con ansias de libertad que tiene su protagonista, más aún si un lector que lee la novela es de la región.

Además la vorágine que sufre Verónica realizada muchas veces con sus amigas por las noches, de alguna manera, rompe con el prejuicio de que mujeres maduras vayan a lugares típicos de entretención y juerga, sino que frecuentan bares alternativos de música electrónica y rock e, incluso más atípico aún, discotecas de ambiente gay lésbico, donde se desdibuja el género, la vestimenta, los modismos, el lenguaje y los estereotipos sexuales de cajón, y su protagonista, como en pocos pasajes de la novela, se ve enfrascada en una realidad considerablemente diferente y fascinante, aprendiéndola a valorar por su naturaleza radical y poniendo a juicio su propia realidad, observando con otra lupa el mundo.

‘Tengo un día; si lo sé aprovechar, tengo un tesoro’, decía Gabriela Mistral. Aquí, Odgers constantemente trata de aprovechar los días y las noches, a medida que avanza el relato, cuando comienza a resquebrajarse de su angustioso sitial y pone todo en duda. Todo.

Una novela como ‘Más silenciosa que mi sombra’ nos lleva a despojarnos de un retrato sano y aceptado de relaciones sexuales matrimoniales a la vieja usanza chilena y sentimental, sobretodo en el género femenino. Podemos ver a Calígula, las películas de Ingrid Bergman, de Woody Allen, el programa de la doctora Polo por televisión, pornografía barata, leer poesía violenta o al Marqués de Sade, a la Isabel Allende, a Pía Barros, tener en cuenta las más audaces ramificaciones posibles en el arte y la literatura sobre erotismo y sexualidad, lo más radical posible, pero siempre lo más sanguinario y difícil de digerir será lo que tengamos a metros nuestros y en su estado más sutil y peligroso: la cotidianeidad misma. Y lo doloroso que es tener que vivir una vida marcada por el aburrimiento y el fastidio diario, pero con una gran luz esperanzadora hacia el final, enfrentando los peores miedos: el miedo al qué dirán, himno nacional de nuestro comportamiento criollo, y el miedo a la vergüenza frente a toda una sociedad.

El mismo título de la obra contribuye a enfrentar esos miedos: la sombra de uno(a) jamás nos dejará, pero delata todos nuestros fantasmas que nos persiguen a diario. Y uno, como dueño de esa sombra, aprende a guardar silencio. Más del que debe. Para ver qué espectáculo seguirá.

Una novela como la de Odgers, nos invita (más en particular a las mujeres chilenas contemporáneas de edad media, casadas, heterosexuales, despojadas de todo pasatiempo e incluso de tiempo para ellas mismas) que se miren en un espejo y vean si todo está en orden o no, si todo está como quisieran o no. Es, a mucho atrevimiento, la novela más cruda y sensata sobre la falta de amor en una relación que se supone que ante los ojos de la sociedad y de Dios es íntegra y sacrosanta, que haya leído en mucho tiempo.

‘Más silenciosa que mi sombra’ de Ingrid Odgers hiere el sexo y el amor, pero también los eleva a un estado de desamparo total, de éxtasis que sólo se puede experimentar con la pérdida de un amor y la confusión más turbadora, de no saber si estamos actuando correcta o incorrectamente, si es deleznable, si es corrupto, si es viable, si es posible, si es imaginable que una mujer en la madurez de su vida, pueda tener otra oportunidad de ser feliz, con o sin hijos, con o sin marido. Aunque, en realidad, ¿qué debiera importar tanto considerando el caótico y variopinto estado actual del mundo?

