Por Ingrid Odgers
de Alfonso Calderón
Tengo estos huesos hechos a las penas.
MIGUEL HERNÁNDEZ
Este cuerpo ya sobra en el olvido
de un aéreo silencio vibrador
donde los años llegan con rumor
de arterias aplacadas sin sonido.
Esta tristeza devuelve el dolor
de unos muslos ausentes y perdidos
tal espuma interpretada en sabor
a sangre y labios consumidos.
Este ciego instinto de unas penas
en el atardecer angustiado de los huesos.
Este engaño de una sonrisa que apenas
en el fondo es un cielo o unos besos
y que en la muerte será un rostro espeso
que dulcemente ocultan unas venas.
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Buscaremos A Los Dioses de Alfonso Calderón
Tú que sabes del tibio acento de las plumas
y del calor infinito escondido en la nieve
trata de penetrar en este vago porvenir de sueños
en prodigio de savia o rosa adolescente.
Recuerda que aún debajo del laurel
está la axila resplandeciente de un cuerpo lejano;
y encima del labio hay un sonido eterno
a muerte o esperanza calcinada.
Y recuerda finalmente que un día prometidos a la sombra
buscaremos juntos la comarca del silencio
y entraremos puros como pájaros sin límite
a contemplar la mirada altiva de los dioses.
Teresa, nos contó que el poeta escribió en su diario de vida:
“Ayer nació mi hija Teresa. ¡Qué extraños los sentimientos de paternidad! “Algo es de uno”, parecería ser lo primero que se dice, y sin embargo la posesión no es la de un maravilloso objeto natural, sino de sentirse dueño de un trozo de cielo, de una orilla del río, de una estrella lejana. Dormí con ella, porque Lila está muy agotada, la niña tenía frío y parecía temblar. En una cama lateral, abrazados, sentí que ella y yo éramos una perfecta unidad (…)
Al amanecer llegó a lavarla la maldita matrona y sugirió que debía tener algo en el píloro, pues vomitaba algo oscuro, digería mal. Más tarde viene el médico, le digo y sonríe: “¿Quién le dijo eso?>" e explico que la matrona. Me respondió: <<¡Tonterías! >>, fue un parto difícil, tragó algo de líquido amniótico y eso fue todo y yo echo a descansar.
Pienso, para no aburrirme, que el hospital es una isla. Que hay en ella sitios desconocidos. Miro los muros y descubro las famosas machas en la pared a que alude Leonardo da Vinci en sus notas. Puedo darme cuenta del poder de la imaginación del artista. Veía en ello el núcleo de una creación a partir de un estímulo externo que se busca sin saber cómo ha de operar sobre nosotros. Había una mancha, tenía forma de un río largo que se cruzaba consigo mismo, en medio de una serie de fragmentos. Pienso en fagocitos blancos, en caravanas comandadas por Johnny Mac Brown, el ex-jugador de fútbol americano que se hizo cowboy del cine en cuanto le falló la rodilla. Johnny Mac Brown va rumbo a Oregon.
Entran las enfermeras, salen las enfermeras. Lila dice que fue una carnicería la que hicieron con ella. Le explico que son gajes del oficio. Me dice: <<¡es que no te tocó a ti! >> En fin, hay que decir algo, pero no sé qué más. La comida del hospital prepara para las operaciones aún a los que no tienen que operarse. Cobran como si fuese hotel de lujo, pero deben dormir ratas, tres trozos de lechuga; un puré aguado con lo que llaman una croqueta, que es piltrafa pura, y al final un durazno picoteado por la vida, como algunas paicas del tango.
Oigo a una estúpida que habla en el pasillo de unas damas distinguidas que venían a hacerse examinar por un médico, el doctor X, y terminaban acostados <
Debo preparar una clase sobre Alfonso X el Sabio. No sé dónde encontrar
Lo único que deseo es no verla con visitas al <
Hoy, ha mirado lentamente una ardilla de juguete y la ha levantado en dirección al sol, como si fuese la cabeza de un sacrificado.
La Serena, 2/IX/1955
Aprovecho el hermoso día soleado y llevo a mi hija Teresa a que el viento la zarandee, eternizando este momento. Se ahoga un poco y debo ponerla esquivándolo. Ya vendrá un día en el cual yo pueda decirle: <<¡Haz! ¡Ahora te toca a ti!>>
Mi pequeña Dama de Elche sonríe y se vivifica
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