Federico Krampack

Ingrid Odgers Toloza, nace en Concepción, Chile (1955). Estudia en la Escuela Marina de Chile ex-nº74, en el Colegio Inmaculada Concepción y en el Liceo Fiscal de Niñas de su ciudad natal. Ingresa a la Universidad y estudia Ingeniería Comercial. Comienza a trabajar en la Cía Cervecerías Unidas en Concepción y en 1981 ingresa a la Cía. Carbonífera Schwager. Estudia Programación Computacional y Análisis de Sistemas en la Escuela de Negocios e Informática de Concepción. Realiza diversos cursos y seminarios de perfeccionamiento profesional, entre ellos, evaluación de proyectos, análisis financiero, diplomado en administración y marketing, programación neurolingüística, producción de eventos y sicología del liderazgo. Se ha desempeñado como asesora en informática, literatura y gestión cultural, es profesora de informática y directora de diversos talleres literarios en Concepción, Talcahuano y Lota. Es co-fundadora del Centro de Investigaciones Culturales La Silla, ha obtenido como gestora el Premio Consejo Nacional del Libro en dos ocasiones y como escritora integra diversas organizaciones nacionales e internacionales. Fue postulada al Premio de Arte y Cultura, artes literarias Baldomero Lillo 2008, región del Bío-Bío. Obtuvo el Premio de Novela Fondo de Apoyo a Iniciativas Culturales 2008, de la Municipalidad de Concepción. Su obra integra la Historia de la Literatura Hispanoamericana de Polonia, en el 2008.

miércoles, 15 de julio de 2009

CHILE: Mujer, literatura y discriminación


Ponencia Encuentro Mundial de Poetas Oaxaca -México
Por Ingrid Odgers Toloza

Para aquellos que aseguran que la mujer chilena, en el medio artístico-literario, no sufre las consecuencias de la discriminación, debido a su género, podemos afirmar “que no hay peor ciego que el que no quiere ver”(con el perdón de los no videntes).

Pero no solo somos discriminadas, sino que con el tiempo una se lo va creyendo (cuando aludo al tiempo, me refiero a siglos de historia).

Las tres formas de discriminación contra la mujer más frecuentes en Chile son:

• Falta de autonomía sobre el cuerpo expresado en limitaciones al ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos
• Desigualdad económica y social que recae en las mujeres, restringiendo su autonomía económica
• Restricción para acceder a espacios de poder de forma igualitaria con los hombres

Hay frecuentemente tres excusas de los hombres chilenos para defender la discriminación, ellas son:

-no existe discriminación, ¿de qué discrimminación me hablas?
-en la práctica, las mujeres tienen más deerechos que los hombres
-en mi casa, mi señora es la que manda
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Con tanta modernidad, tantos derechos humanos, tantos países avanzados democráticamente y tanta vaina, todavía existe en el siglo XXI, esa lacra social del abuso sexista, a la mujer en todos los órdenes de vida.
Nos enteramos por la TV, de esas verdaderas atrocidades, que no entran en la mente occidental, de cualquier persona civilizada, la deshumanizada aberración, que practican en algunas partes del mundo, de amputarles el clítoris a las niñas, para que no sientan en su vida, una plena relación sexual, a otras les estropean totalmente sus genitales, con no sé qué leyes o tradiciones totalmente sexistas y sin fundamento, pero lo que es peor es que son las propias mujeres, las que ejecutan estas barbaridades, menos mal, que ya están reaccionando otras mujeres, para intentar erradicar estas absurdas e inútiles tradiciones.

Mientras, en Chile tenemos, luego de una devastadora dictadura:

-injusticia social, desempleo y empleo preecarizado, bajos y desiguales salarios.
-marginación, discriminación social y culttural, falta de acceso a la educación y la cultura, aumento de la explotación sexual con sus consecuencias. Estos son sólo algunos de los más significativos ejemplos de la injusticia y exclusión social.

-desintegración, La concepción neoliberal individualista, egoísta y concentrada del ordenamiento de la economía y la sociedad que predomina en los poderes establecidos y en gran parte de la sociedad, está produciendo una desintegración de las normas y valores éticos y sociales en las personas, desintegración que afecta a las familias y las instituciones sociales y políticas de nuestras sociedades y que afecta en especial a las mujeres y las juventudes trabajadoras.

Durante mucho tiempo se ha marginado a la mujer, lo que le ha valido la etiqueta de inferior: la religión la confina a su rol de reproductora, la sociedad priva sus derechos. Tenemos así las siguientes ideas:

Aristóteles: La mujer debía ser mirada como un ser incompleto, incapaz de tener virtudes propias que no fueran del orden de su sumisión.

¿Acaso esto es el reflejo de su verdadera naturaleza o el resultado de un proceso cultural?

Nietzsche: Ellas son una propiedad, un bien que hay que guardar bajo llave; son seres hechos para la domesticidad y sólo alcanzan la perfección en situaciones subalternas.

Proudhon: una mujer que ejerce su inteligencia se vuelve fea, loca y un adefesio.

De Maistre: La ciencia es una cosa muy peligrosa para las mujeres. No se conoce a ninguna que no haya sido desgraciada o ridiculizada por ella.

Rousseau : La mujer esta hecha para ceder ante el hombre y soportar sus injusticias. Toda la educación de la mujer debe estar orientada hacia el hombre: complacerlo, serle útil, criarlo cuando pequeño, cuidarlo; y cuando grande, aconsejarlo, consolarlo, hacerle la vida más dulce y placentera.

En lo cotidiano, me siento discriminada cuando leo el diario y veo que las mujeres aparecen desnudas o en las páginas rojas, cuando un varón dice que nosotras las mujeres tenemos formas más conciliatorias y amorosas de lograr las cosas, negándonos el derecho a la confrontación y cuando adjudican mis logros a encantos, suerte y no a mis capacidades.

En la práctica escritural y en la gestión cultural observo que los cargos culturales han sido y siguen siendo espacio de los hombres. La subestimación de la mujer en el arte lleva en nuestro país a que muchas mujeres luego de estar inmersa en el mundo literario vuelvan al encierro de su hogar, abandonan la lucha que significa permanecer en el medio y su brillante carrera es cercenada por la déspota crítica de los varones, aquellos que se denominan a sí mismos grandes poetas y que no dan lugar al desarrollo literario de la mujer.



En mi región, la región del BíoBío de Chile y a nivel nacional las mujeres poetas necesitamos coraje para sobrevivir a la competencia desmedida, no desprovista de crueldad de algunos escritores varones. Coraje y una unión férrea desprovista de bajezas humanas es una buena alternativa para difundir y promover nuestra obra y fomentar la gestión cultural.

¿No esa caso una responsabilidad de las mujeres escritoras, poetas del mundo denunciar estos hechos con la fuerza de nuestro puño y letra?

Chile ha producido un número extraordinario de poetas de reconocido prestigio. El Premio Nóbel de literatura concedido a dos poetas chilenos de este siglo no puede explicarse sólo a través de la calidad o genio individual sino que, además, es necesario aceptar la existencia de una rica tradición, en la que se insertan tanto Neruda como Mistral.
El hecho curioso, sin embargo, es la ausencia de nombres femeninos, en una lista de las primeras figuras. Por supuesto, con la excepción de Gabriela. Naturalmente, esto no quiere decir que no haya poetas mujeres.
¿Cuáles son los factores que determinan la falta de nombres femeninos en la poesía chilena?
-¿calidad de la poesía escrita por mujeress?
-¿factores externos al hacer poético en síí?

La respuesta en nuestro tiempo sería remitirnos a los prejuicios masculinos.
La poesía femenina cae dentro del área de prejuicios sociales que tiende a desvalorizar las actividades relacionadas con la mujer.
Tenemos el prejuicio de la crítica, por cuanto la mayor parte de los críticos son hombres que proyectan sus juicios de valor desde una perspectiva masculina.
Es indiscutible en el estado actual de los problemas teóricos que todo crítico enfoca desde la perspectiva de su sistema de valores. Desde este punto de vista, entonces, el prejuicio es implícito por cuanto el crítico-inserto en una tradición masculina de lo literario-enjuicia la poesía femenina con un sistema de valores que no corresponde a la concepción ni a la función del objeto. Esta hipótesis supone la aceptación de una serie de conceptos. Lo mas significativo y menos discutible es que toda creación literaria se sustenta en una visión de mundo. Mayor problematicidad surge de la otra dimensión de la tesis. La mujer posee una visión de mundo diferente a la del hombre. Si aceptamos este planteamiento, habría que considerar la poesía femenina en el mismo plano que la producción cultural de otros grupos minoritarios, cuya visión de mundo y sistema de valores difieren esencialmente de aquellos del grupo dominante, aunque en este caso no se trataría de diferencias económicas o sociales. La mayor parte de las poetas mujeres de este siglo pertenecen al mismo estamento social que los poetas varones, la clase media culta. Su sensibilidad y sistema de valores son, sin embargo, diferentes a los impuestos y dominantes, ya que éstos provienen de una tradición cultural masculina. La validez de esta hipótesis se podría demostrar, en su dimensión anecdótica, con los elogios que se suele hacer algunas poetas calificando sus creaciones como masculinas o viriles.


Un factor complementario importante es la concepción de la poesía implícita en el proceso creativo. El tema es arduo y con infinidad de matices. En forma sumaria me referiré a que para algunos la poesía es un acto de creación espontáneo, que pone de manifiesto la sensibilidad del emisor. Para otros, la poesía es un artefacto creado que no ha de reflejar necesariamente la emotividad del autor. Por el contrario, se tendería a eliminar lo emotivo y se propicia un proceso altamente intelectualizado. Para nuestro tema, es que en lo masculino, la segunda es la concepción dominante. Un buen poema-desde este punto de vista- no se escribe con el corazón sino con el cerebro.

La prueba positiva de lo postulado la provee Gabriela Mistral. Depura y transforma su experiencia personal en motivos y temas literarios, generalmente de larga tradición. No es difícil, por ejemplo, apuntar una serie de poemas que se sustentan en estructuras míticas como correlato estructural o generadores de imágenes poéticas. Aún más, Mistral proyecta lo personal a situaciones que implican una visión de mundo que supera el plano exclusivamente femenino, aunque el tema sea propio de la mujer. Los motivos de la maternidad frustrada, la madre abandonada, la traición del amado, por ejemplo, se insertan en el motivo básico y recurrente de la injusticia del mundo.

Y esta, no ha terminado.



BIBLIOGRAFÍA:

- DISCRIMINACIÓN, INSTITUTO DE LA MUJER -MUJER Y SOCIEDAD, LUCIA GUERRA
-VER DESDE LA MUJER, OLGA GRAN
-ESCRIBIR EN LOS BORDES, CONGRESO LATINOAMMERICANO DE LITERATURA-VARIOS AUTORES
-DISCURSO LÍRICO DE LA MUJER EN CHILE, JUAAN VILLEGAS
-ESTUDIOS SOBRE POESÍA CHILENA, JUAN VILLEEGAS

lunes, 1 de junio de 2009

Sergio Ramon Fuentealba - Periodista, escritor, editor y actor - Concepción 1934-2009



Sergio Ramón Fuentealba Moreno:
Nacido en Concepción, en 1934. Allegado y atraído a Tomé desde el año 1985. Son tres las facetas en las cuales se destaca, la Literaria, el Teatro y el Periodismo.
En la faceta periodística, cronista intenso, colabora en el Diario “El Sur” por más de 40 años, en la Revista “Atenea” de la Universidad de Concepción y en el Semanario “El Siglo” de Santiago. El medio radial que acoge su producción periodística es la “Radio Universidad”.
En la faceta literaria, la crónica y el ensayo son la forma de su obra creativa. Desde 1995 dirige su propio sello Editorial; con el cual logra publicar obras propias, tales como “Volodia Teiltelboin”; “Santiago Espinoza, el artista de Tomé”; “Entre el Caracol y Chepe”; “Las guerras del petróleo y otros temas conflictivos”; “Tole Peralta, semblanza y diálogo”, en colaboración con Eduardo Meissner; “Conversando con José Viera Gallo”; “Entre el Congreso y La Moneda”, entre otros.
Ha publicado 33 títulos (años 2000), incluyendo a autores latinoamericanos, como Tagore Biram y Gabriel Nascente, Premio Nacional de Poesía, Brasil 1997.
Sergio Ramón Fuentealba, es miembro de la Sociedad de Escritores de Chile. Ha sido considerado como tal, en el “Diccionario de Autores de la Región del Bío-Bío“, de Matías Cardal, 1998, en la Edición del “Diccionario Literario” de Efraín Szmulewiez y en la Cartografía Cultural de Chile de la División de Cultura del Ministerio de Educación.
En la faceta del Teatro, director y fundador del “Grupo libre de Arte” de Concepción en 1952; del Teatro “La Pequeña Compañía” en Concepción en 1962; del Teatro Universitario de Chillán en 1967.
Profesor de Historia del Teatro en la desaparecida Escuela de Teatro de la Universidad de Concepción, en 1973.
El año 2003, la Ilustre Municipalidad de Tomé, le confiere el Premio Municipal de Arte.
Fotografía:Luis Espinoza

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